LITERATURA /// Lecturas

Novela ejemplar sobre el tedio

ABSOLUCIÓN /// Luis Landero

TUSQUETS EDITORES, 2012

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La permanente apuesta de Luis Landero por una literatura de tono filosófico, capaz de alumbrar siquiera jocosamente el sinsentido de la vida, ha cautivado a un número considerable de lectores desde Juegos de la edad tardía, su primera obra. Ahora, casi un cuarto de siglo después, Absolución, séptima de sus novelas, ha sido recibida con alborozo crítico y el recordatorio unánime de que se trata del más cervantino de los prosistas actuales. Una envidiable fama que se ha labrado abordando historias tan disparatadas como la que protagoniza Lino, su nuevo antihéroe, quien logra redimirse gracias a la palabra. El perdón, en su caso, lo alcanza al ser finalmente capaz de narrar su peripecia, corregida en sus desnortes y meteduras de pata gracias a que otros personajes benefactores le van contado sus propios sueños, derrotas y delirios. En ese sentido, Absolución tiene algo de “novela ejemplar”, además de cervantina.


La estructura no puede ser más clásica. En las tres partes del texto se reflejan de modo sucesivo la extraña juventud del protagonista en Madrid, el momento crucial en que una desconcertante reacción suya da al traste con la feliz vida de casado que le espera y su errabundo peregrinar a pie durante meses por la vieja Castilla. A Lino, como recuerda el autor en la segunda página del libro, le cuadra la explicación de Pascal de que “todos los infortunios del hombre vienen de no saber estarse quieto en un lugar”. Esa falla, agravada por su pesarosa conciencia de lo absurdo del existir, le convierten en un tipo obsesionado por palabras como contingencia, tedio, absurdo, ironía, destino…a las que, casi por azar, acaba añadiendo asesino. Veleta y repajolero, Lino parece condenado a perpetuarse como un eunuco sentimental, pero su incesante movimiento le acaba liberando de la tensión insoportable que le supone elegir entre el fracaso que fue y el que será. “Cualquier cosa –dice de él su creador– menos quedarse quieto e indefenso ante el monstruo invencible de la realidad, o caer en el error de intentar combatirlo con sus mismas armas”.


El espléndido estilo y la exuberancia semántica de Landero impulsan la trama de Absolución, desarrollada con rasgos recurrentes en su novelística: la procedencia humilde del protagonista, el peso determinante de la figura paterna, el agobio juvenil, la colisión campo-ciudad, la pervivencia de convenciones ancestrales…Y, como en otros de sus títulos, también se percibe el trasfondo de la reciente historia de España, como la trágica adulteración del aceite de colza y la urbanización desaforada del territorio. En la tercera parte, donde el paisaje cobra una decisiva importancia, hay otro guiño típico suyo cuando un personaje (el machadiano Olmedo) recuerda que en tierras sorianas se rodaron las escenas siberianas de Doctor Zhivago. Ese apunte nostálgico coincide paradójicamente con la mención repetida de un conocido grupo alimentario en el que trabaja otro personaje fundamental en la obra. Un sorprendente caso de publicidad nada encubierta. Técnicas de brand placement en la gran literatura española actual.


Aparte de este detalle novedoso, la lectura de Luis Landero anima a adivinar el mallazo autobiográfico que la sostiene. Absolución no parece basada en su experiencia personal, como ocurre con El guitarrista, por ejemplo, pero a lo largo de la primera parte late el mundo que debió conformar la niñez madrileña del escritor tras haber dejado Alburquerque. Incluso diríase que todavía le asombra el refinamiento de unas clases altas y urbanitas, cuyas “conversaciones y sus pausas resultan impermeables a los flujos sombríos de la realidad, cómo callan sin pudor al silencio, con qué elegancia saben aburrirse”. Justamente la buena sociedad en la que se hubiera aposentado Lino de haber sabido primero quedarse quieto y luego, como hace la gente adinerada, vivir el tedio “sin angustia, sin exasperación”.    

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