LITERATURA /// Lecturas

Una novela actual de hace cien años

LOS DE ABAJO /// Mariano Azuela

CÁTEDRA, 1980

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Transcurrido casi un siglo desde los episodios que enmarcan su trama, Los de abajo mantiene su prestigio como obra fundamental en la renovación de la novela latinoamericana y crónica pionera de la Revolución Mexicana, en concreto de la época significada por la lucha entre Madero y Huerta, primero, y Villa y Carranza después. Mariano Azuela, que sirvió como jefe médico en la famosa División del Norte, participó en algunos de los hechos de armas que narra y trató a combatientes de todos los bandos. En las fuerzas revolucionarias cabían desde los más changos a los más zotes, desde los meros generales a los simples gorrudos, desde los licenciados a los peones, desde los que empuñaban el máuser en pos de un ideal a quienes lo hacían por venganza, codicia o nada más que ganas de ver correr el gallo. Todos esos tipos aparecen en la novela con el contrapunto de federales y carrancistas, copetones y juanes, caciques y catrines, curas y curros, cantineras y beatas… El titipuchal que protagonizó o/y padeció la Revolución convertido en poderosa ficción documental.


La escritura y publicación de Los de abajo coincidió con el trance histórico que sentó las bases del México contemporáneo, y por momentos el lector tiene la tentación de interpolar entre sus páginas violencias y desatinos de hoy, ya que en buena parte se tiende a considerarlos consecuencia de los pecados originales de la Revolución. Las bandas rápidamente convertidas en ejércitos que expolian y asesinan en Zacatecas, Jalisco, Nayarit, Aguascalientes y otros estados de la República demuestran casi tanta saña como los carteles de la droga, y los instruidos curros que asesoran sólo por interés económico a los caudillos populares parecen calcos de la actual clase política mexicana, una de las más corruptas del planeta. Quizás esta interpretación resulte banalmente eurocentrista, pero la novela de Azuela, épica y desencantada a la vez, desmonta cualquier intento de idealizar no sólo la conducta de los de abajo, sino también sus propósitos, alejados de las públicas proclamas para revocar con las armas la eterna condena a la miseria, la incultura y la infelicidad.


El modesto ranchero que logra el águila del generalato sin más dotes que la valentía y la ascendencia sobre sus desharrapadas huestes resulta, además del protagonista, el único personaje que sale relativamente bien parado en una narración de estructura clásica: revuelta, ascenso y caída. Orgulloso de él –“lejos de ser un típico revolucionario, el Demetrio Macías de mi obra es un tipo excepcional, como que ha sido creación mía– el autor le concede un comportamiento gallardo en la derrota e incluso una buena muerte cuando, de vuelta a la sierra de la que salió como un donnadie, acaba sus días, sin dejar de apuntar con su fusil, “al pie de una resquebrajadura enorme y suntuosa como pórtico de vieja catedral”. Qué menos, tratándose de un jefe tan inocente como para dar por verdadero el relato de sus hazañas convenientemente trucado por Luis Cervantes (ojo al apellido), su ideólogo y asesor político, el vivísimo curro que, tras hacerse con un suculento botín, le dejará en la estacada cuando el curso de la guerra comience a torcerse.


Al margen de su credibilidad como testigo real, Azuela es un narrador consistente. Las descripciones del transitar bamboleante de los jinetes revolucionarios por cañones, barrancos, escarpaduras y peñascales tienen gracia y soltura, igual que las de los combates en las ciudades seguidos de monstruosas borracheras colectivas. Además, le bastan un par de trazos para retratar a la cohorte que arrastra Macías: su fiel compadre Atanasio, el petulante barbero Venancio, el sanguinario güero Margarito, la dulce y traicionada aldeana Camila, la terrible soldadera La Pintada, el brutal Pancracio, el loco Valderrama, el especialista en avances La Cordorniz…Algunos de esos personajes están inspirados en combatientes revolucionarios y otros existieron en la realidad, como explica Marta Portal, responsable de la excelente edición de Cátedra de hace ya más de 30 años. Sin su ilustrativo texto introductorio habría sido difícil valorar histórica y literariamente Los de abajo, y sin sus notas a pie de página, imposible comprender el retorcido léxico popular mexicano. ¿Cómo adivinar sin su experta guía que avances significaba, en tiempos de Pancho Villa, las apropiaciones en los saqueos?    

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