LITERATURA /// Lecturas

Hermosa muda de piel

HELENA O EL MAR DEL VERANO /// Julián Ayesta

ACANTILADO, 2002

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La lectura requiere solo hora y media. Un suspiro, un paréntesis de mucho provecho. Julián Ayesta sustancia en 80 páginas el tema eterno del tránsito de la niñez a la juventud, coincidente en este caso con el descubrimiento del amor. Pero el prestigio de Helena o el mar del verano no radica tanto en su asunto como en sus abundantes peculiaridades, justamente las que la convierten en una narración redonda, fascinante, inusual en su época. El formato de nouvelle, la atinada combinación de humor y lirismo, la maestría de la ficción asentada en una memoria personal, la desapegada ternura del retrato de la alta burguesía asturiana y el fino barniz de cultura clásica son algunas de sus prendas intrínsecamente literarias. A ellas hay que añadir otros factores, circunstanciales pero jugosos: la edición en plena posguerra, el favor de una comprometida cadena de lectores que no ha parado de recomendarla desde entonces y la personalidad del autor, diplomático de carrera y caso paradigmático de escritor de una única obra. Todo ello hace de Helena o el mar del verano un título excepcional, incluso extravagante, en el panorama de la literatura española contemporánea.  

 

El relato se divide en las partes tituladas “En verano”, “En invierno” y “En verano otra vez”. Un ciclo concreto de un momento histórico indeterminado, aunque fácil de situar en los años previos a la proclamación de la República. Tiempo de cambios que apenas afectan la existencia de una familia bien gijonesa, pero sí a uno de sus miembros, el chaval cuyas andanzas evoca el narrador. Un crío aturdido durante el primer estío porque las certidumbres de la infancia se le escapan como arena entre los dedos, un adolescente asombrado por la incongruente sima invernal que se abre entre su vivencia religiosa y el deseo sexual que le atenaza y, por fin, un joven radiantemente enamorado de su prima, que le corresponde. Con ella vuelve de la playa, al final del libro, “andando muy juntos, muertos de plenitud, de gozo, de felicidad desconocida e insufrible, muertos de amor, locos de amor.” El chico al que le gusta la geografía y comienza a traducir a Virgilio. La jovencita rubia de piel brillante y ojos azules. El amor triunfante. La vida retoñando frente al Cantábrico.

 

Además de por la hermosa muda de piel que relata, Helena o el mar del verano seduce por lo que apunta o sugiere. El gesto del paisano que en un plácido atardecer coloca un brazo sobre el hombro del padre del narrador en un chigre es amenazador, preludia el sangriento desgarro de la Guerra Civil. Los dislates premonitorios de la tía Honorina constatan el universo banal y cerrado de las familias burguesas veraneantes. El amor a Dios del chaval sólo tiene parangón con su odio a ese mismo Dios, como corresponde a una educación dogmática, cegata y castradora. El trasfondo social refuerza el sentido de la obra. Y cuando el marco realista no le basta, o el temor a la censura le coarta, Julián Ayesta echa mano de la mitología griega, como cuando simboliza la feliz satisfacción del deseo de la pareja enamorada. Por algo se llama Helena la diosa que entierra una infancia de añas, camas turcas, padres espirituales, alumnos mediopensionistas y polillas…

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