LITERATURA /// Lecturas

Una novela convertida en antropología

CADA HOMBRE EN SU NOCHE /// Julien Green

Ediciones G. P., 1962

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No sé cómo me dio por recuperar de un estante casi inaccesible la primera edición en castellano de Cada hombre en su noche, del catálogo de los inconfundibles Libros Reno. Desde luego, no porque ahora se cumplan los 50 años de su publicación y mucho menos, atraído por la sobrecubierta, doblemente penosa por la poca calidad del dibujo y el pudibundo maquillaje del escenario que recrea. Quizás fue el poderoso influjo de títulos como Las mil y una noches, Suave es la noche, Viaje al fin de la noche, El bosque de la noche… o tan sólo el deseo de introducirme en la obra de Julien Green. Da igual. El caso es que, más allá de su consistencia literaria, he creído estar leyendo una obra de antropología. El paso del tiempo ha convertido esta novela en algo parecido a los estudios de Margaret Mead y Bronislaw Malinowski sobre la sexualidad en las remotas tribus de Oceanía.  

 

Las tribulaciones de Wilfred Ingram, joven católico en permanente lucha contra los pecados de la carne, resultan marcianas para cualquier lector actual no fanatizado por la religión. Pureza, deseo, culpa, fe, penitencia, mortificación, infierno, oración, tinieblas…son palabras de enorme significado en Cada hombre en su noche, pero ya de uso casi exclusivo en los dameros malditos de las revistas cristianas. La novela sólo se salva porque el autor la aliña con dosis acertadas de autobiografía (la homosexualidad oculta de Angus, el elegante primo del protagonista), suspense (el constante revoloteo de la enfermedad y la muerte durante toda la narración), retrato social (la obtusa rivalidad entre católicos y protestantes en una innominada ciudad del este de Estados Unidos a comienzos del siglo XX) y psicología (el vislumbre redentor de la pasión amorosa frente a la obsesiva búsqueda del placer). De no ser por eso, habría que cerrar el libro mucho antes de la página 216, cuando su tía pide a Wilfred que regale a Angus el retrato que acaba de heredar porque “le tiene sorbido el sexo”. Una errata doblemente ilustrativa si se considera que su primo está enamorado hasta las cachas de Wilfred y que éste no consigue atemperar la desenfrenada lujuria que le atenaza.

 

A Julien Green le molestaba la etiqueta de “escritor católico”. Sin duda, manejaba sobradas razones para rechazarla, pero entre ellas no debía figurar haber publicado Cada hombre en su noche. La confesión en una entrada de sus famosos Diarios de que la noche constituía en cierto modo su patria, no impide catalogarla como novela católica, escrita por un católico, protagonizada por otro católico y destinada a una parroquia lectora católica. Y eso que su título, lejos de remitir a la noche oscura de San Juan de la Cruz, procede de un verso del deísta Victor Hugo: Chaque homme dans sa nuit s´en va vers sa lumière/ La seconde âme en nous se greffe à la première/ Toujours la même tige avec une autre fleur/ J´ai connu le combat, le labeur, la douleur/ Les faux amis, ces noeuds qui deviennent couleuvres/ J´ai porté deuils sur deuils; j´ai mis aeuvres sur oeuvres. Es una estrofa de Las Contemplaciones nada religiosa y traducible libremente por “cada hombre en su noche va hacia su luz/ la segunda alma se suma a la primera/ siempre el mismo tallo con una nueva flor/  he conocido la lucha, el trabajo, el dolor/ los falsos amigos, esos lazos convertidos en culebras/ he sobrellevado duelo tras duelo; he añadido obras a mis obras.” Una poética válida para Julien Green, pero no para Wilfred Ingram, su desdichada criatura.

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