Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Política
Contar lo que te han contado, fundamento de
cualquier acción comunicativa, exige en el buen periodismo respetar una serie de reglas trufadas de excepciones. Apenas recuerdo
ya
unas ni otras, pero doy por hecho que no
transgredo ningún código de buenas prácticas al rememorar una historia que siempre he tenido por
cierta. Además, qué carajo, LSN no es una web periodística, ni yo un plumilla capaz de renunciar a
contar lo que me
contaron, hace muchos años, sobre la estancia de Adolfo Suárez en Contadora.
Suárez, Torrijos y un puñado de millones de dólares
Un mes después de verse obligado a dimitir el 29 de enero de 1981 por los mismos que ahora dicen venerarle, Adolfo Suárez emprendió un largo viaje de recreo por América, acompañado de su esposa y tres de sus más íntimos calaboradores (Aurelio Delgado, Alberto Aza y José Luis Viana), también con sus parejas. Todavía supurantes las heridas de las puñaladas que le habían asestado por la espalda (todas metafóricas y algunas realísimas, como destapa La gran desmemoria, reciente y polémico libro de Pilar Urbano ilustrativamente subtitulado “Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar”), el ex-jefe del gobierno pasó dos semanas en la Costa Oeste de Estados Unidos y voló desde allí a Panamá, invitado por el general Omar Torrijos, ex-presidente y hombre fuerte del país. Además de lazos generacionales, ambos compartían un similar concepto aventurero de la política y, como se comprobó enseguida, el fatum de la traición, ya que el líder panameño murió el último día de julio de ese año en un oscuro accidente de avión sobre el que desde el primer momento planeó la ominosa jeta de su conmilitón y hombre de confianza Manuel Antonio Noriega. Pero ciñámonos al tema, al reciente duque llegando al Canal. O, si se prefiere, a Suárez, el político para todo, recién abierto en canal, pero con título nobiliario.
La comitiva española fue alojada en el hotel Contadora, en la isla del mismo nombre, no más grande que un par de manzanas del centro de Madrid y una de las que forman el archipiélago de Las Perlas, situado en pleno golfo, a 35 millas de Ciudad de Panamá. El establecimiento, de gestión gubernamental, era frecuentado por los invitados del general Torrijos, y en él había recalado un año antes el sha de Persia nada más salir por piernas de Teherán. Un hotel lujoso, un lugar paradisíaco, un enclave de máxima seguridad, el mejor entorno posible para el reportaje sobre la pareja ex-presidencial que publicó Jaime Peñafiel en Hola. Y un pozo de aburrimiento para el culo inquieto de Suárez, quien para el tercer día de los quince que pasó en Contadora ya estaba yendo y viniendo en aerotaxi a la capital del país. Pero tampoco Ciudad de Panamá daba para mucho y, tras algún encuentro con Torrijos y con el presidente nominal, Arístides Royo, con el que mantenía una relación de amistad, sus contactos se circunscribieron a la colonia española, formada, al margen de los emigrantes históricos con peso en ciertos sectores del comercio local, por directores de bancos de la City, el obispo, el delegado de la agencia EFE, el de Iberia y, por supuesto, el embajador, Antonio Serrano de Haro Medialdea. Este fue su cicerone y, además, el anfitrión de una comida seguida de larga sobremesa en la que Suárez, vital y memorioso (qué cruel paradoja tratándose de alguien que acabaría padeciendo un precoz Alzheimer), ilustró a los presentes sobre hechos relevantes de sus años al frente del gobierno. Pero hagamos otro alto en el camino. El cautivador Suárez, irresistible en las distancias cortas, está en su salsa. Los invitados, copa en mano, beben sus palabras. Es el momento de abandonar la embajada para conocer algo más de Panamá y de su peculiar patrón.
El general Torrijos era un aliado de Estados Unidos, y por supuesto tenía conexiones de alto nivel con la CIA, pero oficiaba de amigo respondón, como quedó demostrado al aprovecharse de la debilidad del presidente Jimmy Carter para forzar la firma de los tratados de devolución del Canal. Su habilidad para guardar distancias con Washington le permitía triangular con todo tipo de movimientos políticos, y sobre todo con los que operaban en su área de influencia, ya que en Panamá era el amo, a nadie debía explicaciones. Así, al tiempo que colaboraba con Estados Unidos, hacía caso omiso del bloqueo a Cuba, apoyaba a las principales guerrillas de Latinoamérica y mantenía una fluidísima relación con la Internacional Socialista que lideraba entonces Willy Brandt, con Felipe Gonzalez de vicepresidente. Quien me contó lo que estoy contando ahora, contabilizó doce visitas del líder del PSOE a Panamá en tres años. Una cifra más que significativa. Y un detalle que revela la perspicacia de mi fuente. Fiable contador. Riguroso contable.
El gobierno de Torrijos proporcionaba a tirios y troyanos la libertad de acción, el apoyo logístico y la flexibilidad económica de la que carecían en sus países de origen. Panamá era una especie de país-franco con un sector financiero en el que operaban más de 100 entidades internacionales, secreto bancario, exención de impuestos offshore, inexistente control sobre la propiedad de las sociedades...Un paraíso para quien estaba obligado a hacer circular el dinero de forma rápida, segura y discreta. Para quien estaba y para quién aún lo está, puesto que Panamá conserva buena parte de esas particularidades, y todo hace suponer que las mantendrá durante bastante tiempo. Pero vale de especulaciones. Volvamos a 1981. Retomemos la velada en la legación del barrio de Bellavista de Ciudad de Panamá cuando comienza a caer la noche. El ambiente es relajado y cálido. La media docena de invitados que aún rodean a Suarez siguen hechizados por su facundia y saber estar. El providencial reformador al que acaban de expulsar de La Moncloa disfruta comprobando que conserva todo su tirón personal. Que se jodan los barones y baronesas de la UCD, que se jodan los militares, que se jodan los falangistas sin cintura política, que se jodan Felipe y el Guerra, que se joda el taimado borbón... Afortudamente el Caribe queda muy lejos de todos ellos. Nada le obliga a morderse la lengua.
Suárez habla del presidente panameño como de un benefactor de la humanidad, como de un mandatario que a la vez que ayuda a países con problemas entabla provechosas relaciones con ellos. Y así, como quien no quiere la cosa, comenta que “España ha de estar muy agradecida al general Torrijos por su estratégica ayuda a la transición” (literal). Los presentes le piden detalles y el ex-presidente explica con pasmosa naturalidad que, en la durísima negociación para desmantelar la dictadura, hubo que incentivar a unos cuantos procuradores en Cortes y militares con mando de tropa. No utiliza exactamente el verbo incentivar, ni precisa el número de renuentes alentados, empujados, animados, recompensados, untados...Mi fuente coligió que la generosidad de Torrijos debió alcanzar a entre cinco y ocho, todos personajes imprescindibles para insuflar con su ejemplo ansias reformistas entre la paniaguada clase política de entonces. Eran los machos alfa de la manada franquista y se les pedía el cambio radical de rumbo. Qué enorme sacrificio ideológico, cuán doloroso desestimiento personal. Pero para todo hay solución si existe veradadera voluntad de hallarla. En este caso, según el ex-presidente, consistió en “unos cuantos millones de dólares” llegados desde Panamá.
Hasta aquí el detalle del paso de Suárez por Contadora (y la política) nunca contado. Yo pongo la mano en el fuego por mi contador y no dudo de la veracidad de lo que contó el fallecido mandatario a un reducido grupo de compatriotas. Ahora, durante su machacante entronizazación en los altares de la democracia española, se ha puesto buen cuidado en minimizar o silenciar a muchos de los agentes que desbrozaron el espinoso camino de la Transición: las fuerzas políticas y sindicales progresistas, las instituciones europeas, el cardenal Tarancón, la prensa, Santiago Carrillo...Fueron muchos, y casi todos de sobra conocidos. Pero aún quedan otros por salir a la luz, caso del general Omar Torrijos o de quien desde Langley pudiera haber dirigido sus pasos y...apoquinado el puñado de millones de dólares.
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