LITERATURA /// Lecturas

El inigualable poder de la ficción

FLORES EN LAS GRIETAS /// Richard Ford

Anagrama, 2012

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Me gusta Richard Ford. He leído casi todo lo suyo publicado en castellano, así que piqué el anzuelo de Flores en las grietas pese a la explicación de la contracubierta de que en el libro se reunían “por primera vez, a sugerencia de Jorge Herralde y como primicia, los textos memorialísticos y ensayísticos de este maestro de la narrativa norteamericana contemporánea”. Que el baranda de Anagrama hubiera conseguido el puntazo de agrupar, “por primera vez” y “en primicia”, unos escritos adjetivados a zapatazos animaba a devolver el libro a su anaquel en la librería, pero Ford me tiene atrapado. Y desde luego, difícilmente iba a prescindir de un volumen que, como es el caso, se subtitula “Autobiografía y literatura”.

 

No sé de quien surgió la idea de ese enunciado. Puede que fuera iniciativa del autor, o del instigador del volumen, incluso de quien redactó el horrible paratexto. Supongo que pretende sugerir que Flores en las gritas sigue la senda emprendida con Mi madre, serena remembranza de la mujer que trajo al mundo al escritor criado en Arkansas. Un relato consistente pero tan breve que, para darle empaque de libro, se puso a la venta hace dos años con tapa dura, papel de considerable gramaje, caja de texto enana y un cuerpo de letra grande, todo ello inhabitual en el notable catálogo de “Panorama de narrativas”, donde han aparecido los títulos del autor en castellano. Ford, a la vista está, mantiene una probada fidelidad a su editor, de quien no pocos novelistas se han despedido a la francesa. Una lealtad encomiable siempre que Herralde no acabe convirtiendo en libros las tablas de gimnasia del creador de las gran trilogía de la novela americana contemporánea que forman El periodista deportivo, El día de la independencia y Acción de Gracias.

 

La lectura de Flores en las grietas resulta estimulante, pero deja el regusto de haber llegado con retraso, sobre todo los artículos de contenido literario. A estas alturas, una vez conocido el conjunto de su obra, nada cuantiosa, aporta poco saber qué, por qué y para quien escribía Ford en 1992, cómo acabó aceptando la excelencia de los relatos de Chéjov alrededor de 1998 y de qué manera recargaba las pilas para volver a su mesa de trabajo en 1999, aunque en ese texto acierta de pleno al recelar de los escritores que se quejan de la dureza del oficio. Más interés tienen los prólogos de la antología The New Granta Book of the American Short Story y de dos novelas ahora valoradas, pero postergadas cuando se ocupó de ellas (Revolutionary Road, de Richard Yates, y Años luz, de James Salter). Los lectores mitómanos y amantes de la hagiografía también apreciarán el retrato de su amigo Carver en un artículo significativamente titulado “El buen Raymond”. Se publicó en The New Yorker en 1998, a los diez años de la muerte del famoso representante del “realismo sucio”, corriente en la que algunos críticos cegatos sitúan a Ford.     

 

La parte más autobiográfica de Flores en las grietas, centrada en la primera juventud, conserva toda su frescura narrativa. Se trata de piezas breves, publicadas en revistas y coherentes con la concepción de la literatura que defiende Ford, pese a que no se ajustan, en tanto que relaboraciones de la memoria, a la característica que, junto con la brevedad, considera fundamental en un cuento: la audacia. “El hotel”, donde rinde tributo a la imponente figura de su abuelo, es la más lograda. Y junto a ella, la que rememora cómo con dieciocho años llevó, en un campo público de la segregada Little Rock de 1960, la bolsa con los palos de golf de Chester Matthews, jefe de botones del hotel que dirigía su abuelo. “Mirad eso”, –escribe que oyó exclamar a un hombre–, “no puedo creer lo que estoy viendo. Mirad, mirad”. Y que de inmediato, otra voz, también de hombre, gritó en agudo falsete: “¡Oh! ¡Ay! ¡Oh! ¡Ahora ya lo he visto todo! ¡Dios mío! Yo también lo he visto. Un negro con un caddie blanco. Es el colmo. Es como para volverse locos”.    

Repito: me gusta Ford. Esa es la principal razón de mis reparos al libro concebido por Herralde, o más exactamente a su aparición tardía. Pero en sus páginas he descubierto sugerentes facetas del padre literario de Frank Bascombe, el experiodista deportivo convertido en agente inmobiliario que en Acción de gracias pronuncia una frase memorable: “cuando la gente no quiera tener una casa frente al mar, será porque ya han asfaltado los océanos”. Y, todavía más importante, leyendo Flores en las grietas he disfrutado de nuevo con la escritura de Richard Ford. Una escritura minuciosa en lo cotidiano y de arrebatadora densidad existencial, como corresponde a su convicción de que nada iguala el poder de la ficción para expresar, en su infinita complejidad, la vida humana.

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