LITERATURA /// Lecturas

Un detective negro contra el ladrón del tiempo

MARIPOSA DE NOCHE /// James Sallis

RBA, 2012

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Más allá de obvios intereses económicos, no resulta fácil entender las razones de según qué famas literarias, pero son aún más inextricables ciertos ninguneos, sobre todo si se trata de autores de género, fáciles de ordenar en un escalafón diferente del establecido por la industria de la edición, la crítica y los lectores. En puertas del verano se publicaron, como cada año, dobles páginas en periódicos y suplementos literarios en las que se recomendaban un buen puñado de escritores de novela negra y se orillaba, con olímpico desdén, a otros merecedores de reconocimiento. Ese fue el caso de uno que, sin embargo, había concitado interés mediático meses antes en España a raíz del tirón de Drive, película basada en una de sus obras.

 

Nacido en 1944, en el estado norteamericano de Arkansas, James Sallis escribe casi de todo (novela negra, ciencia-ficción, poesía, ensayo, crítica literaria, biografías…) y se desempeña como músico y profesor. Se trata de un sesentón que acumula recursos y habilidades, un creador singular, uno de esos intelectuales sureños deslumbrantes, el estupendo narrador al que parece haberle mirado un tuerto porque, según la solapa de Mariposa de noche, carga con la etiqueta de eterno favorito “a los más prestigiosos premios internacionales de novela negra, como el Anthony, el Edgar o el Shamus Award”. Lew Griffin, su más conocido personaje, también tiene trazas de eterno perdedor, pero casi siempre acaba ganando, incluso la dura batalla que entabla consigo. Negro de mediana edad con debilidad por las enfermeras británicas, alcohólico más o menos rehabilitado, escritor intermitente, profesor de literatura encandilado con los existencialistas franceses, detective por circunstancias y ciudadano de la risueña Nueva Orleans anterior al Katrina, como criatura de ficción policiaca está a la altura del Lew Archer de Ross MacDonald, pese a que no tienen demasiado en común si se deja de lado su insistente hurgar en el pasado para desentrañar el presente.    

 

En Mariposa de noche, como en el resto de las novelas protagonizadas por Griffin, éste relata en primera persona una búsqueda (por lo general el hijo de alguien: el suyo propio, de algún amigo, de una ex amante…) que le exige dosis considerables de astucia, fuerza física y capacidad de comprensión, incluso amor, por el género humano. Y esto, con ser bastante, seguramente no alcanzaría la excelencia literaria con otra voz distinta a la suya: espasmódica, herida, esperanzada, culta, vibrante, mordaz… Alguien que llama a la vida “esa zorra neomarxista” y dice de un exasperante prójimo que sería capaz de hacer gruñir hasta los ángeles de Rilke, fijo que tiene un pico de oro. Pero pocas bromas con él. Ya mató una vez, y volvería a hacerlo si se viera obligado a ello. Que acostumbre a levantarse el ánimo leyendo a Thomas Bernhard da alguna pista del fuego que le corroe por dentro.

 

El avispón negro, El ojo del grillo y El tejedor, las otras historias de Griffin publicadas en castellano años atrás, figuran en el catálogo de Poliedro, un sello de más calidad que difusión. Con Mariposa de noche componen un póker de magníficos títulos con insecto. De hecho, en esta novela, reeditada ahora por RBA, Sallis se refiere por primera vez al tejedor del poema de Yeats que flota en aguas quietas sobre la corriente del tiempo. Y por si alguien no lo sabe, un tejedor es lo mismo que un zapatero, ese insecto que se hunde irremediablemente en cuanto se agita su entorno, por muy alto que sea o por muy azules que tenga los ojos. Tras ver recientes fotografías suyas, imagino claras la mirada y la tez de Sallis, pero durante años creí que se trataba de un autor afroamericano, entre otras razones porque ha jugado a la confusión entre él y su personaje. La imagen de las solapas de Poliedro no era nítida, desde luego, pero además se me hacía difícil creer que el padre de Griffin y cronista de Nueva Orleans que tanto me gustaba no fuera un novelista de la estirpe de Chester Himes, al que Sallis biografió. Prejuicios míos, por supuesto, pero pocos escritores blancos estadounidenses serían capaces de clavar un personaje tan negro como Griffin. Tan negro y tan agudo. Ahora, cuando me levanto torcido, enderezo el día recordando una frase suya de Mariposa de noche: “El tiempo, ladrón de vidas y de buenas intenciones”.

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