LITERATURA /// Lecturas

Catástrofe en el paraíso

LOS VIOLINES DE SAINT-JACQUES /// Patrick Leigh Fermor

Tusquets, 2006

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Patrick Leigh Fermor publicó su única novela en 1953. Antes había escrito un libro sobre su estancia en las Antillas y luego, a lo largo de décadas, la media docena que lo encumbraron como autor de literatura de viajes. La ficción, a la vista está, no resultaba compatible con un espíritu tan aventurero, ni le permitía convertir sus singulares conocimientos y facultades en mantillo literario. De geografía, religión, lingüística, historia, arte, política y buen vivir tratan Mani y Roumeli, donde detalla su vagabundeo  por Grecia, país en el que se radicó tras luchar contra los alemanes en Creta. Y de su enorme curiosidad, así como de su precoz gusto por la escapada, hay más que evidencias en El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el agua, crónicas retrospectivas de su viaje a pie desde Rotterdam a Estambul o, mejor, Constantinopla, puesto que ya entonces sentía pasión por el mundo bizantino. La rememoración de esas correrías quedó interrumpida en Rumanía, pero se dice que existe un tercer volumen, de inminente aparición en Gran Bretaña, que la completa. Es la noticia que esperan desde hace tiempo los numerosos admiradores de Leigh Fermor, fallecido en 2011 a los 96 años.

 

Viajes y viajeros abundan también en Los violines de Saint-Jacques. La historia transcurre en un lugar de las Antillas a fines del siglo XIX, y el narrador la conoce, cinco décadas más tarde, en otra isla, pero del Egeo, donde está de paso. Quien la cuenta es una fascinante mujer que también le hace partícipe de sus recuerdos de Fiji, Rara-Tonga, Córcega y las Baleares. Por momentos, autor y narrador parecen confundirse en un relato cuyo escenario principal es una isla imaginaria, Saint-Jacques, que acaba engullida por el Caribe en la catástrofe natural que marca la existencia de Berthe de Rennes con apenas 20 años. Una edad parecida a la del escritor inglés cuando entre 1933 y 1935, en pleno ascenso del nazismo, cruzó Alemania y otros países europeos camino del Bósforo.

 

Los violines de Saint-Jacques alcanza por poco la categoría de novela corta. La trama apenas tiene desarrollo. Simplemente proporciona la excusa para recrear un mundo legendario a punto de volatizarse. Pero está bien pautada, progresa con suspense  y  hasta amaga mcguffins al modo de Hitchcock. Hay lujo a raudales, amoríos, comedias de enredo, sonidos selváticos, danzarines poseídos, retos a duelo, nieve volcánica, persecuciones en chalupa, leprosos embozados y un puñado de extravagantes personajes alineados en bandos irreconciliables: la aristocracia criolla y los funcionarios franceses de la Tercera República. En ese contexto la población jacobea negra cumple el papel de comparsa. Hombres y mujeres recién liberados de la esclavitud, apegados a rituales de profundas raíces africanas y dispuestos a gozar de la vida. O eso cabe deducir de lo que dice un sirviente, tras cortar la oreja tostada de un lechoncillo, al poderoso hacendado Raoul-Agénor-Marie-Gaëtan de Serindan de la Charce-Fontenay: “pruebe esto, señor conde, ¡se lo robamos al paraíso!”. 

 

Patrick Leigh Fermor describe ese mundo aparte que es Saint-Jacques con prosa pulida y el apabullante despliegue de referencias histórico-culturales habitual en el conjunto de su obra. La erupción del volcán que domina la isla en pleno carnaval preludia un terrible estallido, pero aun así sobrecoge la repentina y violenta desaparición de un lugar que representa la quintaesencia romántica del trópico: imprevisible, bello, feraz, mágico, concupiscente, multirracial… Con él se desvanece también un vestigio del pasado, la opulenta sociedad criolla, espléndidamente retratada por un autor que desde muy joven fue, a la vez, dandi erudito y mochilero juerguista. Los violines de Saint-Jacques, curiosamente incluida en una colección titulada “Andanzas”, merece leerse solo por eso, pero tiene otros atractivos, y no es el menor su sensualidad. En sus páginas se ve, se oye, se toca, se huele el Caribe, y en menor medida el Mediterráneo. Leigh Fermor podría haber hecho también carrera como novelista.   

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