LITERATURA /// Lecturas

Dos hombres y un des(a)tino

TAKSIM /// Andrezj Stasiuk

ACANTILADO, 2014

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Pronto nevará y todo se volverá más negro. El presagio del inicio resuena, como el graznido de un cuervo, sobre el resto de Taksim. El lector intuye casi en cada página que algo sucederá pronto y, por muy imposible que parezca, cuanto rodea al dúo protagonista empeorará. Pero finalmente esos Bouvard y Pecuchet de la desesperanza se arriesgan, sobreviven, escapan y acaban su errabundeo por el culo de Europa en la famosa plaza estambulí del título. Un final optimista siquiera por abierto, aunque solo cabe imaginarlos volviendo enseguida al incierto territorio entre Polonia, Ucrania, Eslovaquia, Rumanía y Hungria por el que se arrastran en la novela, el mismo de otras notables obras de Andrezj Stasiuk, como De camino a Babadag y Cuentos de Galicia.

 

El territorio narrativo coincide, incluso algunos personajes de los cuentos reaparecen de forma fugaz, pero el tono del escritor polaco alcanza en Taksim cotas de extrema amargura. Su “capacidad de dotar a la vida de una dimensión metafísica”, según el relamido encomio de la solapa del libro, alumbra en este caso un relato vitriólico, hipercrítico, reiterativo, zumbón, despejado del aliento lírico de entregas anteriores. La prosa, matérica y crispada, aventa olor a podrido, a derrota, a humillación. El tono se ajusta a la intención de componer la crónica de un derrumbe multinacional y colectivo en el que se presiente el aún más miserable porvenir a diez o quince años vista. O sea, el convertido en ahora. El de este año desgracia de 2016, y no sólo en el Extremo Oriente de la moribunda Unión Europea, quintacolumna de si misma, sino a nuestro alrededor.

 

Más que futurista, la novela de Stasiuk resulta premonitoria por los temas que trata y cómo los aborda. No llega a adivinar que las difusas fronteras por las que Pavel y Wladek pululan en una destartalada Fiat Ducato repleta de ropa usada volverían a candarse, pero sí convierte a sus protagonistas en adelantados a su tiempo. Cuarentones vagabundos sin dharma por los terrritorios desolados del primer post-comunismo, comienzan mercando basura de la sociedad desechable y acaban traficando con inmigrantes, el gran negocio del futuro, según el Canas, clarividente capo mafioso que también prefigura el maltrato del futuro al arrojar cigarrillos encendidos y comida pasada a los asiáticos que oculta en una cochiquera. Allí ocurrirá una de las dos aterradoras escenas protagonizadas por cerdos, ambas de incontestable violencia metafórica.

 

La novela, relatada en primera persona por un sarcástico Pavel, se construye a partir de la contraposición con su compinche, único ser capaz de insuflar emoción en su gris y derrotada existencia. Del primero, apenas se sabe otra cosa que llegó a la ciudad fantasma en que reside huyendo de matones tras haber intentado pillar un dinero fácil. De Wladek se van desvelando facetas cada vez más asombrosas conforme se completa el proceso que, por orden, lleva al narrador a confiar en sus delirios comerciales al por menor, compartir morrocotudas borracheras, intuir un temple excepcional, quedar fascinado por su labia, admirar el viajado mundo que atesora, imaginar las zonas oscuras de su biografía y descubrir que tanto desasosiego y movilidad, en apariencia idóneos para los nuevos tiempos, representa un lastre porque su corazón, aunque vive en el presente, late al ritmo de los días de antaño.

 

El pasado de Wladek, que parece conocer al dedillo todo el este del Elba, determina la trama y el fondo crítico de Taksim. Para comprender la obra cabalmente hay que prestar atención a las pullas y chirigotas con las que se describe el asfixiante orden político comunista, las complejas relaciones entre los grupos nacionales y étnicos sujetos a él y los magros alcances de la planificación económica socialista. Sólo así es posible palpar la abulia que impera por doquier, el desespero con que viejos y jóvenes beben vodka, palinka, berovicka, aguardiente de ciruela, bororo..., la penosa cotidianidad fugazmente alterada por la aparición de un circo o un parque de atracciones, la reconversión del palacete de un pionero decimonónico del petróleo en un almacén de mercancías de medio pelo, la conquista de Gran Llanura Húngara de las hazañas de los jinetes mongoles por vendedores ambulantes vietnamitas de quincallería china. Para todo el paisaje humano de Taksim, menos para gitanos y orientales (obsesivamente presentes en la novela), el pasado se asemeja a un caballo de carga, grande, viejo y cansado que deben arrastrar sin arreos ni ronzal. Y cuando no cuenta, nada cambia tampoco. ¿Qué se puede esperar de los pobres imbéciles de los rapados que, por ponerse doble tubo de escape, creen llevar una vida repleta de aventuras”?.

 

Taksim permite un centón de interpretaciones, un juego inagotable de semejanzas, paralelismos, equivalencias. Al final, tras un desenlace abrupto y confuso, como si Stasiuk estuviera harto de sus personajes y a la vez hubiera extraviado el mapa con las carreteras a Estambul, permanece la idea de la firme resistencia al cambio de países que en pocos años pasaron de estar sometidos por la bota comunista a votar a demócratas tan genuinos como los gemelos Kaczynski, Viktor Orbán, Leonid Kuchma y tutti quanti. Lo explica de cine Pavel refiriéndose al lugar donde decidió refugiarse: “Mitad ciudad, mitad pueblo. Quería que siguiera siendo así por los siglos de los siglos. Creo que la mayoría de sus habitantes querían lo mismo. Que los dejaran en paz. Quizás un buga mejor, una tele más grande, pero en general tranquilidad y que todo siguiera igual que antes, pero un poco mejor. Dios los librase de cambios. Yo les entendía perfectamente. No querían pagar por algo que no habían pedido. Andaban con la mosca detrás de la oreja y en vez de libertad, habrían preferido igualdad”.

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