Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Rescates

Curas, tambores y goles africanos en Pamplona

El funeral consiste en una misa cantada. Quizás no sea una definición exacta en términos litúrgicos, pero ante el altar y de cara a los asistentes ofician cinco curas que por separado o conjuntamente entonan salmos a los que se suman los fieles. Visten casulla blanca y el celebrante principal otra superpuesta del tipo guitarra con una gran cruz dorada. Por momentos se oye sobre el órgano una bien timbrada voz de tenor interpretando una cantata barroca. Es media mañana del último sábado de abril de 2015. En la primera fila de los bancos de la iglesia de San Miguel de Pamplona están mis primos Alfaro con sus cónyuges e hijos. Detrás, más familiares, amigos y vecinos de Camino Bernal, hermana de mi madre y residente la mayor parte de sus 90 años en un edificio aledaño.

 

Inciso 1. Como tanta gente, sólo acudo a los templos por la celebración de bodas, bautizos y funerales, y, aunque cada año me siento menos incómodo, no he llegado a convertirme en transitorio creyente mientras estoy en misa, como le acostumbra a ocurrir a Michael Houelebecq. “La misa en si misma -afirmaba el siempre desafiante escritor francés ese mismo sábado en el suplemento cultural de El País- es muy convincente; es una de las cosas más perfectas que conozco. Y mejor todavía son los entierros porque se habla mucho de la supervivencia después de la muerte y con una apariencia de convicción total”.  

Las exequias por mi tía, que se ajustan a ese doble patrón, no tendrían nada de extraordinario al margen de la cantidad de curas si no fuera porque cuatro de ellos son jóvenes y...negros. Por muy universal, o sea católica, que se reclame la religión que profesan, muchos feligreses de la parroquia e incluso conocidos de la difunta deben estar preguntándose por la razón de tan peculiar quinteto celebrante. En Navarra apenas hay negros y muy pocos sacerdotes treintañeros. ¿De dónde han salido tantos? ¿Qué les ha reunido en este elegante templo del ensanche pamplonés? ¿Qué vínculo tienen con Camino, fallecida casi un mes antes en Madrid? No cabe tildar de mero cotilleo la formulación de estos o similares interrogantes.

 

Inciso 2. Siempre me ha intrigado el papel que desempeñan los clérigos de países subdesarrollados en otros que, por simplificar, podríamos definir como ricos, incluso opulentos en comparación con aquellos de los que proceden. Me refiero a quienes desarrollan su labor pastoral en nuestras ciudades, valles y pueblos, no a los que residen temporalmente aquí por razones de estudio o se ven forzados al exilio. Gozan, por supuesto, de toda la libertad que el estado y la jerarquía eclesiástica les consienta, pero no se trata de profesionales como los demás. Que un ingeniero, un médico o un profesor formado en un país africano se busque la vida en la Vieja Europa supone una tremenda pérdida para la sociedad de la que provienen y otro tanto debería ocurrir en el caso de los curas.

No pasa demasiado tiempo antes de que los presentes aten cabos. A media misa, tras la lectura por varios deudos de pasajes bastante tópicos del Nuevo Testamento, uno de los celebrantes (no el principal, como yo había dado por supuesto) toma la palabra para explicar, a modo de sermón, una historia aleccionadora. El sacerdote, que se llama Aurelien Favi, conoció a mi tía diez años antes en un banco de la zona madrileña de Puerta del Hierro. Ambos eran unos recién llegados a la gran ciudad. Mi tía para pasar su última vejez con Mari Carmen, única hija, también viuda y madre de dos adolescentes. Él, recién ordenado en Benín, para completar su formación teológica y humana. Fue, podría decirse, un flechazo espiritual. La octogenaria navarra no hablaba francés ni el eclesiástico pipiolo español, pero eso no les impidió trabar una conversación que concluyó con una invitación al curica, como sin duda debió catologarle mi tía, para tomar un vaso de leche en su nuevo hogar. Luego hubo más encuentros y estos acabaron forjando una sólida relación. Para Aurelien, según explica a los asistentes al funeral, fue como encontrar una madre. Y, como los códigos de respeto de su país a las personas de edad no le permitían referirse a ella por su nombre, decidió llamarle pamplonica.

 

Inciso 3. Yo conocía esa historia. Mi tía hablaba a menudo del padre Aurelien con mi madre durante sus estancias en Pamplona. Si el curica y la pamplonica componían una extraña pareja, también resultaba curiosa, en otra escala, la de las hermanas Camino y Pilar Bernal Labiano, que se llevaban menos de dos años. Mi tía, viuda desde la década de 1970, era tranquila, dueña de sus silencios, respetuosa con el orden establecido y de firmes convicciones religiosas. Mi madre, viuda desde hace meses, es (aunque a sus casi 89 años hay que amortiguar la contundencia del tiempo verbal en presente) impetuosa, habladora, crítica con casi cualquier tipo de poder y creyente atribulada por sus dudas espirituales y determinadas acciones de la Iglesia de Roma. Siendo tan distintas, siempre se quisieron mucho, supieron demostrárselo y se mantuvieron unidas hasta el final, compartiendo el espiritu familiar que heredaron de sus padres, Pedro Bernal y Simona Labiano. El mismo espíritu que nos mueve a seis o siete docenas de sus descendientes a participar, tras el funeral por Camino, en una comida en la sociedad Anaitasuna de Pamplona, a la que, por supuesto, están invitados los curas.

De haberse quedado en la esfera de lo personal, la relación entre mi tía y el sacerdote beninés habría podido considerarse, si acaso, una parábola sobre el amor al prójimo más allá de sexos, naciones, generaciones y razas, pero tuvo consecuencias que, al menos en este caso, explican la labor que llevan a cabo determinados clérigos expatriados del Tercer Mundo. Convertido en un miembro más de la familia de mi prima, el padre Aurelien la fue implicando, junto con sus hijos y buena parte de sus parientes y amistades, en un proyecto de cooperación que acabó fraguando en la Fundación para el Desarrollo de Benín (FUNDEBE), oficialmente organización no gubernamental de desarrollo desde 2008. Y FUNDEBE, con el apoyo de decenas de voluntarios, en muchos casos jóvenes que realizan tareas asistenciales en sus vacaciones, ha construido y puesto en marcha en Nikki, la zona norteña de Benín, de mayoría musulmana y una de las más depauperadas del país, un centro escolar que ya cuenta con tres centenares de alumnos y otro de salud, en el que ha sido fundamental la colaboración de clubes rotarios. Y todo esto, más lo que pueda venir, tuvo como comienzo el vaso de leche con el que Camino Bernal obsequió al curica, como recuerda emocionado en el funeral.

 

Inciso 4 (y último). Sobre Benín hay dos interesantes crónicas en esta web. “Memorias de Benín”, la primera por orden de aparición, la escribió una buena conocedora del territorio, Maite Clavo. La segunda, titulada “Benín: la cara apacible de África” y también incluida en la sección de Viajes, la redactó Mariaje García tras visitar el país en 2014 acompañada de cuatro amigos. Curiosamente, los cinco turistas realizaron una excursión a la zona donde opera FUNDEBE y de camino coincidieron con el padre Aurelien en un hotel de Parakou, localidad a la que se había trasladado para realizar (o dirigir, no sé cuál es el verbo correcto) unos ejercicios espirituales. El sacerdote les informó sobre un posible alojamiento en la siguiente población y ellos continuaron su viaje sin relacionarlo con el impulsor del centro educativo del que yo les había hablado antes de su partida a Benín. De esa coincidencia y de otras cuestiones relacionadas con la labor de FUNDEBE, como su ideario, funcionamiento e interrelación con el entorno, hubiera querido charlar con el padre Aurelien, pero hubo mucho jaleo en la sobremesa y apenas pude saludarle. En la gran mesa en forma de “u” ocupada por nuestra familia se hablaba alto, y, además, al lado había otra, también nutrida, donde se cantaban bertsos a modo de preparación del acto que Kontseilua (Consejo de Organismos Sociales del Euskera) iba a celebrar horas más tarde en el mismo pabellón del Anaita. Por si fuera poco, enseguida llegó la hora de ir al Sadar, donde al entrar con mi sobrina Lucía atronaban desde el césped...los tambores africanos de una batucada. El infausto Osasuna de esta temporada se la jugaba contra el Albacete. Y por si le interesa a alguien, venció gracias al gol de cabeza conseguido al final del partido por Raoul Loe, internacional por Camerún.

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