Y UN...CORTO ETÉCTERA /// Rescates

Juan Carlos Elijas (Tarragona, 1966) nació a doscientos metros de su trabajo y si cruza la calle descubre su plaza, su teatro, su bar, sus ruinas y su casa de comidas. A veces viaja y “cuando el Poema decide, escribe”. Ha publicado doce libros: Vers.o.s. atávicos (Cuadernos de la Perra Gorda, 1998), La tribu brama libre (Cuadernos de la Perra Gorda, 2003), Versus inclusive (Zarppa’s Entertainment, 2004), Camino de Extremadura (Gobierno de Aragón, 2005), Talkin’heads (La torre degli arabeschi, 2006, Italia) -edición de arte-, Al alimón –con Manuel Camacho- (Ala Impar/UAP, 2006, México), Talking Heads (Silva Editorial, 2007), Delfos, me has vencido (El Bardo, 2009), Cuaderno de Pompeya (Prensas Universitarias, 2009), Nuevo aullido para Allen Ginsberg/Nou udol per l'Allen Ginsber (Quadrivium, 2011), Lisboa blues (Cuadernos de la Perra Gorda, 2011) y Per un nus a la gola (Pagès Editors, 2012). Ganador de los premios “Quatre gats” (1998), “José Agustín Goytisolo” (2001), “Gerardo Diego (2001), “Miguel Labordeta” (2003), “Universidad de Zaragoza (2009)”, "Maria Mercè Marçal" (2012) y “Paco Mollá” (modalidad valenciano, 2013), para su primera colaboración en LSN, ha seleccionado cuatro poemas ya publicados y uno inédito, todos con el viaje como motivo y agrupados bajo un título de gran potencia expresiva, como sus versos.

La decisión de naufragar

el campo libre para sus batallas,
pues nosotros -se suman otras voces-
llegados a este punto hemos tomado
la ilustre decisión de naufragar.

Aníbal Núñez 

 

 

 

ENTRE DOS NU(N)CAS

La fábula se encarga ya de las imágenes.

Porque venimos de esa raza de pastores de majada y hierbabuena, porque venimos de una estirpe de campesinos, de enterradores con un farol de frío en las carretas y una barca y una súplica, siempre suplicando, siempre dando gracias.

Por eso vinimos aquí, desde Berlín, del adoquín a la losa, del muro al tajo, a la arquería mudéjar, al adobe o al acueducto romano.

Porque ardió nuestra casa, la quemamos para no volver jamás, para podar la nostalgia al primer brote y desafiar así a la melancolía.

Y vinimos aquí a comprobar si nuestra infancia tenía un rostro conocido o si todo estaba en su sitio, tal y como lo dejamos en el último verano azul de las leyendas.

Ya han muerto casi todos. Algún tío lejano que vigila. Fue prenderle fuego y marchar. Fue oler esta tierra y supimos tanto sobre nosotros, que nunca nombraremos el gozo, por no ofrecer a los fantasmas del todo la nuca, ni la respuesta, ni la pregunta, ni la nobleza.

¿Qué será de esta tierra, pensamos, sin nosotros, sin esa voz de hierro? ¿Tan sólo la fatiga que provoca el ascenso, la coz de vientre contra vientre y marea?

He aquí la mansedumbre en torno a una presencia fugaz tras los montes, los bueyes del llamazar en su círculo como el guante de la edad en nuestro rostro, el duelo eterno de la nieve y su memoria, el desafío de la Historia y el Poema, etcétera, etcétera y etcétera.

 

(De Camino de Extremadura. Zaragoza, Servicio de Publicaciones de la Diputación General de Aragón, 2005)

 

 

 

LA ÚLTIMA BATALLA

Noche de los aeropuertos, invierno, un coro platea dudas en las butacas.

 

Noche de los aeropuertos, maletas, un ciervo devorado por los perros, un cazador inunda la noche de resuellos y ronquidos junto al equipaje.

 

Noche de los aeropuertos, calefacción y centauro, arde Hefesto lentamente, como una colilla.


No permitas que olvide cómo he llegado aquí, a este arrabal, a este mar de cirios, a este mar de incertidumbres o de plata de unas Navidades cualesquiera.

 

Teseo retorna con un par de velas negras y el néctar letal extingue a su padre bajo las aguas del nombre propio.

 

Ciudad del hombre, Atenas, lanza y naranjos, mira mis canas, cómo levanto los ojos y el escudo contra esta lluvia de diciembre, cómo encuentro refugio entre estas callejuelas salpicadas de capillas, bajo el párpado del pelícano.

 

Heme aquí, eternamente desnudo, noche de los aeropuertos, dispuesto a conceder la última batalla, a desclavar la espada y calzarme las sandalias.


(De Delfos, me has vencido, Barcelona, El Bardo, 2009)

 

 

CUADERNO DE POMPEYA

El verso de Don Juan hoy me acompaña
y Pompeya murmura entre las ruinas:
sus glorias enterradas, sus miserias,
las teselas de un tiempo de mosaicos.

El verso de Don Juan hoy me acompaña,
Giuliano el guía habla de estos sitios
ante un nutrido grupo de estudiantes,
obstinados turistas y viajeros.

Aquí mismo una tarde de verano,
con los puños de un humo incombustible,
bajo los soles turbios de la muerte,
la nada se hizo dueña hasta la asfixia

de fuentes de abundancia y campos fértiles,
de termas y tabernas, concurridas
callejas del amor y del comercio,
villas patricias, pérgolas marinas.

Aquí mismo quietud del movimiento,
pavesas que sepultan las calzadas,
el teatro de máscara y ceniza,
el lupanar ardiente y taciturno.

Aquí desnudo Príapo y su sábana,
el placentero fósil, la mañana
que ya jamás fue noche o mediodía,
célebre espanto al aire libre yace. 

He ahí a Giuliano, su voz débil
en la inmortalidad de la escayola
que reproduce exactos los remotos
alaridos, los gestos del horror.

He ahí el instante, las legítimas
doncellas caprichosas del Vesubio,
el bostezo de un dios mayor que Apolo,
las urnas que nos dan la eternidad.

Somos hombres sin rostro ante la luz,
ante el sol devorado en el abismo,
esas vidas de yeso almacenadas:
estrangulado ayer hoy permanece.

Somos la luz y el hambre o el cansancio
y el guía de voz débil nos recita
un poema de amor y alejandrinos
y nos tienta a cortar la propia rosa.

Nunca más, amor, fíes del mañana:
los perros callejeros de este monte
con uñas y colmillos de deseo
llaman aún feroces a tu puerta.


(De Cuaderno de Pompeya, Zaragoza, Prensas Universitarias, 2009).

 

3

He aquí la memoria del pájaro y su canto tras el fugaz aguacero contra la muerte.

 

He aquí las luces del ahora, ese muerto con cara de ángel desvalijado, sus ojos horriblemente azules, sus labios cosidos por de dentro con un dulce beso, la manicura y el elegante peinado, un ataúd de rosas imperecederas, un guión, una cámara, otro personaje.

 

He aquí las candilejas mudas, aquí Broadway a media asta, índigas sus zarcas luces, la memoria proyecta una escena de gata y zinc en los tejados de Lisboa, silencio, el océano y sus botellas náufragas, los ecos del apache y la injusticia libre, hasta esta ciudad de canciones que serenan el ánimo en flor de beleño, hasta los pétalos, hasta las raíces negras de la distancia, hasta los hados de la ausencia impenetrable.

 

He aquí el polvo —carne o verbo— tras arder en los candentes pergaminos del Gran Todo.

 

(De Lisboa blues, Tarragona, Cuadernos de la Perra Gorda, 2011).



RAÍCES DE LA LUZ
                 

Hemos sabido anoche, por tu hijo,
de ese último aullido de tu cuerpo,
del último dolor en el estómago
cuando la cicatriz aún dictaba
frescura y sanidad a todas luces.

Hemos querido unirnos a tu ejército
para afrontar la próxima batalla,
calzarnos las espuelas y aplastar
las moscas de la nada que aún rugen
con todo su veneno por tu vientre.

Y así cabalgaremos a conciencia
con lanza en ristre y yelmos ajustados:
he aquí la filmación de lo vivido,
he aquí nuestros afectos especiales.

Nos ha traído aquí la anciana musa,
hasta este valle de torcidas aguas
y aquí se ha destapado la memoria
de todos los instantes que mantuvo
en alta compañía tu palabra,
la única verdad que vive al tiempo.
Aquí cantó la vida retirada.

Oh Benarés, oh Túnez, oh Estambul.
Oh viajes, oh túmulos, oh misterios
de horas insepultas, de una vida
destello de más vida, oh poema
que reflejas el poema revelado.

Oh quebrantada sílaba, oh vena
del blanco amor sin fin o la distancia:
las sendas hacia Delfos y Pompeya,
la Baixa de Lisboa melancólica
en este puerto helado del ahora.

Oh forma aún tiniebla del poema,
oh lago completo de la frialdad,
oh memoria, refugio en armisticio,
tus himnos decididos y tus albos
caballos ya sedientos de paz, ya de batalla:
oh, sí, raíces de la luz insomne.

Oh poema necesario contra los hospitales,
aquí la eternidad en tu lenguaje,
el cauce prematuro de la sombra.
Tu vena aquí, raíz y siempre, canta
la luz desde la luz de los estómagos,
la vida que te nombra y te retiene.

Oh jícaras -oh dioses- decoradas
con los rostros clementes de la misericordia.
Oh verbo vulnerado, oh perdurable verbo,
tamaña incandescencia de las horas.
Oh dios amargo del final feliz,
oh suerte atlética invocada,
oh canto, oh amistad, oh tiempo, oh esperanza.

(Inédito)

© ilustración Lipe Pidal
© poemas Juan Carlos Elijas

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