LITERATURA /// Lecturas
El éxito como sustrato angelical
CAMPEÓN /// Ring Lardner
Editorial Montesinos (1988)
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La edición de 1988 despista y pasa lo mismo con otra más reciente del mismo sello. ¿Qué se puede pensar de un libro titulado Campeón en cuya cubierta se reproduce la ilustración de un cuerpo a cuerpo entre dos púgiles y ha sido escrito por alguien llamado Ring? Caben pocas dudas de que trata del boxeo como tema o subtema. Pero la sorpresa salta en las primeras páginas. Campeón sólo es uno de los ocho relatos del volumen, por otro lado suficientes para catalogar a su autor como un excelente prosista de la Generación Perdida, a la que seguro estaría adscrito de haber abandonado la sección deportiva del Chicago Tribune para zascandilear por Montmartre junto con su amigo Francis Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway, confeso admirador y deudor literario suyo.
Los personajes de Ring Lardner pertenecen a la burbujeante generación estadounidense que protagonizó la Jazz Age. La enfermera de Zona de silencio, el barbero de Corte de pelo, la infeliz alcohólica de Nido de amor, la recién casada de ¿Quién da? y el jubilado de Luna de miel cotorrean sin parar sobre su vida o las de otros. Y quienes no hablan se expresan por otros medios: la adolescente casquivana de No puedo respirar escribiendo un diario, el joven contable de El trovador de Maysville perpetrando versos y el boxeador de Campeón coceando a cuantos le acompañan en su ascensión a la cima del mundo.
Midge Kelly es un mierda que abre su palmarés a los 17 años apaleando a su hermano pequeño paralítico. En el turbio universo del boxeo ha habido triunfadores poco recomendables: violentos, tramposos, matones, presidiarios, rompehuelgas, chequistas o, simplemente, tipos de ínfima categoría humana. Por cada Ray Sugar Robinson o Jim Braddock, aparece la inquietante jeta de tres o cuatro Carlos Monzón o Mike Tyson. Pero ninguna de ellos alcanza la catadura del protagonista de Campeón, un peso welter que, vestido de calle, atrae todas las miradas con “su alfiler de corbata en forma de herraduras de diamantes, su camisa púrpura a rayas moradas, sus zapatos anaranjados y su traje azul eléctrico”. Alguien capaz de disfrazarse así no es de fiar, se llame Midge, Cristiano, Lebron o Valentino. Claro que eso tampoco sería demasiado preocupante, si no fuera porque, contra la muy aceptada consideración de las grandes estrellas del deporte como seres angelicales, no barruntáramos que en casi todas habita un Midge Kelly, en el mejor de los casos en estado embrionario o latente.
Cuando el boxeo era todavía un deporte de masas, las cortas pero intensas trayectorias personales de las figuras aportaban material de primera a los cronistas deportivos. Con sus biografías se componían historias ejemplares de ida y vuelta: del arroyo al éxito y del éxito al arroyo, del vicio a la virtud y de la virtud al vicio. Además, en casi todos los casos la narración traslucía los entresijos de sociedades frenéticas, condicionadas por la rivalidad, o la convivencia, según épocas, de clanes políticos, medios de comunicación, grupos mafiosos, promotores de combates y organismos rectores del boxeo. Y ya entonces, según desvela magistralmente Ring Lardner, un hijo de puta de la cabeza a los pies podía ser convertido por la prensa en un inmaculado campeón. Por supuesto… hasta que algo o alguien propiciaba su desenmascaramiento con saña. Pero eso ya no se trata en el relato de Ring Lardner, nacido Ringgold Wilmer Lardner en 1885, cuando el armario de bigotes encerados John L. Sullivan pasaba por ser campeón del mundo de los pesos pesados, aunque sólo había combatido en zonas concretas de Estados Unidos.
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