Y UN...CORTO ETCÉTERA /// Medios de comunicación

El reportero en su domicilio madrileño.

Enrique Meneses, penúltimo periodista cazador

Por muy lógico e inevitable que resulte, no deja de sorprender que la muerte de alguien creativa o comunicativamente activo en internet implique la momificación automática de su rastro. Dado que la esencia del enredo virtual radica en la presencia continua, por no decir el galleo o el exhibicionismo incesante, en cuanto te tomas el tiempo suficiente para morirte, se acabó. Va a resultar difícil que en internet se den las recuperaciones y descubrimientos que han venido regenerando desde hace siglos los baremos culturales. Por supuesto, todo queda guardado en la asombrosa nube tecnológica que soporta y promueve la sociedad de la información. No se pierde una línea, la haya redactado el descocado Perez Hilton o una tímida adolescente china, pero a nadie le interesan los textos con más de quince minutos de antigüedad. Los contenidos audiovisuales, que ahora caducan más tarde, también están condenados. La sociedad del futuro será la del pestañeo.  


¿Qué va a quedar de todo lo que escribió Enrique Meneses durante la última fase de su fecunda vida profesional, cuando, según propia confesión, pasaba entre ocho y diez horas diarias ante el ordenador? Me temo que muy poco o nada. Sin embargo, internet resultó en su caso una tabla de salvación, personal y periodística, como confiesa en el documental Oxígeno para vivir, emitido en TVE-2 pocos días después de su fallecimiento, el pasado 6 de enero, a los 83 años. Le permitió reengancharse a la profesión como analista, rememorar con una mirada actual sus andanzas y, lo que más debió complacerle, contactar con nuevas hornadas de reporteros dispuestos a jugarse la piel para contar una buena historia. A uno de ellos, el navarro David Beriain, lo que antaño se llamaba un corresponsal de guerra, le entrega simbólicamente el testigo al final del documental, dirigido por Georgina Cisquella.


Enrique Meneses comenzó su trayectoria en la prensa escrita recorriendo territorios apenas frecuentados e interesándose por conflictos desconocidos. El reportaje de los guerrilleros cubanos de Sierra Maestra que publicó en Paris-Match le permitió formar parte de la “tribu”, como definió Manu Leguineche al grupo de periodistas que informaban sobre el terreno, ya fueran guerras como las de Oriente Medio, Biafra y Vietnam, o las luchas de los negros estadounidenses por sus derechos civiles o de los sudafricanos contra el apartheid. Más tarde, tras dos años de corresponsal en Nueva York, dirigió en Madrid las revistas Lui y Playboy y creó en RTVE programas tan exitosos como A toda plana y Los reporteros... Era el tipo de periodista que, además de poder firmar textos y fotos, difícilmente habría suscrito la sentencia de Chesterton de que la aventura puede ser loca, pero quien la acomete debe estar cuerdo. Como explica en Oxígeno para vivir, le gustaba ponerse a prueba, moverse en situaciones límites, incluso tenderse alguna que otra trampa con el fin de medir su capacidad de reacción para solventar el brete. Y eso justamente hizo al cubrir el sitio de Sarajevo con más de sesenta años y el enfisema que le exigía un considerable esfuerzo para subir las escaleras del Holiday Inn, desde donde informaba en penosas condiciones la prensa internacional.

 

En 1981, doce años antes de su trabajo en la martirizada capital bosnia, Meneses publicó en Planeta Escrito en carne, un libro que leí entonces con admiración, además de dosis homeopáticas de envidia, y que ha tenido una deriva extraña, quizás por conflictos de autoría o de derechos de reproducción. En cualquier caso, no solo no se ha reeditado, sino que tampoco cuenta con las habituales referencias en las webs dedicadas a fondos editoriales. El título es horrendo, desde luego, y quizás la única causa de su mal fario…¿Qué diablos quiere decir “escrito en carne”? El subtítulo, menos tremebundo, tampoco aclara mucho las cosas: “Un canto a la profesión periodística y un adiós a la aventura en el sentido más puro”. Tanta palabrería no sirve ni para indicar que el libro refleja, de una manera personalísima, los cambios sociales y políticos en África, Asia y América en las trepidantes décadas de 1950 y 1960. La mirada y el relato es la de un cazador, un aventurero-periodista o un periodista-aventurero, como precisa Meneses en la introducción. “Aquí –arremete contra los escribidores de mesa camilla– no hay periodistas que emborronan cuartillas entre ensaimadas y cortados. Yo no hablo de Paco Umbrales, ni de periodistas que figuran en antologías por haber escrito greguerías. ¡Por Dios! ¡Distingamos entre reporteros y columnistas!”.    


Escrito en carne se abre con la dedicatoria a una hija del autor y una frase del periodista y dramaturgo francés Tristan Bernard: “Dios ha creado el mundo, pero es el diablo el que le hace vivir”. El mundo, el demonio y la…¡¡¡carne!!! Esa famosa tríada corruptora de la moral católica aporta finalmente un posible sentido al título del libro, pero resulta una explicación sabihonda, rebuscada. Meneses la detestaría. Fue el diablo del periodismo el que habitó su carne mortal y le indujo a recorrer el mundo de punta a punta. Y también el que hizo que se emperrara en que su hija Bárbara siguiera sus pasos profesionales. Pero ella, aunque tarde, atendió la dedicatoria del libro –“con el deseo de que viva y no se deje vivir”– y, tras quince años de decepciones, le dio la espalda al periodismo, como explica en un duro diálogo con su padre en Oxígeno para vivir. Algo por otra parte, previsible, o que Meneses pudo perfectamente intuir. “Mi África –concede en las últimas líneas de la presentación del libro– no será nunca más el África de nadie”. Ni su África, ni su periodismo…Nunca jamás de nadie. Y menos de su hija.

 

Ahora queda por comprobar hasta qué punto tienen cabida en el periodismo viral los escasos pero consistentes profesionales que se sienten herederos de Enrique Meneses y otros reporteros de la misma estirpe, como Manu Leguineche, Gervasio Sánchez, Guillermo Olivares y Rosa María Calaf, que le acompañan en Oxígeno para vivir. Es su turno.

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