LITERATURA /// Lecturas

Milagro en Moscú

EL NACIMIENTO /// Aléxei Varlámov

ACANTILADO, 2009

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El nacimiento se inscribe en la rica tradición literaria rusa que considera el dolor camino de sabiduría y a veces de redención. La obra también podría haberse titulado El sufrimiento, y, aún con más razón, El renacimiento, puesto que eso es exactamente lo que experimentan sus protagonistas, talluditos y primerizos progenitores de una criatura que acaba aportando sentido, además de calor, a la triste existencia que cada cual soporta por su cuenta. Concebida por casualidad, al embarazo problemático le sigue un parto sietemesino, el diagnóstico de graves enfermedades, los largos internamientos hospitalarios, los sucesivos desahucios médicos… Ese tobogán de infortunios determina los dos primeros meses del bebé hasta que sana, y de paso salva a sus padres. A la mujer, por el amor indesmayable que le provoca desde que lo siente en su vientre. Al hombre porque la desgracia le abre los ojos sobre lo verdaderamente importante: la salud y la vida de los hijos. Y al matrimonio por representar lo primero que comparte tras doce años de desolada convivencia.    

  

Con semejante argumento y el desborde emocional asociado al alma rusa, puede pensarse que El nacimiento está más cerca del formato narrativo de las telenovelas que de la literatura, pero no, nada de eso. Varlámov, recién entrado en la treintena cuando se publicó la novela, resulta un autor serio, concienzudo, capaz de profundizar en la psicología de sus personajes y de enmarcar su peripecia en un contexto político que redobla el sentido de cuanto les sucede. Aunque no precisa datos ni fechas, el relato transcurre en plena demolición de la Unión Soviética, durante el otoño y el invierno de 1993-1994, tiempo de reformas y privatizaciones, fallidos golpes de estado y movilizaciones populares, cruda miseria en las calles heladas y pingües negocios en los despachos ministeriales del gobierno presidido por Viktor Chernomyrdin. A la pareja protagonista le toca peregrinar entonces sola, sin el apoyo de familiares o amigos, de un hospital moscovita a otro tratando de conmover a comadronas, enfermeros y médicos. Una angustiosa ronda entre la vida y la muerte mientras el país muda de piel a marchas forzadas.


Al azaroso y minúsculo bebé, cuyo pronóstico es tan incierto como el de la Rusia que emerge entonces, le bautizan por expreso deseo de la madre, que se ha vuelto religiosa, pero el narrador no desvela su nombre, ni tampoco el de sus progenitores, mencionados simplemente como “él” y “ella”, detalle que refuerza el simbolismo de la novela. Al final, todo cambia a mejor para los tres, y eso parece sugerir que la convulsa sociedad de la que forman parte también tiene futuro. Los padres la critican, y hasta reniegan de ella en momentos de desesperación, pero nunca la culpan de sus propias miserias e incapacidades, sólo superadas cuando, incluso asumiendo su muerte inminente, dan rienda suelta al amor por su retoño. Los primeros capítulos, dedicados a la presentación de la infeliz pareja, son incluso más breves que los que reflejan la mudanza de cada uno al aceptar sus nuevos sentimientos y descubrir un sentido en su padecer. Varlámov le concede más protagonismo a ella al principio del relato, durante el embarazo, el parto y la enfermedad. Luego es él quien, sin dejarse vencer por el angustioso ir y venir de la desesperación a la esperanza, se entrega a la tarea de cuidar a su mujer y su hijo. Y al final ocurre algo parecido a un doble milagro. Los dos lo saben. Los dos lo valoran. Su hijo va a vivir y ellos han renacido.

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