LITERATURA /// Lecturas
Patanes, pero menos y no tan nefastos
EL SIGNIFICADO DE LA TRAICIÓN /// Rebecca West
Reino de Redonda, 2011
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Esta es una obra que presenta una triple peculiaridad. El tema ya le confiere un sesgo especial, pero a ello hay que sumar su curiosa factura como ensayo histórico, puesto al día en fechas tan distantes como 1949, 1965 y 1982, y la peculiar voz narrativa: conminatoria, lúcida, irritante, minuciosa, reiterativa, subyugante. Claro que difícilmente cabría esperar un texto con menos aliño tratándose de Rebecca West, seudónimo de Cicely Isabel Fairfield, anglo-irlandesa que nació en 1892, creció en Escocia tras el abandono familiar del padre, destacó por su precoz militancia feminista, tuvo un hijo fuera del matrimonio con HG Wells y alcanzó notoriedad como periodista, escritora y personaje público antes de fallecer en 1983. Sólo dos años antes, había expresado, en el prólogo de una nueva edición de este libro, su perplejidad ante el desenmascaramiento de otro inaudito espía soviético, el asesor de arte de la reina Anthony Blunt, y su indignación por el triste papel que habían desempeñado en el asunto los círculos de poder británicos. Y que hubiera nuevamente gente campanuda de por medio no le impidió acabar el texto con una contundente definición del espionaje: un juego de patanes.
La lectura de El significado de la traición no aporta demasiados argumentos para sustentar esa descalificación, dictada más bien por la superioridad moral y política de la que hace gala Rebecca West, tan furibunda anticomunista como firme defensora de los valores democráticos del entonces llamado mundo occidental (en perfecta consonancia con su nom de guerre literario). Es cierto que entre los espías de su obra hay individuos chapuceros, de escaso cacumen y tendencias asociales, marionetas movidas por el sectarismo o por el dinero, cuando no por ambas cosas. Pero también escribe sobre bastantes con otra encarnadura: políticos como el nazi William Joyce, físicos atómicos como Alan Nunn May, Klaus Emil Fuchs y Bruno Pontecorvo, diplomáticos como Donald Maclean y Guy Burguess, e incluso espías tan puestos en su papel que se convirtieron en agentes dobles, como George Blake. ¿Un patán el refinadísimo Anthony Blunt? Sólo porque, como todos los demás, acabo siendo descubierto.
“Ride si sapis”, el lema del Reino de Redonda mariasino, podría ser también el del perfecto espía: si sabes, si eres bueno en lo tuyo, ríe; ríe tranquilo y contento; ríe todo lo que quieras; no te van a pillar. De todos modos, cuesta imaginar que alguno se conduzca en la actualidad como lo hacían quienes captaron el interés y el desprecio de la West. Seguramente los hackers al servicio de estados y empresas son tan sabandijas como los que antes microfilmaban documentos confidenciales, pero resulta harto improbable que les muevan resortes parecidos a los que impulsaron a los espías que acabaron sentados en los duros bancos del Old Bailey londinense o, aún peor, en la silla eléctrica, como los famosos Rosenberg.
Lo mejor y lo peor de El significado de la traición se rozan en no pocas páginas. Sin el apasionado relato de los documentados casos de traición a Gran Bretaña, estaríamos hablando de un libro de chascarrillos o de una recensión histórica sobre vendepatrias y agentes secretos durante los dos primeros tercios del tormentoso siglo XX. Pero algo más de mesura por parte de Rebecca West nos habría ahorrado párrafos de insufrible suficiencia y nos habría permitido apreciar la consistencia de argumentos trufados de descalificaciones gratuitas y adjetivos como “deplorable”, “aterrador” y otros de semejante tenor. En definitiva, El significado de la traición descarga excesiva tralla contra la espalda desnuda de los traidores, claramente diferenciados en la obra de los espías al servicio de un país extranjero. Como explica Juan Benet en el epílogo, su fracaso acostumbra a revertir en doble ganancia para el Estado: garantiza que su oferta es la mejor y prolonga el crédito concedido por el ciudadano.
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