Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Rescates

Copas y jotas en la sobremesa.

Día de Azagra en Pitillas

Medio centenar de adultos, media docena de adolescentes y otra media de críos. Un grupo considerable, pero reducido, casi íntimo en comparación con las “concentraciones Azagra” que se realizan desde hace años en la villa navarra homónima. Toda una peña, que eso significa la palabra árabe al sajra de la que se deriva el nombre. La peña descendiente de Nemesio Azagra, originario de Santacara, y Rufina Marticorena, de Ujué, nacidos en el último tercio del siglo XIX y progenitores de siete hijos, quienes tuvieron a su vez 30 vástagos y éstos otros 57, bastantes de los cuales ya han sido padres y madres. No hay peligro de extinción de la estirpe. Ni tampoco dudas sobre la continuidad del apellido en la rama Azagra establecida durante la primera mitad del siglo XX en Pitillas y luego desperdigada por Buenos Aires, Pamplona, Madrid, Barcelona, Manresa, Badajoz, Bilbao, Donosti y otros puntos del ancho mundo. Una familia que, como tantas, fue perdiendo contacto, hasta que el pasado enero, tras el entierro de Patro Rey, madre de mi mujer y viuda de Crisanto, el menor de los Azagra Marticorena, surgió la idea, y lo que iba a ser un encuentro, según lo hablado en casa de la acogedora Maribel Alli Azagra, acabó convirtiéndose en un sarao. Un sarao a la navarra: misa cantada en la iglesia de San Pedro, paseo por Pitillas (con visita opcional al cementerio), comida en el Casino y joteros en la sobremesa. ¿Quién es capaz de perderse algo así?

 

Alfonso, hermano de Menci (Mari Carmen o la Rubia para sus primos), bautizó la reunión como Día del Orgullo Azagra, y además de acreditaciones plastificadas con ese lema, repartió entre los participantes una ocurrente reelaboración genealógica, no exenta de errores, y una disparatada encuesta. ¿Una encuesta? Sí, 25 preguntas encaminadas a determinar, entre bromas y veras, la manifiesta, latente o nula afinidad de cada Azagra adulto con el apodo familiar de antaño: zarrabullas. En el Vocabulario Navarro de José María Iribarren no figura esa voz, pero sí “zarrabullo”, con la acepción de revoltijo, conjunto desordenado de cosas, lío de ideas y palabras, así que cabe presuponer que los Azagra eran (y son muchos, doy fe) movidos, voceras, alegres, enredadores. La coña sobre el mote, ya desaparecido, no sentó igual de bien a todos, pero fue estupendamente recibida por el sector añoso de la concurrencia. Depositario, por cierto, de otra versión sobre el origen del alias familiar, según la cual data de la ocasión en que el albañil Nemesio Azagra, trabajando en una obra, cortó en seco las chanzas que se traían los peones de su cuadrilla con un tajante: “más zarra (como llamaban en la zona a la paja que se empleaba en las construcciones de adobe) y menos bulla”.

Antes de la misa, en corros callejeros, los reconocimientos y las presentaciones fueron rubricados con besos, abrazos y la puesta al día sobre la parentela de cada quien. El oficiante, Pedro Javier Arbeloa, antiguo pastor en la localidad, pronunció un largo y bien articulado sermón que al parecer solo cogió desprevenidos a quienes no frecuentamos iglesias. Además, ya avisó al comenzarlo que no había aceptado la invitación de los Azagra por la cuchipanda, sino para, aprovechando la no ya tan habitual religiosidad de la familia, profundizar en la palabra de Cristo. Luego, en la comida, sentado junto a Nely Sagardoy, jesuitina del colegio de Pamplona, y su hermano Carlos, franciscano amigoniano residente en Madrid, pudo rememorar sus años en la parroquia de Pitillas, donde estaba destinado en 1963, cuando firmó junto con otros 49 sacerdotes navarros un manifiesto antifranquista en línea con las disposiciones del Concilio Vaticano II. ¡En Navarra! ¡En 1963!

 

Jacinto (101 años), establecido en Madrid desde hace seis décadas, es el único de los siete hermanos que sigue con vida, pero lógicamente no viajó a Pitillas. De la siguiente generación hubo un nutrido número de participantes en la fiesta, comenzando por Nely (81 años), la mayor en la actualidad, y terminando en mi cuñado Joseba (53 años), el menor. Algunos estuvieron acompañados por hijos y nietos que no conocían el pueblo de sus ancestros, como ocurrió con un extenso grupo familar llegado ex-profeso desde Londres, lugar de nacimiento de varios tataranietos de Nemesio y Rufina. De un pueblo de la Ribera navarra con 500 habitantes a la mayor ciudad de Europa. De las orillas del Cidacos a las del Támesis. Del bisabuelo albañil al biznieto directivo en la City. Una muestra del acreditado empuje de los Azagras pitilleses, entre los que hubo y hay constructores, arquitectos, físicos, economistas, abogados, empresarios, profesores, pedagogos, políticos...Sin olvidar la indomeñable fuerza de voluntad que cabe asociar a los Marticorena, sobradamente demostrada por Jacinto Ochoa, militante comunista que se escapó dos veces del siniestro fuerte de San Cristobal y pagó la condena de cárcel más larga en la más que larga dictadura franquista: veintiseis años y diez meses. Dos primos, dos Jacintos, dos historias. Jacinto Azagra Marticorena, nacido en Pitillas en 1913 y Jacinto Ochoa Marticorena, nacido en Ujué en 1917. El primero todavía vivo y el segundo muerto hace veinticinco años. Uno, constructor de éxito. El otro, sindicalista desde que salió del penal de Burgos hasta su último aliento. Vidas en absoluto paralelas.

El Casino, donde se sirvió la comida, fue en otro tiempo el colegio de las jesuitinas en que aprendieron algunas de las presentes sus primeras letras. Como por encanto, sin que hubiera puestos asignados ni nadie que los distribuyera, las dos largas mesas fueron ocupadas por riguroso rango de edad. En una, los comensales de más de 50 tacos y en otra, los de menos (con los pequeños en una tercera, especial para ellos). El menú, estupendo y bien servido, consistió en surtido de ibéricos, espárragos rellenos, pimientos del piquillo y ensalada de gulas, de primero; jarrete de cordero o rodaballo, de segundo; un buen tinto o un mejor rosado de la bodega Vega del Castillo, la del pueblo; tarta, café y copa. Ya con la última apareció al fondo de la sala el grupo jotero Sentimiento Navarro, integrado por dos chicas, un joven y un muchacho (de San Adrián, Andosilla, Pitillas y Milagro, respectivamente). Notables voces,  guitarra, bandurria, mucho brío y capacidad para conectar con el auditorio hasta el cierre de la actuación con los pasacalles de rigor, seguidos con entusiasmo por parte de los ocupantes de la que podría considerarse “mesa de edad”. Los más zarrabullas. Los que más disfrutaron el 14 de junio de 2014 en el Día de Orgullo Azagra. El primero. Por ahora...

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