LITERATURA /// Lecturas

Alegre reeencuentro con el viejo compadre Frank

FRANCAMENTE, FRANK /// Richard Ford

ANAGRAMA, 2015

..................

Dado que ya había escrito sobre Flores en las grietas y Canadá en esta sección, renuncié a comentar el último libro de Richard Ford antes de leerlo. Luego me gustó tanto que cambié de idea y algo más tarde la concesión del Princesa de Asturias me puso en un brete. Por un lado, consideraba excesivo volver a otro premiado en lengua inglesa, el tercero tras Philip Roth y John Banville, y, por otro, me costaba no compartir el reencuentro con Frank Bascombe. Además, tampoco ayudaba a aclararme la reincidencia del agasajo en Oviedo a novelistas que admiro. Sin duda merecían el galardón, pero la fundación que lo otorga persigue el aparatoso enaltecimiento dinástico de los Borbones por encima de los objetivos proclamados en sus estatutos. Por eso no me extrañó que Felipe VI dijera en el Teatro Campoamor que las obras de Ford destilan “pureza, honradez y grandeza”. Enormes conceptos, rancios palabrones. Prédica de palacio más que acta de reconocimiento literario. Nada que ver con el tono empleado por el escritor, en el discurso de aceptación del premio, para reafirmar su pretensión de aportar algún tipo de provecho al mundo. Tal vez alegría, conjeturó con exagerada humildad a tenor de la mucha que proporciona la lectura de su reciente entrega.

 

Francamente, Frank trata, en esencia, de las pejigueras, menguas y engaños de la vejez. Enunciado así, el tema es lúgubre, pero Ford o, si se prefiere su recuperado alter ego, un Frank Bascombe más perspicaz que nunca, lo aborda con desparpajo y humor suficientes como para provocar la carcajada, y eso que las cuatro historias transcurren en la costa de Nueva Jersey en los dos meses posteriores al devastador paso del huracán Sandy en 2012. Bascombe, ahora jubilado y de nuevo residente en Haddam, necesita aligerar su existencia. “Cuando uno se hace viejo como yo, se encuentra inmerso en las acumulaciones de la vida”, reflexiona al principio del libro, e insiste en esa idea, ya al final, cuando considera conveniente tener pocos amigos o ir perdiéndolos con el paso del tiempo. La insoportable saturación que provocan los años alcanza incluso al lenguaje, rebosante de palabras contaminadas a eliminar del diccionario (la primera, “realmente”). En cualquier caso, Bascombe guarda las necesarias para componer un discurso lúcido, irreverente, con mucha guasa y enunciado como quien farfulla, algo que multiplica su mordacidad. Inclemente al juzgar cuanto le rodea, tampoco se anda con paños calientes al referirse a si mismo, como queda de manifiesto al calificar su decisión de volver a Haddam como “conservadora, reflexiva, poco atrevida y ávida de comodidad”, bien que habiendo pretendido hacerla pasar por todo lo contrario: “original, valerosa, inteligente, una incursión en el misterio de la vida, un paso audaz que sólo darían unos cuantos insensatos”.

 

La irrupción de personajes del pasado en el retiro de Bascombe provoca cada una de las narraciones. El millonario de careto desfigurado por la cirugía estética al que vendió una costosa propiedad ahora destruida por el huracán. La ex-inquilina negra de edad madura y abrigo rojo que le pide echar un vistazo a la casa de Haddam, escenario de una sórdida tragedia familiar. Ann, su ex-mujer, enferma de Parkinson y recién aposentada en la suntuosa residencia (con el disparatado nombre de Carnage Hill) donde pasará sus últimos años. El conocido que, agonizante, le confiesa un penoso episodio sexual ocurrido años atrás. Aparentemente independientes, las historias están encandenadas. Un pensamiento o una sensación, incluso el resumen de lo contado, sirve tanto para poner fin a una como para dar título y sentido a la siguiente. “Aquí estoy yo”. “Todo podría ser peor”. “La nueva normalidad”. “Muertes de otros”. Casi pueden leerse como el texto de un telegrama...El libro es tan redondo que hasta tiene dos o tres breves e incoherentes apostillas que no se sabe si achacar a un error de edición o la pérdida de facultades del autor, o su personaje.

 

Bascombe, que apenas se mueve de casa salvo para recibir a desorientados veteranos que regresan de Irak y Afganistán, no para de exponer opiniones, afilar ideas, desvelar congojas, justificar impulsos y repartir diatribas, por lo general escudado en la aceptación de lo que denomina con resignada sorna su “Yo por Defecto”. Con ese flujo de conciencia Ford pone al día sus temas recurrentes y aborda otros con pinta de darle en adelante mucho juego, como el crudo negocio asistencial de ancianos blancos adinerados, los sorprendentes avances de la biotecnología, la imparable inmigración hispana o el surgimiento de un nuevo tipo de sociabillidad solidaria, personalizada en Sally, la segunda mujer de Bascombe, consejera de aflición con los damnificados del Sandy. Según sostiene quien fuera periodista deportivo y agente inmobiliario, no hay una forma adecuada de planificar la vida ni tampoco de vivirla, sólo un montón de formas inadecuadas, pero aún así el futuro podría requerir otra categoría de sentimientos, acompañada de un nuevo lenguaje. Mientras tanto, él sigue con el que le identifica como estadounidense de clase media de la Costa Este, patriótico a su modo, especulativo, impúdico, con abundante retranca y proclive a procesar chatarra emocional.

 

 ¿Qué hay de más interesante en el mundo que el hecho de que alguien esté de acuerdo contigo?” “De manera inquietante siempre sé la hora que es, como si un cronómetro hiciera tictac dentro de mi”. “¿Por qué somos tan capullos? ¿Por qué no podría lo malo revelarse simplemente, sin que tenga uno que mojarse los putos pies? Los errores son errores mucho antes de que los cometamos?” “Lo que quiero por encima de todo es no hacer lo que no quiero”... Con frases así, directas y a menudo brillantes, Francamente Frank atrapa a los lectores de la edad de Bascombe, esa en que, como bien afirma, el mundo se nos va encogiendo, y conviene seleccionar autores, personajes y libros a los que dedicar un tiempo que cada vez cunde menos. Con Richard Ford no hay miedo de malgastarlo. Resulta un escritor tan sólido que hasta procura alegría por adelantado. O eso le pasa a uno sólo con pensar en los dicterios y befas que dedicará al ínclito Donald Trump en sus próximos títulos.

....................