Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Rescates

Vivir con gatos

Dos mininos jóvenes. Dos mujeres amantes de los animales. Unas imágenes tomadas en la primavera de 2013. Dos correos electrónicos recibidos desde México en abril y mayo de 2012. Esos son, somos, los protagonistas bípedos y cuadrúpedos de tres rescates de distinta índole con gatos como protagonistas El más reciente está documentado en las fotografías de mi mujer y Rabón haciendo equilibrios en la jacaranda a la que trepó el animalillo ante la inopinada presencia del perro de una amiga en el patio del que se sentía dueño. ¡Qué miedo! Primero le aterraron los ladridos del intruso y luego su falta de equilibrio por lo endeble de la rama en la que se había refugiado. No se atrevía a volver sobre sus pasos. Y ni maullaba de lo bloqueado que estaba…


El segundo rescate recupera los correos que un buen amigo, Fidalgo, ahora corresponsal silencioso de la Conexión Tequila de LSN, envió hace casi un año para detallar las sensaciones y pensamientos que le estaba provocando un gato recién nacido que había irrumpido en su vida. El tercer rescate, pero el primero en el tiempo, y sin duda el más trascendente, lo había realizado la novia de Fidalgo al salvar al gatillo en una calle de la ciudad en la que viven.  

           

Un gato en casa

Ya tengo muy gastados los pantalones, algún desgarrón en la camiseta y los cordones de los tenis están para tirar; en fin, un cuadro muy poco adecuado para alguien que diz que da clases de humanidades y buenas costumbres. Él, ajeno a todo lo que sea comportamiento social y educadas maneras, descubre enloquecido el mundo de la casa. Va corriendo de un lado para otro; de la cocina a la sala, de la sala al jardín y de ahí se mete por escondrijos inverosímiles de los que solo lo sacas para comer o para alguna otra urgencia fisiológica; en fin, también para jugar. Ahora, la tarea es abrazarse cuanto puede a uno de los tenis e ir deshaciendo con auténtica dedicación el hilo de los cordones, salta, gira sobre sí mismo y vuelve a meterse en el otro. Me mira, se acerca y queda muy serio, fija la mirada en la pantalla del ordenador. Salta otra vez, sale al jardín y se queda mirando muy quieto a los pájaros posados en la malla ciclónica. De vez en cuando reclama caso; se sube a mi regazo y se queda quieto, muy quieto, hasta que se sobresalta y me pone perdido subiendo hasta mi cuello.

 

Sí, tenemos gato. Bueno, lo tiene V., pero para el caso es una empresa colectiva. Además de comida quiere apapacho, calor y que juegues con él; no, no se parecen a nosotros los animales, como decía su entusiasta defensor y conocedor, somos nosotros los que nos parecemos a ellos. Cada día es una nueva prueba, un nuevo salto desde una altura mayor o una escapada al piso de arriba. Mañana, domingo, hará una semana que llegó a la casa. Venía escuálido y temeroso. Al salir del trabajo, se lo encontró V. en un semáforo, perdido en medio del tráfico de la tarde, se bajó del coche y para acá se lo trajo. Sí, para acá, porque como los sábados y los domingos trabaja, vengo a su casa un rato para hacerle compañía al gato, no vaya a estar doce horas sin ver a nadie. Así, como os lo cuento, es el asunto.

 

Gatos, lo que se dice gatos, toda la vida los hubo en los pueblos de mi infancia. Pero aquello, bien lo sabéis, es otra cosa, van del campo a la casa. Aquí no, de hecho no creo haber estado nunca tanto tiempo observando a un gato; sus suaves y delicados movimientos, sus modosas posturas, su errático vaivén, todo llama la atención. Si es verdad que las conductas animales vienen impresas en él desde antes de nacer para sobrevivir cada uno a su manera, no cabe duda de la fuerza genética encaminada a cazar que ya muestra un alevín de gato; su actitud de observación, el gusto en afilar sus uñas y trepar por un tronco o el mismo pantalón, su eléctrico brinco, hasta esta costumbre que ya tiene de meterse en los sitios más protegidos, todo parece que está determinado como entrenamiento para lo que luego será modus vivendi.

 

Y, sin embargo, qué gracia en lo que hace, con qué mimoso maullido pide comida o caricias, que elegancia cuando se despereza y qué modosa figura cuando se sienta en la silla y nos mira, alternativamente, a V. y a mi. Claro, no faltan los reversos. Es que la cara tiene siempre la misma o parecida expresión; debe ser por eso por lo que son tan fotogénicos. Así que sacándolo de los distintos matices del maullido o de la expresión que refleje su ataque, de momento no se la vi, apenas hay un cambio en la cara del minino. Están después, por supuesto, las desventajas de la especialización. Os contaba todas las cabriolas habidas y por haber que en un rato de nada es capaz de hacer, también su actitud de paciente y atenta observación; sí, también por ahí les viene su perdición a los gatos. Le digo a una amiga, psicoanalista, que tenía que tener en su consultorio la siguiente historia, recomendada, especialmente, a los esquizofrénicos. El zorro persigue a un gato, que se sube a un árbol y se pone a salvo. El perseguidor empieza a dar vueltas alrededor del árbol, el gato no se puede permitir el lujo de dejar de observarlo, a la décima vuelta se marea y cae de la rama al suelo. Riesgos de la especialización. 

 

Humanos y animales

Pues ahora aquí está, en mi regazo, atentísimo a lo que escribo, atentísimo a la pantalla; a ratos se adormila, a ratos entra en una actividad trepidante que le hace resbalar. Todo está sujeto a su preciso y reiterativo escrutinio. El caso es que, como os dije, V. trabaja los sábados y los domingos, jornada acumulada, y que, entonces, el minino estaría dos días prácticamente solo. En fin, para hacérosla breve, ayer de noche, cuando salió del hospital, pasó por su casa, recogió al gato y sus diferentes enseres y se plantificaron aquí los dos.

 

Había que ver con que método, más riguroso que el de cualquier humano, pasó revista a los espacios de la casa en los que podía moverse, habitaciones y baños, cerrados, claro. Seguía con precaución, pero a todo lo largo de ellas las paredes, como para calcular la distancia y la extensión. En el cuartito de la lavadora le pusimos sus trastes de la comida, acomodamos una camiseta en una caja de cartón y llenamos otra con arena. Enseguida se orientaba en el espacio, así que comió y durmió, un poco le oí maullar por la noche, como si de este territorio ya hubiera tomado posición. Y aquí me paso la mañana, contemplándolo y haciéndole caso.

 

Alguien dice que los animales y los dioses no se aburren, unos por falta de imaginación, los otros por hacer coincidir en ellos virtualidad y realidad. Cuando veo a este diminuto ser que, de cuando en cuando, empieza a maullar y me mira, y  no me quita ojo, y  da con la patuca en mi mano, en mi brazo, en el libro o en el teclado del ordenador, cuando tira de mis tenis o clava sus uñas en el cojín, pienso que no puedo decir que se aburre, la verdad, pero no puedo evitar la idea o la ocurrencia de que hace lo posible y lo imposible para que ¿juegue? con él, para que le acaricie, para que le pase la mano por el lomo y por el cuello, cerrando los ojos y ronroneando de satisfacción.

 

Ahí es cuando me imagino que la interacción, aunque ya sabido, no es cosa exclusiva de los humanos. Claro que nos enteramos por el Lorenz, y tantos más, de las habilidades comunicativas de las diversas clases de animales y sus distintos medios de transmisión de mensajes, desde las aves y los peces a los insectos y, cómo no, los vertebrados; pero lo que veo a partir de este encuentro, que además es en mi casa, donde nunca antes había entrado un animal, es algo que va más allá de la mera comunicación instrumental, de peligro, hegemonía o celo; no, esto es, cómo decirlo, un plus. Me busca y sabe pedir lo que quiere de mi, dónde y cómo quiere la caricia, dónde y cómo quiere jugar con la pelota, hasta ahí llegamos, dónde y cómo saltar para atrapar el trapo con el que se entrena. Os comentaba el día pasado que todo esto serán, digo yo, entrenamientos para cuando tenga que sobrevivir por su cuenta, pero, insisto, hay un punto en sus reclamos que parece, también puede ser proyección de uno, que gusta de esa comunicación gratuita, nada instrumental, el hecho de hacer cabriolas junto con alguien por el gusto de compartirlas.

 

Supongo que este último comentario va más lejos de lo que un sensato empirismo estaría dispuesto a aceptar, pero sí  me parece que la brecha entre unos y otros, entre humanos y animales es menos profunda y ancha de lo que a veces estamos dispuestos a admitir. 

 

Queridos, que paséis un buen domingo. Os dejo porque el minino da unos bostezos más de león que de gato.

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