JAZZ // Perfiles

Seis estampas de fray Thelonious

1. El monje.

Si a uno le bautizan Thelonious ya parece medio condenado a pertenecer a la cofradía de los raros. Pero si encima es negro y se apellida Monk, definitivamente tiene que convertirse en un eremita del jazz, por mucho que nazca en octubre de 1917, en plena toma del Palacio de Invierno, aunque eso sí, en Rocky Mount, Carolina de Norte, Estados Unidos.

 

2. El monje loco.

Claro que monjes, lo que se dice monjes, los hubo y los hay, aunque menos, de mil pelajes. Ya se sabe que el hábito no hace al monje, pero resulta ingenuo pretender ser un apasionado neoyorquino de adopción, pianista con inmerecida fama de patoso, impávido creador de armonías disonantes, individualista feroz y taciturno profeta de la orden del bop, sin que te tilden de majara o de cosas peores. Así que tampoco es tan terrible que te llamen monje loco, que digan que eres el introductor de una música zombie, e incluso que te vacilen con el apodo de Melodious Tunk. A nuestro novicio le pasó todo esto, pero no cejaba en su empeño de orquestar el silencio ni siquiera cuando el dueño del Minton´s cortaba la electricidad del local, a altas horas de la madrugada, para que se fuera de una puñetera vez a casa. Él estaba a lo suyo, entregado y abstraído, forjando su sardónico estilo de tocar el piano, como un cazador furtivo en la negrura de la noche. Sí, era el monje loco, pero nada tenía que ver con el diabólico Jorge de Burgos de El nombre de la rosa, por mucho que también Monk odiara la risa. El desvarío de fray Thelonious era otro: codificar para la historia del jazz lo que el crítico Whitney Balliett llamó el “sonido de la sorpresa”.

 

3. El monje loco felizmente casado.

A un fraile barrenado se le deben permitir determinadas licencias, como por ejemplo casarse, tener dos hijos y ser feliz en el cuerpo a cuerpo tantas veces letal del matrimonio. Monk frecuentaba amistades poco recomendables en el Harlem neoyorquino, pero milagrosamente disfrutó de una familia tan modélica como las que entonces aparecían en los anuncios de la naciente televisión. Algunas de sus más sentidas composiciones llevan la dedicatoria incluida en el título: Crespuscule with Nellie (a su mujer), Little rootie tootie (a su hijo Thelonious, batería con el que llegó a compartir escenario) y Boo-Boo´s birthday (a su hija Barbara). Incluso llegó a pasarse de padrazo, puesto que también dedicó un tema, Green chimneys, a la escuela en la que estudiaba su niña.

                                                                                           

4. El monje loco felizmente casado que fue confundiendo su mujer con sus sombreros.

La cabeza de Monk permanecía en tal estado de ebullición que a la que se descuidaba le salía humo entre la mata espesa de su cabellera, así que decidió cubrírsela a todas horas. Y como tampoco era cuestión de desaprovechar la ocasión de darle un toque original a su atuendo, se agenció una impagable colección de sombreros. Boinas, gorritas, turbantes, birretes, solideos, kipas…cualquier cosa le servía para mantener a buen recaudo las notas imposibles que bailaban en su mollera. El asunto, salvo en lo que concierne a su decisiva contribución personal a la entonces estrambótica estética del bop, no parecía revestir ninguna importancia, pero la tuvo con el paso del tiempo. El Monk maduro fue paulatinamente perdiendo los papeles y, como el personaje desequilibrado descrito por el médico Oliver Sacks, intentaba salir a la calle con Nellie en la cabeza o estrujaba con un dulce abrazo desmesurado el bonete de cuero negro con el que apareció en la impactante portada de su disco Underground.

 

5. El monje loco felizmente casado que fue confundiendo su mujer con sus sombreros dijo una vez “¡Ugh!” en el Village Vanguard después de escuchar a Tete Montoliu.

La proverbial hosquedad del autor de Round Midnight, Straight No Chaser, Misterioso y otras magníficas canciones era únicamente parangonable con la destreza con la que investigaba los intersticios del pentagrama para convertir una balada trillada en una recreación ciento por ciento monkiana. Julio Cortázar asistió a un concierto suyo en el Victoria Hall de Ginebra en 1966 y lo describió como “un oso investigando las colmenas del teclado”. Era, sí, un plantígrado, como queda demostrado en su forma de atacar el piano con la mano plana y los dedos rígidos, al que le costaba enhebrar la más trivial de las conversaciones. Un osazo de voz cavernosa que, después de haber escuchado ensimismado una actuación de Tete Montoliu en el Village Vanguard, se acercó al pianista catalán en la barra del club, le tocó con suavidad en el hombro, le dijo “¡Ugh!” y desapareció como alma que lleva el diablo.

 

6. El monje loco felizmente casado que fue confundiendo su mujer con sus sombreros dijo una vez “¡Ugh!” en el Village Vanguard después de escuchar a Tete Montoliu y al poco tiempo se enclaustró hasta morir en el convento de la abadesa Pannonica de Koenigswarter.

La exclamación del Village fue, en su boca, todo un ditirambo, ni por asomo la expresión de pleitesía que se debe al artista superior a uno mismo. Monk venía de vuelta cuando los demás estaban en el camino. Su vena minimalista no surgía de inexistentes carencias técnicas, sino de su afán por capturar delicados sonidos a zarpazos, de esa voluntad por conseguir la imposible identidad de contrarios que revela cuando titula uno de sus temas Ugly Beauty. Las acerbas críticas de sus detractores, que llegaron a decir que era un pianista tan sabroso como una castaña pilonga y un compositor menor, le importaron un ardite. Los grandes retos musicales de Monk tuvieron que ver fundamentalmente con el silencio y, coherente consigo mismo, decidió en 1972 zambullirse en él. Amante como era de los epístrofes, todavía actuó después en el Carnegie Hall y en el Newport Jazz Festival, pero al llegar 1976 se refugió en los acogedores brazos de la aristocrática madre abadesa Pannonica de Koenigswarter, para quien compuso un bellísimo salmo. Y allí, en el convento de Weehawken, pasó sus últimos años, aturdido, enfermo y quién sabe si secretamente frustrado por no haber alumbrado en su implacable sueño de una nueva razón jazzística un monkstruo todavía mayor.

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Publicado con el seudónimo Kandido Huarte en el especial dedicado a Thelonious Monk en la revista Jazzology en junio de 1996.