Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Rescates

Al Capone murió, sin alcanzar el medio siglo de vida, el 25 de enero de 1947

en su mansión de Florida ocho años después de salir de la cárcel de Alcatraz, donde pagó parte de su condena por evasión de impuestos. Autor material de decenas de asesinatos y responsable de cientos más, su figura presenta curiosas características, no siendo la menor, como explico en este texto que se incluyó en el libro Protagonistas de la historia, que fuera pionero de la industria del crimen, quizás la más poderosa de la actualidad en los cinco continentes.

Al Capone, el adelantado de la industria del crimen

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Mafioso estadounidense de origen italiano, se convirtió desde muy joven en la figura más representativa del gansterismo que en los años veinte del siglo XX convirtió a Chicago en el paradigma de la ciudad sin ley. A pesar de haber sido responsable o inductor de cientos de asesinatos, además de otros graves delitos, su trayectoria criminal sólo terminó cuando fue condenado a once años de cárcel en 1932 por impago de impuestos.

 

   1899. Nace en Nápoles poco antes de la emigración de su familia a los EE.UU.

1919. Se traslada a vivir a Chicago.

1926. Dirige su banda tras la retirada de Torrio.

1929. Ordena la matanza del día de San Valentín.

1932. Es condenado por impago de impuestos.

1947. Muere en Florida.

 

Alfonso Capone nació el 17 de enero de 1899 en la ciudad italiana de Nápoles meses antes de que su familia emigrara a Estados Unidos y se estableciera en Nueva York. El barbero Gabriele Capone y su mujer, Teresa, tuvieron siete hijos, todos varones excepto la más pequeña. Alfonso, el segundo de ellos, se crió en la dureza de las calles y de los muelles de Brooklyn e inició su trayectoria delictiva durante la adolescencia en la banda The Five Points (Los cinco puntos) tras abandonar una ocupación como aprendiz de carnicero. Poco después asesinó a un ciudadano chino por encargo de su primer patrón, apodado La cabra. A los 19 años se casó con Mae Coughlin, una joven de Brooklyn. Al año siguiente su nombre se vio envuelto en la investigación judicial de un homicidio y, ante la necesidad de abandonar Nueva York, se trasladó a Chicago, acompañado de su mujer y de su hijo recién nacido, por invitación del gángster Johnny Torrio.

En Five Points ya había bandas de delincuentes a mitades del siglo XIX.

Chicago, capital del estado de Illinois, tenía entonces 2.700.000 habitantes, de los cuales 900.000 eran inmigrantes, los mataderos más grandes del mundo y una reputación de ciudad corrupta y violenta que se quedaría pequeña en breve plazo de tiempo. Capone no hubiera podido encontrar otro destino mejor ni un mentor más idóneo que Torrio, con quien se había iniciado en la senda de la delincuencia en la banda Los cinco puntos. Johnny Torrio, mano derecha de Big Jim Colosimo, un barrendero que se había convertido en el gran patrón de los bajos fondos de Chicago, le empleó como guardaespaldas de éste y le facilitó su rápido ascenso en el hampa local. Torrio era un gángster atípico que prefería el diálogo a los tiros, pero necesitaba a su lado alguien en quien pudiera confiar, de inteligencia despierta y que no se arredrara ante nada. Capone respondía a ese perfil. La entrada en vigor de la Ley Seca en 1919 demostró que formaban un equipo sin fisuras.

Johnny Torrio (centro) introdujo a Capone en el hampa de Chicago.

La prohibición de la elaboración, venta y consumo de alcohol abrió un nuevo campo de actividad criminal que Big Jim Colosimo no supo tomar en cuenta. La sociedad norteamericana, recién acabada la Primera Guerra Mundial, vivía un período de expansión económica y muchos de sus ciudadanos estaban dispuestos a celebrarlo con cualquier tipo de brebaje. Pese a la fuerte incidencia social de las ligas antialcohólicas, existía una clara demanda a la que querían responder las bandas con una oferta acorde a las leyes del mercado. Decididos a sacar provecho de esta coyuntura, Torrio y Capone pagaron 10.000 dólares al pistolero neoyorquino Frank Uale por el asesinato de Colosimo y tomaron el control de la organización. En poco tiempo sus negocios ilegales relacionados con el alcohol fueron todavía más rentables que los de protección a comerciantes, juegos de azar y prostitución, con los que Colosimo se había enriquecido. La Ley Seca era en la práctica papel mojado. En el primer año de la Prohibición los norteamericanos consumieron 700 millones de litros de licores de alta graduación, 2.500 millones de litros de cerveza y 400 millones de litros de vino.

Torrio y Capone contrataron al asesino de su jefe, Jim Colosimo.

Rey de Chicago a los 27 años

Entre 1921 y 1925 Torrio y Capone libraron una encarnizada guerra con otras bandas que les disputaban el control del contrabando, la producción y la distribución de las bebidas que se servían a los clientes de confianza en los miles de speakeasies (locales de charla fácil, en traducción literal) de Chicago y sus alrededores. Jefes como el irlandés Dion O´Banion, apasionado cultivador de orquídeas, y poderosos clanes familiares, como los también irlandeses hermanos O´Donnell o los hermanos sicilianos Genna, fueron neutralizados, con la eliminación física de casi todos ellos, por los sicarios a su servicio, permitiéndoles imponer su supremacía a sangre y fuego. Durante el resto de la década la violencia entre las bandas de gángsters fue de parecida intensidad, pero la organización quedó bajo la exclusiva dirección de Capone, ya que su socio se retiró a Italia después de resultar gravemente herido en un ataque realizado por Hymie Weiss y Bugs Moran, lugartenientes de O´Banion.

Redada en uno de los miles de bares clandestinos de la época en Chicago.

A los 27 años Capone era el rey de Chicago. Con las bandas rivales sometidas, aunque siempre belicosas, y las autoridades de la ciudad amedrentadas o corrompidas, se convirtió en una figura social respetada, y en muchos casos hasta admirada. Vivía en una mansión de un barrio residencial con su mujer, su hijo, su madre y algunos hermanos. Su hermana pequeña Mafalda se educaba en un colegio de lujo. Daba grandes fiestas con cientos de invitados. Aparecía con asiduidad en la prensa y no sólo para defenderse de acusaciones criminales. Promovía diferentes actividades de tipo filantrópico. Se jactaba públicamente de sus amistades con políticos y artistas relevantes. Poseía un palacio blindado en Florida...

Capone trataba de ofrecer una imagen pública de marido, padre e hijo ejemplar.

Algunos periódicos le denominaban Scarface (Cara cortada), por la cicatriz que le surcaba la mejilla, pero recibía el trato de un triunfador en los negocios. En la calle era Mister Capone o Big Al. Sólo los más íntimos de su círculo de lugartenientes y guardaespaldas le llamaban Snorky, un término de argot callejero que hacía referencia a cierto tipo de elegancia principesca. Y en las escasas ocasiones en que se refería a su mote, impronunciable en su presencia, afirmaba que se lo había producido un casco de granada en el frente francés durante la Primera Guerra Mundial. Por supuesto, nunca había estado en Francia, pero no eran pocas las personas dispuestas a creerle.

Capone recibía el trato social que cabía esperar de un triunfador en los negocios.

El poder de Capone se sustentó a partes iguales en la violencia y en la corrupción. Nadie se atrevía a testificar en su contra, pero tampoco había un verdadero interés en apresarle por parte de la policía y la judicatura local. El peculiar carácter de Chicago, “habitada por salvajes”, según escribió el Premio Nobel de Literatura Rudyard Kipling, le permitió comprar voluntades y acallar conciencias con el simple gesto de echar mano de su talonario. Cuando recurrió a las escopetas recortadas, las ametralladoras Thompson y las bombas de mano, lo hizo en la mayoría de las veces para dirimir sus diferencias con las organizaciones rivales o para aplastar sin contemplaciones brotes de rebelión entre sus propios hombres.

Centro de Chicago en la década de 1920.

Los 700 pistoleros a su servicio participaron en muchos de los 377 arreglos de cuentas ocurridos en la ciudad entre 1924 y 1929, pero habrían resultado insuficientes para mantenerle en el pedestal delictivo si no hubiera comprado al 60% de los funcionarios de policía, incluidos altos responsables. Su método, como explicó en un libro de memorias, era “corromper al mayor número posible de tipos importantes; después los ponía bajo la ducha fría, haciéndoles ver que ya era demasiado tarde para volverse atrás”.

Capone fue el responsable de cientos de asesinatos.

Un mafioso adelantado a su tiempo

Otra de las claves de su trayectoria fue la de organizar la industria del crimen como otra industria cualquiera, adelantándose a muchos de los pasos que la Mafia daría años más tarde. Su banda rebasó los tradicionales límites de acción de los gángsters y extendió sus tentáculos en sindicatos, federaciones de comerciantes, empresas de contratación artística, sociedades cívicas, etc. A su modo, era un hombre de su tiempo, un emprendedor como Ford y Rockefeller, un decidido partidario de la publicidad. Estaba convencido de que proporcionaba aquello que pedía el mercado, aunque se tratara de alcohol de ínfima calidad, prostitutas, carreras de caballos amañadas o fuerzas de choque rompehuelgas. Y se sentía muy satisfecho por ello.

El alcohol ilegal proporcionó enormes beneficios durante la vigencia de la Ley Seca.

Capone nunca tuvo problemas de autoestima ni de conciencia. Le encantaba la popularidad. Le gustaba dar una imagen pública de competencia en lo referente a los negocios y de llaneza, incluso campechanía, en lo personal. Se vanagloriaba, como muchísimos otros italo-americanos, de sus habilidades culinarias con la pasta. Se declaraba amante de la ópera, con especial predilección por Rigoletto, Il trovatore y, sobre todo, Aida. Ponía buen cuidado en saludar a los vecinos desde su jardín... No se sentía diferente al ciudadano medio norteamericano. Tampoco consideraba que sus problemas con la justicia fueran muy preocupantes. “La gente -dijo por entonces- habla de mi diciendo que no estoy dentro de la ley. Nadie está dentro de la ley. Tú lo sabes y ellos lo saben también”.

De juerga en el cabaret Tropicana de La Habana...

En 1929, mientras todo el país sufría las consecuencias de la Gran Depresión, llegó al punto más alto de su poder y de su fama, sin arrinconar por ello el puño de hierro en el trato con los competidores y en el mando de su ejército. La famosa matanza del día de San Valentin, celada que llevaba claramente su marca, se saldó con el asesinato de siete pistoleros de Bugs Moran, antiguo lugarteniente de Dion O’ Banion y uno de sus acérrimos enemigos. La masacre originó un gran escándalo, pero Capone, responsable o inductor de quinientos asesinatos, permanecía impasible ante cualquier tipo de cifras. Su fortuna personal estaba valorada por entonces en 40 millones de dólares y se calculaba que cada semana la aumentaba en 100.000 dólares.

Titular a toda página sobre la Matanza de San Valentín.

La Warner Bross le ofreció 200.000 dólares por protagonizar su propio papel en una película, pero rehusó. Tenía en mente otra representación de alcance interno, destinada a sus lugartenientes, y de carácter ejemplarizante. El siete de mayo reunió a veintitrés jefes de su banda en Burnham, una población del vecino estado de Indiana, para celebrar la buena marcha de los negocios emprendidos lejos de Chicago. La comida era distendida, pero los invitados miraban con aprehensión una gran caja de terciopelo colocada sobre la mesa. En la sobremesa Capone, al que acompañaba Topsie, una de sus amantes, abrió la caja. Contenía veinte cinturones incrustados de diamantes formando la letra c. Sólo veinte. Los repartió uno a uno y al terminar pareció compungido por haberse olvidado de tres de sus sicarios. Fue sólo cuestión de segundos, porque rápidamente alguien le pasó un bate de béisbol -un palo de golf, según otras versiones- y se ensañó con los tres hasta matarlos. John Scalise (segunda fotografía, abajo) y Albert Anselmi (tercera) habían intervenido en la matanza del día de San Valentín y Joe Guinta había sido promovido poco tiempo atrás por el gran jefe a la presidencia de la Unión Siciliana, pero su vida no valía un centavo desde el momento en que éste supo o imaginó que conspiraban a sus espaldas.

Alcanzado el punto más alto de su ascensión criminal, el principio del fin de Al Capone se gestó ese mismo año 1929 por la confluencia de dos factores. Por un lado, el presidente Hoover, tras una entrevista con Frank Knox, editor del Chicago Daily News, periódico que lideraba un movimiento de regeneración ciudadana, decidió acabar con él, y desde entonces se vio sometido al acoso, en ocasiones muy poco escrupuloso con la ley, de un cuerpo especial de policía creado por Elliott Ness y conocido como Los Intocables. Por otro lado, los jefes nacionales de la Mafia, reunidos en Atlantic City, le dieron un toque de atención al considerar que su ambición y su arrogancia ponían en peligro los intereses de todos los demás. Joe Massaria, Lucky Luciano, Frank Costello, Dutch Schultz y el resto de los máximos jefes, incluido su irreconciliable adversario Bugs Moran, creían llegado el momento de alcanzar un pacto de no agresión que permitiera el crecimiento del sindicato del crimen sin fotografías de asesinatos en las primeras páginas de la prensa. En realidad pretendían seguir en mucho aspectos el camino que Capone había marcado en la ampliación del marco de actividades clandestinas, pero con las cautela tradicional de la Mafia. El boss de Chicago no era siciliano, no les gustaba su estilo de hacer las cosas. Y como temían que no cumpliría su palabra, le sugirieron desaparecer de escena por una temporada.

Elliott Nesss, cuarto por la izquierda, con el resto de Los Intocables.

Capone entendió tan bien el mensaje que ni siquiera esperó a llegar a su feudo para ponerlo en práctica. Se acercó a un policía en una calle de Filadelfia, le entregó su revólver del 38 y se autoinculpó de tenencia ilegal de armas. La noticia causó sensación en todo el país y mereció ediciones especiales en los periódicos, aunque se ocultó el hecho de las circunstancias de la detención. Condenado a un año de cárcel, cuando fue liberado de la Eastern Penitentiary en marzo de 1930, pudo comprobar que las cosas habían cambiado mucho, aunque nadie había querido comunicárselo mientras estaba en prisión. Su organización, que había dejado en manos de su hermano Ralph The Bottle (La botella), perdía terreno ante la de Bugs Moran, quien no había cumplido el pacto de Atlantic City. Elliott Ness y sus hombres estrechaban el cerco. Los políticos locales eran cada vez más belicosos.Tenía demasiados problemas en unas circunstancias en que no quería saber nada de ellos. Por un momento pareció que abandonaba, que estaba dispuesto a retirarse para disfrutar de su botín, pero tras una estancia de descanso en Florida volvió a Chicago y recuperó el manejo de sus resortes de poder.

Bugs Moran, encarnizado enemigo de Capone.

A la cárcel por fraude fiscal

El mazazo le llegó un año más tarde por donde menos lo esperaba. Dos inspectores del Tesoro, que llevaban mucho tiempo investigando sus impuestos, consiguieron lo que había sido imposible para una legión de fiscales y policías: meterlo entre rejas. El proceso por fraude fiscal iniciado en junio de 1931, algo aparentemente fácil de solucionar para su cohorte de 53 abogados, finalizó en octubre con una condena de once años de cárcel. Nadie hasta la fecha había recibido un castigo tan severo por ese tipo de delitos, pero no podía solicitar clemencia ni tampoco reclamar un trato igualitario. La razón de esa condena arbitraria era de dominio público. La sociedad, la ciudad de Chicago, el Gobierno y prácticamente toda la nación tenían muchas cuentas que saldar con Scarface. Consciente de su situación, dio muestras de aceptar las cosas con un muy oportuno arrepentimiento. Los quinientos periodistas que cubrían informativamente el juicio apenas podían reconocerlo cuando dijo “estoy cansado de mi vida pasada, el castigo del Tribunal me servirá de lección”.

Capone, con la cabeza gacha, tras ser condenado.

En la primavera de 1932 ingresó en la penitenciaría federal de Atlanta, en Georgia, dónde se enteró de la decisión del recién elegido presidente Roosevelt de derogar la Ley Seca, la norma legal que había impuesto catorce años de Prohibición y había hecho posible que su carrera criminal alcanzara cotas hasta entonces desconocidas. Durante el año 1934 fue trasladado al famoso penal de Alcatraz, en la bahía de San Francisco. Allí no tuvo el trato preferente de Atlanta, trabajó en la lavandería y debió soportar las burlas de jóvenes reclusos que le llamaban a la cara “wop with the mop” (el italiano de la escoba). No le quedaba nada de su inmenso poder de antaño. La cárcel había acabado con el mito Capone. Tenía además graves problemas de salud que afectaban a su sistema nervioso por culpa de la sífilis que atrapó a los quince años en Nueva York y que no había tratado antes de ingresar en prisión. El buen comportamiento y la redención de pena por trabajo le permitieron salir en libertad condicional en 1939. Se retiró con su mujer y su hijo en la finca de Florida, donde llevó una vida discreta. El 25 de enero de 1947 murió allí a consecuencia de una hemorragia cerebral. Su entierro en el cementerio católico del Monte de los Olivos de Chicago fue mucho más modesto que los de Colosimo, O´Banion y muchos otros a quienes ordenó asesinar.

Mansión de Al Capone en Florida.

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