LITERATURA /// Lecturas

Sicario de otros tiempos

EL COMPLOT MONGOL /// Rafael Bernal

Libros del Asteroide, 2013

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Título iniciador de una literatura que ha tenido brillante continuidad en Paco Ignacio Taibo II, Élmer Mendoza y los miembros de la llamada generación Z, El complot mongol es una peculiar novela negra. En ella hay enredo, acción, violencia, desarraigo y crítica social, pero también una sorna que por momentos incita a considerarla, más que semilla del género en México, una recreación paródica al modo de lo que escribía Boris Vian y firmaba Vernon Sullivan. Así ocurre en la primera parte del relato, por el que pululan personajes como escapados de la serie del Superagente 86, espías que dejan a la altura del zapato a James Bond, chinos de teatlillo de vodevil y malandrines de cachiporra típicos de la pulp fiction y los principios del hard boiled. Luego, conforme avanza la trama, hábilmente insertada en el repunte de la Guerra Fría que originó el castrismo, todo discurre por las sendas habituales de la intriga policíaca con el aderezo de la singularidad criminal (y política) mexicana .

 

Yuri Herrera, escritor de esa nacionalidad, sugiere en el prólogo que la edición española de la obra de Rafael Bernal puede servir de lente, "precisa e implacable", para examinar nuestro caos nacional. Sí, y también para analizar el lío búlgaro, el contubernio tailandés, incluso el pufo angoleño, pero parecen más pertinentes miradas o interpretaciones como la que llevaría a constatar lo remal que se mata ahora en México en comparación con la época, no tan lejana, en que transcurre la novela. Los miles de asesinados por los sicarios de los carteles de la droga querrían para sí la limpieza profesional, incluso la delicadeza, con que Filisberto García acostumbra a "madrugar cristianos en la noche". Pistolero al servicio de un sistema que cada día le es más ajeno, el protagonista de El complot mongol considera que todos los muertos merecen un respeto, y en especial los que llevan su firma. Además, como precisa con retranca, "matar no es un trabajo que ocupe mucho tiempo, sobre todo desde que le estamos haciendo a la mucha ley, y al mucho orden y al mucho gobierno".

 

Orgulloso de actuar por libre y conducirse según sus reglas, a Filisberto García le obligan a jugar doblemente emparejado una partida en la que en teoría participan Estados Unidos, la Unión Soviética, Cuba, China y hasta Mongolia Exterior, pero con cartas marcadas por quienes llevan decenios contratando sus expeditivos servicios. Finalmente, consigue salir indemne del embrollo e incluso tiene ocasión, en apenas tres días, de repasar su pinche vida, recordar los pinches difuntos que ha dejado en el camino, medio enamorarse de una pinche china a la que ni toca pese a compartir cama y desenmascarar, dándoles su merecido, a los pinches jerifaltes que, de pronto muy seriecitos, han hecho de la Revolución gobierno, pinche Revolución y pinche gobierno!". Y pinche época, se queja Filisberto, en la que "hasta los de huarache me taconean".

 

Según Élmer Mendoza, padre literario de Édgar El Zurdo Mendieta, famoso detective culiacanense, la obra de Rafael Bernal no solo sigue la ruta del dinero, sino también la del poder, "más truculenta y sanguinaria". Ése es, desde luego, uno de sus méritos, y muy notable al haber sido escrita en el apogeo del PRI, pero tan decisiva o más resulta la figura, igualmente poco convencional, de Filisberto García. Un cabronazo que no deja de perorar. Un guarura implacable. Un rebuznante machista. Un sayón al servicio de la camarilla gubernamental más siniestra que, contra toda previsión, acaba ganándose cierto aprecio del lector gracias a su brutal sinceridad y la rabia que le hace imprevisible, como cuando se compara, a mitad de la novela, con el preboste que le ha tendido la celada: "¡Pinche señor Del Valle! De a mucho discurso de fiestas patrias y toda la cosa. Ruda sería su madre, desgraciado. Yo solo soy pistolero profesional, matón a sueldo de la policía. ¿Para qué tantas palabritas? Si lo que quiere es que me quiebre a los chinos, que lo diga. ¡Pinches chales! De todos modos le tengo ganas al chino Liu. Como que me madrugó, el fregado. Y ora haciéndole al Centauro del Norte. Si soy del mero Yurécuaro, Michoacán, hijo de la Charanda y de padre desconocido. Y si no les gustó, vayan todos, absolutamente todos y chinguen a su madre".

 

Filisberto García piensa, habla y escribe como actúa: sin contemplaciones. Sus monólogos, intercalados en el relato del narrador omnisciente, recuerdan en primera instancia el bordoneo de un moscardón, pero son tan venenosos como los aguijonazos de las avispas asesinas. Y, en ocasiones, hasta demuestran el talante visionario que le induce a reclamar sarcásticamente una facultad de pistoleros, con un curso para "aprender a no acordarse de los muertos que se van haciendo" y otro para conseguir que en el caso de que persista el recuerdo, "importe una pura y dos con sal". Lo dicho: un sicario de otros tiempos, puede incluso que mejores. Un tipo para el que la medida de su oficio es el individuo y no la banda, el asesinato limpio y no la tortura, la fidelidad a quienes ha pasaportado de su mano y no el escarnio a su memoria y el acoso a sus deudos. "Filisberto García, el que mató a Teódulo Reina en Irapuato. Solo. De hombre a hombre. Sin investigar".

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