LITERATURA /// Lecturas

Poética caligrafiada de la economía moral

EL SENTIR DE LA POBREZA /// José Manuel Brabo, Cachas

 2004

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El sentir de la pobreza es un libro de actualidad, por no decir “rabiosa actualidad”, expresión ahora redimida del orín del tópico. Pero nunca se ha publicado, y ni siquiera nació con esa intención. De seguir un curso normal, se habría convertido en regalo, previa encuadernación manual, para media docena de personas. No sé si yo era una de ellas, pero el caso es que he acabado leyendo, pausada y reflexivamente, los folios guardados en una caja de zapatos que, con ese título, creó, ordenó, caligrafió, diseñó e ilustró José Manuel Brabo Castells antes de morir en 2004. O sea, el último de los libros de Cachas, según le llamábamos sus muchísimos amigos, y también de L. de Atar, como firmaba apuntes filosóficos, poemas y travesuras literarias. ¿Loco de Atar? ¿Ese es el adjetivo que escondía la abreviatura? Muy probablemente. Pero sólo la modestia que le caracterizaba invita a descartar Listo de Atar, Lúcido de Atar, Lince de Atar, Leído de Atar, Laborioso de Atar, Letraherido de Atar, Lacónico de Atar, Luminaria de Atar, Libérrimo de Atar, Lapidario de Atar...A tenor de sus escritos, todos esos atares cabían en el avatar. Y también otros más elementales, tipo Lápiz o Lazo de Atar, utensilios con que primero trazaba los borradores de sus primorosas caligrafías y luego las agrupaba.

 

Pensador, poeta, músico, albañil, artesano, pintor, carpintero, astrónomo, hortelano, pendolista...Cachas siempre aprendió poniéndose manos a la obra y nunca dejó de crecer confrontando sus ideas con las imperantes en cada momento. Fruto de la sabiduria de la experiencia, en El sentir de la pobreza se percibe también la libertad de quien está cerca de irse del mundo con más riquezas espirituales que materiales. Todos los capítulos, precedidos de un lema a modo de portadilla, contienen citas, versos, proverbios y aforismos de diversa procedencia junto a escritos propios. El primer capítulo, “De la escasez de los recursos”, da paso a “La posesión” y éste a “Los recursos al alcance de la mano”, subtitulado “De la gratuidad de lo esencial”. El libro, hasta ahí expositivo y analítico, da un brinco en los cuatro siguientes apartados. El cuajo filosófico de Cachas determina entonces la selección de textos que enaltecen la pobreza razonablemente buscada. “No necesitar nada”, “Objetos suntuarios y necesidades primarias”, “La banalidad: una perspectiva monástica” y “La simplicidad intelectual: De vita beata” aportan además pistas sobre el talante existencial del autor-compilador, quien acaba el libro con un tono más ligero en el premonitorio capítulo “Intercambios, trueque, donación” y otro, no incluido en el índice y en apariencia inacabado, “El ascetismo de la diversidad”.

 

El sentir de la pobreza fue gestado en la fase delirante (expansiva la llaman otros) de la economía española por un Cachas ya de precaria salud, pero esa doble circunstancia no condicionó su estar en el mundo ni su exigente mirada alrededor. Él prosiguió, impertérrito, la indagación interior que desde su juventud le impulsó a desdeñar éxito, fama y dinero, tríada por demás venenosa a la que pudo haber aspirado con fundamento. Tenía dotes artísticas, una mente inquieta, interés por la dimensión práctica de cualquier clase de conocimiento y el espíritu de superación que se da por supuesto en alguien con su apodo, acuñado cuando era un atleta juvenil en Madrid. Para su último libro hasta dibujó la cubierta y creó la estampa en tinta china que introduce al capítulo “De la escasez de los recursos”, ambas de un tremendismo poco acorde con el ponderado alegato en favor del desprendimiento de casi todas las páginas. El fondo de terrones yermos en la portada sugiere derrota, devastación, una plaga bíblica. Y rechina la jota, entre retadora y furiosa, que bailan un hombre y una mujer al lado de dos perrillos de lanas parecidos a Güero y Deu, habitantes de la casa menorquina de Benifadet en la que el autor no eludió afrontar sus propios fantasmas, casi siempre con la serenidad del buen lector de Antonio Machado que era.

Seducido por las sombras y penumbras, Cachas les dedicó un extenso apartado en una obra de casi 250 páginas, formato grande y tapa dura con estampado de tela que atesoro en mi biblioteca como si se tratara de un incunable. Ese libro, otro de los últimos suyos, evidencia hasta qué punto había asimilado el reto planteado por Junichiro Tanizaki en El elogio de la sombra: “Me gustaría resucitar, al menos en el ámbito de la literatura, ese universo de sombras que estamos disipando...Me gustaría ampliar el alero de ese edificio llamado “literatura”, oscurecer sus paredes, hundir en la sombra lo que resulta demasiado visible y despojar su interior de cualquier adorno superfluo”. No hay citas del novelista japonés en El sentir de la pobreza, pero su influencia se percibe desde el enunciado del título hasta la composición de muchas páginas, deudoras también de la pasión de Cachas por los kanjis y otras escrituras ideogramáticas. De hecho, El sentir de la pobreza es un libro inexistente, y por tanto nebuloso, el continente idóneo para el autorretrato silueteado que L. de Atar legó a los amigos. Un regalo de despedida en el que incluyó esta reveladora reflexión sobre sus trabajos artísticos y literarios: “La Caligrafía, por el carácter más reposado y laborioso de su escritura, y por su condición irrevocable en la grafía, favorece la supresión –a veces involuntaria, sintomática– de textos que, por perderse en circunloquios y ambages, nos resultarían tediosamente innecesarios”.

 

P. B. Roza el despropósito reproducir de esta manera lo que escribió Cachas sobre la caligrafía. El centenar largo de páginas que integran El sentir de la pobreza deben leerse tal y como fueron concebidas. La combinación de tipos y cuerpos de letras, diseños, guiños visuales y dibujos es la que determina el valor definitivo de la obra, ya sugerente por la calidad de los textos. Podría haber acompañado esta nota con algunos escaneos del libro, pero renuncio a elegir, no quiero primar unas páginas sobre otras. Me parece imprescindible considerar el libro como un todo y abordarlo en el orden que estableció el autor. Eso sería posible en el caso de que se editara bajo demanda o promovido con las herramientas de microfinanciación existentes en la red. Que un proyecto así resulte factible, o tan solo deseable, ya depende de factores que no corresponde examinar aquí. Yo lanzo la idea convencido de que la edición en papel recobra ahora todo su sentido en obras como El sentir de la pobreza.

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