Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Rescates 

La vuelta al territorio de los veraneos de su infancia en Soria, los largos paseos

por la sierra, la recuperación de mágicos juegos familiares en plena naturaleza,

el trato con animales domesticados que querría más libres, el repentino recuerdo

de cancioncillas largamente olvidadas, la interpretación de silencios y embustes

del pasado, las chocantes manifestaciones de la vida rural actual, los numerosos libros de historia que fue leyendo y los también numerosos que dejó sin acabar,

las poesías, arias de ópera e himnos religiosos que resonaban en su cabeza...

Maite Clavo, habitual colaboradora de LSN, combina temas así de sugerentes en textos tan desenfadados como agudos y fotografías tomadas con el móvil.

Este verano me ha lamido una vaca

Al amanecer voy a lo largo de la ribera por la ruta de las tumbas visigodas. El camino es amable, el sol tímido, y se suceden recodos, presas de árboles tumbados por la tormenta, zonas de dunas arenosas.  En el aire veo una libélula estática, apenas vibrando, reflejándose en el agua. ¿Qué hace? Sólo se oye el correr del agua. Una fuerza me atrae, la conozco, la conozco. Ya estoy desnuda y avanzo cautelosa entre las piedras, insensibles los pies, hacia el centro, acudiendo a la llamada oscura  de la densidad y la belleza. Con los ojos muy abiertos me sumerjo. Y al instante una cabeza surge bramando y sobre la frente dolorida siento crecer el hueso de los cuernos. Toda la piel se abre en cristales. Bramo. El agua bajo mis pies se alza, me expulsa y el monte entero sonríe al ver la nueva criatura. Una fuerza sobrehumana me impele a saltar hacia las peñas, me alzo sobre las pezuñas y con el corazón alegre corro. El aire devuelve el eco de los cascos del toro poderoso.

Esta mañana salí tarde y me dirigí al pinar, buscando la sombra. Pasados unos minutos de ascenso, el bosque se abrió en inacabable explanada. ¿Hacia dónde ir? Me encaminé a unas rocas, pero en el trayecto encontré un arroyo seco que hendía la pradera. Seguí su senda un rato, luego un prado amarillento me llamó. Los caminos se multiplicaban, se dividían, giraban (y yo diciéndome ‘¿adónde el camino irá?’ ). Me dejé llevar. Pasé por núcleos rocosos, sendas en las piedras que parecían puertas de entrada. Allá había un ágora, luego un teatro y la terraza de un templo.

 

Me senté junto a un pino: multitud de menudas plantas ignotas creaban la sensación del prado hierogámico. (Hay una pareja de pájaros enamorada en la antena de la casa vecina. Je n’ai plus que toi de chemin, dicen)

 

Mas luego otra ruta me condujo a una roca abierta en dos cuevas, cercadas de piedras. Un refugio de pastor, sin duda, y quizás una de las secretas guaridas del tío Melitón, el temible asesino. Los del pueblo enseñan el Portillo de la Remenda, la piedra Andadera,  las cruces que señalan sus crímenes –cruces de piedra o grabadas en la roca–, el solitario paraje “Calleja de los Bolicios” donde le mataron; y las grutas que habitó. Creo que he llegado a una de ellas,  y tiene despensa.

 

Tumbada a la sombra de un árbol me viene a la memoria un problema. ¿Cómo supo Tucídides de las intrigas de Alcibíades? ¿Quién le contó su pacto con Tisafernes, su doble juego con espartanos y atenienses? ¿Y cómo un traidor reconocido pudo, por hábil que fuera, enredar a todos los implicados en la guerra?

 

He seguido intermitentemente el culebrón de las investiduras. No voy a negar mi curiosidad: trapacerías del pálido Rivera y, ¡oh!, el do de pecho de Rajoy intentando esconder en el Banco mundial al corrupto Soria. ¡Qué torpeza! …

 

¿Cómo se escribe la Historia?

 

A estas alturas me he perdido. El bosque está lleno de sendas que se cruzan y divagan y me tienen perpleja. Me lleva tiempo comprender que esas veredas no tienen destino:  proceden del paso errático de las vacas siguiendo el pasto.

 

Claro, claro,  vacas de elíptico andar, helikopidas bous, las llamaba Homero.

¿Quién ha visto sin temblar

un hayedo en un pinar?

(Antonio Machado)


Hoy me he encontrado con un bosque de robles en lo alto de un claro del pinar. Quizás vosotros véis en ellos un tipo de arbolado. Yo veo una urbanización extensa y clara, lugares habitados y habitables que se distribuyen en estancias familiares.

Es culpa de mi madre. Cuando eramos pequeñas nos enseñó a distinguir entre la fronda espacios que invariablemente se identificaban con los de la casa. Mis hermanas y yo nos sumergíamos en los círculos de ramas para descubrir aquí la cocina, allá un dormitorio, esta es la terraza y mira las ventanas.

Quizás sus estudios de química habían facilitado esa visión de la materia animada. Entonces no se sabía de fractales, ni de la oveja Dolly, y casi ni se conocía a Einstein, en España; pero ella nos introdujo en un lugar mental donde se practicaba el deslizamiento entre las categorías aristotélicas que aquí ordenaban la realidad, mostrándonos las mañas de la forma y el vacío.

 

Su impronta se plasmó en la idea de que la tierra, cualquier tierra, es mi casa; cualquier paisaje puede acogerme, cualquier valle, cualquier calle de Cotonou o de Nueva York. Llevo a mis ancestros en un cordón umbilical móvil; como una semilla volante me traslado con su adn de un lugar a otro. Soy raíz nómada.


 

Y ahora regreso al camino, impregnada de dionisiaca alegría, declamando a viva voz el Stuttgart de Hölderlin:

Pero los caminantes son bien guiados  también y llevan cantos

y abundantes guirnaldas, llevan el bastón sacro

cubierto de racimos y follaje, y la sombra de los pinos;

dia a dia y de aldea en aldea suenan gritos de júbilo,

y como caruajes arrastrados por bestias salvajes, las montañas

se ponen en camino, y el sendero toma su carga y se apresura.


 

Trad. De Jenaro Talens para Hiperion, 1980

Aber die Wanderer auch sind wohlgeleitet und haben

Kränze genug und Gesang, haben den heiligen Stab

Vollgeschmückt mit Trauben und Laub bei sich und der Fichte

Schatten; von Dorfe zu Dorf jauchzt es, von Tage zu Tag,

Und wie Wagen, bespannt mit freiem Wilde, so ziehn die

Berge voran und so träget und eilet der Pfad.

 

Por alguna razón, los caballos van a la ermita al atardecer y allí celebran nutridas asambleas. Llegan desde sus lugares diversos, saltan las tapias, abandonan los cubos de cebada y cuando están todos, se recogen y meditan en lo alto.

 

A mi mano se han acercado este verano varios de estos caballos con espontáneo afecto. He tomado la novedad como un esperanzador indicio de los encuentros que aún me esperan.


 

Los contemplo y advierto la suavidad de sus colores, el olor de la leña y el tomillo, la brisa de Urbión rozando la piel entre el calor. Y sobre todo un silencio sólido, compacto, que afila los perfiles de las cosas.

Hoy  he echado a andar hacia Urbión, atravesando la zona donde, en algún momento, se multiplicaron los centros de la industria maderera local. El territorio, desierto a estas horas de la mañana, está convenientemente amueblado por objetos de gran tamaño: camiones dormidos en paralelo, algunos con toda la familia en la frente; pilas de troncos cortados listos para su traslado, otros dispuestos a quedar hechos palés; contenedores añejos, grandes chimeneas de ignoto uso, oficinas y salas de exposición de muebles.

 

Me ha venido a la cabeza el Museo de cosas hechas por el hombre, creado por Lola en una afanosa tarde de sus 6 años. Un cartel, escrito con bolígrafo azul y desigual caligrafía, así lo indicaba en la puerta de su cuarto. El museo contenía, pulcramente organizado en cajas, hojas de cuaderno, un tirachinas, un cencerro, un grupo de tabas, dos herraduras, varias alcayatas, una camisita de muñeca, un peine y otros objetos seleccionados con esmerado criterio de entre los que encontraba por ahí.

 

Talmente se asemeja ahora este escenario fabril al paisaje del museo de Lola, pero con otros carteles didácticos de algunos nobles oficios de antaño: ebanista, herrero, maquinista… y también una señal de tráfico indicando al viajero desprevenido que allí trabajan máquinas. Lo cierto es que aquí los vecinos no trabajan (con la excepción de algún perverso) pues disfrutan de las suertes del pino. Consisten éstas en el reparto de dividendos que a cada uno toca por la venta de la leña del bosque; un sistema comunal de origen regio, pues lo otorgó como aliciente a la repoblación Fernando el Santo en el s. XIII (concesión que testimonian las llamadas Cartas Pueblas). Aclaro que “vecino” significa aquí  “autóctono”, y de tercera generación por ambas ramas. Fácilmente ahuyentan así a pretendientes, novias advenedizas y aprovechados varios. “Forasteros” somos todos los demás, por más que algunos lleven aquí generaciones. Claro que la suerte conlleva otra condición, si cabe más dura, pues el autóctono no puede abandonar el lugar de origen. De estos prisioneros, pocos son los que renuncian a la comida segura, lo que explica la concentración desproporcionada de bares, llenos de hombres ociosos a cualquier hora, y las tiendas de escasa utilidad, pero abarrotadas por mujeres que charlan sin descanso.

 

Nota histórica: un pequeño Museo Carretero, en Molinos de Vilviestre, exhibe las hachas y hoces utilizados antaño para mantener el bosque; también las carretas de bueyes que transportaban los troncos. En la actualidad, grandes camiones conducidos por jóvenes, diríase suicidas, y máquinas trabajando.


No menos desconcertante, y única, es la señal sita junto a una fuente con el lema “Agua permisible. Influencias, hay que suponer, de las autoridades viarias responsables. O, si no, que la natural riqueza del paraje produce efectos semánticos propios en la Adminstración provincial.

Voy al pueblo con la intención de reponer víveres y encuentro los remolques de camiones transformados en guarida de las peñas que se activan en las fiestas. Llama la atención, en los decorados, la manifestación de unas identidades agresivas y directas: una (no recuerdo el nombre) tiene por símbolo un joven borracho orinando y vomitando a un tiempo; otra indica a la entrada “Sementales”; más sencillas “ Kaos” o “El cachondeo”; otra más, en femenino, muestra una hoja de maría con enigmáticos grilletes, fumando un porro, desafiante, sobre el lema “Las incontrolables”.


 

Como si los larguísimos inviernos junto a Urbión, con la población demediada, produjeran en los jóvenes un furor, unas hormonas y un afán de provocación análogo al breve y violento estallido de la flor de cactus.

LÁGRIMAS DE SAN LORENZO

Esta semana me tumbo a ver el cielo de noche porque se anuncia la lluvia de estrellas de cada año a mitad de agosto. El fenómeno se llama aquí ‘lágrimas de san Lorenzo’, pues coincide con la celebración de la fiesta major dedicada a este santo. Si las lágrimas estelares evocan sus sufrimientos, el ardiente sol de pleno verano se refleja en la imagen del fuego donde el mártir fue lentamente asado a la parrilla. Tiene su lógica. Pero esta explicación (no avalada por la Iglesia) desata un sin fin de interrogantes: ¿dónde encontrar sentido a que se honren en junio a santa Julita y san Quirico, mártires titulares de la Iglesia entre el s. XVII? ¿por qué estos santos en este pueblo? ¿estaban de moda cuando se dedicó el edificio? Es más, ¿cómo se hacen los calendarios? ¿y qué señalan, si no siguen pautas astrales o estacionales?

 

Nos evitarían tantas preguntas los pragmáticos romanos. La resistencia numantina indujo a Julio César a reiniciar el calendario y ampliar sus meses para adecuarlo a sus imperativos militares. O sea, el invierno del 153 a.C. comenzó el 1 del 1 del año 1 Juliano por orden imperial. Admirable rigor también el del calendario francés republicano (fundamento del del amigo Onliyou, de mayor rigor si cabe). En cambio no encuentro sentido a la relación entre hagiografía, liturgia y ciclos temporales en el nuestro.

 

Lo sé: la Iglesia suele aducir que las fechas señaladas celebran el día de la muerte del santo (la muerte sanciona el proceso de sacralización en la mayoría de religiones). Según mi opinión, al menos en sus orígenes, no vale la pena esforzarse en encontrar datos históricos, como suele pretender la tradición católica. Prueba a buscar la tumba de un eremita del s. II en el desierto egipcio, tumba que, según los biógrafos, cavaron dos leones; intenta seguirle el rastro en el De viris ilustribus atribuido a Jerónimo o Genadio, o en los escritos del mismísimo Atanasio. Si admitimos razonables dudas en cuanto a la historicidad de estos episodios (incluso de la existencia misma de estos personajes) me gustaría saber cómo se construyen estas vidas, en razón de qué necesidades, y, lo que ahora nos ocupa: por qué, si no es capricho, en determinado momento del año.

 

He buscado al cura para pedirle explicaciones, pero estaba en la misa mayor cantada. Mirando la celebración me ha parecido que el párroco no podría responderme, así que propongo una tertulia con etnólogos y antropólogos.

HÍMNICA

Tengo que poner la radio para no oir la música que llevo en la cabeza y que, cada vez más, emito en voz alta.

Hecha esta observación añado, no sin alarma: estoy llegando a los himnos.

Hace tiempo que tarareo oberturas de Wagner, arias de Gluck y así,  junto a tonadas tipo “que li donarem a la pastoreta”. Pero este verano, como novedad,  han aflorado los himnos de mi infancia: “en pie, camaradas, siempre adelante” acompañando la marcha.  Claro que la proximidad del antiguo campamento de la OJE con sus chicos uniformados sin duda afecta.

Tengo entendido que es un fenómeno de lo más común eso del retorno de memorias escondidas que salen llamadas por cosas como el olor de la manzanilla o el cansancio. Hoy, más que un hilo, me han salido ovillos de recuerdos.


 

Imaginaos, por ejemplo, un autobus de excursionistas adolescentes por los años 60, ignorantes de la tan cercana historia de la guerra civil y sus consecuencias, pues éramos nacidos en el franquismo y jamás oimos hablar de otro gobierno que el del Generalísimo (excepto, en un pasado brumoso, de reyes católicos e intrépidos descubridores de América). Un desafinado coro juvenil ataca con entusiasmo: “de Isabel y Fernando/ el espíritu impera/ moriremos besando/ la sagrada bandera.”  

Aquel traquetreo y el cansancio del regreso provoca un estado reflexivo medio comatoso: ¿qué significa el espíritu de los reyes católicos? ¿Y eso de morir besando la bandera, escena inverosímil?. En cuanto a la lógica, a la sintaxis, dejémoslo.

Aclaro, para los jóvenes, que una especie de gran pacto de silencio (el miedo, como después sabríamos) se cernía sobre la guerra, y tampoco se hablaba jamás de la inmediata postguera (ni de sexo) , ni en casa ni en la calle, ni en la escuela. Y que ese grupo alegre profería con inocencia tan extrañas letras.

 

 

No sabíamos además (yo al menos) que cantábamos himnos falangistas, pues algún vigilante de la moral patria había sustituido ‘falangistas’ por “excursionistas” en el momento más interesante: “En la tierra niña no dormirás, no dormirás (bis) Que dormirás en un lecho de flores con cuatro esquiadores que te hablarán de amores…” La estrofa desafiaba el buen sentido: primero, la vívida imagen de una niña, de noche, en plena nieve, entre flores, (¿pero cómo? ¿habría algunas mantas disimuladas? ¿estaban en el cielo?)  y esos cuatro montañeros, esquís en ristre… atraían irresistiblemente el cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan” con que mi madre espantaba hipotéticos peligros nocturnos. Yo callaba mis dudas, acostumbrada a una cultura del silencio y a unas hermanas mayores que se reían de estas mis preocupaciones.

 

Así fue como me hice a la idea de que las letras hímnicas no tenían afán de coherencia ni, en general, mayor función que la de sugerir imágenes,  y dejé de intentar entenderlas. En este punto resultaban mucho más cautivadores los cánticos en latín, puras cadenas rítmicas y fónicas que nos dejaban abiertas todas las puertas al sentimiento y a la interpretación artísticos.  Entre ellas, en lugar de  honor, las letanías:

Virgo veneranda, Virgo praedicanda, Virgo potens,….

Nos iniciamos en los rezos mántricos con muy pocos años, gracias al rosario a la virgen de Valbanera que residía en Fuentetoba. Lo dirigía doña Aurea con indiscutible dominio de soprano:  kirieleison, christe eleeison, y el grupo heterogéneo de niños y viejas con negros pañuelos nos dejábamos arrastrar  por el malicioso, giróvago ritmo de la letanía, siempre presto a engañarte cuando empezabas a coger carrerilla:

Turris davidica,Turris eburnea, Domus aurea,….

Lo mismo que responder a coro:

España…… Una,  Grande, Libre”

Otra variante, decididamente perversa, llegó con la Acción Católica, que ignoro cómo y para qué se fundó si no es para torturar más sutilmente a las adolescentes: pues uniformadas y en fila y ante la bandera, pero un aura romántica indefinidamente femenina, nos hacían entonar (modo carmelita)

Llegado ya …../ roguemos a Dios con fervor /que en los albores del día/ nos libre de todo mal” ……

Tales confusas jaculatorias cantábamos en ayunas, en un campamento sito en Sanlúcar de exótico recuerdo. “Ponga freno a nuestra lengua /para que reine la paz”. .. Poner freno a la lengua nos parecía operación propia del demiúrgo divino, y suscitaba graves dudas sobre si sería un freno fijo o de quita y pon, y dónde y cómo se intalaría en la lengua.  Era imposible liberarse de las imágenes e hilar un sentido.

Estos fueron los idiomas oficiales de nuestra infancia. Así lo transmití fielmente  a mi hija durante los años en que, para despertarla, entraba cantando “arriba los de la cuchara…” al son de la marsellesa; y yo la veía sonreir todavía dormida, la cabeza un la almohada, imaginando quién sabe qué feliz escena de cucharas y tenedores.

QUIERO APRENDER HISTORIA

Llevo algunos meses intentando paliar mi ignorancia de la historia moderna leyendo sobre cómo se gestaron las dos grandes guerras, cómo se reordenó el mundo en las postguerras. Más leo, más me sorprendo. Europa parece obedecer a pautas dictadas por alguna genética histórica, si tal existiera.  

-Eso te pasa porque lees marxistas, dice JP.

-¿Acaso se puede entender la historia de otra forma? digo, no sin sorpresa.

Aaaaamiga, se burla él.

Corro a la biblioteca en busca de conocimiento: no hay sección de Historiología. Del rastreo en Amazon resulta Contra la Historia de Ciorán, Sobre el concepto de la Historia”de Benjamin y una Escatología occidental cuyo autor no recuerdo. De los manuales deduzco que se da por superado el historicismo o método de mi infancia: estampas estancas que se recuerdan gracias a las escasas ilustraciones. Romanticismo y neoclasicismo desacreditados. Sigo leyendo y compruebo que no se ha avanzado sobre lo que afirmaba Tucídides de que el historiador narra “según su recuerdo o su afiliación a uno u otro bando”.

Un tanto desesperada, o exasperada, ya puesta leo capítulos sueltos de análisis contemporáneos:  El Establishment de Owen Jones y Ciudades rebeldes, de David Harvey Más interesante La cultura en el mundo de la Modernidad Líquida, del sociólogo Zygmunt Bauman (“mientras la comunidad colapsa, la identidad se inventa”). Resulta que Bauman sigue a mi admirado Hobsbwam. Brillante, pero marxista.

Tozuda e insatisfecha giro hacia el reciente pasado español, que supongo más asequible a mis entendederas. Vázquez Montalbán hace un meritorio, esforzado, análisis de los discursos de Franco en busca de una ideología. Fascinante imaginario del nacionalcatolicismo. Quiero leer el Franco de Josep Pla, pero no lo tengo; me interno en el imaginario ‘Reyes Católicos’ con  el sólido El laberinto de la Hispanidad, de X.R. de Ventós y quedo, en conjunto, atrapada.

Otros: Catalanes todos, de Pérez Andújar, y el singular El cura y sus mandarines, de Gregorio Morán, algo prolijos para mi. Con Garzón, El fango, o Gonzo, ¡Todo por mi país!, compruebo la mucho que me fatiga y me disgusta la sordidez de los latrocinios públicos. No acabo ninguno.

Me parece que me conviene volver a las novelas. Me enseñan más. Lo paso mejor. A fin de cuentas conozco Waterloo gracias a Los miserables de Victor Hugo,  La batalla de Stalingrado, por Vasily Grossman, y los americanos en la Francia ocupada por Uno de los nuestros, de Willa Cather, espléndida narradora, por cierto.


 

Es verano. Estoy en el campo. Dependo de Amazon en el Kindle, me deleito con los relatos de Jeanette Winterston (El mundo y otros lugares), y, ahora mismo, con el último de Jordi Coca, California. Tremendo desorden, estoy de acuerdo. Pero empiezo a aprender que la historiografía es una ciencia especulativa y que a la historia se llega por la ficción.

TINA

Si, amigos, una experiencia emocionante que me costaría folios describir, tanto más cuanto que el largo lametazo que envolvió mi mano y parte del brazo fue una iniciativa de la temperamental Tina y me pilló desprevenida. Me gustaría explicaros cómo, al girarme bruscamente alcancé a ver la larga lengua rosada retorciéndose en un movimiento envolvente, afectuoso, el contacto tibio y…. Tan dulcemente agradece mi naranja.

MERIENDO CON MIS VECINOS

La pequeña se llama Linda, el gris no sé. Hablo con ellos, los escucho, me acerco a sus pensamientos. Su afán inmediato es compartir la merienda: pan, queso, corteza, melocotones, todo les gusta. Jugamos al escondite entre las rejas.

 

Advierto que en Covaleda, este año, se ha instalado la norma de atar a los perros. Sólo a primera hora de la mañana algunos cinófilos se atreven a soltarlos cuando llegan al monte. Miran con desafío y enfado a la paseante inoportuna, y declaran, sin que se les pregunte, que su perro no muerde.

 

Así que libres, libres, este año he visto corzos, un zorro, perdices e infinidad de pájaros pequeños y medianos. No sé distinguir las especies. Al atardecer, sobre el tejado hay tres, tipo gorrión, que me miran de lado, impacientes. Esperan que me vaya para bajar al prado a buscar mariquitas y otros minúsculos habitantes de la hierba. Me siento obligada a irme, no voy a privarles de su cena.

POESÍA CHINA

Tengo tres antologías. En las contemporáneas me sorprende el tono sombrío, una especie de melancolía etimológica. Las antiguas, en cambio, se deleitan con menudencias al modo del haiku.

Me ha parecido útil este comentario de un traductor (¿Cortés?) a propósito de la pintura (de que extrae analogías)
 

El entrenamiento del pintor lo lleva a "aprender el Universo de memoria" y, cuando pinta un bambú, el pintor es bambú, cuando pinta un paisaje es cada uno de los elementos del paisaje, ya que se ha interfundido con el Universo mismo. Esto es lo más importante en la pintura china, la transmisión del Ch'i Yun, el aliento de la fuerza de la vida.

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