Y UN...CORTO ETCÉTERA /// Medios de comunicación

A los veinte años de la muerte de Cantinflas, y todavía reciente el centenario de su nacimiento, el cómico mexicano ha vuelto a ser noticia por el rodaje de un biopic en el que le ha encarnado el español Oscar Jaenada. Curiosamente, el mismo actor que interpretó años atrás a otro famoso del mundo del espectáculo, pero de una pasta muy diferente, Camarón de la Isla, sin ningún género de dudas antagónico del "personaje de carácter" que, siguiendo a Walter Benjamin y Rafael Sánchez-Ferlosio, reconoce en Cantinflas el autor del siguiente artículo, Fidalgo, firma habitual de La Simiente Negra.

El peculiar bigote de Cantinflas era una de sus principales señas de identidad.

Cantinflas como carácter

Los domingos íbamos al cine; en aquella mi lejana infancia apenas contábamos con espectáculos visuales, excepto cuando se nos presentaba la posibilidad de ir al fútbol, las muy escasas del circo y las más raras aún, de los toros. “Ir al cine” se convertía en una actividad intransitiva, es decir, no se trataba de ver una película determinada o de elegir entre una de los cuatro cines que había en el pueblo, no, se iba al Esperanza, de la misma manera que otros iban al Capitol, los terceros al Pombo y los más despistados al Novedades. Y delante de las puertas nos despedíamos para volver a encontrarnos a la salida en el lugar de costumbre, porque cada uno iba a su cine. Años después, aquella excelente profesora de literatura que me introdujo en el vasto mundo de la lectura, Carmen Castañón, que nos impartía la clase no en un aula, sino en la biblioteca del Instituto, nos dejó asombrados cuando dijo que antes de entrar al cine había que saber qué película era la que se proyectaba, qué actores la protagonizaban y, sobre todo, lo más importante, quién era el director; qué cosa tan rara, pensábamos, fijarse en alguien que ni siquiera aparece en la película. Formas de orientarse en el mundo.


Pero vuelvo a la infancia. De manera inconsciente sabíamos que había géneros, es decir, había películas del oeste, películas de romanos –de preferencia en Semana Santa-, películas de guerra, películas de aventura, otras raras de amores y desamores de las que nada entendíamos y películas de risa, los más finolis decían “cómicas” o “de humor”. Fuera como fuera, llamárase como se llamase, una de risa, cuando era de verdadera risa, era muy buena; caramba, qué carcajadas nos arrancaba. De los personajes cómicos me vienen ahora a la memoria, desordenadamente, Charlot, claro, el primero, con su bastón, su sombrero, sus pantalones caídos, su bigotito y, sobre todo, con aquella cara de asombro, de despiste, de tribulación, de tristeza y, por encima de todo, de contento al sobrevivir a la aventura de la fiebre del oro. Estaba aquella pareja, el Gordo y el Flaco, que remedaban con soltura y gracia la pareja típica del circo, el payaso listo y el payaso tonto; el listo era el Gordo, listo hasta lo insoportable cuando se cargaba de razón ante las meteduras de pata del Flaco. Años después, ya fuera del foco de la infancia, descubrí a otro gran cómico, Buster Keaton.


Y, claro, estaba Cantinflas. A toda una generación de niños españoles, Cantinflas, por una parte, y Pedro Infante, por otra, nos descubrieron que había otra forma de hablar el español; ya distinguíamos los distintos acentos de la Península, de manera que a la primera nos dábamos cuenta de que nuestro interlocutor era catalán, gallego o andaluz. Pero lo de Cantinflas era otra cosa. Y lo era no solamente por su forma peculiar de hablar, forma que se igualaba con la del resto de personajes de sus películas, también lo era, y ahí ya no había lugar para la igualdad, por los arrolladores discursos en los que se embarcaba en un largo hablar sin decir nada; aquello era un máquina de proferir palabras en la que al final no se encontraba ningún sentido. Como buen cómico, Cantinflas tenía una imagen única, peculiar y exclusiva; se le intuía hasta en la sombra: sombrero, pañuelo al cuello, bigote, pantalones caídos y aquel trapo que, según él, era una gabardina. Cantinflas, al contrario que el actor versátil, no se confundía nunca con el personaje que representaba, de tal manera que, frente a aquel, que cuanto más encubre su personalidad, mejor considerado está como tal, Cantinflas ya podía representar infinidad de papeles que él seguía siempre siendo Cantinflas, con sus discursos, con sus humoradas y con sus verdades.

Catinflas con la boca cerrada, por una vez.

Walter Benjamin distingue entre el carácter y el destino, dos nociones que desde el principio de su escrito separa, alejándose de aquella idea que hace del carácter una causa del destino; como mucho, y recordando a Nietzsche, “quien tiene carácter tiene también una experiencia que siempre vuelve”, concluye por su cuenta, “ello significa: si uno tiene carácter, su destino es esencialmente constante. Lo cual a su vez significa –y esta consecuencia ha sido tomada de los estoicos- que no tiene destino.” En lo que a nuestro asunto concierne, habría que decir que el destino preside la trama propia de la acción, de la tragedia o del drama; en ella, el tiempo tiene un aspecto adquisitivo y tenso, todo se orienta hacia una finalidad y un objetivo, y todas las acciones del personaje dramático vienen dadas por el determinado sentido en el que están engarzadas y prendidas. Por el contrario, el carácter se sustrae a la ley tiránica del tiempo adquisitivo, su ámbito propio es el del tiempo consuntivo, tiempo sin finalidad ni dirección, tiempo anómico, tiempo sin sentido. De nuevo Benjamin, “Esos dramas [se refiere a El avaro y a El enfermo imaginario de Molière] no enseñan nada sobre la hipocondría ni la avaricia; lejos de hacerlas comprensibles, las representan en forma cruda y simplificada, y si el objeto de la psicología es la vida interior del hombre empíricamente entendido, los personajes de Molière no le pueden servir ni siquiera como puntos de apoyo. En ellos el carácter se despliega luminosamente en el esplendor de su único rasgo, que no permite subsistir a ningún otro visible junto a sí, sino que lo anula con su luz. La sublimidad de la comedia de caracteres reposa sobre este anonimato del hombre y de su moralidad incluso mientras el individuo se despliega al máximo en la unicidad de su rasgo característico. Mientras el destino desarrolla la infinita complicación de la persona culpable, la complicación y fijación de su culpa, el carácter da la respuesta del genio a la mítica esclavitud de la persona en el contexto de la culpa. La complicación se convierte en simplicidad, el destino en libertad. Porque el carácter del personaje cómico no es el fantoche de los deterministas, sino el fanal bajo cuyo rayo aparece visiblemente la libertad de sus actos”.

El personaje de carácter responde al espíritu libre de la comedia.

Es cierto que en Cantinflas se dio una evolución, del pelado al peladito y de este a un personaje plenamente integrado en la sociedad, desde finales de los cuarenta y durante las tres décadas siguientes. En las películas de estos años, se presenta como un actor al servició del Partido Hegemónico, el PRI, dejando un lugar muy escaso a la crítica tan propia de sus orígenes en el teatro popular, conocido como la “carpa”. El cura, el médico o el policía son personajes que intentan presentar el aspecto positivo de los nuevos tiempos posrrevolucionarios y del desarrollismo mexicano de la época, vamos, la incorporación de México a la modernidad. Por eso recomiendo Ahí está el destalle, porque en ella no con fulgores, sino que está con toda su fuerza, luminosidad y gracia el personaje demoledor de la inanidad revestida de cartón de los estratos sociales privilegiados.


Como se podrá comprender, lejos, muy lejos estaba yo, como estaban todos aquellos niños, de llegar a estas alturas de reflexión cuando nos entraba el cosquilleo de la risa ante aquellas respuestas preñadas de lógica y de sentido común que les endilgaba Cantinflas a sus rapaces e hipócritas interlocutores, enmascarados tras el oropel del papel social que ellos mismos se arrogaban. Ahora veo, uno tarda en ver, que aquella risa era la alegría de la celebración por la celebración misma, el gozo de sentir el tiempo sin la tensión del destino, la inconsciente intuición de que las reglas sociales fundadas sobre lo que debe ser y lo que no debe ser quedaban en polvo, en humo, en nada ante la alegre plenitud de todo un carácter.

 

Nota bibliográfica. Para estas líneas fueron de gran ayuda los textos de Walter Benjamin, "Destino y carácter" en Ensayos escogidos, México, Ediciones Coyoacán, 2001, y de Rafael Sánchez Ferlosio, “Juegos y deportes” en El alma y la vergüenza, Barcelona, Destino, 2000, y su discurso en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes de 2006 Carácter y destino.


Ahí está el detalle

Dirección: Juan Bustillo Oro

Producción: Jesús Grovas

Guión: Humberto Gomez Landero

Música: Raúl Lavista

Fotografía: Jack Draper

Actores: Mario Moreno Cantinflas, Joaquín Pardavé, Sara García, Sofía Álvarez, Dolores Camarillo, Manuel Noriega, Antonio Frausto, Agustín Isunza, Antonio Bravo, Francisco Jambrina, Joaquín Coss.

México, 1940, comedia, 112 minutos.

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