JAZZ /// Discos

Medio siglo de un elepé luminoso y enigmático

A LOVE SUPREME /// John Coltrane

Impulse!, 1965

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Es el primer elepé del que aprendí los intérpretes desde la escucha inicial: John Coltrane al saxo tenor, McCoy Tyner al piano, Jimmy Garrison al bajo y Elvin Jones a la batería. Es el que más me gusta de todos los que tengo. El que más veces he oido. El que más tarareo. Uno de los primeros que compré, puede que el más breve y con seguridad el de mayor cotización entre coleccionistas. Este año se han celebrado los 50 años de su publicación, tantos como ha permanecido en los primeros lugares de las listas de cumbres jazzísticas de siempre. Y con todo derecho, con toda justicia. A Love Supreme no tiene parangón. Ninguna otra pieza de jazz es tan luminosa y enigmática, ninguna aúna así de armoniosamente poderío musical y aliento espiritual. Cada vez que la oyes te abre la mente, te estimula, te conmueve, te reconforta. Fue creada como himno a un dios supremo, sí, pero indeterminado, amén de amante. Por eso gusta por igual a quienes tienen creencias religiosas y a quienes carecen, o incluso abominan, de ellas.

En la intensa vida de John Coltrane, muerto a los 40 años, dos después de haberlo grabado, este disco representa tanto una ofrenda por su renacimiento tras una larga dependencia de las drogas y el alcohol, como la recompensa a sus ímprobos esfuerzos para dar forma a los sonidos que perseguía desde que Miles Davis le expulsara en 1957 de su quinteto, en el que había sustituido a Sonny Rollins en vez del previsto John Gilmore, protagonista de la reseña anterior. Siete años después, ya reconocido como genial saxofonista y creador de vanguardia, Trane se recluyó varias jornadas en su cuarto de trabajo, sin ver a nadie, y cuando Alice, pianista y madre de sus dos hijos, le preguntó qué había estado haciendo, él, sereno, casí beatífico, contestó que atrapar por fin la música que buscaba. “Esta es la primera vez que lo tengo todo, todo listo”, le explicó. Y sin duda era así porque A Love Supreme se grabó poco más tarde con formato de suite durante una única sesión nocturna, el 9 de diembre de 1964, en el ahora mítico estudio de Rudy Van Gelder en Nueva Jersey.

De los detalles de esa grabación da cumplida cuenta A Love Supreme y John Coltrane, estudio del crítico, profesor y productor Ashley Khan, autor también de otro trabajo de referencia en la moderna historiografía del jazz, Miles Davis y Kind of Blue, publicado en español con el subtítulo La creación de una obra maestra”. El del libro sobre Coltrane, “La historia de un álbum emblemático”, tiene menos tirón, pero resulta certero. Para muchos de los admiradores del saxofonista, en particular músicos, hay discos suyos mejores, como el anterior, Crescent, o Ascension, con el que abocó abruptamente un año más tarde en el free-jazz, pero nadie osa dudar de la dimensión excepcional de A Love Supreme. Por el estado de gracia en que fue concebido y grabado. Por el inusual mensaje que transmite. Por la versátil hondura de su paleta sonora, en la que se cuelan advocaciones de gospel entre la superposición de notas y demás exploraciones armónicas. Incluso por tratarse de una interpretación casi única, ya que la suite completa sólo se repitió una vez en el Festival de Antibes del año de su aparición (hay disco).

También, y todo cuenta, A Love Supreme sobresale por la impactante doble carpeta con que lo publicó el sello Impulse. La fotografía en blanco y negro de Trane, repetida en cubierta y contracubierta, la realizó en un descanso de la grabación el productor Bob Thiele, que había olvidado llamar a un profesional, pero no solo parece captar el transporte divino que había alumbrado el disco, sino el orgullo negro y las revindicaciones políticas de la época. En el interior, de diseño vertical, y con un dibujo de considerable tamaño del saxofonista tocando su instrumento, se reproduce un texto en el que explica la genésis de su obra en clave de redención, encabezado con un cálido “Dear Listener”, y un poema, también suyo, a modo de desarrollo del mantra que entona al final de la primera de las cuatro partes de la suite: Acknowledgement (Reconocimiento), Resolution (Dedicación), Pursuance (Cumplimiento) y Psalm (Salmo).

El paso del tiempo ha consolidado el prestigio del disco como uno de los grandes monumentos jazzísticos, aunque, según explica Elvin Jones, en cierta manera ni siquiera se trata de jazz, sino de un hallazgo, un logro que amplió el concepto de lo que era la música”. El gong con el que comienza da paso a un solemne fraseo del saxo y éste al apunte de la melodía principal realizado por el bajo. Luego, tras la incorporación del piano y durante 38 minutos, se sucede una música inclasificable, dulce a veces y desgarradora otras, pero fácil de identificar tras dos o tres audiciones, algo inusual en los temas del jazz post be-bop. A la cohesión, fuerza, flexibilidad, energía, entrega y entusiasmo que venían demostrando los jóvenes que le acompañaban en el conocido como Classic Quartet solo hubo que añadir la iluminación espiritual de un líder que había sabido aprovechar las sucesivas influencias de Miles Davis, Thelonius Monk y Ornette Coleman. A Love Supreme significó un gran paso adelante en la doble misión que regía los últimos años de vida de Trane: rociar el jazz con agua del Jordán y hacerlo avanzar por los caminos de la improvisación modal.

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