JAZZ /// Perfiles
Dinah Washington: muchos apodos y una gran voz
"Hay un solo cielo, un solo infierno y una sola reina; vuestra Isabel es una impostora”, dicen que soltó desde el escenario del London Palladium con la monarca en un palco. ¿Verdad? ¿Mentira? Quién sabe…El anecdotario del jazz resulta tan extenso como incierto. Existen lances difíciles de creer perfectamente documentados, pero los exégetas del género han propendido a la leyenda y la hipérbole, cuando no a la invención, sin que se haya realizado una concienzuda purga del relato histórico aceptado. Tal carencia exige cuestionar la veracidad de muchos chascarrillos, pero en otros casos basta con considerarlos verosímiles. Por ejemplo, el supuestamente protagonizado en Londres por The Queen, The Queen of Blues, The Queen of Jukebox o, simplemente, Miss D, como también fue conocida.
Esos cuatro apodos de Dinah Washigton tienen su miga. El primero, lucido por ella con orgullo, acentuó su soberbia y su vena caprichosa, así que en el entorno profesional hubo quien prefirió emplear el cuarto, tan neutro como eufónico. El de reina del blues surgió en su juventud y el de reina de la gramola cuando ya era una figura comercial consolidada. Cosas de la publicidad, sí, pero que avisan de una trayectoria pareja a las de otras grandes voces negras. Como Ray Charles, dejó el góspel para cantar blues y acabó integrando en su repertorio todo tipo de estilos, incluido el country. Como Nat King Cole, orilló el jazz en búsqueda de fama y dólares con el respaldo de nutridas formaciones orquestales, aunque mantuvo mayor fidelidad que el pianista a las raíces musicales afroamericanas. Y de haber vivido más tiempo, seguro que habría competido con Sam Cooke, Aretha Franklin y el resto de estrellas del soul con formación parroquial.
Nacida en 1924 en Tuscaloosa, pequeña ciudad de Alabama, y crecida en el South Side de Chicago (también el barrio de Nat King Cole y Sam Cooke), Ruth Lee Jones se convirtió en Dinah Washington a los 19 años tras colgar los sayones del coro góspel de Sallie Martin. Aún tocaba el piano, pero lo olvidó enseguida. Su voz, potente y bien timbrada, causaba sensación en los clubes de jazz de la Ciudad del Viento. Lionel Hampton, entonces en el inicio de su exitosa carrera como director de orquesta, le echó el guante en el Garrick Stage Bar, donde llegó a actuar en la sala de arriba mientras Billie Holiday lo hacía en el sótano. Cantando para el histriónico vibrafonista recorrió el país durante tres años antes de grabar con su nombre arropada por un grupo que lideraba el saxofonista Lucky Thompson, quien acababa de dejar la orquesta de Count Basie. Había acabado la Segunda Guerra Mundial, el sueño americano volvía a rencarnarse en una generación intrépida. Era la época ideal para que una chica enamoradiza y con tendencia al sobrepeso sacara partido de sus excepcionales dotes vocales. Las grabaciones con Lionel Hampton y sus tres primeros discos en solitario, editados en Apollo, fueron sólo una plataforma de lanzamiento. En Mercury Records, joven compañía que se apresuró a ficharla, tenían puestas grandes esperanzas en ella.
El medio millar de temas que grabó en ese sello entre 1946 y 1962 la convirtieron en una estrella adorada por el público y repudiada por las sectas puristas del jazz. Los caminos trillados, las apuestas fallidas y las producciones pretenciosas lastran parte de su discografía, pero toda tiene un inequívoco sello personal. El embrujo de Dinah cuenta con sólidos fundamentos: innatas cualidades vocales, arraigado sentido del ritmo, la dicción más clara de las que hasta entonces se tenía noticia, fraseo lindante con la perfección y desbordante expresividad. Por eso se la reconoce a la segunda estrofa independientemente de lo que interprete (blues o Gershwin, jazz o schnatz, el cancionero de Bessie Smith o el de Fats Waller, torch songs o villancicos, rythm and blues o baladas …), en qué compañía (Chubby Jackson o Cootie Williams, Clifford Brown o Brook Benton, Hal Mooney o Gerald Wilson…) y dónde (estudio de grabación o casino, teatro europeo o club neoyorquino, ante las cámaras de la CBS o frente al enardecido auditorio del festival de Newport…) Su zigzagueante trayectoria apenas condicionó su manera de cantar, a la vez abrupta y ligera.
A finales de la década de 1950, Miss D rompió las barreras raciales del reconocimiento artístico con el bombazo que supuso What a Difference A Day Makes, una azucarada versión de Cuando vuelva a tu lado, de la compositora mexicana María Grever. Quedaban lejos su primer blues grabado, el intimidante Evil Gal Blues (“I'll empty your pockets and fill you with misery, yes I will!”) y sus intensas relecturas de standars como All of me ( “I´d suggest, baby, that you come and get the rest of me”) y Blue Gardenia (“I lived for an hour, what more can I tell, love bloomed like a flower, then the petals fell”). Era el momento del éxito y, decidida a rentabilizarlo al máximo, plantó a Mercury para fichar por Roulette, donde mantuvo un rumbo aún más comercial con la excepción del disco Back to the blues.
Todo pintaba bien para la ya reconocida diva del crossover hasta que ella misma se convirtió en prueba contingente de cómo un día, un solo día, puede marcar una diferencia, en su caso fatal. O, más bien, una parte de ese día, la noche del 14 de diciembre de 1963, cuando murió tras haber bebido demasiado e ingerido muchas pastillas para adelgazar. Tenía sólo 39 años y nuevo marido, el séptimo de la lista, un famoso defensor de fútbol americano, Dick Night Train Lane, cuyo alias remitía a su fobia a volar. Precisamente, durante la época en que el hombretón tejano viajaba de una ciudad a otra en ferrocarril para jugar los partidos de la NFL, Dinah grabó I get a kick out of you, el malicioso tema de Cole Porter que termina con la declaración de principios implícita en la frase “flying high with some guy in the sky, is my idea of nothing to do”. Una coincidencia. Una simple curiosidad. Un detalle irrelevante que sólo merece ser reseñado para constatar algo consustancial al placer de escuchar a Dinah Washington: ¡¡¡se le entiende todo!!!
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