VIAJES /// Tumbos

Pedro Soto Astiz, autor del texto y de las fotografías que se publican a continuación, decidió visitar en 2010 el norte y el este de Rumanía con, según cuenta, los nombres de Transilvania, Moldavia, Cárpatos y Drácula como únicas referencias en su carpeta de los deberes hechos. Y, también, decidido a dejar que los destinos fueran definiéndose según el albur de viajar en tren. No había otro plan, de modo que fue llegar y subir a uno en Cluj, a donde volvió después de visitar las ciudades que describe en unos agudos apuntes acompañados de fotos y reproducciones de los expresivos stencils que encontró en calles y plazas. Un detalle a tener en cuenta, si se han leído u hojeado los relatos sobre el viaje de 1974 también incluidos en este Especial Transilvania, es que "el compañero de viaje" al que se alude aquí, es el Pepe que aparece allí. Que entonces algunos amigos le conociéramos por ese nombre resulta un detalle baladí, pero merece la pena consignar que se trata del ilerdense Josep Maria Rexach, autor-editor de interesantes libros sobre Rumanía.   

Siete apuntes urbanos del nordeste de Rumanía

Suceava: concentración de monasterios

En la frontera norte del país. Vieja capital de Moldavia durante la Edad Media, fue pasando, de mano en mano, de alemanes a turcos, de estos a austro-húngaros e incluso, tras pertenecer a Rumanía, llegó a estar anexionada a la URSS. Ha quedado como la capital de la zona de los monasterios pintados, una de las exquisiteces culturales del país. Desde ellos organizaron la urdimbre religiosa del país una larga serie de monjes cultos, según rituales que retrotraen al cristianismo ortodoxo. Profusamente pintados relatan mitos y presentan personalidades religiosas ejemplares; curiosamente pocos reyes. Rumanía parece tener pasión por el fresco y no sólo para decoración del exterior de los propios templos. Los toques de pintura son constantes en los edificios de las calles.

Al sur, en las cercanías de Suceava, existe la mayor concentración de monasterios pintados: los de la región de Bucovina. Suelen ser monasterios no necesariamente grandes, pero invadidos por completo de tiras verticales de figuras hieráticas, inspiradas en la estética ortodoxa y seguramente compartiendo idénticos sabios, santos y leyendas. Tierra de paso y de continuo acosada, cuando no atacada o invadida por germanos, tártaros, turcos, austro-húngaros... las iglesias suelen estar rodeadas de muros militares (lo que, en la actualidad, comporta un entorno de paz y jardines alrededor del templo). El espectador queda hechizado por escenas dramáticas y narrativas más allá de los catálogos de santos y figuras episcopales: los ataques de los turcos que sacan las tripas a un mártir, o que asoman armados tras una roca, con curiosos rostros de buenas personas; el plano de la ciudad; los juicios finales, sobre todo ése del monasterio de Sucevita en el que una legión de ángeles en apretada tropaarropan a los santos mientras los condenados se precipitan al infierno. O los monstruos...

Y aquí es donde debo pedir perdón a la ilustre concurrencia: mis archivos están literalmente borrachos de imágenes pintadas, pero apenas documentan los propios edificios. Consigo recordar nombres de monasterios (Putna, Sucevita, Moldovita, Voronet...) pero he de andar a manotazos para separar las imágenes de uno u otro. Son, naturalmente y con toda razón, Patrimonio de la Humanidad. 

Iasi, fragua de la restauración nacional

Iasi ha sustentado la capitalidad de Moldavia, o bien Moldavia y Valaquia, e incluso durante dos años de toda Rumanía. Queda en el extremo nordeste del país, desde donde cuando éste estaba ocupado por el Imperio Austrohúngaro se convirtió en fragua de la restauración nacional. Por ello conserva el respeto común y el de la patria. Es actualmente uno de los núcleos más poblados de la nación. A dos pasos de la ciudad, la frontera de la república de Moldavia, que a primera vista ha conservado con mayor respeto histórico los monumentos de la época soviética. Rumanía parece haber sucumbido a una cierta histeria por acabar con ellos.

Las guías señalan que esa ciudad con tanta acumulación histórica ha terminado por convertirse en un caos de calles, avenidas arboladas y parques, entre ellos el Jardín Botánico. Es la sede del patriarcado ortodoxo y de la universidad más antigua del país, lo que ha propiciado monumentales monasterios sin especial personalidad y abundancia de centros culturales. Desde luego, la universidad, rodeada de bares (al estilo yanqui, yeah, yeah), proporciona animación en unas calles en las que se han devorado literalmente los símbolos de la época soviética (ay, ese bajorelieve enalteciendo la ciencia, la artesanía y el arte tapado por una sábana que anuncia un baile), pero cuentan con mercadillos de libros, callejones de tabernas y monasterios diminutos en plena restauración. Y pintadas, muchas pintadas, más stencils que en cualquiera otra ciudad de nuestra ruta. Alrededor del núcleo histórico de la ciudad, cerca del Teatro Nacional, los cafés adquieren el pacífico aspecto de las tertulias y la estética de los años veinte.

Brasov o la voluntad pillada

Al sur de Transilvania, en el corazón de los montes Cárpatos, la frondosa cordillera, repleta de los bosques espesos, se amontona literalmente sobre Brasov, que queda arrinconada, en la boca estrecha de un embudo de altas y salvajes cumbres. En algún momento de su historia, potenciada por el Imperio Austrohúngaro, recibió un aluvión de emigrantes germanos que terminaron por asentar el nombre alternativo de la ciudad, tan sonoro como el oficial, Kronstad.

Ya he dicho que queda encajonada por la geografía, y por ello ha debido crecer en una sola dirección, lo que le ha permitido conservar con gracia y mucha luz el casco histórico. La plaza del concejo, la Statului, y la calle peatonal, la Republicii, que conduce hasta su elegante torre que se alza justo en medio, me pillan la voluntad. Y lo mismo me ocurre con las calles circundantes cuajadas de edificios góticos, entre ellos la Baserica Neagra, un templo coronado por una torre de 65 metros que debe su nombre al incendio que ennegreció sus pareces. O sea, que toda la ciudad me gusta mucho, en realidad.

Al nordeste del centro histórico, sobre una colina, conserva una ciudadela militar como de juguete, la Cetatea. El completo anillo de murallas, los contrafuertes de ladrillo rojo y su puerta contrastan con la carpintería ya dieciochesca con que se reconstruyó la plaza. Limpia de valores militares ha quedado como un rincón para el recogimiento, y los conciertos clásicos en verano. Al sur y mucho más lejos, aún se conservan faldones de las murallas propias de la ciudad, mucho más monumentales. De lucimiento.

Brasov es el punto de salida para visitar otra variante de las peculiares iglesias de Rumanía: las fortificadas. Son iglesias pensadas también para la guerra que están en el centro de un lugar, rodeadas de murallas militares con torreones y parafernalia de defensa. Hasta ahí, nada excepcional. Lo peculiar es cómo a todo lo largo del interior de la muralla se le han adosado edificaciones civiles, edificadas a la vez que la muralla, como si todas fueran una sola casa con cientos de habitáculos. A todo lo largo del circuito y a todo lo alto: un proyecto unitario. Viviendas para refugiarse y resistir en los momentos de ataque. Es un verdadero laberinto de escaleras que suben y bajan, de tejadillos, puertas, ventanucos. La unidad les infunde una armonía excepcional. Prejmer, por ejemplo, se ve espléndida tras su reconstrucción.

Poco más lejos destaca (y de nuevo perdón, docta academia, no tomé notas, sólo fotos) otro monasterio, de cuyo nombre no puedo acordarme, también enmurallado, de mucha menor prestancia. Mantiene todo el lustre, el deslustre, de cuando se construyó, con sección de cuadras, de vivienda y de talleres por separado. Verdaderamente, flota en el tiempo. La intemperie lo ha teñido de un color oxidado, y los interiores de la iglesia, que naturalmente están en uso, conservan una pulcritud y una sobriedad, típicamente calvinista, que enamora.

De Brasov arranca la visita a la fortaleza de Bran, en el más alto risco, más romántico, más selvático, más cercano al espíritu de Drácula, con quien se la relaciona. 

 

Sighisoara, herencia sajona bien conservada

Sighisoara declina ya hacia el sur de Transilvania. Según la guía fue fundada por los sajones, que impusieron el estilo de edificación que aún impregna todo el conjunto. Durante la época comunista el gobierno tuvo un especial cuidado en conservar el conjunto monumental, por lo que la estructura y estética de la ciudad se mantiene muy sugerente.

Hay dos Sighisoara: la ciudad baja y la ciudadela en lo alto de la montaña. Obviamente, la más llamativa para el turista es la ciudadela. Está rodeada de una muralla de más de un quilómetro, que conserva muy bien tanto los muros de ladrillo como las torres y bastiones de vigilancia, de los que aun se mantienen nueve de los catorce originales. A lo largo de la muralla discurren senderos de unión con la ciudad a sus pies, rodeados de casas adosadas al muro y huertos con vistas hermosas sobre la ciudad baja y los alrededores.

El interior de la ciudadela es realmente una ciudad dedicada actualmente al turismo. Su centro es la plaza de la Torre del Reloj, el bastión principal de la antigua muralla, con figuras historiadas alrededor del reloj que danzan al toque de las horas. Bajo la torre se abre una portalada de doble arco que más allá, por callejones de espíritu romántico y casucas de tamaño antiguo, permite el acceso a la campiña. En un rincón de la plaza se conserva la casa donde nació Vlad Tepes, el empalador, figura histórica sobre la que se levantó la historia de Drácula: su padre, Vlad Dracul es quien da nombre al personaje literario. Por el lado sur enlaza con la plaza mayor, que conserva palacios de gran porte, de época renacentista y barroca, y calles empedradas con casas de encanto popular y formas y colores espontáneos. Desde la vertiente norte de la plaza, una escalera cubierta con tejadillo y soportes laterales de madera, en medio de la maleza, sube a la iglesia de la montaña, que adosa un cementerio de los antiguos habitantes sajones.

La parte baja de la ciudad, mucho más populosa, preserva un gran número de casonas de valor histórico y estilos variados, desde el renacentista hasta un modernismo más o menos geométrico. Su prestancia habla de una vitalidad comercial más vibrante que en la actualidad. En todo caso, los tejados apuntados recuerdan la colonización originaria de la ciudad.

Hay una tercera Sighisoara, la constituida por los desmesurados complejos industriales de los alrededores que se construyeron durante el periodo comunista. En la actualidad se ven desatendidos cuando no cerrados y abandonados (como por otra parte uno diría que en todo el país). Vislumbrados al pasar por la carretera prometen verdaderos safaris de fotografía fabril.

Sibiu: plazas, murallas y palacios

Otra capital histórica del principado de Transilvania. El año 2007 fue capital cultural de Europa, lo que representó la reconstrucción arquitectónica de la ciudad, según el estilo relamido, limpio y puerta a puerta del turismo popular europeo. Frente al Imperio Otomano la ciudad se armó de varios anillos de murallas, levantadas y conservadas, curiosamente por los gremios artesanos, las guildas. Sobre todo en la zona sur de la ciudad se conservan largos muros de fortificación bien de adobe, bien de ladrillo rojo, a veces con sugerentes galerías de madera adosadas a lo alto. Todo el conjunto conforma un sistema de callejuelas íntimas que propician paseos silenciosos.

El centro de la ciudad antigua se articula alrededor de dos plazas, la plaza grande, Piata Mare, y la pequeña, Piata Mica. La Piata Mare es el corazón de la ciudad antigua, donde convergen las calles comerciales y las de acceso a Sibiu entre faldón y faldón de muralla. Está rodeada de palacios de tejados a dos aguas con, a veces, bohardillas en forma de ojo, tan de estudiantes románticos. Por el lado norte empalma con la Strada Nicolae Braicescu, la calle comercial y turística del centro, y alrededor están instalados museos, el viejo ayuntamiento, la iglesia de los jesuitas, la Piata Mica y el Palacio Brukenthal, que actualmente acoge uno de los museos más grandes de Rumanía. El día en que la visité, sábado, la plaza estaba a reventar de paseantes y familias con niños. Poco más puedo añadir, que, con alma ya de regreso del viaje, no llegué a conocer la parte baja de la ciudad, la moderna.

Desde Sibiu, en dirección a Alba Julia, la ruta pasa por la casa de Lucien Blaga, por quien el compañero de viaje tiene un gran interés. Es un pequeño chalet en medio de un pequeño jardín. Se me hace extraño que un personaje de tanto poderío intelectual como me cuentan, pueda haberse recogido en tan sobrio lugar, con poco más que una habitación(cita) para despacho y otra similar para dormitorio. Por curiosidad, busco información en internet; el tremendismo de la introducción me hace lamentar no haberme implicado más en el personaje: “Aplicó sus teorías filosóficas en varias poesías, especialmente el "conocimiento luciferico" (opuesto al conocimiento racional, científico, que representa la luz, la claridad y que de esta manera destruye los misterios del universo)”. ¡Uau! 

Alba Julia, la ciudadela de enorme perímetro

Sigue, y aún aumenta, el espíritu de regreso. Uno llega a Alba Julia un tanto desbordado y la mira con escepticismo. Borracho de ambientación medieval, tras el aluvión de colonización sajona (murallas, bastiones, plazas de construcción antigua, iglesias desconcertantes) tiene la sensación de que Alba Julia es una ciudad llana, lineal y monótona. Y ni dedica esfuerzos a encontrarle algún encanto para visitantes.

Sin embargo, Alba Julia ofrece uno en verdad desproporcionado: la Cetatea, la ciudadela. Abarca 70 ha. sobre un perímetro de casi 12 km: son los fosos de la ciudadela y actualmente se han convertido en un paseo ajardinado con primor. El conjunto ocupa una quinta parte de la ciudad a vista de pájaro en el mapa. Las murallas presentan planta heptagonal, al estilo de Vauban, el maestro de Martí Zuviría, ya saben, del Victus de Sánchez Piñol.

A diferencia del resto del viaje, la ciudadela desproporcionada rebosa de presunción y linealidad dieciochesca, de amplias avenidas y construcciones hechas con tiralíneas afilado. El monumento a la libertad, el historiado portalón de entrada en las murallas, las estatuas ejemplares (y los turísticos guardias vestidos de rojo colorín y tragicomedia), imponen un silencio que evita identificarse con su estética. Son asimismo imponentes, sólo que su grandeza se convierte en broma por su reconstrucción al más atildado, impoluto y relamido estilo turístico de la actualidad.

El compañero de viaje descubre en una capilla lo que parece ser una costumbre popular cuya intensidad nos deja impactados. En una iglesia de barrio dedicada a San Francisco, todas las paredes están inundadas, literalmente, por frases, oraciones, firmas, solicitudes al santo, imaginamos, escritas a pura mano, con bolígrafo. Su abundancia y direcciones se convierten en un laberinto de humanidad. 

Cluj Napoca, modernidad y dinamismo

Cluj Napoca es una ciudad moderna y punto, cuando menos la ciudad que uno llegó a conocer. Los recuerdos más llamativos tienen que ver con la visita a una capital comercial: el hotel, una lunática casita de molduras profusas entre modernistas y viscerales de muy difícil descripción, con colores muy intensos; plazas y calles multitudinarias y dinámicas como ninguna de las hasta entonces vistas, cafés, bares, terrazas, jardines, tiendas de toda clase, cables al aire y alguna iglesia. Mi capacidad de observación y sorpresa también ha menguado mucho.Se está muy bien sentado en una terraza contemplando cómo corretea la multitud.

Permitidme que el último apunte sea de turista cascarrabias, comentario que el resto del país para nada merece. La terminal del aeropuerto es muy muy reciente y parece haberse inaugurado según las costumbres de las novedades urbanísticas de todo el mundo. Es por ello que el turista cascarrabias brinda un consejo a los futuros viajeros: ve comido, bebido, meado, lootroado, sentado, entretenido e informado, que aparte de la baldosa que pisas y el aire que respiras, todo lo demás es de pago (y no tienen cambio).  

GRAFITIS QUE SON Y NO SON

En Rumanía no hay grafitis, dice un amigo que ha visitado el país con más frecuencia que yo y que también gusta de ellos. En las ciudades que yo conocí desde luego que no. Lo que hay son ​stencils, manchas de color enmarcadas en los huecos de una placa que dibuja el negativo de la imagen. Tampoco demasiados. Y tampoco, a excepción del reproducido arriba, al menos en lo que respecta a esta colección, demasiado brillantes. De todos modos, la pasión por ellos le lleva a uno a registrarlos todos, sean lo interesantes o lo sosos que sean. Incluso los anodinos. Aquí he procurado saltarme estos últimos, que no tienen otro interés que el documental.

 

Sí responden a los mismos principios que en casa: es propio de jóvenes y juegan con la voluntad crítica, la provocación ciudadana, la fantasía surrealista y la alegría de la vida. Hechos siempre a toda prisa, en más o menos rincones y jugándose la multa. Tampoco voy a comentarlos: una de las verdades de la imaginería callejera es que habla por sí misma. En todo caso, invitarles a constatar cómo envejecen bajo el efecto de la cruda climatología.

 

Por puro capricho he añadido al final unos carteles del viejo régimen comunista, siquiera para dejar constancia de los pocos restos callejeros que han dejado. La cartellería soviética tiene un toque entre optimista, ingenuo y de trazo esencial: estos de Sibiu, son de una fidelidad admirable a ese espíritu.

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