LITERATURA /// Lecturas

Pasión epistolar en años de hielo

HIJOS DE REYES. Una verdadera historia de amor /// Reinhard Kaiser

Alba Editorial, 2004

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No sé que me indujo a comprar este libro. El título me da grima y el subtítulo me produce pampurrias por culpa del adjetivo, aunque reconozco que no cabía repetir “real”, el menos improcedente, siempre dando por supuesto que la vivencia del amor tiene dosis casi iguales de realidad e ilusión, por no decir irrealidad. La obra debió interesarme al leer en diagonal la contraportada sin reparar en que había obtenido en 1996 el Premio Nacional de Literatura Juvenil en Alemania. Por supuesto, no tengo nada contra la literatura juvenil y me parece encomiable que un libro de semejante naturaleza fuera reconocido con ese galardón, pero uno ya pinta demasiadas canas para interesarse por según qué cosas. En fin, el caso es que hace años compré Hijos de reyes y ahora lo he leído con notable interés.

 

El título alude a los enamorados de una canción popular alemana que no podían estar juntos porque “aguas profundas los separaban”. Los protagonistas de este libro también padecen ese frustrante sino, pero en su caso la distancia no es sólo geográfica, sino política y administrativa al compás de las circunstancias de creciente asfixia social en Alemania durante la segunda mitad de la década de 1930. Una de las grandes cualidades de Hijos de reyes radica precisamente en cómo documenta el horror cotidiano de esos años, en los que todavía se trataba con deferencia a Hitler en las cancillerías occidentales, a través de la correspondencia de un joven alemán cualquiera con su novia sueca. Un joven alemán cualquiera judío, aunque de religión protestante, y por ello condenado no sólo a la desgracia amorosa, sino también a una muerte aplazada.

 

La obra, a medio camino entre la literatura epistolar y el relato biográfico, testimonia la paulatina destrucción de las expectativas vitales del geólogo Rudolf Kaufmann, quien aspiraba a ser un hombre felizmente casado y labrarse un futuro investigando los artrópodos fósiles marinos conocidos como trilobites. Algo al alcance de un tipo como él, inteligente, sensible, apuesto y activo, considerado por alguno de sus próximos como un “artista de la vida”, si hubiera conseguido escapar de la ratonera en la que se convirtió Alemania. Y lo habría logrado, casi con seguridad, sin el percance por el que pagó tres años de cárcel. Ingeborg Magnusson, la prometida que le esperaba en Estocolmo, le perdonó el desliz, pero no el tribunal de Coburg que en 1936 le aplicó la recién aprobada Ley para la Protección de la Sangre Alemana y del Honor Alemán por haberse acostado con una viuda “aria” a la que conoció en un baile. Ni siquiera la cárcel pudo con él ni con su amor por la joven sueca, pero para cuando recuperó la libertad apenas tenía margen de maniobra, como reconoce en una de sus últimas cartas, agotado ya su considerable caudal de optimismo, pese a que había conseguido huir a Lituania, donde vivía como refugiado y donde acabaría casándose con otra mujer.

 

Hijos de reyes se articula sobre las cartas de Rudolf a Ingeborg, adquiridas de casualidad por el autor en una subasta. El alemán Reinhard Kaiser, ducho en el oficio por su triple trayectoria como traductor, escritor y editor, dudó sobre el tratamiento que debía dar al extraordinario material que había caído en sus manos, y acertó al descartarlo como base de una ficción, una edición comentada o exclusivamente un programa radiofónico. Al utilizar las cartas como palanca de la reconstrucción de las existencias del joven geólogo alemán y de su atractiva novia sueca acertó de pleno, porque, como él mismo afirma, “no podía mejorar con invenciones literarias una historia que, seguramente, yo no habría ideado tal y como la encontré, sólo podía adulterarla o estropearla”. No hizo eso y además se guardó de hincharla. El libro, de cien intensas páginas, obtuvo en Alemania y en otros países el reconocimiento que merecía. Y una vez publicado aún deparó a Rehinhard Kaiser sorpresas que ni podía imaginar al comenzar a escribirlo.  

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