LITERATURA /// Lecturas

El Mediterráneo como escuela de vida

PEREGRINOS DE LA BELLEZA /// María Belmonte

ACANTILADO, 2015

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Catarata de elogios a su cántico al Mediterráneo. Una segunda edición en solo cuatro meses. Picas puestas en Frankfurt para su publicación por editoriales europeas... María Belmonte ha conseguido cuanto puede aspirar una autora novel, aunque en su caso de consolidada trayectoria como traductora. Cruce de ensayo, relato biográfico y literatura de viajes, Peregrinos de la belleza transporta al lector por deslumbrantes escenarios geográficos y culturales de la mano de nueve célebres personajes que sucumbieron a su hechizo. El subtítulo los califica de “viajeros”, pero la mayoría residieron en Italia y Grecia durante los años más fecundos y felices de su existencia. Educados en el rigor anglicano o en la aspereza luterano-calvinista, disfrutaron allí de la herencia clásica, la dulzura del clima, los paisajes idílicos, la amabilidad de la gente, los placeres de la mesa y una laxitud moral que les concedió libertad. Gozos parejos a los que, pese al sangrante deterioro del litoral, experimenta la autora en su Mediterráneo, lugar al que ha elegido pertenecer, y de la manera apasionada que trasluce su escritura.

 

El apego a ese universo físico y espiritual determina la meticulosa indagación de Belmonte (bilbaina residente en Cataluña) sobre los nueve peregrinos cuyos pasos ha rastreado por Trieste, Florencia, Sicilia, Capri, Nápoles, Creta, Corfú, el Peloponeso e incluso el Big Sur californiano. Cinco residieron en Italia y los demás en Grecia. Cuatro eran británicos (D. H. Lawrence, Norman Lewis, Lawrence Durrell y Patrick Leigh Fermor), dos alemanes (Johann Winckelmann y Wilhem von Gloeden), dos estadounidenses (Henry Miller y Kevin Andrews) y uno sueco (Axel Munthe). Todos, salvo el fotógrafo Von Gloeden, fueron escritores o acabaron publicando obras notables, pero Winckelmann ha pasado a la historia como el estudioso que rescató el arte helénico en el siglo XVIII y Munthe como el médico que se jugó el pellejo asistiendo a los napolitanos en una pavorosa epidemia de cólera, gesta que a la postre le reportaría fama y dinero tras relatarla en La historia de San Michele. Lewis, Durrell, Andrews y Leigh Fermor participaron en la Segunda Guerra Mundial, el último al frente del grupo guerrillero cretense que secuestró en 1944 al gobernador militar alemán. Con un siglo y medio de diferencia, Winckelmann y Von Gloeden se beneficiaron de una relativa tolerancia ante la homosexualidad, aunque el primero murió asesinado en un oscuro lance en Trieste y al segundo le amargaron los últimos años de su vida en Taormina. Todos, de una manera u otra, y los anglosajones en títulos señeros de la literatura de viajes, dejaron testimonio de su admiración por dos países que pese a todas las dificultades están obligados a preservar un legado de siglos.

 

La belleza tangible corre ahora más peligro que nunca de ser devorada por la industria turística y la intangible, de acabar desvirtuada, incluso ninguneada, en el atroz proceso de banalización cultural. Por fortuna hay quien se empeña en reivindicarlas sin alardes de erudición ni aspavientos plañideros. De ágil estructura, estilo vibrante y tono intimista, el libro de María Belmonte irradia fervor por el pasado clásico y complicidad con los elegidos para rememorarlo. Todas las semblanzas son laudatorias, pero sin obviar contradicciones, fracasos y comportamientos reprobables, ni tampoco la desidia o la incuria que han desgraciado lugares antaño hermosísimos. En este sentido, destaca la vívida descripción de monumentos, recintos y entornos, así como el detalle con que se plasma la cotidianidad de unos privilegiados de piel pálida que en cuanto tomaban casa en el Mediterráneo la llenaban de perros, gatos, burros y gallinas, cuando no de animales exóticos.

 

Otro reseñable valor de la obra, propio de la mixtura de géneros que la caracteriza, estriba en el elenco de secundarios que pone en danza. Al margen de familiares, esposas y amantes de ambos sexos, bastantes son famosos y otros tan poco conocidos como sugestivos: desde poderosos cardenales de la Curia a párrocos panzones y consentidores, desde serenísimas princesas a aristócratas tronadas, desde cultos embajadores a guerrilleros analfabetos, desde mafiosos de buenos modales a psicoanalistas adictos al amor libre...Y junto a ellos, Yorgos Gemistos Pletón, el sabio bizantino del siglo XV que sentó las bases del Renacimiento tras viajar con 83 años a la Florencia de los Médicis. Allí tuvo como discípulo a Segismundo Malatesta, quien encargó el edificio inacabado, ahora catedral católica de Rimini, para el que León Battista Alberti diseñó una cúpula mayor que la de Florencia, y que constituye, en palabras de María Belmonte, “el símbolo más elocuente de ese ideal inalcanzable de perfección física y espiritual que brilló fugazmente en las estatuas de Fidias y en las palabras de Sófocles” .

 

La autora tiene poco en común con Lucy Honeychurch, la criatura de E. M. Foster que protagoniza Una habitación con vistas, a quien el “sortilegio de Italia” conduce a la felicidad en vez de al conocimiento. Ella sintió una precoz fascinación por el mundo greco-latino, luego lo recorrió (en ocasiones a pie y sola) como escuela de vida y más tarde investigó sobre notorios cautivos del mismo embrujo. Naturalmente, nunca hubo un decurso tan lineal, viajes y libros se retroalimentaron durante años, pero cabe considerar Peregrinos de la belleza el feliz resultado de una sedimentación personal. O, ya que hablamos de una consumada caminante, el final del trayecto que le ha llevado desde la juvenil identificación del paraíso a la necesidad de patearlo, pensarlo y compartirlo en una primera obra de creación en la que ha demostrado pasión y talento. De poder leerla, los sagaces e ilustrados mentores que han guiado sus pasos se mostrarían complacidos. La mar de complacidos.

 

P. S. María Belmonte estuvo a punto de conocer personalmente a uno de ellos, Patrick Leigh Fermor, pero una repentina indisposición del escritor y aventurero inglés dio al traste con la cita en su casa de Kardamyli, población de la península griega de Mani, a finales del 2010, meses antes de que falleciera a los 96 años. Mientras se documentaba para su libro, supo de una hazaña protagonizada en 1941 por republicanos españoles enrolados en el ejército británico, investigó sobre su destino tras la Segunda Guerra Mundial y escribió un emocionante relato, mezcla de historia y crónica de viajes, que apareció en La Simiente Negra con el título Creta entre héroes y tumbas. (Ver sección Viajes, apartados Tumbos).

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