LITERATURA /// Lecturas

La Escocia de un inspector paragnóstico

BLACK & BLUE /// Ian Rankin

RBA, 2010

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Dos de las novelas protagonizadas por el inspector jefe Rebus y una antología de relatos también escritos por Ian Rankin fusilan los títulos de elepés que los Rolling Stones lanzaron entre 1968 y 1976. Let it bleed y Black & Blue se publicaron en 1996 y 1997, respectivamente, y Beggars Banquet, una selección de cuentos de diversa procedencia, en 2002, cuando su autor era ya un valor consagrado que expresaba su frustración por no haberse abierto camino en la música. Más en concreto, lamentaba no haber llegado a ser un artista punk, algo que parece haber compensado creando al policía más punk de la ficción negra escrita en inglés. Borrachuzo, broncas, bocazas, rebelde con o sin causa y de querencia salvaje por la calle, a John Rebus le pirran discos de muy distinto tipo, no solo los de rockeros con cresta. En el fondo musical de sus sonoras andanzas caben desde los Beach Boys a Frank Zappa, desde John Martyn a Montrose, desde Jeff Beck a Miles Davis. Y de Davis, su tema So what por encima de todo lo demás, por supuesto.

 

Se me escapa el motivo por el que Rankin decidió copiar a los Stones por segunda vez el título de una de sus novelas. El negro remite al color del petróleo y el azul, al de los uniformes policiales, es decir, a los escenarios de las investigaciones que lleva a cabo Rebus en las plataformas petrolíferas del Mar del Norte y los despachos y comisarías de Glasgow y Aberdeen, además de Edimburgo, que él conoce, y padece, mejor. Puede que sea eso, o, sin más, una metáfora del cansancio del detective, quien al ver en la televisión de un bar a Mick Jagger y los suyos de gira, saca a relucir su lengua viperina: “Dios, qué viejos. Stonehenge con ritmos de blues”.

 

El Black & Blue original deparó no pocas controversias sobre su calidad, pero ninguna sobre el verso suelto que significaba en la producción stoniana al introducir elementos de jazz, reggae y otros estilos novedosos en el grupo. A la novela le ocurre algo parecido en lo que respecta a la primera cuestión, ya que para muchos, entre los que me cuento, la trama resulta confusa y a veces reiterativa, y también a la segunda, puesto que Rebus cambia su habitual deambular por Edimburgo para circular por autopistas y volar en helicóptero hasta la terminal petrolífera de Sullom Vie en las islas Shetland y de allí a una plataforma marítima. Quizás otro de los problemas de Rankin radica precisamente en que no enhebra bien la historia de los dos asesinos en serie conocidos como John Biblia con su denuncia de la corrupción policial en un momento político-económico de Escocia concreto.

 

Precisado esto, resulta de justicia recalcar que Black & Blue presenta a un John Rebus tan locuaz e ingenioso como de costumbre y confirma la buena mano de su autor para describir personajes y situaciones. En esta suerte, Ian Rankin, premio Pepe Carvalho de 2010, es de los mejores. Valdría la pena leerlo solo por su punch narrativo, o, si se prefiere, por la fuerza de su narrativa punk. Dos ejemplos: escribe que la tos de fumador empedernido de su inspector es “capaz de romper el parabrisas de un coche patrulla” y explica de Ferdie Fergie, confidente asesinado, que “se había pasado media vida de clínica en clínica porque tenía los nervios hechos trizas, lo más fuerte que bebía era Ovomaltina y, como espectador, lo que más le excitaba eran los concursos de animales de compañía”. Y, claro, John Rebus no le va a la zaga cuando se trata de dar réplica al centón de personajes que pululan por la novela. A uno de ellos, vidente paranormal absurdamente contratado por un periódico de Glasgow para ayudar en la investigación de los Biblias, que, ante el choteo de Rebus por su labor, le espeta que “el cinismo no sirve para nada”, simplemente le contesta: “llámeme paragnóstico”. Con respuestas así se gana el aprecio del lector, pese a la acertada descripción que le dedica su autor: “un auténtico cenizo donde los hubiera, una vida llena de metaduras de pata y más difícil de enmendar que una grabación de ocho pistas”. El músico Rankin sabe de lo que habla.  

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