LITERATURA /// Lecturas

Parábola de la pradera

CANADÁ /// Richard Foord

Anagrama, 2013

....................

Al final de Canadá el narrador, profesor de literatura recién jubilado, remarca dos cuestiones que no sólo sintetizan la memorable peripecia que a los 15 años condicionó su vida, sino las enseñanzas que pueden extraerse de una novela que tiene mucho de parábola. La primera genera desasosiego: el mal revolotea en torno a los acontecimientos normales, el entorno familiar, el aparente refugio de lo doméstico. La segunda sirve de lección o adiestramiento: pase lo que pase, por muy terrible que sea, con independencia de los límites rebasados, hay que luchar por restaurar la normalidad de la existencia y por mantenerla “en un estado continuo y aceptable”, estableciendo cuantas conexiones resulten necesarias para no “entregarse uno mismo a las olas que te derriban y te estrellan contra las rocas de la desesperación”. Dell Parsons, personaje que seguro dará futuras satisfacciones al nutrido club de seguidores de Richard Ford, tiene claro que cuando vienen mal dadas no cabe otra que mantenerse de pie sin victimismo ni resentimiento. Blandenguerías las justas.

El libro comienza en Great Falls, ciudad del estado de Montana, durante el verano de 1960; prosigue a lo largo de septiembre y octubre de ese mismo año en la vecina provincia canadiense de Saskatchevan, y termina, medio siglo después, a uno y otro lado de la frontera, justo antes de que el narrador decida volver sobre sus pasos, o más exactamente sobre el mal paso que llevó a sus padres a la cárcel y supuso su condena al destierro. Ese insospechado traspiés significa el final de su infancia, de la seguridad del hogar, de las expectativas convencionales, del orden benéfico de las cosas. Y la historia progresa, en un pueblo abandonado y abierto a los vientos de la pradera, con el adolescente en otro país junto a gente no solo extraña sino también peligrosa.

La maestría de Richard Ford le permite alumbrar una trama repleta de situaciones inauditas que acaban resultando plausibles por el impecable desarrollo de la lógica narrativa. El atraco a un banco que perpretran sus progenitores es la más determinante, pero hay otras que jalonan la paulatina comprensión del desmadejado proceder de los padres y la hermana melliza de Dell y el par de individuos que trata en Canadá, su supuesto protector, un inquietante prófugo estadounidense, y el tronado metis al que ayuda en cacerías organizadas de gansos. El lector queda atrapado tanto por la historia como por el modo en que Richard Ford señala, amaga u oculta detalles reveladores, organiza la aparición de personajes secundarios, deja fluir la contundencia de los hechos y, cuando le conviene, acelera la acción o la posterga. A este respecto, resulta significativa la frase con la que acaba la primera parte de la obra: "lo que cuento trata del progreso y del futuro, que no siempre son fáciles de ver cuando estás cerca de ambos".  

Que el autor de la trilogía El periodista deportivo, El Día de la Independencia y Acción de Gracias elija como escenario de ficción Canadá no significa un paréntesis en su monumental retrato novelístico de los Estados Unidos contemporáneos. De hecho, el libro comienza en Montana, territorio de relevancia en su escritura, contiene constantes referencias al sur, de donde proceden el padre del narrador y el propio Ford, y termina en Michigan –estado al que vincula con el origen de las actuales milicias ultraderechistas–, cuando el chaval del principio, nacido allí pero ya un tranquilo pensionista canadiense, cruza la frontera en coche hacia Detroit, o más exactamente hacia "la ciudad que en un tiempo estuvo allí, hoy solo hectáreas y hectáreas de solares vacíos, con sus grandes y relucientes edificios de la orilla del río, que son como falsas fachadas, una cara valiente que se muestra a nuestro mundo del otro lado". En este aspecto, el título tiene trampa, ya que tanto la novela como el país que refleja están impregnados de sabor estadounidense. El sueño del éxito, la emigración judía, las relaciones interraciales, las bases aéreas, los concesionarios de coches, la mítica en torno a los atracadores de bancos, la vida sin raíces...constituyen referencias cardinales de los Estados Unidos de Canadá. La pradera, los pequeños núcleos de población, las partidas de caza, el carácter cerrado de sus habitantes, el respeto por el pasado, el vislumbre de una sociedad más justa, el sosiego cotidiano... todo eso identifica la nación de la bandera del arce, tan igual y tan distinta a su prepotente vecina del sur.

La novela abre nuevos rumbos en la sólida trayectoria de Richard Ford. Sutil y redonda, inquietante sin concesiones al suspense y caracterizada por el compromiso con la compleja verdad literaria de sus atribuladas pero resistentes criaturas, combina distintos géneros, desde la bildungsroman a la ficción realista, y emplea recursos de tanta efectividad como el refrendo documental que aporta el manuscrito redactado en la cárcel por la madre de Dell con el significativo título de "La crónica de una persona débil". Todo eso, y algo aún más importante, una prosa excepcional, lo pone el autor de Flores en las grietas (ver reseña en esta misma sección de la web) al servicio de una historia que se inicia cuando unos padres de clase media cercanos a los 40 años atracan un banco, mientras sus hijos mellizos de 15 aguardan en casa, ella preparando la fuga a California con un novio desabrido, y él fantaseando con viajar a Moscú para conocer a los mejores jugadores de ajedrez del mundo. Pero lo que le espera a Dell Parsons es el despoblado canadiense de Partreau, y allí, en un ambiente en apariencia anodino pero finalmente preñado de peligros, tendrá que superar a marchas forzadas las trampas del destino. "La vida –le dice la novia del tipo que ha aceptado recogerle– se nos da vacía. Tenemos que inventar la parte feliz". Consejo pertinente que tiene un oportuno complemento en la relectura del mito estadounidense por antonomasia que le regala el metis con el que despluma los gansos abatidos por los cazadores: "La mayoria de los perdedores es gente que se ha hecho a sí misma.  No lo olvides". Y nunca lo olvida, claro, ni tampoco el vacío original de la vida. O eso al menos se deduce de las últimas líneas de la novela, donde Dell Parsons sostiene la necesidad de "enlazar las cosas desiguales en un todo capaz de preservar lo bueno, aun cuando haya que admitir que lo bueno no es a menudo fácil de encontrar". 

N. B.: Hablando de lo bueno, lo bello, lo exacto o, simplemente, lo proporcionado, la edición española de Canadá es un puto desastre, y por supuesto un timo en toda regla a cuantos adquieren el libro. No se trata de un problema de traducción, realizada competentemente por Jesús Zulaika, sino de que no ha habido una corrección de estilo o se ha hecho peor que mal. Abundan las repeticiones de palabras en una misma oración, las frases incomprensibles, las redundancias y las cacofonías no buscadas, y asombra reparar en dislates como "ciudades" de 600 habitantes, autobuses que circulan en sentido contrario de la lógica narrativa o "niños" (¡americanos!) de 15 años.  Buena parte de la riqueza y  consistencia de la prosa de Richard Ford ha desaparecido del Canadá publicado por Anagrama y de paso, obviamente, bastante de su inventiva, musicalidad y agudeza. La desidia del editor convierte la lectura de páginas enteras de la novela en un suplicio, con el inconveniente añadido de que se acaba dudando de si, en determinados casos, se trata de un error o simplemente de una licencia que, como avisa en el prólogo, se ha tomado el autor (por ejemplo, avizorar desde Great Falls la metrópoli de Chicago, que se halla a 1.000 kilómetros de distancia).  Jorge Herralde, Feltrinelli o quien sea deberían encargarse de garantizar el trato editorial que no solo se merece Richard Ford, autor de reconocida fidelidad al sello, sino cualquier escritor.

................