LITERATURA /// Lecturas

La gran estafa navarra

EL BANQUETE /// Alberto Gil, Aritz Inxusta y Patxi Zamora

Txalaparta, 2013

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Lo fúnebre del fondo de la cubierta induce a descartar que se trate del famoso diálogo platónico. El sarcasmo del título, en caja alta y ahuecado blanco, cobra todo su significado con el lema que, de foralísimo rojo, le sigue, “Expolio y desaparición de la can” (las siglas reproducidas en cuerpo mayor según la última monería corporativa), y con la ilustración del disco de una caja fuerte junto con las cadenas del escudo de Navarra. En cualquier otro lugar, EL BANQUETE sería un acabado ejemplo de instant book sobre desmanes financieros, pero en el Viejo Reyno, tan refractario a lo instantáneo, y ya no digamos en el ámbito político, cabe interpretarlo como una carga de profundidad capaz de provocar a medio plazo algo más que la ira del ciudadano de a pie. De hecho, en el momento de escribir estas líneas una comisión parlamentaria investigaba prácticas irregulares del gobierno de UPN que bien podrían acabar en una moción de censura y nuevas elecciones, algo difícil de imaginar sin el hartazgo general ante el mangoneo de la clase dirigente que denuncia el libro.

 

EL BANQUETE pone los pelos de punta incluso al lector más reacio a dar crédito a los hechos relatados, las cifras que maneja y el impulso regenerador que lo anima. Obviamente, enfatiza los aspectos más criticables de la gestión político-financiera que arruinó Caja Navarra en un tiempo récord, pero está bien documentado e hilado. Ya va por la tercera edición, con 6.000 ejemplares vendidos solo desde diciembre de 2013, y no resulta aventurado presuponer que habrá otras. Promovido por la asociación de consumidores Kontuz! (“¡Cuidado!”) y escrito por los periodistas Alberto Gil, Aritz Intxusta y Patxi Zamora, ha conseguido superar la rígida parcelación que separa a compradores navarristas y nacionalistas, e incluso las reticencias de algunos de estos últimos ante el sesgo del catálogo del sello editor, Txalaparta, adscrito a la izquierda abertzale. Nada excepcional si se considera que en la investigación realizada para aportar informaciones novedosas y contrastadas, los autores contaron, como recalcan en varias ocasiones, con la colaboración de personas  muy alejadas de sus presupuestos políticos. Con toda seguridad, las ganas de ajustar cuentas han jugado a favor de EL BANQUETE. Las cenizas de la indignación de ex-directivos y trabajadores no sólo han abonado las denuncias del libro, sino también otras iniciativas contra la impunidad de quienes liquidaron la antaño potente Caja Navarra, algunas todavía con recorrido en sede judicial.

 

Que haya a o no condenas en este caso, como en los de Bankia, NovaCaixaGalicia, Caja de Ahorros del Mediterráneo, Caja Castilla-La Mancha y tantos escandalosos ejemplos de incuria y desvergüenza, sólo servirá para determinar la salud democrática del tan proclamado Estado de Derecho y, subsidiariamente, para reflejar qué hay de cierto en la no menos cacareada voluntad de regeneración social. Las trampas contables, las inversiones descabelladas, los timos a la gente del común, los latrocinios de los directivos... todas esas patentes de corso con las que se operó en las altas esferas de instituciones crediticias públicas o semipúblicas están de sobra documentadas, y también ha quedado en evidencia la pamema publicitaria en torno al valor del ahorro y el uso social que se hace de él. Las Cajas han sido durante decenios un instrumento del poder político autonómico y a la par, la mayoría de ellas, un chollo para vivales bien conectados. De lo que desvela el libro respecto a Caja Navarra, el rigodón de contratos millonarios en la cúspide, remozamiento discotequero de la plantilla y kalejira de jubilaciones forzosas, delirantes planes de expansión, inversiones industriales dictadas por el amiguismo o el interés político, perversa ocultación de la verdadera situación económica y obsesiva venta de humo no difiere gran cosa de lo que sucedía, con similar descaro, en las cajas de otras comunidades. Pero Navarra acostumbra a dar doble o triple juego político, y en EL BANQUETE aparecen conexiones que implican a cargos de confianza de la Casa Real, al activo lobby foral de Madrid, al CNI, al ministerio fiscal y a empresarios de fama nacional urdiendo todos tipo de ajos, incluidos los siempre complicados pactos para la gobernabilidad de la comunidad. Y esta es la parte menos convincente de la obra, ya que por muy cuestión de Estado que sea Navarra y por mucho que se instrumentalice la “amenaza vasca”, ciertas interpretaciones resultan un tanto cogidas por los pelos, y otras no pasan de conjeturas. Pero nada de esto empaña su valor. Más allá de los prejuicios políticos de los autores y de los míos como lector, se trata de un trabajo de investigación exigente, sólido y... necesario, por no decir imprescindible.

 

Poco sustrato literario hay en EL BANQUETE, pero sí material de crónica negra como para armar una apasionante novela de género: juntas de consejeros secretas, intrigas de palacio, intentos de chantaje, simonismo empresarial, dinero negro, carreras políticas truncadas, directivos tan megalómanos como ineptos, enjambres societarios, zancadillas de rábula en los juzgados... Con todo esto, ampliamente tratado en los medios de comunicación, más sus propios descubrimientos de lo que definen como “trama”, Gil, Intxusta y Zamora detallan el expolio de Caja Navarra según las Claves de la Razón Financiera de cuando todo el monte era orégano y según las Claves de la Razón Política del “si s´hunde el mundo que s´hunda, Navarra siempre p´alante”. El suyo es el relato de una estafa, quizás no en términos judiciales, pero sí de la ética política y de la eficiencia pública. Viendo la escena en la que el alcalde Carmine Polito berrea Delilah en La gran estafa americana no pude menos que recordar al entonces presidente Miguel Sanz cantando jotas, también de madrugada, con los navarros de la ciudad argentina de Rosario. Una asociacion a bote pronto. Una sobreimpresión inocente a cuenta de la música, la farra, las amistades repentinas, lo duro que debe resultar ejercer de político rocero a altas horas de la madrugada. Una nadería, en fin, comparada con la contundente denuncia de las páginas de El BANQUETE.

 

N. B. Los tres autores del libro y el equipo de Kontuz! que les apoyó realizaron buena parte de sus reuniones de trabajo en los locales de la peña pamplonesa El Bullicio, y esa circunstancia también me trajo a la memoria otra canción, la que mi padre ha venido repitiendo toda su vida y con más énfasis desde que la entona a dúo con herr Alzheimer: “Los del Bullicio/somos de bronce./Por el apellido/nadie nos conoce”. Debe tratarse de una estrofa del himno original de la sociedad, orillado hace décadas, pero la coincidencia me indujo a reparar, simple que es uno, en lo que EL BANQUETE tiene de eterno ritornello. La gente de bronce contra la de tarjeta visa-oro. Los de apellido desconocido, o si se quiere común, contra los de recio abolengo o con peso político. Los Gil, Intxusta, Zamora y compañía contra los Sanz, Goñi, Barcina, Asiáin, Taberna, Sarría y otros de similar ringorrango.

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