Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Medios de comunicación

El cierre a principios de febrero de las prospecciones petrolíferas

que durante más de medio siglo se han venido realizando en el valle burgalés de la Lora reactivó  el recuerdo de un curioso episodio

que protagonicé durante una excursión escolar que organizó La Gaceta del Norte al yacimiento apenas dos semanas y media después de haber sido descubierto en 1964. Y, por si esa circunstancia no fuera suficiente excusa para relatarlo, la lectura de los diarios de entonces me deparó

un par de sorpresas relacionadas con la diplomacia y el periodismo.

Vecinos felices ante el pozo de Ayoluengo.

Valdeajos: petróleo, diplomacia y periodismo

Pamplona. Junio de 1964. Mientras supero con fácilidad los exámenes finales de cuarto de Bachillerato, reválida incluida, el país se entretiene con las cuentas de la lechera que suscita el hallazgo de petróleo en Burgos. Yo las sigo con distancia. El pétroleo no sirve de nada en mi empeño del momento: hacer provisión de autoconfianza, identificar cualquier fuente de dicha. Estoy dando carpetazo a la infancia. Las hormonas desatadas, el prometedor verano en puertas, la cuadrilla que acaba de formarse en el barrio con Fernando, Carlos, Eduardo, Jorge, Miguel, Jokin ... ¡Y los Beatles!. Sí, los Beatles, aunque todavía escarabajos. Me enardezco cada vez que escucho Twist and shout en la radio. Bailar a lo loco y gritar. ¿Acaso podría desear algo mejor?

 

Reportero en Jauja con 14 años

El descubrimiento de la Lora parece programado para pulimentar con un futuro esplendoroso la tabarra de los "25 años de paz". Esa inopinada versión de Bienvenido, míster Chevron (o míster Shell, Getty, Rockefeller, Texaco...vete a saber), me pilla en la edad prohibida, título que aún llena los bolsillos de uno de tantos Torcuato Luca de Tena. Superadas las atrocidades de la posguerra, persiste la pulsión franquista de prohibir. Si por ellos fuera, los jerarcas políticos y religiosos impedirían por ley el crecimiento mental de la población. Todos, y para siempre, condenados a otear la vida desde las aspilleras de un castillo exin.

 

Sin embargo, ya visto pantalón largo cuando la casualidad me lleva el día que cumplo 14 años a Valdeajos, aldea de carpetovetónico nombre ya famosa por el petróleo saltarín. El diario bilbaíno La Gaceta del Norte ha organizado el 24 de junio una excursión para que escolares de Vizcaya, Santander, Álava y Navarra (donde al día siguiente comenzará a distribuir su cuarta edición regional) comprobemos in situ el prodigio que hará de España una imparable potencia. Plan de desarrollo, turismo, petróleo...El tren del progreso avanza a toda máquina por territorios insospechados. Los 480 chavales que vamos a Burgos (120 por provincia) somos catalogados de enviados especiales y se nos anima a ejercer como tales en un concurso de redacción y fotografía. Vaya oportunidad. Qué aguijoneante reto. Nunca antes pipiolos como nosotros han asistido, y mucho menos documentado, la eclosión del país de Jauja que acabarían haciendo suyo. Ni siquiera en Oklahoma o Texas.

 

Con flequillo "beatle" poco antes o después de Valdeajos.

La Gaceta nos lleva de excursión

La Gaceta es el diario que leemos en casa por sugerencia mía. Interesado en la prensa desde retaco, disfruto con su renovada propuesta informativa: titulares cortos e impactantes, trato destacado a la sección internacional, variedad de noticias regionales, buenos cronistas de fútbol y ciclismo, reporteros jóvenes que abordan con desparpajo historias de interés humano, maquetación compacta pero con abundantes fotos y variedad tipográfica...La cabecera, fundada en 1901, tiene creciente tirón en Pamplona, donde el más que conservador Diario de Navarra gana terreno al carlista El Pensamiento Navarro. Su ideario, si cabe decirlo así, no ha cambiado gran cosa desde que era el órgano vasco de la CEDA, pero capta partículas del aire de los tiempos. Lo atestigua el acarreo escolar a Valdeajos. La Gaceta no sólo ha dado la primicia del fabuloso hallazgo del día 6. Apenas dos semanas y media después ya le está sacando rédito publicitario. El chorro de oro negro, oxímoron repetido hasta la saciedad en prensa y radio, esparce algo más que inauditas esperanzas. También anima a cambiar hábitos, orillar rutinas. Y, aunque todavía no se acepte públicamente, implica asumir riesgos. Nuestra tierna adolescencia podría abocar en una juventud tan desnortada y rebelde como la del James Dean de Gigante si el país, como auguran los más optimistas, se llena de pozos de petróleo.

 

Nada remotamente parecido barrunto, sin embargo, durante el trayecto en autobús a Burgos, mi tercera salida de casa, después de una dos años atrás a Donosti y otra meses antes a San Juan de Luz, ambas también con los Maristas. En casi cinco horas hay tiempo para todo: charlar con los amigos, chinchar a los compañeros, entonar canciones abominables, observar los sucesivos paisajes de la Cuenca de Pamplona, la Barranca, la Llanada alavesa, el corredor del Ebro, la Bureba y la Lora, e incluso leer La Gaceta, en cuya primera destacan la guerra del Vietnam, la lucha cívica de los negros en Estados Unidos, el complicado futuro de Chipre y los triunfos de El Cordobés en Madrid y del sprinter francés Darrigade en una etapa del Tour. También hay referencia a nuestra excursión en un escueto titular: "Hoy, a Valdeajos con LA GACETA DEL NORTE".

Discursos, preguntas, poesías, canciones...

Para cuando llegamos al pozo del milagro, que destaca en medio del páramo, ya está rodeado por el resto de la chavalería, que nos espera para intercambiar banderines con distintivos provinciales. El alcalde pronuncia unas palabras de bienvenida, luego alcanzamos a pie el pueblo y allí, en las escalinatas de la iglesia, la corporación municipal y el jefe técnico de las prospecciones responden las preguntas de los expedicionarios más decididos. La rueda de prensa, eje central de la jornada, finaliza con un discurso que lee el secretario y una poesía enviada anónimamente desde Zaragoza que recita una niña de la localidad. Son casi las tres. Hay gazuza. Y muchas ganas de dar cuenta de nuestros bocadillos en una era cercana.

 

Tras el almuerzo la tarde avanza con el mismo controlado alboroto. No es fácil pastorear cientos de adolescentes en medio de ninguna parte y aún resulta más complicado captar su atención de forma duradera. Lo intenta un joven encorbatado que, sobre una tarima, oficia de maestro de ceremonias en una velada sin guión. Varios grupos, entre ellos uno de chicas de Vitoria, interpretan el previsible surtido del canciones típicas y, antes de dar por terminado el acto, se invita a la concurrencia a compartir vivencias de la jornada desde el entablado. Todo el mundo se llama andana. ¿Dónde se ha visto que alguien obsesionado con los granos de su cara acepte una invitación semejante?

Momento fatal: cazador cazado

El silencio que sigue no desamina al presentador, pero su insistencia sólo logra convertirnos en estatuas de sal. No se oye el zumbido de una mosca. Nadie realiza el menor movimiento. Y, entonces, no sé por qué, ni mucho menos para qué, levanto el brazo de un condiscípulo que tengo al lado mientras voceo "éste, éste quiere hablar". Es un chico tímido y estudioso, como yo mismo hasta ese fatal momento, pero reacciona con inesperada rapidez y antes de que acabe de señalarle me empuja, se da la vuelta y desaparece entre la concurrencia. Yo, evidentemente, no puedo imitarle, por mucho que me gustaría. Sé que estoy haciendo un espantoso rídiculo. E intuyo que mi bochorno puede ser mayor si no acepto la sugerencia que, al vuelo, me lanza el presentador para que suba al escenario. El cazador, cazado.

 

Es la primera vez que hablo en público. Me tiemblan las piernas y tengo la lengua pegada al paladar. Por fortuna sigo bajo el influjo de esa extraña excitación que me ha hecho significarme y, contra todo pronóstico, respondo con cierta soltura las preguntas sobre el petróleo, el pueblo, el viaje, Pamplona, los estudios... Parece que voy a salir bien parado, y quizás el trance me sirva de lección. Calladito estás más guapo, ¿no lo has sabido desde que cruzaste el umbral del viejo colegio marista San Luis con ocho años? Sí, pero crecer consiste justamente en ir adquiriendo una voz propia, en administrar con tino palabras y silencios. Lo voy a aprender durante mi último medio minuto en el entablado.

 

El presentador termina su interrogatorio con una pregunta nada original que, sin embargo, me pilla por sorpresa.

-Y tu, Juan Pedro, ¿qué quieres ser de mayor?

-Buff...¿De mayor...?

-Sí. Todo el mundo tiene ideas, acaricia sueños.

-Bueno, pero...

-¿Pero qué?

-No, nada...

-¿Cómo que nada? ¿Lo sabes o no lo sabes?

- Sí, lo sé, pero no quiero decirlo.

-¿Y por qué? ¿Te da vergüenza?

.-No, no...

-Venga, dilo, no te hagas de rogar. ¿Qué quieres ser de mayor?

-Diplomático...

-Pues muy poco diplomático has sido al remolonear tanto para decirlo.

Valdeajos en la actualidad.

Dag Hammarsjöld, primer héroe muerto

Ese negro momento estelar me marcó. Rojo como un tomate, bajé del estrado y traté de pasar desapercibido el resto de la tarde (de la vida, en cierto sentido). Diplomático, ¡qué risa!. Nunca llegó a ser ni una loca pretensión, sólo la típica fantasía de niño sabihondo, casi seguro suscitada por mi admiración por Dag Hammarsjöld, el secretario general de la ONU muerto en accidente de aviación durante la guerra del Congo tres años antes. ¡Con qué interés había seguido ese conflicto en los periódicos! ¡Y qué esfuerzo había realizado para memorizar el endiablado nombre sueco: ¡Dag Hammarsjöld!. Fue mi segundo héroe de carne y hueso, tras John Fitzgerald Kennedy, pero el primero de los dos en morir.

 

El incidente tuvo, sin embargo, una feliz consecuencia: eliminó de golpe cualquier tentación de elaborar, al compás del país, mis propias cuentas de la lechera (estudiaré de veras, me licenciaré en Derecho, salvaré todos los obstáculos derivados de mi origen social, entraré en la Escuela Diplomática...). Valdeajos significó un adiós más, en este caso abrupto, a la niñez. Y, aunque entonces no lo percibí, debió influir en mi posterior decisión de estudiar Periodismo pese a que por el momento sólo me generó aversión a hablar en público. Estaba impresionado por la capacidad de convocatoria de La Gaceta del Norte y la pericia con que su periodista-presentador me había sonsacado, delante de todo el mundo, aquella pavada diplomática.

Dos sorpresas: del esperpento a la tragedia

La necesidad de apuntalar documentalmente este trance revisando La Gaceta de la época me ha deparado dos sorpresas que guardan una nada evidente, pero desasosegante relación. La primera mínima, anecdótica, imposible de imaginar en otro país que no fuera aquella esperpéntica España. La otra, trágica y relacionada con quien acabaría siendo, 14 años después, el primer periodista asesinado por ETA. Las hemerotecas no sólo acumulan papel, datos e historias. Tambien facilitan caminos congestionados pero seguros hacia el pasado de cada quien.

 

La jornada en Valdeajos finalizó con la erección de una simbólica torreta de madera junto a la de verdad, en el pozo nº 1 de Ayoluengo, que era el 101 de los que se habían activado en las prospecciones realizadas en territorio español hasta entonces. La Gaceta, que no daba puntada sin hilo, quiso dejar así constancia de nuestro paso por la localidad, pero la idea no gustó ni pizca en Sargentes de Lora, pueblo del que Valdeajos y Ayoluengo eran pedanías. Esa misma noche, la del 24 al 25 de junio, siete vecinos de Sargentes "secuestraron" la torreta y la escondieron en el monte de las Perdices. Por la mañana los de Valdeajos la echaron a faltar, culparon de inmediato a los de Sargentes y cursaron la correspondiente denuncia, tras la que intervino la Guardia Civil. Por unos días el páramo estuvo en pie de guerra. Y sólo La Gaceta, diplomacia mediante, consiguió un acuerdo de devolución escenificado por niños y niñas de Valdeajos y Sargentes (en Ayoluengo ni debía haber). Lamentablemente ninguna cámara de cine o televisión registró la escena.

La Gaceta no dio cuenta de estos hechos hasta el 3 de julio en una crónica que, con cierta socarronería y sin detalles de la secuencia temporal, destacaba su papel en la resolución del conflicto. Era del mismo reportero que había escrito la crónica de página entera sobre la jornada de Valdeajos, así como artículos previos, algunos con información dirigida a las familias, y posteriores, como uno lamentando la tardanza del fallo de los concursos de redacción y fotografía (que acabarían ganando un chaval de Santander y otro de Pamplona). Obviamente, pero ese detalle no podía saberlo entonces, se trataba del periodista que me había hecho bajar de la nube de mis ensoñaciones y querer que me tragara la tierra. Zas, zas: engullido hasta el fondo de una súbita, potente y liberadora aspiración.

 

El causante no intencionado de aquel deseo de transformarme en tubérculo o, a largo plazo, combustible fósil, era Jose María Portell, quien con el paso del tiempo llegó a convertirse en un profesional muy conocido y tristemente lo sería aún más tras ser asesinado por ETA. Según parece, participó en un intento de negociación que negaron tanto el gobierno de Adolfo Suárez como la organización terrorista, y ésta, que aún trataba de justificar sus atentados, hizo publicos dos comunicados en las horas siguientes acusándole de "agente del gobierno" con la misión de, ojo a la farragosa, redundante y artera explicación, "dedicar por entero su prestigiosa carrera, así como sus priviligiados resortes, a desprestigiar, calumniar y, en definitiva, a atacar a ETA".

José María Portell fue asesinado a los 44 años.

José María Portell murió el 28 de junio de 1978, 14 años y cuatro días después de demostrarme que el zapato de Kruschev tenía más futuro diplomático que yo. Con el tiempo, esa rueda dentada de impulsos e inercias que es el destino me llevó a ser colega suyo, y para cuando ETA lo asesinó frente a su casa yo había trabajado ya en uno de los periódicos con menos difusión de España y en la primera revista nacionalista vasca surgida durante la Transición. Y luego, en la línea de otras singulares rodadas profesionales, acabé participando en el fallido relanzamiento de La Gaceta del Norte, donde coincidí brevemente con Carmen Torres Ripa, viuda y madre de los cinco hijos de José María Portell. Para entonces habían pasado 20 años de la excursión al páramo de la Lora. De aquel día en que sentí por primera vez la inhóspita anchura del mundo.

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