Y... UN CORTO ETCÉTERA /// Medios de comunicación

Camioneta aparcada en el Eixample barcelonés, septiembre de 2012.

Sobre el respeto y otras palabras como peces

Hay palabras boquerón y palabras ballena. Las primeras, reunidas en enormes bancos en las aguas menos profundas del cerebro, las utilizamos a nuestra particular conveniencia, aunque en ocasiones se escabullen no se sabe cómo ni por qué. Las palabras ballena, solas o en grupos reducidos, recorren majestuosas los fondos abisales del imaginario colectivo sin que parezca importarles lo incierto de su efecto y vigencia. La jerga vital la expresamos en lenguaje boquerón. Los discursos de toda índole (institucionales, religiosos, culturales, deportivos, publicitarios…) enhebran retahílas de grandes palabras, tan imponentes como las ballenas pero menos protegidas. Cualquier petimetre con carguillo las usa. Y atruenan especialmente durante las campañas electorales.

 

Se conoce o, como mínimo, se presiente la diferencia entre los dos tipos de palabras. Nuestra época padece sucesivas plagas de conceptos ballena que consiguen, con la mera repetición de su enunciado, apaciguar conciencias o abonar el espejismo de que algún problema lleva camino de solucionarse. Cada mes varios pececillos de reluciente significado durante siglos mutan, por la contaminación publicitaria de la cadena trófica del lenguaje, en pesadísimas ballenas con barbas de prosopopeya o dentadura feroz. Eso le ha ocurrido, por ejemplo, a respeto.

 

Mientras fue palabra boquerón requería el aliño de un complemento directo, por no decir directísimo: uno respetaba, o no, su conciencia, la religión que le tocaba en suerte, las canas de los mayores, la autoridad de quienes detectaban el poder, las reglas de urbanidad, la intimidad del vecino, las cerezas en árboles ajenos, las flores, los animales, la cola del autobús, el paso de cebra…Incluso cabía adjetivar la palabra, como hicieron en 1787 los redactores de la Constitución estadounidense al reconocer que “un respeto decente al juicio de la humanidad” les exigía detallar y argumentar los motivos de su independencia. Esa clase de respeto exigiría que ahora Artur Mas confesara a sus feligreses que le ha salido el tiro por la culata, pero no lo hará. La decencia es un valor a la baja entre todo tipo de mandamases, dicho sea esto con el debido respeto. Además, los políticos como él, mitja figa mig raïm, nunca pierden.

 

Camino de convertirse en ballena, respeto fue un pez martillo con complementos directos consistentes en abstracciones y desiderátums: a la diferencia, la naturaleza, los derechos humanos, la soberanía nacional, el sistema democrático, la ley de la oferta y la demanda, el juego limpio, la libertad de cátedra, la cocina cretiva...Fue una larga fase que comenzó a declinar cuando en plena revolución de las costumbres, durante la década de 1960, la palabra llegó a variar de significado según el sexo de quien la pronunciara. Aretha Franklin, por ejemplo, convirtió en himno feminista el potentísimo Respect de Otis Redding, con ligeros retoques de la letra: Respect/ oh, your kisses, sweeter than honey/ But guess what, so here´s my money/ All I want you to do for me/ Is give me some respect when you get home/ Yeah, baby, when you get home/ R-E-S-P-E-C-T/ Find out what it means to me/ R-E-S-P-E-C-T/ Take care, T-C-B/ A little respect. Descubre, pedía la gran dama del soul, qué entiendo yo por respeto. Te lo doy todo, pero muéstrame respeto cuando estás en casa. Un poco de respeto, chaval.


Ahora, ya cetácea, autorreferencial y soberbia, la palabra luce en las mangas de las zamarras de los futbolistas durante las competiciones de la UEFA sin previa invitación a definirla o contextualizarla. Respect, así, sin más, pretende resumir otra campaña más cargada de las mejores intenciones: contra el racismo, por la inclusión social, en favor de las prácticas deportivas saludables… Pura miel de las colmenas de la responsabilidad social o corporativa. Y puro dislate. La reivindicación de respeto a través del fútbol demuestra palpablemente la fatuidad de las palabras ballena. ¿A quién se le ocurre reclamar respeto en un deporte que ha convertido la desconsideración, cuando no el insulto o la agresión, en sabroso componente del juego y del espectáculo en las gradas? Por esa regla de tres, los directivos bancarios despedidos por su descomunal avaricia podrían volver a ocupar sus despachos con la palabra “honestidad” en un brazalete y los mindundis logorreícos de los programas de cotilleo de la tele aparecer en pantalla con otro que proclamara “sinceridad”. Por apóstrofes que no quede. Y por brindis al sol, tampoco.

 

Frente al respect vacío y universal de la UEFA, prefiero el recpeto que promete el buhonero Gonzalo en la camioneta que fotografié el pasado septiembre en el centro de Barcelona. Me queda la duda de si fue él mismo quien trazó una raya invalidante del previo “con el máximo” o si algún docto gramático le afeó con ella su deficiente ortografía, pero eso importa poco. Alguien que promete comprar muebles antiguos, llevar a cabo mudanzas y vaciar casas con recpeto parece de fiar. Mucho más que quienes nunca demuestran y siempre exigen respeto, sean políticos, futbolistas, periodistas, curas o policías.