Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Rescates

La relación de Cachas con Barcelona no terminó tras su renuncia a la música y su traslado a Menorca. Afectado por graves deficiencias renales sin haber cumplido los 40 años, volvió para ser sometido en cuatro ocasiones a trasplantes de riñón en el Hospital Clínico, donde permaneció ingresado largo tiempo. Y fue en la capital catalana, en la casa cedida por un  amigo, donde murió el 16 de octubre de 2004. Días después, Llàtzer Moix, redactor-jefe de Cultura de La Vanguardia, publicó el artículo titulado "Cachas y la Barcelona de 1970", que se reproduce a continuación con el añadido de algunas fotografías suyas en Menorca y 56 páginas "rescatadas" de los libros que Cachas fue pródigamente regalando a sus amigos. 56 páginas, tantas como años vivió.

Un artículo periodístico y 56 páginas jamás prensadas

"A finales de los 60 aterrizó en Barcelona, procedente de Madrid, José Manuel Brabo, Cachas. Pese al uso de un alias herencia de su juvenil entrega al atletismo, Brabo no pertenecía al gremio de la delincuencia, sino al creativo: en Barcelona se convertiría en alma y motor de Música Dispersa, grupo integrado también por Sisa, Albert Batiste y Selene. El único, experimental y homónimo disco (1970) de dicha formación es todavía hoy, pese a sus módicas ventas, la gran referencia de la música progresiva de la época.

 

¿Qué impulsó a Cachas a cambiar de ciudad? “En la capital -explicó él mismo, años atrás- yo formaba parte de Trágala, un grupo de canción protesta, junto a Hilario Camacho, Elisa Serna y José Luis Leal. Cuando me dejaban, cantaba unas canciones en las que, en lugar de letras, soltaba fonemas ininteligibles. La verdad es que no pegábamos ni con cola. Pero yo iba con Trágala porque no era fácil hallar un grupo para subir a un escenario. Y ellos iban conmigo, porque mi hermana Pilar, que mandaba mucho en el PCE , me enchufaba.

 

Cerrada aquella etapa, y convencido de que “en Barcelona había más ambientillo hippy”, Cachas se instaló en un piso de Ciutat Vella, compartido -las comunas del tardofranquismo eran heterogéneas- con un ejecutivo de Matesa en paro y un conductor de autobús. Allí le conoció Albert Batiste; allí escucharon discos de la Incredible String Band, los Stones, Dylan o Hendrix. Luego Batiste le presentó a Sisa. Y más tarde embarcaron a Selene, que había estudiado piano y flauta, y tocaba además los bongos (aunque “de modo más informal”, según Sisa). Todo pasó “naturalmente, sin planes”, dice Batiste. Quizás porque todos compartían el interés por un modo de vida alternativo.

 

La impresión que causó Cachas a sus nuevos amigos fue de aúpa. “A mí me pareció una mezcla de peregrino medieval y sabio de Oriente. De hecho, lo recuerdo de secundario en El retaule del flautista y también como lector del Tao. En lo musical, era un genio”, dice Sisa. “Tenía magnetismo, lucía melena pelirroja, era muy leído, se interesaba por el Zen, era divertido y discreto”, evoca Batiste. “Era un artista nato, con gran creatividad y afán innovador, y una bellísima persona”, apostilla Selene.

 

Quizás cueste entender, en tiempos de conjuntos diseñados en el departamento de marketing de las discográficas, que un grupo se formase con espontaneidad. Pero así fue. “Nos vimos, conectamos y empezamos a tocar juntos, sin saber por qué ni cómo. Teníamos muchas ideas, casi reventábamos, y las liberamos juntos”, dice Sisa. Y remata Batiste: “Cada uno mostraba sus retazos de composiciones (la mayoría era de Cachas) y, sobre eso, los demás añadían su aportación. Vivíamos a nuestro aire. Y la música seguía a la vida”.

 

Una vida que Sisa califica de “marginal” -”a los melenudos nos miraban mal; a mí no me dejaron entrar en Bocaccio hasta 1975"-, y que se desarrollaba en domicilios particulares y en locales como London Bar, La Enagua, Can Ninots, El Portalón, Jazz Colón, El Paraigües, L´Ascensor y, a última hora, y con riesgo de redada, en el Drugstore del Liceu. Corría el otoño de 1969 y había nacido Música Dispersa: un grupo que ofrecía poéticas, hipnóticas y armónicas canciones sin letra ”queríamos superar la canción de texto, quizás como respuesta a la cançó”, afirma Batiste, y donde las voces emitían sonidos abstractos, del murmullo a la onomatopeya, sobre arreglos acústicos (guitarra, mandolina, bajo, piano…, también flauta, bongos, etcétera).

 

Música Dispersa perfiló su repertorio en directos. Al primero, en Valencia, fueron en tren, con el instrumental a cuestas, y no grabó su mítico disco hasta el verano de 1970, con diez temas y una enorme ola en portada. “La dibujé inconscientemente rememora Selene, pero ahora sé que la ola es la imagen de lo fugaz, de lo que se deshace un instante después de hacerse”. Fue el caso de Música Dispersa. Grabado el disco, Cachas se fue a la mili y “la banda -señala Sisa-, hizo honor a su nombre y se dispersó”.

 

En la última reedición de Música Dispersa (Discmedi, 2004), Sisa resume así la historia del grupo: “Por azar o por destino / Cachas del Tao emergió / desde Adorno llegó Albert / de Dadá venía yo. / Selene, ángel caído / del paraíso, tal vez./ La del olvido / buscábamos sin querer / -aunque de haberlo querido / no la hubiéramos oído-. / En no querer la encontramos, / al hallarla la perdimos. / Inconexa, un espejismo, / quizá del sueño el envés, / la vida es/ y nosotros, un ruido."

 

Cachas eligió luego una existencia retirada y se fue a Menorca. Allí ha vivido 30 años, cultivando los afectos personales, la vida junto a su mujer Montse Molí y su hija Joana, el contacto con los amigos. En su casa de Sant Lluís, sentado en el jardín que mimaba a diario, Cachas se entregó a la lectura, a la poesía, al ensamblaje de textos integrados por citas ajenas y reflexiones propias, que redactaba con primorosa caligrafía y después distribuía entre sus amigos.

 

Cachas ha vivido con la sonrisa siempre dispuesta, sin quejas, pese a la afección renal que le encadenó a la diálisis, minó su salud, pobló sus brazos de moretones y protuberancias, y sólo se atenuó, en parte, cuando se sometió a un trasplante de riñón, que le cedió su hermano.

 

El pasado sábado, aquejado también de cáncer y sólo dos días después de que muriera su hermano, el donante, Cachas falleció en Barcelona. Contaba 56 años. Cruzó el umbral suavemente, rodeado de su familia y de los viejos amigos de una Barcelona en la que era posible creer, como creyó Cachas, que la vida es un tranquilo fluir, y que basta sumarse a ese fluir para participar en un proceso creativo.

 

Eran otros tiempos, claro. Pero el recuerdo de Cachas los mantendrá vivos."

 

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