LITERATURA /// Lecturas
Consternaciones familiares
EN LA ORILLA /// Rafael Chirbes
ANAGRAMA, 2013
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Sí. No. Sí y no. No y sí. No, pero sí. Sí, pero no. Sí, sí, sí. No, no, no... Me siento incapaz de sustentar una opinión rotunda sobre En la orilla, la novela española más galardonada en 2014. Ni siquiera puedo afirmar que me impresionara al comenzarla, me atrapara hasta casi la mitad de sus más de 400 páginas, perdiera interés por ella a partir de entonces y acabara cayéndoseme de las manos, aunque algo de eso hubo. La culpa debe ser de mi lectura: un pelín pejiguera y más esquiva conforme iba constatando que no respondía a las expectativas generadas por premios como el la Crítica y el Nacional de Literatura. Doy por cierto que si no la mejor, En la orilla fue la novela más destacada del año pasado, pero eso, al fin y cabo, dice tanto de ella como del estado actual de la creación literaria peninsular en castellano y, más todavía, de la tendencia a la unanimidad que en ocasiones condiciona la labor crítica y las modas editoriales. El año pasado tocaba escribir, publicar y aupar libros sobre la crisis.
He leído u oído que hasta el propio Chirbes anda con la mosca en la oreja por semejante cacareo y, aunque cueste creerlo tratándose de un escritor, quizás sea verdad. Su última obra, notable por el despliegue léxico y la variedad de recursos sintácticos, se resiente de una chusca estructura. El preludio (títulado El hallazgo) desactiva parte de un larguísimo cuerpo central (Localización de exteriores), para colmo rematado con un desenlace previsible (Éxodo). Sin intriga, lo que cuenta el protagonista (y en ocasiones los operarios de su carpintería familiar en quiebra) va perdiendo no sólo interés, sino también emoción. Menos mal que entre el pesaroso recuento autobiográfico de Esteban, setentón y soltero, se intercala el parloteo doméstico, repleto de vivaces modismos colombianos, de la joven mujer que le ayuda en el cuidado de su anciano padre, un muerto en vida a quien culpa de todos sus males.
Precisamente, en torno a la figura paterna gira el inmisericorde repaso a la institución familiar que encierra la novela de Rafael Chirbes, escritor de conocido talante solitario. El asunto cobra tanto relieve que un lector crédulo hasta podría caer en la tentación de interpretarla en clave de las famosas constelaciones familiares. Aunque, bien mirado, las que abundan son las consternaciones familiares, y de dos clases. Las del narrador, de su abuelo republicano fusilado, de su padre represaliado por rojo, de su frustrada y desclasada madre, de sus impresentables hermanos...y hasta de su engreído amigo de infancia Francisco, viudo de la única mujer a la que Esteban amó, pero que prefirió abortar antes que tener un hijo suyo. Las otras consternaciones son familiares en el sentido de sobradamente padecidas por una ciudadanía traicionada por sus gobernantes y conmocionada por el incumplimiento del pacto social que garantizaba el bienestar, o acaso solo la seguridad, a cambio de trabajo conformista, consumo desmedido y borreguismo político. De todo este estropicio, y de la insoportable resaca tras la borrachera de falsa felicidad colectiva, trata En la orilla dando carrete a jugosas dicotomías, tanto en lo que se refiere al paisaje (pueblo interior de Olba-balneario marino de Misen, pantano-mar, marjal-playa...) como al paisanaje (padres-hijos, vencedores-vencidos en la guerra civil, jóvenes espléndidos-ancianos decrépitos, españoles-inmigrantes, estafadores-estafados, triunfadores en Madrid-perdedores en la tierra de nacimiento...).
Dos consideraciones más, una a favor y otra en contra de la novela, un sí y un no finales. Rafael Chirbes se luce al describir la naturaleza, reflexionar sobre la interacción del ser humano con ella, cargar la práctica cinegética de sentido metafórico, rescatar las tareas, las herramientos y la nomenclatura de oficios en peligro de extinción (carpintero, ebanista, albañil, pescador, collidor de naranjas...) y, entre otras recreaciones del litoral mediterráneo en descomposición que ha elegido como territorio narrativo, al desvelar las pautas perversas que trazan el éxito en los negocios. Todo esto es lo mejor de En la orilla. Respecto a lo peor, descontado el fallo estructural al que ya he hecho mención, tampoco tengo dudas: el pesimismo monomaníaco que desvirtúa un texto hiperrealista tiznado de tremendismo. Todos los personajes son egoístas, falsos, crueles, abusadores, deleznables de arriba abajo, por la mañana y por la noche, en casa y en la calle. Casi medio centenar de maromos de la estirpe de Caín con la única excepción del tío Ramón, mentor del protagonista en su niñez de posguerra y quien le adriestra a cazar con el cebo requerido por cada presa. Pero Esteban, lejos de aprovechar sus enseñanzas, no deja de dar tumbos en su vida hasta que al final le cazan a él, por no decir que se deja cazar, firmemente convencido de que “no hay ser humano que no merezca ser tratado como culpable” y de que “bajo la copa del cielo, no hay paz de Dios posible, sino guerra de todos contra todos y de todo contra todo”. El castigo, pues, está garantizado y de poco sirve tratar de aceptarlo con el sarcasmo que impulsa a Esteban a preguntarse “¿qué esperabas? ¿que te siguiera creciendo la polla a los setenta? ¿ganar un maratón?”. Valenciano como es, Rafael Chirbes solo concede a sus pérfidos ninots una salida: el fuego purificador.
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