Entre el pueblo navarro de Lumbier y el tarraconense de La Sénia hay unos cuantos centenares de kilómetros y ningún vínculo manifiesto. De verme forzado a ello, sólo hubiera sido capaz de relacionar la agreste foz del primero con el significado castellano de la toponimia del segundo: "noria" y a la vez el río que le da nombre. Agua en acción, una ligazón tenue por inmemorial y cogida por los pelos dada la diferencia de caudal entre el pirenaico Irati y el mediterráneo Cenia, o Sénia, cuyo cauce, que separa Cataluña y la Comunidad Valenciana, permanece ahora casi siempre seco.
Sin embargo, esas dos localidades están unidas por un penoso episodio de la guerra civil, o al menos eso deduje al escuchar, durante una visita guiada al aeródromo de La Sénia, que los aviones que despegaban de una de sus tres pistas mientras permaneció en poder de la República llegaron a bombardear Pamplona. Nos lo explicó Heribert Garcia Esteller, historiador y miembro del patronato que ha recuperado el campo de aviación, al pequeño grupo de personas que recorríamos las instalaciones al cumplirse 75 años de los bombardeos de la Legión Cóndor en el Alt Maestrat. Fue al mediodía del domingo 26 de mayo e inmediatamente relacioné el dato con el texto que Félix Imízcoz, profesor de historia jubilado, me había remitido en relación con el artículo Stukas y drones, aparecido hace unas semanas en esta sección.
No es seguro que el bombardeo de Lumbier fuera realizado por alguna de las escuadrillas de La Sénia, pero resulta probable. Por eso reproduzco el artículo de Félix Imízcoz, nueva firma invitada de LSN, con fotografías que tomé durante la visita al campo de aviación y al almacén donde José Ramón Bellaubí, vecino de La Sénia, guarda la extraordinaria réplica que ha realizado, con medidas y materiales reales, de un Poliarkov de la Fuerza Aérea de la República, el caza de fabricación soviética popularmente conocido como mosca.
Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Rescates
Virtudes de los bombardeos de lord Londonderry
Lumbier, el pueblo navarro en que nací, fue bombardeado por un avión del bando republicano el 25 de septiembre de 1937. Mi madre me contaba que al oir ruido de motores todos los del pueblo se asomaron a las ventanas y vieron un avión del que caían lo que pensaron que eran paquetes. Después, oyeron las explosiones de las bombas y poco más tarde contaron siete muertos. Yo hice entonces la pregunta de siempre: ¿por qué Lumbier? Y ¿por qué Gernika? ¿por qué Benassal?
Se dijo que lo de Lumbier fue una equivocación, que el objetivo era el puente de Liédena, población vecina. Es cierto que en esas fechas, aviones republicanos bombardearon núcleos importantes de Navarra como Pamplona y Tudela, y también puentes. Lumbier no cumplía ninguno de los dos requisitos, así que es posible que aquel bombardeo fuera un ejemplo más de la escasa eficacia de la aviación republicana.
Cinco meses antes, en Gernika, la Legión Cóndor, comandada por Wolfram Von Richthofen, llevó a cabo una acción bien diferente. En un día de feria, con cinco mil personas en la población, un bombardero solitario lanzó una bomba; la gente se refugió en los sótanos de los edificios -Durango había sido bombardeada unos días antes- y cuando salió a ayudar a los heridos, apareció el resto de la escuadrilla lanzando todo tipo de bombas. La gente huyó de la ciudad pensando que en el campo estarían más seguros, pero entonces aparecieron los cazas para ametrallar todo lo que se movía; horas después, nuevas escuadrillas arrasaron la ciudad y acabaron su obra macabra. El cuartel general de Franco emitió días después el siguiente comunicado:
"Guernica está destruida por el fuego y la gasolina. La han incendiado y convertido en cenizas las hordas rojas al servicio del perverso y criminal Aguirre que ha lanzado la mentira infame -porque es un delincuente común- de atribuir a la heroica y noble aviación de nuestro ejército nacional ese crimen..."
Para Hitler, la guerra civil española fue una ocasión única, un regalo perfecto que le permitió ensayar y mejorar todo tipo de armamento con vistas al gran conflicto que devolvería a Alemania el "lugar en el sol" que había perdido tras el humillante Tratado de Versalles. En la Segunda Guerra Mundial, la población civil y las ciudades se convertirían en objetivo de los bombardeos; se buscaba la desmoralización de la población, pero también llenar las carreteras y caminos de refugiados para desorganizar la retaguardia y evitar el despliegue de los ejércitos enemigos. Por eso, Gernika representó la ocasión perfecta para sacar conclusiones.
¿Y Benassal y los demás pueblos bombardeados del Alt Maestrat? Estamos en 1938, la guerra se acaba y hay que probar la precisión de una nueva versión del Junker 87, el stuka, el famoso bombardero en picado de la Luwtaffe. En La guerra civil española Antony Beevor lo explica así:
"En la primavera de 1938 durante el avance a través de Aragón, la Legión Cóndor bombardeó pueblos y ciudades -incluidas Albocácer, Ares del Maestre, Benasal y y Villar de Canes-, luego tomó fotografías de ellos, desde el aire y desde el suelo, para evaluar las pautas de los bombardeos y los montos de la destrucción que habían causado. Le interesaba, sobre todo, evaluar la precisión de los bombardeos de los "Stuka" con bombas de 500 kg. En Benasal, que alcanzaron con nueve bombas de 500kg, tomaron fotografías a la iglesia del pueblo que era de considerables dimensiones y había sido reducida a escombros. La mayor parte de este trabajo lo realizó el comandante Fugger, descendiente de los célebres banqueros de Carlos V"
Estas urgencias por bombardear se explican porque en la década de 1930 no existían apenas experiencias previas. Los hermanos Wright habían conseguido en 1903 hacer volar durante doce segundos su aparato en lo que se considera el primer vuelo a motor de la historia y sólo diez años después se produjo el primer bombardeo desde un avión, dudoso honor que le corresponde a España en la guerra de Marruecos, pero en la Primera Guerra Mundial no hubo un desarrollo significativo de la guerra aérea en esta modalidad, mucho más destructiva que la del enfrentamiento entre pilotos enemigos. Las imágenes de la época muestran a pilotos con gorro, gafas y bufanda al viento cogiendo de una caja las bombas que iban a lanzar, ¡a mano!, sobre el ejército enemigo. La aviación en esa guerra cumplió un papel casi decorativo por la escasa autonomía de vuelo de los aparatos y la falta de precisión de su armamento, lo cual les limitaba prácticamente a labores de vigilancia de los movimientos de las tropas enemigas. Aunque sí tuvieron importancia, sobre todo de cara a la propaganda, los combates aéreos, que se desarrollaban según unas normas no escritas de aristocrática caballerosidad. El "as de la aviación" fue Manfred Von Richthofen, el Barón Rojo, que derribó 80 aviones antes de morir a causa de un disparo realizado desde tierra. Para hacerse una idea de los códigos que en la guerra del aire impereban entonces, basta decir que fue enterrado por soldados británicos y australianos con los honores militares reservados a los héroes. Nada que ver con las masivas y atroces muertes de soldados de a pie ocasionadas por el gas mostaza a un lado y otro de las trincheras.
Wolfram von Richthofen, primo del Barón Rojo, no tuvo ni mucho menos los escrúpulos de los aviadores de la Primera Guerra Mundial. Con su Legión Cóndor dominó los cielos españoles y fue el responsable de Gernika, Benassal y todos los experimentos aéreos de la guerra civil antes de combatir en la Segunda Guerra Mundial en los Balcanes y Stalingrado. De carácter engreído y cruel, no era apreciado ni por los adversarios ni por sus propios compañeros. Murió recién acabada la guerra en un campo de prisioneros estadounidense. No consta que le hicieran ningún homenaje.
En 1932, un año antes del ascenso de Hitler al poder, y al amparo de una cada vez más débil Sociedad de las Naciones, se reunió en Ginebra la Conferencia de Desarme para tratar, entre otros temas importantes, la prohibición de los bombardeos sobre núcleos urbanos y población civil (los japoneses acababan de bombardear Sanghai y de invadir Manchuria). Hitler estaba preparando un gran fuerza aérea en su decidido camino hacia la guerra mientras Inglaterra mantenía un vacilante debate político. Por una parte, la izquierda laborista no quería que se legitimasen los bombardeos ni tampoco que se incrementase la flota de aviones, mientras lord Londonderry, a la sazón ministro de Aviación del gobierno conservador, y tachado por la izquierda de amigo de Hitler, defendía los bombardeos "por su eficacia, su rentabilidad y por su humanidad", ya que, argumentaba, permitían "mantener la paz y el orden con muy poco derramamiento de sangre, en comparación con las anticuadas operaciones punitivas que acababan con fuego de ametralladora y luego en un repaso con la bayoneta".
El bombardeo de Gernika supondría el despertar brutal ante una nueva forma de guerra que atacaba mujeres, ancianos y niños, y se convertiría en el símbolo que todos conocemos, pero ahí se acaba el debate ético: Coventry, Londres, Stalingrado, Berlín, Dresde, Hiroshima y Nagasaki… sin olvidar Vietnam, probablemente el país más bombardeado de la historia. Todos los contendientes acaban encontrando ventajas en bombardear ciudades para ganar guerras.
Las mujeres berlinesas que soportaban los terribles bombardeos de la aviación americana y las violaciones masivas de los soldados soviéticos tenían una idea diferente sobre la humanidad de los bombardeos predicada por lord Londonderry. "Más vale un ruso en la tripa que un americano en la cabeza", decían con la cruda lucidez que provoca el ansia de supervivencia.
En estos días, la aviación de Bashar al-Assad bombardea los barrios de las afueras de Damasco y echa la culpa a los rebeldes mientras algún dron tan inteligente como miope sigue confundiendo invitados a una boda con una concentración de talibanes.
En una guerra, el primer muerto es la verdad. En la década de 1930 y ahora.
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