LITERATURA /// Lecturas
Mucho cuento y poca novela
PATRIA /// Fernando Aramburu
TUSQUETS, 2015
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El éxito de Patria, que a meses de su salida ya ha alcanzado la décimocuarta edición, no tiene nada de sorprendente. Otra cosa es que venga acompañado de una catarata ensordecedora de elogios, inconcebibles de no mediar su notorio objetivo: la derrota literaria de ETA. Pretensión loable, cierto, pero enfática. Que el "relato terrorista" siga todavía vigente resulta tan cuestionable como que antes de Fernando Aramburu, y así parece darse a entender, ningún escritor lo negara o enmendara, algo que ha ocurrido tanto en euskera como en castellano. Él ha sido, sí, quien más empatía ha mostrado con las víctimas de ETA, pero eso no aporta intrínseca calidad a las obras en que la ha sustanciado. Los peces de la amargura era un buen libro de relatos. Patria, una deficiente novela, por mucha razón política y moral que la anime, la jaleen cuanto la jaleen y se vendan decenas o cientos de miles de ejemplares.
La historia pivota en torno a dos familias que eran íntimas antes de quedar destrozadas, y radicalmente alejadas, por culpa de la violencia. A la del Txato, empresario vasco e hijo de gudari mutilado en la guerra civil, la descabeza un cruel golpe del hacha que, a modo de amenaza, exhibe el anagrama de ETA. Y la de su amigo Joxian queda rota y al pairo por el veneno inoculado en uno de sus hijos por la serpiente, supuesto símbolo de inteligencia, que se enrosca en el aizkora terrorista. Este planteamiento alimenta la esperanza de una novela comprometida y emocionante, pero exigente, que se va resquebrajando conforme el autor da (o quita) vida, dolor, rabia y discurso a sus personajes.
Bittori y Miren, corajudas encarnaciones vascas de las heroinas de Eurípides, resultan convincentes pese al trazo grueso de su desolado mundo interior. También merecen crédito, aunque menos, el Txato y Joxian, maridos respectivos, asesinado el primero y muerto en vida el segundo. No ocurre lo mismo con sus descendientes. El trío impertérrito de mutiles, incluido el pistolero, porque de tan estereotipados se quedan cortos hasta en las circunstancias más excepcionales. Y las dos hiperactivas neskas por todo lo contrario, como si penaran una condena inapelable al desasosiego y la desventura. Todos, padres e hijos, carne de cañón audiovisual. Como el resto de familiares, parejas, conmilitarras y vecinos del innonimado pueblo próximo a Donostia de la ficción. El diseño de personajes no va a dar trabajo en el showroom donde ya se prepara la versión televisiva. (Que será un bombazo...si se puede decir esto sin que le manden a uno a la Audiencia Nacional).
Con todo, el principal problema de Patria radica en el débil sobrehilado de su urdimbre. La novela como género aguanta cualquier embestida, pero las de índole político no permiten licencias como las que se toma Aramburu, malbaratando de paso el acierto de su ágil estructura: 125 capítulos cortos, sin orden temporal y dedicados a un personaje cuya voz se inmiscuye en ocasiones entre la del narrador omnisciente. Este armazón se convierte en una perfecta coartada para enmascarar distorsiones del marco histórico y contravenciones de la lógica narrativa. Un esfuerzo último del autor, o el repaso concienzudo por un editor de esos que ahora son leyenda, habría retrasado la publicación del libro y quizás puesto en peligro su indiscutible éxito. Pero puede que entonces merecería (por decirlo como alguno de sus personajes) la entusiasta acogida que está obteniendo.
Más que un novelista, Aramburu parece un cuentista despistado tras su ya larga ausencia de Euskadi. Que la describa con tintes dramáticos resulta pertinente con su empeño: reflejar el sufrimiento esparcido por ETA entre quienes proclamaba liberar y reclamar la necesaria reparación a las víctimas. Pero, dado que Patria transcurre durante años aún recientes y en un entorno conocido, cuesta obviar sus fallos, trampas, exageraciones, inconsistencias, sinsorgadas...No quiero ir de listillo. ¿Pensaría lo mismo si se desarrollara en un espacio narrativo sin tantas referencias? Quizás me habría subyugado la intensidad emocional del relato. O valorado más la naturalidad y eficacia de la prosa. Incluso puede que leído de un tirón unas páginas que considero excesivas. Quién sabe... Ahora sólo me queda respaldar mis objeciones con ejemplos de las chocarrerías (o peor tópicos) que hacen difícilmente creíbles las atribuladas andanzas de los nueve protagonistas de Patria.
Txato. Listo, emprendedor, currela y arrojado, reacciona como un pardillo cuando le tildan de "opresor" en una pintada realizada en el interior de su empresa de transportes. Que para entonces ya haya recibido cartas de ETA exigiéndole el pago del "impuesto revolucionario" (y quizás cruzado la frontera para negociar una rebaja) le resulta por completo irrelevante. No se puede estar a todo...
Bittori. Tras oir los disparos y acudir escopeteada junto al Txato, cuya sangre arrastra la lluvia hasta el borde de la acera, regresa a su casa en la misma pavorosa soledad que ha sentido en la calle. Nada de acompañar a su moribundo marido en la ambulancia que lo traslada a un centro hospitalario de San Sebastián o ir detrás en otro vehículo. Y ningún vecino, ningún ertzaina, ningun sanitario dispuesto a ofrecerle su hombro.
Nerea. Con su padre ya amenazado, aunque ella no lo sabe, viaja a Arrasate para asistir al funeral del jefe de ETA Txomin Iturbe con unas amigas (jóvenes, alegres y combativas, como ella entonces) y cuando se topan a ocho kilómetros de allí con una larga fila de coches parados suponen, automáticamente, que se trata de un atasco. ¿Cómo se les va a ocurrir pensar en un control de la Guardia Civil?
Xabier. El hijo del Txato y Bittori es médico en prácticas a los 35 años, poco después (a lo que parece) un prestigioso cirujano y cuando conviene a la desparramada trama, no se sabe si antes o después, el facultativo de Urgencias que atiende a un etarra torturado. Vargas Llosa, gran valedor de Aramburu, defiende la "verdad de las mentiras". Pero no es eso. ¿O sí?
Miren. Su reacción en las últimas líneas no llega a final feliz, pero da sentido y esperanza a los esfuerzos de su ex-amiga Bittori y su hija Arantxa. Pena que, cerrado el libro, seguro que vuelve a la iglesia del pueblo, donde no paran de malmeter durante toda la novela el párroco sobón y hasta el mismísimo San Ignacio, en una época ferviente gudari al servicio de Castilla.
Joxian. Sensible y cobarde, avasallado por su ríspida mujer y las circunstancias, buen hortelano e infatigable txirrindulari, es el personaje más redondo, el símbolo perfecto de la sociedad vasca acoquinada que retrata el autor. Pero, ojo, de vez en cuando atruena con unos cangüenlaputa y cangüendios de la órdiga. Terrible ferocidad la de los callados...
Arantxa. Víctima de un ictus que ha sufrido en Palma de Mallorca, sin capacidad de moverse ni de hablar, cuando la visita su ya casi ex-marido no puede primero "defenderse" del ósculo que recibe en la frente y luego "expresar con palabras" la ojeriza que le tiene. Pero le duele, y mucho, que se vaya de la UCI sin darle un último beso. Tal cual.
Joxemari. "Me moría de ganas de verte, hermano". Con esta asombrosa efusividad recibe el ya veterano preso a Gorka, quien durante años se ha negado a visitarlo en el mako y de quien apenas meses (¿días?, ¿semanas? ¿años?) antes ha echado pestes al enterarse de que es un "maricón" que mancha el nombre de la familia. Para que luego digan que las prisiones no reeducan...
Gorka. Han detenido a Joxemari tras cinco años matando para ETA. Su padre bebe durante horas en la huerta mientras piensa en lo que estará pasando en Intxaurrondo. Ya es de noche. Gorka llega al pueblo desde Bilbao, va a reunirse con Joxian y nada más verle toma una gran decisión: va a confesarle, por fin, que es homosexual. Solo la cogorza del aita le hace callar. Por un pelo (o un pedo) se libra de protagonizar la escena más ridícula de la literatura española en lo que va de siglo.
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