Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Rescates
Faunos en la sierra madrileña
El espíritu que anima Faunos tiene un poético reflejo en el subtítulo de la exposición: “Brincos de amistad”. A los faunos, tan del gusto de Picasso, solo cabe imaginarlos cabrioleando, dando volteretas, fanfarroneando lascivas piruetas en torno a ninfas más o menos olímpicas. Y si se trata, como es el caso, de una iniciativa que reúne artistas franceses y españoles en torno a la figura tutelar del genio malagueño, todo invita a interpretarla en clave de amistad. Como Pedro Arias escribe en el catálogo, aunque se trata de la tercera muestra en homenaje al genio malagueño, “en temas de arte y amistad, con la tercera no va ninguna vencida, solo sigue manando la maravilla de la primera”.
Abierta hasta el 3 de noviembre en la sala municipal de Buitrago de Lozoya, “Faunos” incluye obras de cuatro artistas radicados en el departamento de Alpes Marítimos (Andelu, Marcel Giraud, Irene Hamilton y Jean-Jacques Laurent) y seis en la comunidad de Madrid (Mar Antón, Elena Canencia, Raquel Mendiola, Isabel Micaela, Francisco Recuero y Ana Tejerina).
En realidad, la conexión directa es entre Vallauris, donde Picasso vivió desde 1948 a 1955, y Buitrago, localidad natal de Eugenio Arias, su convecino de exilio, barbero y amigo. Y también, padre de Pedro, quien destaca en el catálogo que cada uno de esos diez pintores, escultores y ceramistas crea “faunos genuinos que bailan en su arte, celebrando con su aire el alma de los encuentros que son la sal y la miel de las vidas vividas”.
Del arte, la amistad y una vida vivida, la de su padre, hablé con Pedro Arias hace dos años y medio en un breve pero intenso encuentro sobre el que escribí en el capítulo de El hombre que siempre estuvo allí que reproduzco a continuación.
"Málaga. 31 de marzo de 2011. La soleada mañana puede con el fastidio que ocasionan las múltiples obras en el centro urbano. Los ruidos y las zanjas me acompañan de camino a mi cita para hablar de un barbero singular. Las trincheras durante la guerra civil, los campos de concentración franceses, la lucha en el maquis, los años de exilio en la Costa Azul, la amistad íntima con Picasso, el empeño en que el museo con su legado estuviera en su pueblo... Un personaje de película. Comparada con su existencia, la de mi padre, nacido doce años más tarde, parece aún más anodina. Diríase que apenas hay nada en común entre ellos. Pero es una impresión equivocada. Compartieron oficio e ideales, mi padre se habría sentido feliz cantando La Internacional con Eugenio Arias.
Faltan noventa minutos para la proyección ante la prensa de Morente. El barbero de Picasso en el Festival de Cine Español. Pedro Arias, profesor de español en París, sólo va a quedarse horas en Málaga. No puede faltar en la presentación del film que entrelaza el arte del cantaor Enrique Morente con el de Pablo Picasso y la vida de éste con la de su padre. Yo no pinto nada en la ciudad. He venido para charlar con él. Curiosamente, Pedro nació el 23 de julio de 1950, sólo 29 días después de que lo hiciera yo, y el día en que mi madre cumplía 25 años. Así que Eugenio Arias y Paco Bator coinciden en algo más: sus primogénitos llegamos al mundo casi a la vez.
Quería reunirme con el hijo de Arias desde agosto de 2010. Había sabido antes del Museo Picasso de Buitrago de Lozoya, pero sin que me despertara interés. La sobreexplotación de la marca Picasso y ciertos prejuicios culturales me indujeron a suponer que se trataría de un empeño sentimental, algo anecdótico, irrelevante. Y no. Estaba equivocado. Tiene el valor de lo diferente, de lo excepcional. Se contempla la historia sentada en el sillón de barbero. Pasé una hora visitándolo y de inmediato dediqué otras a leer El barbero de Picasso. Historia de una amistad, de Monika Czernin y Melisa Müller. Y quedé tan subyugado que contacté con Pedro para proponerle un encuentro. Tras un par de intentos fallidos, finalmente nos damos la mano en la Casa Natal de Picasso.
Hombre de ideas claras y verbo fácil, el hijo de Eugenio Arias considera que su padre vivió cuatro vidas. “La primera –precisa– fue la
juventud, todo lo alegre que podía resultar siendo el vástago de una familia arraigada en Buitrago durante generaciones. La segunda, los durísimos nueve años de guerra en España y Francia. La
tercera, la época de madurez, doblemente feliz por su matrimonio con mi madre y la amistad con Picasso. Y la cuarta, el regreso a la España democrática, consagrada a hacer realidad el museo de
Buitrago.” Pedro comenta que para ello, su padre, “cabreado, pero paciente”, debió vencer fuertes resistencias: “Las autoridades estaban empeñadas en que el museo fuera a Madrid. Su planteamiento,
‘pintor capital, a la capital’, persiste 26 años después, ya que en ciertos sectores se sigue considerando que no debe tratarse de obras de primera categoría si se exhiben en un pueblo. Toda una
concepción fetichista y mercantilista del arte. Un prejuicio en el que se palpa la imbecilidad y la ideología como si fueran madera. Y un rechazo en toda regla al valor más peculiar del museo: la
amistad. No se puede olvidar que un gran artista es siempre amigo de la humanidad. Esa amistad precede al arte."
Mi interlocutor no entra en detalles sobre el Picasso que trató o del que supo por su padre. Consciente de que hasta el comentario más trivial daría pábulo a la polémica, se limita a evocar una impresión personal. “Cuando me acercaba a él –explica– sentía sus vibraciones, aunque lo que debía percibir era también la potencia de la amistad con mi padre, o más que amistad, ya que a veces decía que era el segundo padre de mi padre. La hondura de Picasso la detectaba hasta un chaval como yo. Y no me refiero a su famosa mirada, los ojos que radiografiaban, esa leyenda…Yo notaba que todo él vibraba”.
Pedro puede elegir entre hablar o callar sobre Picasso, pero no respecto a los años más difíciles de la vida de su progenitor. Eugenio Arias jamás soltó prenda sobre su participación en la guerra civil: “Pese a que fue comisario político y capitán del Quinto Regimiento, y que asumió responsabilidades de cierto nivel, a mi hermano y a mi sólo nos contó anécdotas. Nunca quiso construir un relato sobre su experiencia bélica. Y, naturalmente, comprendo su negativa a hacerlo. ¿Qué iba a ganar rememorando la mierda y el horror que es cualquier guerra? Él ya había encauzado su vida, estaba felizmente casado, la peluquería de Vallauris le iba bien y disfrutaba con su papel de enlace entre el PCE y Picasso.”
Eugenio Arias también realizaba entonces cortos desplazamientos por la Costa Azul para cobrar las cuotas de los comunistas españoles en un Dauphine que le había regalado Picasso. La generosidad del pintor hacia él está más que probada. Los fondos donados a Buitrago incluyen cerámicas, dibujos, obra gráfica, un grabado, libros autografiados y hasta un estuche de herramientas de peluquería que el artista fabricó en 1960. Pero Arias también hizo obsequios a su celebérrimo amigo. “Mi padre –comenta Pedro– correspondía a Picasso en la medida de sus posibilidades, y por eso le regaló algo muy especial: uno de los sillones de su barbería en Buitrago. Todavía conservo el justificante que redactó mi abuelo para aduanas cuando lo envió a Francia”.
Una borrosa fotografía de David Douglas Duncan muestra a Picasso y Arias escenificando un lance taurino con las patas de ese sillón
convertidas en astas cubistas. La imagen documenta la familiaridad con la que se trataron el máximo dios (comunista) del olimpo artístico del siglo XX y su dignísimo barbero, peatón (militante) de la
historia. Fue una relación sorprendente, pero enriquecedora y equilibrada. Tras una visita al museo, Enrique Morente quedó tan cautivado por ella que decidió musicar poemas de Picasso (Pablo de
Málaga, 2008), y eligió a Arias como médium del tema de la amistad unida al arte. Esas canciones dieron origen a su vez a la película Morente. El barbero de Picasso, que, dirigida por Emilio
Ruiz Barrachina, acabó convirtiéndose en el testamento del gran cantaor granadino, ya que el rodaje finalizó días antes de su inopinada muerte el 13 de diciembre de 2010."
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