LITERATURA /// Lecturas

Pesadilla en Ceilán

EL PEZ ESCORPIÓN /// Nicolas Bouvier

ALTAÏR, 2011

....................

El título apenas previene del desasosiego que impregna el libro, rubricado con una cita de Céline: “la peor derrota de todas es olvidar y sobre todo lo que lo hizo reventar a uno”. Lejos de ignorar su penosa experiencia cingalesa, Nicolas Bouvier la guardó vívidamente hasta convertirla, 27 años después, en un ejemplo de cómo escribir excelente literatura de viajes contraviniendo las reglas del género. En El pez escorpión apenas hay movimiento, tampoco aleluyas a la naturaleza, y mucho menos simpatía por los habitantes de la actual Sri Lanka. El autor ni siquiera pretende dar noticia de un remoto territorio o compartir una gozosa experiencia interior. Nada de eso. Varado en el sur de Ceilán, el aventurero suizo acabó atisbando una realidad sorprendente y maléfica, inaprensible para alguien de paso. Y mucho más tarde, con maña de buen escritor, transformó aquella pesadilla en un subyugante artefacto literario. De viajes, of course.


Bouvier comienza la obra enfocando el marco físico y humano de Galle, la ciudad de la que es residente forzoso, y la termina dirigiendo su atención al burbujeante submundo de los insectos que han colonizado su cuartucho de alquiler. Ese pesaroso trayecto gana en intensidad conforme avanzan las páginas hasta componer una narración acerba, y por momentos transida, que en ningún momento aburre o irrita. Los textos, cortos y afilados, tienen potencia metafórica. El autor, nada complaciente consigo mismo, cae a veces en la desesperación, pero la supera con sorprendentes estratagemas. Pese a su enfermedad es capaz, por ejemplo, de ocupar toda una tarde describiendo con detalle la batalla de Kadesh en un artículo sobre los hititas que ni siquiera sabe si llegará a publicar. Y supera la noticia del matrimonio en Europa de la mujer que ama con una triple maniobra: prende fuego a su fotografía, regala al hijo de su casero el colgante que ella le envía en su carta de despedida y amortigua la tristeza observando durante horas un tumultuoso choque nocturno entre hormigas rojas y termitas que acaban de perder las alas tras su apareamiento.


El pez escorpión combina juicios a bote pronto, ráfagas de pensamiento, miradas de soslayo, citas cultas, sensaciones fugaces, momentos de pánico…el tipo de escritura que cabe esperar de alguien que viaja por el quinto pino en busca de si mismo. Bouvier no profundiza sobre un entorno que rechaza y en el que se siente rechazado. Le bastan cuatro brochazos para describir un país de “atmósfera de invernadero caliente” en el que los jueces, “negros como la pez”, todavía llevan “peluca de martillo”; unos caminos recorridos por bandadas de monjes budistas extorsionadores y lascivos; una capital, Colombo, donde estallan bombas, se supone que colocadas por tamiles, y un sistema político peculiar que fraguará, tres lustros después, en la coalición izquierdista que devolverá el poder a Sirimavo Bandaranaike, primera jefa de gobierno de la historia. Crítico con el colonialismo –“Cristo y la cañonera, el alcohol y el hisopo”– el joven correcaminos frecuenta durante una corta temporada un grupo de trotskistas en un local llamado Oriental Pastissery, nombre al que saca punta. Quizás algunos de ellos llegaron a participar en el gobierno de Bandaranaike (el primero también con trotskistas en el consejo de ministros), pero en opinión del autor son simples víctimas de un timo ideológico. “Me parece –argumenta– que el bolchevismo ecuatorial está mal parado, que el marxismo canicular tiene plomo en las alas, que la vocación de mis interlocutores es más que problemática. Tanto por la docilidad como por la rebelión, los engañamos con el peso, falsificamos la receta, impusimos el menú y conservamos todos los triunfos”.


Las certidumbres desaparecen cuando Bouvier, dándose de bruces con el sustrato tenebroso de la isla, detecta fuerzas capaces de provocar el salvaje amok de la novela de Stefan Zweig. Brujería, mal de ojo, exorcismos, hechizos, fantasmas, zombis…granizo negro sobre su mente volteriana con reminiscencias calvinistas. Un mundo de sombras que, como le revela el espectro de un cura portugués con el que dialoga, “gira en medio de un pavor sin sustancia ni eje”. Asustado por semejante imperio del mal, el ginebrino sólo halla consuelo ocasional en el alcohol, la entomología y el trato con la oronda tamil –una abarrotera, según la traducción al español de México publicada por ALTAÏR– que mima a un pez escorpión guardado en un frasco de pepinos, “un joven macho con buena salud que da vueltas y revueltas a la menor carantoña, desplegando una sombrilla de agujas venenosas moteadas de sepia”. El aventurero enjaulado en Ceilán envidia al pez escorpión. Está cansado, le supera la necesidad permanente de distinguir lo real y lo oculto, sufre dolores de cabeza, a veces llora sin saber por qué. Pero, como responde mentalmente al editor que rechaza un artículo suyo arguyendo que “el lector occidental no está preparado”, viaja para aprender y nadie le ha enseñado antes lo que está aprendiendo en la isla de los mil nombres y…cien mil brujos.

...........................