LITERATURA /// Lecturas

Harry Bosch se presenta ante ustedes

EL ECO NEGRO /// Michael Connelly

Ediciones B, 2006

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El libro debió formar parte de algún lanzamiento compartido por varios periódicos porque en su exterior no hay referencia a uno concreto ni tampoco al sello editorial, sólo mencionado en la página de créditos. En la cubierta destaca el nombre del autor y, debajo del título, el membrete “Novela policíaca”, que define bien El eco negro, primero de los 18 títulos de la serie Harry Bosch hasta ahora publicados. La guerra de Vietnam contamina la trama y el comportamiento de muchos personajes, pero no hasta el extremo de apartar el foco del asunto principal: la pasma de Los Ángeles y sus relaciones con otros organismos de seguridad. Bosch, uno de los detectives mejor modelados del género negro actual, da mucho juego, psicológico y profesional, como verso suelto. Su contumaz rebeldía contra jefes cabrones, reglamentos estúpidos y compadreos gremiales le condena a atar cabos en sus investigaciones manteniendo a raya a los sabuesos de Asuntos Internos.

 

Michael Connelly, durante años redactor de sucesos en prensa, se gana desde el principio el respeto del lector con la concienzuda descripción de la rutina que sigue a cualquier crimen: los levantamientos de cadáver, las autopsias, las relaciones interdepartamentales, la preparación de operativos de intervención…Y como en esos asuntos no se permite ninguna veleidad, ni la más mínima ganga con la excusa del estilo, centra su esfuerzo en narrar una ambiciosa historia circular, con heroína y diamantes de por medio, en la que abundan robos, asesinatos y traiciones, con base al parecer en hechos reales en los que estuvieron implicados excombatientes de Vietnam. A Bosch, antigua “rata de túnel” en la lucha contra el Vietcong, el caso le llega por casualidad y, pese que a todo se le complica desde el primer momento, en ocho trepidantes jornadas, que estructuran la novela, no sólo logra desarticular una compleja trama cuando investiga el asesinato de un viejo compañero de armas, sino también neutralizar la falaz versión oficial de lo sucedido. Pero, claro, paga un alto precio: sentir de nuevo el “eco negro” que le desazonaba en las entrañas de la tierra. “No tenía nombre, –explica a la agente del FBI Eleanor Wish, con la que en otras novelas mantendrá una tormentosa relación, hija incluida, tras casarse con ella en Paisaje al paraíso– así que nos inventamos uno. Es la oscuridad, la sensación húmeda de vacío que notabas cuando estabas solo ahí abajo, en uno de esos túneles. Era como si estuvieras muerto y enterrado en la oscuridad. Pero estabas vivo. Y asustado. Incluso tu aliento resonaba tan fuerte que podía descubrirte. O eso pensabas, no lo sabías. Es difícil de explicar. Es… el eco negro”.

 

La novela mantiene un buen ritmo y dosis crecientes de intriga hasta las últimas cincuenta páginas. Como autor primerizo, Michael Connelly riza el rizo en el desenlace, pero se trata de un fallo mínimo. Cuenta bastante más el acierto en la encarnadura y proyección literaria de su detective, bautizado Hieronymus por una gracieta de su madre, prostituta fascinada por El jardín de las delicias que morirá en un callejón. Carne de orfanato en su infancia, adolescente asiduo de casas de acogida y joven sobreviviente de Vietnam, sólo su tenacidad y el profundo conocimiento de la técnica policial le permiten mantener dignamente su placa del LAPD, cuerpo que ha alumbrado por si solo todo un subgénero negro, subdividido a su vez entre autores con la fértil imaginación de James Ellroy y otros con la obsesión documental de Joseph Vambaugh. Connelly combina bien ambos estilos para crear el personaje que le ha convertido en rey del mambo de la novela policíaca. Sí, policíaca más que negra, pese a que la segunda entrega de la serie se titule El hielo negro y la última, galardonada en 2012 con el VI Premio Internacional RBA, La caja negra. Y también, pese al bálsamo que en la desangelada vida de Harry Bosch representan jazzmen tan negros como Sonny Rollins, Frank Morgan, Wayne Shorter, Wynton Marsalis…      


Desde que se licenció en 1973, Harry Bosch no aguanta el ritmo enérgico del rock. Le recuerda a Vietnam. Allí escuchó demasiadas veces Purple Haze, de Jimi Hendrix, mientras la jungla se volvía púrpura por las bengalas disparadas para descubrir entradas y parapetos de túneles. No obstante, fue bajo tierra donde aprendió a vencer sus miedos y sacar fuerzas de flaqueza, dos enseñanzas extremadamente útiles para sobrevivir en una ciudad tan agujereada por la corrupción y la violencia como Los Ángeles. La suya es una existencia dura y arriesgada, pero también barata. Sólo gasta en “comida, alcohol y jazz”. Gracias a eso puede pagar la considerable hipoteca de la casa semicolgante desde la que experimenta una inexplicable sensación de poder al divisar el valle de San Fernando. La casa sobre la que sigue viviendo, 17 títulos y 21 años después, como corresponde al anuncio de Connelly, en la primera parte de la novela, de que nunca se mudará de allí. Claro que Bosch, ahora ya con 63 años, tendrá que jubilarse algún día. Y su creador, qué casualidad, reside desde hace algún tiempo en Florida…  

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