Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Rescates

Azogue: estampas de guerra

Cuatro piezas breves sobre la guerra,  reunidas con el título de Azogue, omponen la aportación de una nueva firma invitada a LSN. Javier L, traductor y colaborador editorial residente en Barcelona, parece evocar en dos la guerra civil española y en las otras dos un conflicto mucho más lejano en el espacio, pero seguramente no tanto el tiempo.

A JOSÉ LE AVERGONZABA hablar de todo aquello. Una fotografía con tres reclutas sonrientes, mosquetón en mano, uniforme raído y unas pobres alpargatas era la única imagen que toleraba. El trío de la pólvora. Al final de su vida se atrevió a contar algo. En una ocasión, tras una larga caminata, el oficial dio el alto. Pernoctarían allí. Estaban todos tan cansados que no pudieron más que echarse al suelo. A lo lejos, unas voces que no entendieron y, poco después, un intenso centelleo. Alguien cayó. Respondieron entre insultos y juramentos, a ciegas. Al amanecer, descubrieron que el enemigo formaba parte de la misma compañía.

 

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MARÍA AÚN CONTEMPLABA con agrado las puestas de sol entre los naranjos. Bastó con que un par de milicianos hiciese algún comentario al verla tan joven y lozana para que su familia la ocultase. De poco servía la consideración que tenía su hermano en el sindicato: las inspecciones se repetían con frecuencia y apenas dejaban nada en la casa. Escondida tras el armario, escuchaba una y otra vez las mismas preguntas y respuestas. Su padre negaba, esgrimía alguna excusa, nunca alzaba la voz. Después, cuando la puerta se cerraba, oía sus sollozos. En más de una ocasión, al salir, vio cómo guardaba el hacha.

 

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ANTES DE QUE YUKI pasara a llamarse Hsue-Tzu, su familia decidió enviarla al sur. No tardarían en bombardear la capital. Apenas quedaba tiempo. Viajarían a pie, a lo largo de la carretera que atravesaba la isla. Con un poco de suerte, en una semana se hallarían a salvo. La peripecia apenas ha dejado algún recuerdo: sed, cansancio, el aliento de una criatura que cargó a la espalda, una mano apuntando al cielo, gritos de alarma, el temblor del suelo al pasar los aviones, las risas de los pilotos en vuelo rasante y el crepitar de las cigarras.

 

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 NO HABÍAN VENIDO a liberarlos: quienes aguardaban en el muelle la llegada de un ejército victorioso se encontraron con una turbamulta de soldados harapientos dispuestos a todo a cambio de un puñado de arroz. Yenpo, aún con su uniforme de cadete imperial, aguardaba con sus compañeros en el aula. No hubo discursos ni arengas ni tampoco una mala consigna: abrieron fuego de inmediato, con desgana. El joven se parapetó tras un cuerpo. El oficial ni siquiera pensó en rematarlos. Horas después, ya de noche, dio con un amigo y se encaminaron desnudos hasta sus casas, campo a traviesa. Al cabo de unos días, Yenpo mudó en Yuanfang.

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