LITERATURA /// Lecturas

Una apasionante vida de mierda

LIMÓNOV /// Emmanuel Carrère

ANAGRAMA, 2013

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“Lo que hizo Carrère es mejor que haber recibido el Nobel”. Limónov no pudo expresar su satisfacción de forma más concluyente al ser preguntado por el El País en junio acerca del libro que, titulado como su nom de guerre, ganó los premios más prestigiosos de Francia en 2011. Mezcla de biografía, crónica periodística y ensayo político, Emmanuel Carrère detalla en 400 páginas la trayectoria de un tipo de carne y hueso, ya septuagenario, que habría resultado inverosímil de publicarse como ficción. Hijo de un chequista crecido en la ciudad ucraniana de Jarkov; joven delincuente y aspirante a poeta en una Unión Soviética que le asfixiaba, pero de la que ni entonces ni nunca ha renegado; mayordomo de un multimillonario, gañán punk y desquiciado homeless en Nueva York; escritor de éxito y rostro famoso en Francia; creador del Partido Nacional Bolchevique durante la época de Yeltsin; compañero de parrandas asesinas del serbio Arkan en Bosnia; encarcelado durante tres años en su país por terrorismo y aún terco aspirante a convertirse en instancia de poder moscovita, Limónov encarna lo más imprevisible, desmedido y excéntrico del alma rusa. Pero, ojo, pese a su peculiaridad, o quizás por ella, no sería extraño que llegue a considerársele héroe ciudadano o referente moral en la Rusia del próximo lustro. Y Carrére habrá contribuido notablemente a ello.

 

El libro se inicia con una ambivalente cita de Vladímir Putin sobre el comunismo y casi acaba con un atinado apunte de las similitudes en carácter e ideología del inquilino del Kremlin con el protagonista. La recreación minuciosa, o en apariencia minuciosa, de lo que éste siente, piensa, propone, acomete u obvia se basa en la lectura de su prolija obra, e incluso de algunos títulos de Zajar Prilopin, sobresaliente escritor ruso seducido en su juventud por la formación nazi-bolchevique. De hecho, la parte final de Limónov pierde músculo narrativo no sólo por la necesidad de compendiar e interpretar una vida por lógica cada año menos azogada, sino también, como confiesa Carrère, porque los títulos más recientes prescinden del exhibicionismo con el que Limónov obtuvo galones literarios. En cualquier caso, sorprende que apenas haya citas textuales suyas y, en contrapartida, abunden las confidencias del novelista francés, que se siente obligado a justificar su empatía con semejante personaje y detallar el proceso de elaboración de su libro, las dudas que le suscita e, incluso, su vinculación familiar con la Rusia zarista y la de su madre, una conocida historiadora, Hèléne Carrère D´Encause, con la Unión Soviética como materia de estudio.

 

Las sucesivas explosiones personales, culturales, mediáticas y políticas de Limónov (apodo que significa “granada de mano”) aportan un material idóneo para que el autor luzca la habilidad de mezclar realidad y ficción ya demostrada en El adversario y otras novelas anteriores. Una personalidad tan extremista y turbia da juego para hilar un relato que atrapa, y en ocasiones incomoda, sobre todo cuando el lector advierte que está interiorizando la admiración de Carrère por alguien que al final del texto define la suya como una vida de mierda. Y, desde luego, no le falta razón. El crío de barrio, el petimetre soviético, el joven fantasioso que se impone el reto de ser escritor, el amante desaforado de mujeres bellas y desquiciadas, el adicto a la acción, el novelista autobiográfico, el profeta panruso, el preso de inquebrantable dignidad, el defensor de la libertad de reunión ...todos esos son Limónov, pero en conjunto, pese a su espíritu indomable y la capacidad para reinventarse, cuesta dejar de verle como un ensoberbecido perseguidor de gloria y, por mucho que esgrima la excusa de la salvación de su país, como un obseso activista de la causa de sí mismo. Obviamente, Carrère tiene una opinión mucho más favorable, y en la escala más baja de su estima siempre le reconoce una integridad y decencia básicas. Así será, si así lo suscribe, aunque resulta sospechosa la unanimidad de sus fuentes, ya que, según remarca al comienzo del libro, ninguna de las treinta personas de diferente pelaje a las que preguntó sobre Limónov, le habló mal de él.

 

Es difícil, de todos modos, criticar al escritor parisino cuando, a cuenta de arrogarse o no el derecho, o la simple capacidad, de juzgar a Limónov, asume el sutra budista según el cual “el hombre que se considera superior, inferior o incluso igual que otro hombre no comprende la realidad”. La realidad, la identidad, la dignidad...De eso suelen tratar los libros y guiones cinematográficos de Carrére. De eso y de Rusia, telón de fondo de su Limónov, que también discurre en escenarios como Nueva York, París, Sarajevo y las montañas kazajas de Altái. Más allá de las dudas y objeciones que plantea la percepción del personaje, a veces sustanciada en panegírico, el texto tiene la virtud de explicar, con cuatro trazos y extraordinaria claridad, episodios claves para entender la deriva reciente del país euroasiático y la permanente tensión en su zona de influencia, incluido el actual conflicto bélico en Ucrania, de donde es natural Eduard Savienko o Limónov, uno más de los 25 millones de rusos nacidos en territorios que ya no pertenecen a la Federación. En sus páginas pululan Gorbachov, Yeltsin, Putin, Zhirinosvski, Kasparov, Sájarov, Solhenitsyn, Rostropóvich, Nuréyev, Evtushenko, Brodsky, Berezovski, Gusinski, Jodorkosvki y otros figurones de menor relieve en los ámbitos siempre cruzados de la política, la cultura y los negocios. Por supuesto, Limónov los desprecia a todos, pese a que algunos le han ayudado y otros han sido incluso aliados suyos. La furia seca y la pureza sectaria, combinadas con una controlada megalomanía, le obligan a componer el ejemplo más acabado de nasbol, como se conoce en Rusia a los militantes del inquietante partido que fundó en 1993. A Carrère le gustaría que Limónov acabara convirtiéndose en un barón Ungern von Sternberg sin sangre en las manos, pero con lo que ha sido, ha pretendido ser y quiere hacernos creer que es, basta y sobra para un buen libro.

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