LITERATURA /// Lecturas

Pudridero sin escapatoria

KNOCKEMSTIFF /// Donald Ray Pollock

Libros del Silencio, 2011

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Leer este libro después del prólogo de Kiko Amat implica un rotundo ejercicio de fe en la literatura. El novelista catalán lo recomienda entusiasmado, pero cuanto avanza sobre sus páginas echa para atrás: ¿por qué no ya conocer, sino tan solo hojear el microcosmos hediondo, el pudridero vital, el horror americano reflejado en Knockemstiff? Porque contiene 18 portentosos relatos. Por eso. Y porque el juego de verdades y mentiras de la ficción transporta a mundos que mejor conocer sobre el papel. Si se materializaran alrededor acabaríamos tan desquiciados como los personajes que implacablemente desnuda Donald Ray Pollock, aunque sin vejarlos ni fustigarles con vacuas admoniciones. Al fin y al cabo, Knockemstiff, liberado de la cursiva del título, es el lugar donde nació y, según aclara al final de la obra, el que le ha servido solo de inspiración. “Yo crecí en la hondonada –escribe– y mi familia y nuestros vecinos eran buena gente que nunca dudó en ayudar a nadie en caso de necesidad”.

 

La hondonada a la que se refiere es un infecto poblacho del sur de Ohio, el estado que condensa el ánimo estadounidense en época electoral. Un par de fábricas de papel y plástico. Plantas cárnicas. Olor nauseabundo. Nubes tóxicas. Casas semiderruidas y caravanas desvencijadas. Comida basura. Borracheras de whisky de garrafa. Peleas a puñetazos. Robos al por menor y mayor. Trapicheos. Anfetaminas. Polvo de ángel. Esteroides. Sobredosis. Alucinaciones. Enfermeras adictas. Sexo agrio. Fans de Charles Atlas, Albert de Salvo, Richard Speck, los Monkees, Glenn Campbell, Cher, Phil Collins, Guns´d Roses.. El aciago pelambre existencial que cabe esperar de una población obesa, alcoholizada, trastornada, carne de presidio y hospital. Un mierdoso sitio en medio de ninguna parte cuya institución de  mayor prestigio es el centro de rehabilitación Henry J Hamilton.


Ese es el telón de fondo del libro. Una puta ruina. Los habitantes de Knockemstiff no tienen escapatoria. Y su entorno empeora a lo largo de los 30 años que convierten al padre energúmeno de la primera historia (“La vida real”) en el anciano decrépito pero aún irascible de la última (“Los combates”) y a su hijo pequeño, al que obliga a pelear, en miembro de Alcohólicos Anónimos, apadrinado, además, por un negro de los que tanto detesta su viejo. Esos dos cuentos, como otros ocho, están escritos en primera persona, pero en casi todos, con independencia del tipo de narrador, hay personajes que se repiten, que van y vienen, que trafican con recetas, aporrean a sus parejas, insultan a los vecinos, timan a sus compañeros de farra, vomitan por las esquinas, se cagan en los pantalones, mean en el armario de la limpieza...Un enjambre politoxicómano que, pese a todo, o justamente gracias a que va atiborrado de drogas, borda frases como éstas, seleccionadas al vuelo: “La caravana olía como un almacén de malos recuerdos”. “No era una perversión sexual, sino más bien el placer que uno siente al ver que su amigo se queda sin trabajo o cómo un rico cabrón muere en un accidente aéreo”. “Nadie que no hubiera salido alguna vez con una retrasada podría entender por lo que estaba pasando”. “El mundo entero iba a por él, hasta las asclepsias y los escarabajos peloteros”. “Era como estar en el Atomic Speedway en plena noche familiar, esperando que alguien la cagara y se matara para que los niños pudieran divertirse”. “Parece ser que le había dejado convencerme para inhalar varios botes de Bactine. Después me había puesto enfermo, y ahora tenía el cerebro como una botella de lejía helada”. “La oxicodona llenó vacíos en mí que yo ni siquiera sabía que existieran”.


Así de sabrosos son los platillos narrativos de Donald Ray Pollock, otro escritor forjado en los talleres literarios americanos, currito de fábrica durante décadas y fraile antes que cocinero de letras. Sus relatos no lucen a la vista ni resultan fáciles de digerir. Los lectores pitiminís, o simplemente exquisitos, harán bien en olvidar Knockemstiff, nombre que al parecer proviene de la contracción de la expresión inglesa knock them/him stiff (déjalo/s tieso/s). Todos los demás, o sea la mayoría, están en condiciones de disfrutar con un verdadero festín de la literatura de la putrefacción, al modo de ciertos sibaritas de estómago fuerte. Y si luego padecen ardor aquí va un diálogo del relato “Barritas de pescado” a modo de antiácido: 

- “¿Por qué te fuiste a Florida?

- No lo sé. Por un libro que leí. Supongo que puede decirse que estaba buscando una vida mejor.

- ¿Y la encontraste?

- No, no era más que un condenado libro. No he vuelto a leer en mi vida.

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