LITERATURA /// Lecturas

Doce soberbios (y únicos) relatos

TRILOBITES /// Breece D´J Pancake

ALPHA DECAY, 2012

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La mayoría de los protagonistas de los relatos son hombres. Hombres atormentados que ven amanecer desde sus casas o se desplazan a lomas cercanas para recibir la primera luz del día. Hombres jóvenes que realizan cortos trayectos por carreteras estrechas y mal asfaltadas. Hombres que comen tortuga y ardilla. Hombres que beben desaforadamente. Hombres acostumbrados a pelear. Hombres con heridas abiertas desde la infancia. Hombres unidos a putas, o que unas veces llaman putas a sus novias y otras les pegan un guantazo. Mineros, granjeros, marineros, mecánicos, gasolineros, camioneros…Casi todos malviven en localidades rurales de West Virginia, o de estados fronterizos, en plenos Apalaches o cerca de los ríos Ohio, Potomac y Gauley. No pueden catalogarse todavía como white trash, pero muchos lo acabarán siendo.


Trilobites incluye doce cuentos en los que el autor retrata un momento de la existencia de esos personajes turbios y condenados al fracaso. Por lo general algo va a ocurrir o acaba de pasar que podría suponer una redención, una salida o un cambio, pero al fin todo sigue igual, o peor. En las cinco historias narradas en primera persona late el pasado como conflicto: familias de acogida, traiciones, abandonos. En “Trilobites” el joven que de niño confundió un avión con un pterodáctilo se acuesta por última vez con la chica que ha cambiado el pueblo por la universidad. En “Una habitación para siempre” el segundo de un remolcador a punto de embarcar paga en Nochevieja a una putilla adolescente que intenta suicidarse. En “Una y otra vez” el granjero al volante de un quitanieves recoge a un autoestopista sin dejar de pensar en el hijo que se ha largado tras la muerte de su esposa y en los guarros que alimenta hasta que mueren de viejos. El narrador de “El honor de los muertos” rememora los días en que, al contrario que su mejor amigo, después fallecido en combate, hizo trampas para librarse de la guerra del Vietnam. El gasolinero de “Mi salvación” culpa de su vida arrastrada al compinche que le dejó en la estacada en el agujero rural al que regresa después de haber triunfado en Broadway, en un deportivo y del brazo de una imponente rubia. “Lo único seguro –escribe– es que Chester triunfó a lo grande y volvió para que todo el mundo lo viera, y que durante los años que estuvo fuera nunca le odié tanto como en las dos horas que lo tuvimos en el pueblo”.

 

La escritura de Breece D´J Pancake es directa siempre, y a menudo febril, incluso incandescente. La frase corta y los diálogos mordaces aportan pulso narrativo a unas tramas apenas apuntadas. Lo que importa en relatos como “Quebrada”, “Cazadores de zorros”, “El broncas” y el resto de los que tienen un narrador omnisciente son las sensaciones de los protagonistas y el escenario por el que deambulan: los cielos, la tierra, los cultivos, los valles, las piedras viejas, los túmulos funerarios indios, los animales que acechan, las explotaciones mineras en bancarrota, las caravanas, los cafés, los tugurios…El autor arriesga y gana en el exigente modo en que encaja las andanzas de sus criaturas en el entorno físico de West Virginia, uno de los territorios más atrasados de Estados Unidos durante la década de 1970. Su mirada, entonces a contracorriente, combina sinceridad, hondura y talento literario.

 

La publicación de este libro en 1982 provocó el rendido reconocimiento de escritores de la talla de Kurt Vonnegut, Margaret Atwood y Joyce Carol Oates, pero Breece D´ J Pancake nunca supo de su sobresaliente irrupción en las letras americanas. Tres años antes, con sólo 26, se había quitado la vida en Charlottesville, donde seguía un programa de escritura creativa de la Universidad de Virginia. John Casey, su profesor entonces y actual albacea, realiza en el texto que abre la edición española un emocionado y admirativo retrato en el que, refiriéndose a su conversión al catolicismo, aporta una explicación a la intensidad de sus relatos. “Comprendí –escribe– que no sólo aprendía y absorbía las cosas más rápido. Su sentido de las cosas se nutría no sólo de su vida, sino de las vidas de los demás. Tenía una experiencia genuina, incluso un recuerdo, de maneras de ser que no podía haber reconocido de primera mano. Se diría que había incorporado (y no sustituido) la experiencia de una generación anterior a la suya propia”.

 

La colección de Alpha Decay en la que ha aparecido Trilobites luce el título de “Héroes modernos” y un logo con un pequeño triángulo amarillo, invertido e ilustrado con una cucaracha. Esa sorprendente, e irónica, imagen de marca, unida a la cabeza de zorro que ocupa gran parte de la cubierta y al curioso nombre del autor, pueden llevar a engaño, y sería una lástima, ya que se trata de un gran libro de cuentos, uno de los mejores publicados en castellano en 2012. Los personajes que pueblan Trilobites, los únicos que llegó a crear Breece D´J Pancake, permanecen en la memoria del lector con la misma intensidad con la que Cully, el granjero del relato que le da título, echa la vista atrás. “Sonrío –explica– cuando vacío el zurrón en la tinaja herrumbrosa, pero el olor del granero, el heno, el ganado, la gasolina, todo me trae recuerdos. Papá y yo levantamos el granero juntos. Miro cada clavo con el mismo dolor sordo”.

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