Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Rescates
Los Faícos, una diatriba ferlosiana y las vivencias semiclandestinas de Vargas
La foto antigua de un joven presumido, una gacetilla que destila mala baba aparecida
en un periódico en catalán hace más de un siglo y una remembranza publicada en 2001 por el escritor peruano Fernando Iwasaki en la edición sevillana de ABC propician el momentáneo rescate de las figuras de dos toreros con el mismo nombre y trayectorias dispares. Otros dos artículos, recientemente firmados en El País por el sabio olmo Rafael Sánchez Ferlosio y por esa palmera florida en la que se ha convertido el nobel pero buen novelista Mario Vargas Llosa, ponen en bandeja un apunte a modo de coda.
El gañán de la fotografía, tomada en 1902, es Joan Nonell González, Faíco Chico, uno
de los dos protagonistas del suceso, ocurrido el 26 de agosto de ese mismo año, que
indigna al anónimo redactor de La Veu de Catalunya, diario que entonces sólo tenía tres años de vida y que está considerado uno de los más prestigiosos de la prensa catalanista de la época
(ver abajo reproducción del artículo y la traducción al castellano). El Faíco
del que escribe Iwasaki es el diestro del grabado, apenas conocido en la península
como “niño torero” y gran figura durante las décadas de 1910 y 1920 en los cosos
de Lima y otras ciudades peruanas (ver reproducción del artículo).
Las vidas de los Faícos tiene otras coincidencias más allá de la profesión. El primero fue cristianado como Francisco González Ruiz, así que el apellido de su padre era igual al de la madre del segundo, aunque sin lazos de parentesco. Faíco nació en Sevilla en 1873, y el Chico en Barcelona cuatro años más tarde. Como el mayor actuó en una cuadrilla de “niños toreros”, cabe imaginar que algún pariente o amigo del pequeño advirtiera cierto parecido físico entre ambos y le apodara Faíco, pese a llamarse Joan. Cosas más raras se han visto… y se verán.
Sea cual sea el origen de la coincidencia del nombre torero, los dos tuvieron existencias
turbulentas. Faíco hizo las Américas, pero murió en 1933 después de haber regresado a España sin un clavel. El Chico, que nunca llegó a triunfar, toreó sobre todo en su ciudad natal y en el
sur de Francia, sufrió graves cogidas y falleció, diez años antes que su homónimo, a consecuencias de una pelea con un sereno barcelonés en la que se le abrió una cornada mal curada en la ingle.
Literalmente, se desangró, no se sabe si tratando de enmendar o de confirmar la tremebunda frase que Luis Alonso Hernández, veterinario y escritor taurino, adjudica a Faíco: “la sangre que se pierde
por la herida tras cornada es la sangre de los valientes y la que queda es la de los cobardes”.
Sangre, herida, valientes, cobardes…De ese gonadismo macho abominó Sánchez Ferlosio en un artículo publicado en El País con el título “Patrimonio de la Humanidad” al sostener que los desplantes no sólo son consustanciales a los toreros, sino también un ahí queda eso que le parece el paradigma del “alma-hecha-gesto de la españolez”. Vargas Llosa, aficionado de pro y prez del nuevo-viejo españolismo,le respondió en la misma tribuna sólo una semana después con una pieza titulada “La barbarie taurina”. El Nobel de Literatura esgrimió argumentos sólidos en defensa del toreo y del toro, arremetió contra la frase “alma-hecha-gesto de la españolez” (que dijo no entender, pero sí su disparatada intención) y acabó metiendo la pata hasta el corvejón al calificar de “semiclandestina” la corrida a la que había asistido en Marbella el 5 de agosto, domingo en que El País acogió la diatriba ferlosiana. ¿Semiclandestina una corrida que le maravilló por “la magnífica tarde de sol alto y cielo azul, los seis astados bravos, alegres, nobles y de buen peso, el entusiasmo del público que ocupaba media entrada y el pundonor de los toreros, su virtuosismo y su voluntad de gozar y hacer gozar”? No cabe duda de que al novelista se le fue la mano. Pero si quiso dar a entender que los espectáculos taurinos no tienen suficiente cobertura mediática, puede estar satisfecho. En TVE tardaron horas en tomar nota, ya que en la segunda edición del telediario del 12 de agosto, el mismo día en que se publicó su artículo, dedicaron un amplio espacio al triunfo de Morante y El Juli en la plaza donostiarra de Illumbe, donde ni siquiera se alcanzó la media entrada.
Ahora, cuando se cumplen 110 años de los disparos de Faíco Chico contra el banderillero Antonio Vargas el Negret en la Plaza Real de Barcelona y casi 90 de la vuelta de Faíco a la península con la cabeza gacha, vale la pena recordarlos en cuanto fascinantes personajes de una España irremediablemente ida, digan lo que digan taurinos y antitaurinos. En cualquier caso, se disfruta con cruces de espada dialécticos como el mantenido entre don Rafael, de nombre tan torero, y don Mario, o Vargas el Blanquet. “Mi ferviente deseo –concluye el primero- de que los toros desaparezcan de una vez no es por compasión de los animales, sino por vergüenza de los hombres”. La prohibición, según acaba su artículo el segundo, es “la última ofensiva autoritaria, disfrazada, como es habitual, de progresismo”. Finales rotundos, tomas de posición inequívocas. Y, naturalmente, mencionados aquí por riguroso orden de publicación.
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El artículo de Fernando Iwasaki
ABC de Sevilla, 9-12- 2001
La última faena de Faíco
En 1991, mientras desayunaba en el desaparecido bar "Vicente", descubrí uno de esos elegantes paños de seda donde se anunciaban las corridas de toros antiguas. Ahí rezaba que la cuadrilla de "Los Niños Sevillanos" se encerraban con seis toros en la plaza de Almería, y a mí me vino a la memoria el nombre de Francisco González "Faíco", uno de esos niños sevillanos que formó pareja con el inolvidable Enrique Vargas "Minuto". A "Minuto" no le fue malamente, pero "Faíco" jamás saboreó la gloria en España y por ello probó fortuna en Lima, donde en 1901 armó tal taco que la ciudad lo adoptó y se avecindó allí durante veinte años. Y como la melancolía supone la literatura, decidí contar la historia de "Faíco" en mi columna semanal.
En aquel artículo hablé de la revolución que significó "Faíco" en Perú y de cómo
Lima entera se rindió a su torería florida y finísima. Así descubrí sus "largas a una mano", sus airosos faroles, sus ajustadas navarras y sus pintureros lances "de frente por detrás". Hablé de sus
duelos con Paco Bonal, Chicuelo y Rodolfo Gaona; de los toros que le brindaron Belmonte y Joselito cuando deburaton en Lima; de su gracia y su arte personalísimos, y de la colecta popular que los
limeños hicieron en 1921 para que "Faíco" pudiera
regresar a Sevilla a poner una tahona. De todo aquello hablé y nunca más volví a tener noticias de "Faíco", hasta hace una semana en una peña
flamenca de Triana.
Estaba acodado en la barra cuando un hombre de mediana edad me abordó para preguntarme si era yo quien había escrito hace diez años un artículo sobre su bisabuelo, que había sido torero sin estrella y que había vivido muchos años en Lima. Sí, aquel hombre era bisnieto de "Faico", aunque su mirada no traslucía ni la serenidad de la emoción ni el reslplandor de la gratitud. Confesó no tener ningún recorte o cartel de sus temporadas peruanas y continuaba mirándose como si guardara un resentimiento de generaciones.
Poblamos el tiempo tantéandonos de capote y charlando a florete sobre pintura y cante jondo -el bisnieto de "Faíco" es artista y escribe letras flamencas-, aunque uno trataba de adivinarle los atavismos de la torería en los gestos y en el desplante que escorzaba sobre el burladero de la barra. "Rufo" de Santiponce acometió valiente la salida del cante, y cuando nos anegó el silencio unanimidad de la soleá presentí que había llegado el momento de templar la embestida.
¿Y qué ocurrió con "Faíco" cuando volvió a Sevilla? -quise saber-. ¿Llegó a poner su tahona con el dinero de la colecta nacional? El hombre apuró su manzanilla y respondió con fingida indolencia: "El jodío vino sin un duro y mató de un disgusto a mi bisabuela. En Casa nunca hemos sabido nada de esos dineros." Para que la escena sea más trágica el cantaor desgranaba seguiriya, y me sobrecogió imaginar las penurias de aquella familia, malcogida como los peruanos por las cornás del oro del Perú.
No atiné a decir nada y deseé no haber escrito jamás aquel artículo. Sin embargo, el bisnieto de "Faíco" me apretó el brazo y me preguntó a bocajarro, como si en mi respuesta le fuera la vida: "Yo no soy un grna aficionado. ¿De verdad que el jodío era tan bueno?" El mejor, el dije. Nadie en Lima ha sido más grande que "Faíco". Belmonte y Joselito, Cayetano Ordoñez y Manolete, bordaron tardes maravillosas, pero sólo "Faíco" ha reinado en Acho durante veinte años.
A mí me hubiera gustado contarle esta historia a la bisabuela que murió del disgusto o a los propios hijos de aquel torero que hechizó a los limeños, pero tal vez ya sea demasiado tarde para todo eso. Enrique Medrano, pintor, poeta, flamenco, aficionado cabal y bisnieto de "Faíco" me abrazó conmovido, y cuando le vi andar hacia la salida, entre los olés de la seguiriya que agonizaba, me di cuenta de que estaba dando una vuelta al ruedo.
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La gacetilla sobre Faíco Chico
La Veu de Cataluya, 27-8- 1902 (traducción)
Entre toreros
Ayer, a las cuatro de la tarde, se produjo una extraordinaria alarma en la Plaza Real, a consecuencia de las rencillas entre dos de esos toreros que haraganean por Barcelona, pasando días y noches en cafés y tabernas.
A dicha hora se encontraba justo enfrente del café Espanyol, hablando con varias personas, el banderillero de novilladas Antoni Vargas (a) Negret, cuando de repente vio aparecer por la misma plaza un coche en el que iban el espada novillero conocido como Faíco Chico junto con una mujer.
Entre ambos toreros había rivalidades y odios antiguos por cuestiones del
"oficio". El Negret, en cuanto vio llegar al otro, se levantó
bruscamente, agarró el primer bastón que tuvo a mano, y que por cierto no era nada liviano, y se plantó de un salto junto al coche, empezando a apalear a Faíco Chico con verdadera furia.
Este saltó del vehículo, y poniendo en práctica aquel dicho popular en Barcelona "larguémonos, al estilo torero", huyó entre los pórticos de la plaza,metiéndose entre los concurrentes del café, perseguido por el otro, que seguía apaleándole.
Los presentes, espantados, corrían de un lado a otro para no ser víctimas de aquellos dos airados individuos, y la alarma alcanzó su grado máximo cuando vieron que el Faíco Chico sacaba un revolver de gran calibre.
Entonces la gente se refugió donde pudo, metiéndose en el café, en las escaleras, en las tiendas, en la calle Dels Tres Llits, etc., etc.
A todo esto, el Negret se quedó a cierta distancia del Faico y éste le apuntó con el revolver. El Negret, con toda la furia, le lanzó el bastón con la intención de hacerle saltar el revolver, pero al ver que no lo conseguía, y que el otro seguía apuntándole, se metió en el Café Espanyol, saltando por el marco de una vidriera, sin cristal en verano, y en un lugar donde se encontraban muchas personas. Entonces el Faíco disparó su revolver y alcanzó a su contrincante en el brazo derecho.
Un mozo del café se lanzó sobre el agresor, impidiéndole volver a disparar y enseguida llegaron un inspector de policía y un municipal, que desarmaron al torero y se lo llevaron preso.
El Negret se dirigió hacia el dispensario de la calle Barberá, donde el doctor Coll le curó una herida contusa en el brazo derecho, región deltoidea. Al parecer la bala le alcanzó de rebote, y fue una gran suerte que no hubiera más desgracias puesto que, como ya hemos dicho, el café estaba muy concurrido en aquel momento.
El Faico tiene fama de pendenciero y se cuentan muchos hechos que confirman esta fama.
Desde hace tiempo, este enjambre de toreros había elegido el café Espanyol como lugar de encuentro, pero según parece, el dueño del establecimiento, que no está para escándalos, ha dado órdenes terminantes a los mozos de que a partir de hoy no se sirva nada a los individuos de esta calaña.