Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Rescates
María y Yolanda en el teatro del mundo
La vida y la muerte tejen extrañas coincidencias, la mayoría imposibles de advertir sin una considerable ración de chiripa. El fallecimiento de dos mujeres, famosa una y sin renombre la otra, me ha permitido constatarlo de nuevo. María Asquerino murió en Madrid el 26 de febrero por una insuficiencia respiratoria a los 87 años. Yolanda Ciáurriz se fue diez días más tarde en Pamplona, a los 62 años, tras una larga enfermedad causada por un tumor cerebral. No tenían nada en común, ni edad, ni profesión, ni procedencia, pese a que el apellido del verdadero padre de la actriz, Mariano Urdiain, también revela ancestros navarros. Sólo el azar las unió una vez. O más bien, las enfrentó en un lance mínimo, circunstancial, tan irrelevante en sus existencias como ajustado al papel de cada una en el teatro del mundo. Y sólo la casualidad me lo ha dado a conocer días después de que ambas murieran, también de acuerdo al guion: una en la soledad de la libérrima dama indigna que siempre quiso ser y la otra rodeada de sus seres queridos.
Miguel, buen amigo de juventud, me informó del episodio cuando le llamé por teléfono para darle el pésame por la muerte de su esposa. Habíamos hablado de todo lo que se acostumbra en esos casos y me animé a recordar una anécdota reveladora del firme carácter de Yolanda, mujer además muy guapa. Mi amigo, sereno y emocionado, la rubricó contándome que hacia 1980, cuando rondaban los 30 años, fueron al Bocaccio madrileño y que desde que entraron María Asquerino, sentada cerca, no cesó de tirarle los tejos con descaro. Él, entonces un tío guapetón, se sintió más incómodo que halagado, pero no supo reaccionar, y la situación fue enconándose hasta que Yolanda no aguantó más, se levantó y le espetó en voz alta a la actriz que iba a cobrar dos hostias como un pan si seguía tratando de levantarle el marido.
La divertida historia me dio que pensar. Yolanda reaccionó como la hembra joven que enseña los dientes a una gataza añosa, lúbrica y resabiada, pero, además, quizás sin saberlo, se convirtió en la extraña, y aun la provinciana, que zarandea el pedestal de la emperatriz. Es lo que puede deducirse del artículo que, tras la muerte de la famosa intérprete de Anillos para una dama, publicó Marcos Ordóñez en El País con el título “Ella cantaba en la noche”. “María Asquerino –escribió el crítico teatral y novelista barcelonés– reinó en el Gijón y así la retrató Garci en Tiovivo, dueña y señora, con aquella mirada imborrable hacia Fernán Gómez, su amor imposible, y luego en Oliver, y luego en Bocaccio, durante más de tres décadas, con mesa propia en cada uno. José Luis Coll siempre decía que ella ya estaba en Bocaccio antes de que lo construyeran, esperando a que abriesen, esperándole a él y a Balbín, y a Paco Valladares, y a Juan Diego y a otros quinientos”. Entre ellos, a mi amigo Miguel, el marido de Yolanda. La mujer fuerte que imagino vendiendo con una enigmática sonrisa las Memorias de Maria Asquerino durante sus tiempos de librera pamplonesa.
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