LITERATURA /// Lecturas

Partidos que terminan pero nunca acaban

LOS FANTASMAS DE SARRIÀ VISTEN DE CHÁNDAL /// Wílmar Cabrera

Editorial Milenio, 2012

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La urdimbre de Los fantasmas de Sarrià visten de chándal enlaza un legendario partido celebrado en un estadio ya demolido con una trama ligeramente negra que transcurre en una Barcelona mestiza y periférica. Consciente de que toda primera novela rebosa autobiografía, Wílmar Cabrera ha preferido enfatizar la suya en un personaje que coincide en iniciales, procedencia, pasado periodístico, empadronamiento y hasta homonimia con un jugador profesional. El Wílmar Cabrera futbolista defendió la celeste uruguaya en la década de 1980. El Wolframio Caballero de la ficción, la tricolor colombiana en los mismos años. Y ambos, la azul de Millonarios de Bogotá, club de nombre ahora metonímico a cierto nivel competitivo.

 

En la novela se alternan tres planos hasta componer una sugerente parábola futbolística. El primero desarrolla una historia en la que se cruzan Wolframio Caballero, un guardameta argentino baleado, un mafioso búlgaro loco por Julio Iglesias, un estoico jardinero octogenario y otro jubilado, compañero de residencia del anterior y enfermo terminal de cáncer. El segundo plano recrea la célebre victoria de Italia sobre Brasil en el viejo campo de Sarriá durante el Mundial de 1982. En el tercero, Wolframio, redactor a la fuerza de la crónica retrospectiva de ese encuentro y padre de una estrambótica iniciativa turística relacionada con él, anota a pie de página su deambular por la ciudad, los Chigrinsnkys que bebe, los libros de fútbol que lee y los fallos de su ordenador mientras toma a chacota (mama gallo, dice él) la habitual grandilocuencia balompédica.

 

Los personajes que pueblan Los fantasmas de Sarriá visten de chándal están por encima del argumento. Eso sucede en muchas novelas, sobre todo policíacas, pero también, y de forma estruendosa, en el espectacular tinglado actual de un deporte sólo defendible cuando los que visten de corto (y “de” chándal, por repetir la coña marinera del título) le aportan emoción, sentido moral o juego (jugo) narrativo. Wílmar Cabrera, en la senda de los buenos escritores de fútbol, con Oswaldo Soriano como primera referencia, muestra un inmenso respeto por quienes aman el juego. Le da igual si son indómitos defensas o delanteros de talle fino y pie de seda, con pasaporte brasileño que italiano, mexicano o senegalés, adictos a la victoria o gallardos perdedores, famosos con cientos de miles de seguidores de sus twits o anónimos coleccionistas de raspaduras en campos de Quinta Regional. Ganar, perder o empatar son sólo lances del juego. Como concluye uno de sus personajes, los partidos terminan, pero nunca se acaban. Y buena prueba de ello es este libro.

 

Todo en Los fantasmas de Sarriá visten de chándal gira en torno al fútbol. Al fútbol como juego, fascinación, espectáculo, industria, epopeya, fraude… No se trata de una novelilla con el balón de reclamo o coartada. La obra de Wílmar Cabrera refleja una aguda reflexión previa sobre el fútbol y, más todavía, sobre el modo de relatarlo, sobre qué contar y qué no contar de este tótem universal. Su escritura busca especialmente la complicidad de aquellos a los que les gusta pero temen acabar aborreciéndolo por culpa de su creciente conversión en puro negocio, el empacho televisivo, las ínfulas de tanta estrella empalagosa, el fanatismo de los hinchas y el ulular patriótico. Finalizada la Eurocopa con el merecido éxito de la selección española, la lectura de Los fantasmas de Sarriá visten de chándal resulta un lenitivo imprescindible ante toda esa algarabía, los ditirambos en cascada y los fantasmones de siempre luciendo el frac institucional del éxito. Wenceslao Novak Irigoyen, el flaco arquero argentino que en las primeras líneas de la novela afronta la muerte recitando la alineación de la Azurra en el Mundial de 1982, lo tiene muy claro: “Para nosotros todo es fútbol, pero eso no significa que todo es fútbol. ¿Entendés?”

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N.B.

En un apéndice de la novela el autor agradece mi apoyo para conseguir que se publicara, razón por la cual me invitó a participar en la presentación que se celebró el 20 de junio de 2012 en La Casa del Llibre de Barcelona. Wílmar, que guarda un gran parecido con el famoso futbolista holandés Ruud Gullit, cautivó allí a los asistentes con una divertida confesión cuyo título lo dice todo: El porqué escribí una novela de fútbol. El texto fue concebido como pieza de literatura oral, así que pierde encanto sin la suave prosodia colombiana de Wílmar, pero su lectura permite descubrir qué tipo de persona es él, su desmedida pasión por el fútbol y, algo todavía más importante, el consumado escritor en que puede convertirse.

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