Y ...UN CORTO ETCÉTERA /// Rescates

La percepción moderna del mito de Fausto está determinada en gran medida por la novela sobre la que escribe Juan Álvarez-Cienfuegos Fidalgo, coordinador del curso de diplomatura realizado en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo en 2012 con el título "Tiempo, clasicismo y modernidad en el Fausto de Goethe". A su texto, de impecable factura académica, le acompañan en La Simiente Negra decenas de ilustraciones de Peter Von Cornelius, Wilhem Kaulbach, Eugène Delacroix, Henry Clarke, Willy Pogany...Poco, o nada, hay de común entre ellos y tampoco aparecen en orden alguno, cronológico o estilístico, pero eso no debería importar demasiado tratándose del Fausto, personaje universal de muchos tiempos, países y géneros.   

Clasicismo y modernidad en el Fausto de Goethe

Fausto acompañó al autor a lo largo de toda su vida. Hacia 1774 escribe un Urfaust descubierto por Erich Schmidt en un archivo de Weimar en 1887, aunque ya venía de atrás su dedicación al tema [2-3-4-5-14; los números entre corchetes remiten al número de las citas del tercer apartado del presente texto]. Tres años más tarde, y muy similar al anterior, al regreso de su viaje a Italia publica Fragmento de Fausto, varias escenas de este las incorporará al Fausto I. Estimulado por Schiller [16], lo retoma a partir de 1797 y escribe distintas partes de la obra que concluye, después de la muerte de su amigo, en 1806 y que publica en 1.808. Pero el personaje no lo abandona, de hecho la novedad de ese primer Fausto es que ni se suicida ni muere, esto deja abierta la posibilidad a una continuación.

 

Del año de esa publicación a 1825, Goethe le sigue dando vueltas al personaje [6-7-8-9-10], dos años más tarde le confiesa a Eckermann que retoma la escritura de la obra [13]; seguirá trabajando en ella [26] y se imprimirá, póstumamente, en 1832. Es Fausto II. De ahí que Fausto. Una tragedia plantee problemas, y polémicas, ya desde el momento en que se divide en dos partes, Fausto I y Fausto II. ¿Son dos obras independientes o una sola que consta de esas dos partes mediando más de dos décadas entre la publicación de la Primera Parte y la Segunda? Desde luego, los dos personajes centrales, Fausto y Mefistófeles, son los mismos, hay una continuidad narrativa entre una y otra parte, y el propio autor las consideró partes de una sola obra, aunque sí admitía diferencias entre ellas [31-32], ahora bien, dejando esto sentado, no cabe duda del peculiar giro que adopta la Segunda a través de un delirante viaje que transcurre de un Imperio medieval a la frenética actividad industrial del final de la obra.

 

Es claro que Goethe no estuvo dedicado a ella desde 1770 hasta 1.831, pero solamente pensar que de manera intermitente la atención que le dedicó cubrió más de sesenta años indica su interés en el tema, en las distintas partes que fue elaborando y en la creación global de la trama. El 6 de junio de 1831, Eckermann registra en sus notas que Goethe ya tiene avanzado el quinto acto, y concluye la entrada escribiendo meses después de esa fecha, “en las semanas siguientes terminó Goethe el cuarto acto, que faltaba aún, y en agosto estaba encuadernada y despachada toda la segunda parte. A Goethe le produjo una dicha extraordinaria haber llegado por fin a este objetivo tan ansiado. ‘Lo que me resta de vida –dijo- puedo considerarlo como un puro regalo, y, en el fondo, es indiferente que haga algo, y el qué sea ello’” [34]. No es exagerado afirmar, a la vista de las palabras de Goethe, que esta, a sus ojos, fue su gran obra.

 

En las páginas que siguen, con todas las salvedades que el lector se puede imaginar, viene un comentario general con el objetivo de ofrecer un panorama a partir de aspectos bajo los que se entreteje la obra. Tras el “Comentario general”, el titulado “Argumento” le puede ser útil para seguir la lectura del comentario al lector que no tenga presente en detalle la trama de la obra, a continuación viene una pequeña antología de citas al Fausto contenidas en Poesía y verdad y en Conversaciones con Goethe. La “Nota bibliográfica”, complementada con la “Bibliografía”, es una indicación sobre algunos libros que pueden enriquecer determinados aspectos del Fausto. No se trata de dar consejos, pero ni que decir tiene que de lo que sí se trata, aunque por momentos nos irrite o se nos haga inconmensurable, es de invitar a la lectura de la obra misma, sea relectura, sea una lectura nueva; bien es verdad, según Italo Calvino, que los clásicos se distinguen por eso, siempre son conocidos, aunque no los hayamos leído, por la multitud de menciones que de ellos nos encontramos, y siempre son nuevos, porque los clásicos nunca acaban de decir todo lo que tienen que decir.

 

En el Primer Fausto, el autor presenta una gran variedad de niveles y ambientes narrativos. Me centraré en cinco: estampas de la vida cotidiana, el papel del amor, la religión y la ley, la consideración de la naturaleza y el protagonista de la obra, aspectos que serán interpretados a la luz de tres términos: tiempo, modernidad y  clasicismo. Todas las citas del Fausto pertenecen a la edición bilingüe de Helena Cortés Gabaudan.


En lo que se refiere al primer aspecto, se ofrecen vívidos apuntes impresionistas de la vida cotidiana de Frankfort. En “Ante la puerta de la ciudad”, por ejemplo, la escena de la fiesta de Pascua ofrece una alegre perspectiva, febril, salpicada de comentarios captados al vuelo, como los estudiantes, alborozados, en busca de cerveza, tabaco y jóvenes, el burgués que protesta por las medidas que toma el alcalde -“tenemos que obedecer mucho más que antes/y pagar más que nunca en la vida,” 850-51-, un mendigo que pide limosna, otro burgués que se deleita los domingos en hablar de las guerras lejanas mientras contempla el plácido decurso de las barcas en el río tomando una copita, las jóvenes que en público no quieren ser vistas platicando con una celestina, los fanfarrones soldados [1]. Fausto entona un canto ante la explosión de verdor y colorido de la primavera y le describe a Wagner el hormigueo de gentes que acuden a la fiesta de la Resurrección, mientras que a su fámulo, si bien pasea contento con el doctor,  le molestan estas algarabías y chanzas del pueblo; se encuentran bajo un tilo con un grupo de gentes que reconocen al doctor y le brindan su hospitalidad y bebida en recuerdo de los beneficios médicos que de su padre habían recibido, pero, cuando se alejan del grupo, Fausto siente pesar por aquellos alquímicos remedios que habían procurado más muerte que vida.


 

Tras firmar el pacto con Mefistófeles, entran en la taberna de Auerbach en Leipzig donde se encuentran unos parroquianos que pretenden burlarse de los forasteros; no reconocieron al diablo y las burlas se vuelven contra ellos [11]. En “La cocina de la bruja” Fausto descubre una hermosa figura de mujer reflejada en un espejo –Helena, de Troya-, recupera la juventud gracias al bebedizo administrado por la bruja y a partir de ese momento, como se dice a sí mismo Mefistófeles, “con este filtro en el cuerpo/ pronto verás a Helena en toda mujer.” 2.603-04. Por eso, al cruzarse en la calle con Margarita, le ofrece su brazo, que rechaza, y se enamora inmediatamente de ella por su belleza, por su recato y virtud, por el rojo de sus labios y la luz de sus mejillas. Mefistófeles tendrá que hacerse cargo de que se encuentren otra vez; esto da pie para presentar nuevos cuadros cotidianos, es el caso de “Al atardecer” donde Margarita se pregunta quién será ese noble y gallardo caballero que la abordó en la calle, la visita que hacen Fausto y Mefistófeles a la habitación de Margarita, había salido, le permite al doctor extasiarse de amor a la luz del dulce crepúsculo ante ese rincón de quieta intimidad hablándose a sí mismo, “en medio de esta pobreza, ¡cuánta plenitud!/ En medio de esta cárcel, ¡cuánta dicha!” 2.693-94. “Y aquí, con sagrado y puro alentar/ se desarrolló esa imagen divina./ ¡Y a ti! ¿Qué es lo que te trajo aquí?/ ¡Qué emoción tan honda estoy sintiendo!/ ¿Qué buscas aquí? ¿Por qué se te encoge el corazón?/ ¡Desdichado Fausto! Ya no te conozco.” 2.715-20.

 

 En “La casa de la vecina” Margarita visita a Marta y le enseña otras joyas -unas anteriores que le había dejado en su habitación Mefistófeles las entregó la madre de Margarita a su confesor-, su amiga le dice que no se entere la madre, porque se quedará sin ellas; admiran las piedras preciosas y la joven dice “lo malo es que no puedo salir a la calle/ ni dejarme ver con esto en la Iglesia.” 2.883-84. Mefistófeles urde un plan para facilitar el encuentro de Fausto con Margarita, finge que conoció al desaparecido marido de Marta y que, junto con el doctor, testificarán que está muerto. “El jardín” es la escena en que ya son presentados los dos, ella le agradece que la acompañe, él alaba sus virtudes, ella le describe su vida cotidiana, sus labores, su hermanita muerta a la que atendía, su hermano soldado, y “os ruego que penséis en mí un momentito/ yo tendré tiempo sobrado para pensar en Vos.” 3.106-07. Por su parte, Marta se entretiene con Mefistófeles y reconoce que un solterón es difícil, aunque no deja de insinuarle que se venga con ella, él la elude. Margarita mantiene una conversación “En la fuente” con Lisa, esta le dice, en tono de reproche dirigido a la engañada, que Bárbara se dejó seducir por “aquel tipo” que se esfumó y la dejó embarazada; Margarita le tiene lástima y a solas se dice que así era ella, dura en sus juicios, “y ahora yo misma he cometido ese pecado./ Mas… todo lo que a ello me empujó/ ¡Oh Dios! ¡Era tan dulce, ay, era tan bueno!” 3.584-86.

Un apunte más de la vida cotidiana. Es de noche, frente a la puerta de Margarita su hermano, antes orgulloso de la virtuosa conducta de ella, se lamenta del cambio y cuando oye comentarios insultantes a los que los hacen “lo que no podría es llamarles mentirosos,” 3645; oye un ruido, son Fausto y Mefistófeles que vienen a rondar a Margarita. Mefistófeles entona “¿Qué haces en esta esquina/ esperando a tu amor,/ ay, linda Catalina,/ con el primer albor?/ Anda, olvídalo y vete,/ si en su casa te mete/ entrarás cual doncella/ no saldrás virgen de ella.” 3.682-89. El hermano se enoja, rompe la mandolina, saca la espada, Mefistófeles protege a Fausto que lanza una estocada mortal. Desaparecen. Voces del vecindario, piden auxilio, el hermano moribundo, delante de los vecinos, la anima a hacer bien su trabajo de prostituta, Marta le pide que encomiende su alma a Dios, él la tacha de alcahueta.

 

En los párrafos precedentes, junto con el vivir diario se mezcla el motivo cenital de esta obra: el amor. Fausto y Margarita despiertan al amor, sus procedencias no pueden ser más dispares, las consecuencias tampoco pueden ser menos dramáticas, especialmente para Margarita, pero tanto en uno como en otra la transformación de su vida y personalidad es muy acusada. El viejo profesor, una vez que entrevé en el espejo de la bruja la figura de Helena queda tocado por la hermosura femenina. Cuando se cruza con Margarita entra en el noviciado de amante. La evoca en su habitación “¡Oh, mano amada! ¡Tan semejante a la de los dioses!/ Gracias a ti, la cabaña se convierte en un reino celestial./ ¡Y aquí! [Alzando una cortina que tapa la cama]/ ¡Que temible escalofrío de placer me invade!/ Aquí querría pasarme horas enteras!” 2.707-10. Y ya no se reconoce a sí mismo. Nada más verla le entra la prisa por conocerla y presiona a Mefistófeles para que se ponga a la tarea de intermediario, “si ese cuerpo dulce y joven/ no reposa esta noche entre mis brazos,/ estaremos separados al llegar la medianoche.” 2.634-36; cuando le responde que necesitará catorce días para encontrar una ocasión favorable, le espeta el enamorado “si yo tuviera tan solo siete horas de paz/ no necesitaría al demonio/ para seducir a una criaturita como ésta.” 2.642-44.


Puesto que no parece que la labor del socio pueda ser tan rápida como lo perentorio de su deseo, se conforma con una prenda, con un pañuelo, con una liga que colme su “deseo amoroso”. Al moroso profesor le entran urgencias de enamorado. También, se puede conjeturar que contrasta la tranquilidad y bondad que emana del entorno de su amada con sus espacios góticos y su mente atormentada. En cierto modo se lo manifiesta cuando se conocen, al agradecerle ella su amabilidad él le responde “una mirada tuya, una palabra, entretienen más/ que toda la sabiduría de este mundo.” 3.079-80, y más adelante, cuando Margarita le dice que tendrá amigos más inteligentes que ella, “¡Ay, querida! ¡Créeme que eso que llaman inteligencia/ a menudo no es sino vanidad y cortedad de miras.” 3.100-01. Nada comparado con la sencillez y la modestia que “nunca se conocen a sí mismas ni a su sagrado valor.” Culmina ese primer encuentro con la expresión más alta de amor, ante el escalofrío que siente Margarita, Fausto busca formas de expresar lo inefable, “¡Oh, no tiembles! Y deja que esta mirada,/ este apretón de manos, te digan/ lo que no se puede expresar:/ abandonarse por completo y sentir una/ dicha que debe ser eterna./ ¡Eterna! Pues su fin sería la desesperación./ ¡No, nada de fin! ¡Nada de fin!” 3.189-90. Retirado a la naturaleza, “Bosque y caverna”, Mefistófeles le recuerda que ella le está esperando, que se le hace el tiempo largo, Fausto, aunque lejos, está cerca porque no puede olvidarla y añade “¡Sí, que ya envidio hasta el Cuerpo del Señor/ cuando sus labios entretanto lo rozan/ […] ¿Qué significan las dichas del cielo entre sus brazos?/ Deja que me caliente en su pecho…” 3.334-35. En el siguiente encuentro con Margarita le inquiere sobre la religión y llega a la conclusión de que es un descreído; se desencadena la tragedia con el somnífero para su madre, con el fin de poder estar juntos. Y ya no se volverán a ver hasta que quiera rescatarla de la prisión en la que se encuentra por haber acabado con la vida de su hijo; en su delirio, le pide que se quede con ella, le siente los labios fríos, no quiere huir.

 

La ingenua Margarita también liba las dulzuras del amor, también siente el aguijón de la ausencia y también paga el tributo por el suyo adúltero. Primero, sola en la habitación, se pregunta quién será ese caballero que la abordó en la calle; le intriga su persona. Viene, después, la primera cajita de joyas que inexplicablemente se encuentra en su armario y que su madre entrega al confesor, con la segunda se queda sin decirle nada; Margarita se inicia en la senda del secreto compartido con Marta. Tras el primer encuentro con Fausto, y ya enamorada, se vuelve más comprensiva con la debilidad de Bárbara, seducida por un joven, pues se le hace presente cómo ella misma fue empujada a algo “tan dulce”. “Cuarto de Margarita”, ella sola a la rueca, es una escena de un exquisito lirismo expresivo de su inquieto estado, contradictorio, suspenso, grave, por la ausencia de Fausto,

Perdida está mi paz,/ el corazón me pesa;/ no la hallaré ya nunca/ me invade la tristeza./ Si no está él a mi lado/ mi tumba es; sin mi amado/ ya todo el mundo entero/ es un negro agujero./ Mi mente está confusa/ me siento enloquecer,/ mi pobre entendimiento/ destruido sin querer./ Perdida está mi paz,/ el corazón me pesa;/ no la hallaré ya nunca/ me invade la tristeza./ Sólo a él buscan mis ojos/ por el cristal mirando;/ tras él mis pasos todos/ de mi casa escapando./ sus discursos tan bellos/ cual mágico torrente,/ la presión de sus manos/ ¡ay, Dios, y aquellos besos!/ Perdida está mi paz,/ el corazón me pesa;/ no la hallaré ya nunca/ me invade la tristeza./ Mi pecho a él ansía/ tras él anda clamando,/ si pudiera abrazarlo/ jamás lo soltaría./ Mucho le besaría,/ tanto como quisiera;/ y en esos dulces besos/ feliz me moriría. 3.376-3.413.

La siguiente escena a esta es aquella en la que Margarita quiere convencer a Fausto de que practique con más fervor la religión, también le muestra escaso agrado por su compañero, es cuando Fausto le pasa el somnífero para su madre, le dice a él “¿Qué no haré yo por ti?/ ¡Espero que no le haga daño!/” Él “Amor mío, en ese caso ¿te lo aconsejaría?” ella “Sólo con mirarte, hombre querido,/ ya no sé qué me empuja a hacer tu voluntad;/ ya he hecho tantas cosas por ti,/ que ya casi nada me queda por hacer.” 3.514-20. Lo volverá a ver, alucinada, en la prisión.

 

La religión y la ley desempeñan, a su vez, un importante papel en esta tragedia. La segunda con todo su rigor cuando se descubre que Margarita había acabado con la vida de su bebé. No parece que fuera un caso muy excepcional en la época, sobre ese delito recaía la máxima pena a la parricida. A mediados de abril de 1.783 hay un caso de infanticidio en Weimar, la joven y soltera madre, Ann Chatarina Höhn, resulta culpable de la muerte del bebé y es condenada a muerte, su ejecución tuvo lugar el 28 de noviembre de 1.783. Goethe fue el consejero que con más énfasis abogó por esa pena, incluso contra la renuencia del duque a dar el sí a la pena capital que se inclinaba por la condena a perpetuidad, pues escribe en los autos del 4 de ese mismo mes, “opino que sería también más aconsejable mantener la pena de muerte.” Tenía que asistir toda a la decapitación toda la población de la ciudad para que sirviera de escarmiento. En las notas de Goethe de esa época no hay ninguna referencia a su intervención en ese caso. Damm explica la decisión de Goethe por que él mismo admitía su doble existencia, de un lado el genio, el creador, el artista, de otro el legista, el político el consejero.


En lo que respecta a la religión, también es Margarita la que con más intensidad se ve atrapada en sus redes, de manera especial, en el sentimiento de culpa. No sólo, porque ya Mefistófeles le comentaba a Fausto lo difícil que sería inclinar su voluntad hacia él, pues, justo, cuando la abordaba en la calle salía de confesarse. Asimismo, son varias las escenas en las que se refiere con fervor, respeto y piedad a la religión. Mantiene esa fe sencilla y humilde que la lleva a obedecer a su madre en el caso de la cajita con las joyas. A continuación de escuchar la historia de Bárbara se encamina al “Torreón de las murallas” donde le ofrece a la Mater Dolorosa flores frescas que coloca en unos floreros, le pide su intercesión y le da cuenta de su pesar, de su dolor y de su agitación, de su llanto con el que riega los tiestos de su ventana y de cómo el dolor la saca de la cama, “¡Sálvame de muerte ignominiosa!/ ¡Ay, vuelve hacia mi pena,/ oh, Madre dolorosa,/ esa tu faz misericordiosa!” 3.616-36. Los acontecimientos se precipitan, Fausto y Mefistófeles matan a su hermano y en “La catedral” Margarita llega a su más extremo pesar atormentada por el Espíritu maligno que detrás de ella le susurra su perdición, pues acabó con su madre, por su culpa se derramó la sangre de su hermano, así que se condenará, los bienaventurados apartan su rostro de ella y a los puros les repugna tenderle la mano. Margarita, ante la imposibilidad de librarse de sus propios pensamientos, rota por el sonido del órgano, se ahoga “Los pilares de esos muros/ me aprisionan./ La bóveda/ me aplasta. ¡Aire!” 3.817-20. Margarita, fervorosa creyente, no puede soportar el sentimiento religioso de toda la culpa que sobre ella cae. Se desmaya.

 

Pero la sorprendente coda final depara una sorpresa, la intercesión de la virgen llega en el último momento, durante la visita de Fausto en “La cárcel”, cuando ya van de salida los dos, frente al “está condenada” de Mefistófeles, resuena “una voz,” la de Margarita, que exclama “Enrique, Enrique” –Fausto-, [11] pero, en el penúltimo verso del primer Fausto otra voz, esta no en la prisión, sino desde arriba, había clamado “¡Está salvada!” 4.611.


La naturaleza no es un marco para dar colorido o misterio a la obra, no, la naturaleza tiene un poder, una personalidad propia en la que Fausto encuentra reposo y sosiego y, cuando no, sabe buscar los lugares que protegiéndole de los azotes exteriores le procuran un remanso para volverse sobre sí mismo. Su presencia se hace sentir en tres escenas, “Ante la puerta de la ciudad”, “Día nublado. Campo" y "Bosque y caverna”. La segunda, en prosa y por tanto sin numerar, es posterior en el orden de la narración; después de la noche de Walpurgis es cuando se entera Fausto de que Margarita está en prisión, le reprocha a Mefistófeles que se lo ocultara, suplica al Espíritu de la tierra que lo transforme en perro, en cuya figura estaba cuando se encontraron por primera vez, también le pregunta por qué lo encadenó a este compañero que se “complace en el daño” y se vuelve hacia Mefistófeles, “sálvala”, que responde, quién la hundió, si no tu; allá van a liberarla.

 

A pesar del título de la escena, no hay ninguna referencia más ni al día ni al campo, sin embargo, parece claro el sentido de desolación que refleja la naturaleza evocando la propia de Fausto. “Ante la puerta de la ciudad”, ya mencionada, el deshielo, el verdor del valle, el viejo invierno declaran el imperio de la primavera y, en conjunción con ella, desde esa altura, se puede contemplar la abigarrada muchedumbre que celebra la resurrección del Cristo. Después de despedirse de las gentes que lo reconocieron y que se protegían del sol a la sombra de los tilos y de contarle a Wagner sus errores médicos, repara en la hermosura del momento,

contempla cómo el fuego del ocaso/ hace brillar las chozas envueltas en verdor./ Declina el astro, se debilita, concluye el día,/ allá se apresura el sol y reclama nueva vida./ ¡Ah! ¡Y que ningún ala me alce de este suelo/ para poder seguir eternamente su estela!/ Vería bajo el eterno rayo del ocaso/ el mundo callado tendido a mis pies,/ toda cumbre encendida, silencioso todo valle,/ y convertido en áureo río el arroyo plateado./ No detendría ya mi carrera, a la de los dioses pareja,/ la salvaje montaña ni todos sus precipicios./ Ya se abre el mar con sus cálidas bahías/ ante mis asombrados ojos./ Mas el astro dios parece hundirse finalmente/ aunque el nuevo impulso despierta/ y yo corro en pos de él, para beber su luz eterna,/ ante mí el día y tras de mí la noche,/ el cielo sobre mí y bajo mí las olas:/ un hermoso sueño, mientras él se disipa./ ¡Ay! Que a las alas del espíritu tan fácilmente/ no se unirá ningún ala corpórea./ Mas es en todos nosotros innato/ que el sentimiento impulse adelante y a lo alto/ cuando sobre nosotros, en el azul espacio perdida,/ la alondra entona su potente trino;/ cuando sobre ásperas cumbres de pinos/ el águila vuela con el ala extendida/ y sobre los mares y las llanuras/ de retorno a su tierra se afana la grulla. 1.070-99.

Aquí la naturaleza no es marco o recreación estética de un bello crepúsculo, es acicate y estímulo a ir más allá, a romper la pesantez de la gravedad y tener desde lo alto no solo la visión del mundo, sino experimentar la propia transfiguración del ser humano cuando, elevando su espíritu, se desentiende de lo mostrenco y vulgar.

Bosque y caverna” acentúa, si cabe, el papel atribuido a la naturaleza. Fausto se retira al bosque, después de su primer encuentro con Margarita en casa de Marta. Es ahí donde y cuando entona un verdadero himno a las fuerzas telúricas y al Espíritu de la tierra al que le dice

A la excelsa naturaleza me diste por reino,/ junto con fuerza para sentirla y para gozarla. No/ sólo una fría visita admirativa permites, también/ me has concedido dentro de su profundo seno/ como en el pecho de un amigo mirar./ Conduces a la hilera de las vivientes criaturas/ ante mis ojos y a mis hermanos me enseñas/ a conocer en la quieta maleza, el aire y el agua./ Y cuando la tormenta en el bosque ruge y brama/ y los pinos gigantes, al desplomarse, ramas vecinas/ y vecinos troncos arrastran al suelo con crujidos/ y con su caída atruena sordamente la colina,/ entonces me conduces a segura caverna, a mí/ mismo me muestras, y ante mi propio pecho/ ábrense entonces secretas y profundas maravillas./ Y ante mi mirada se alza la pura luna/ derramando dulzura; flotan ante mí/ saliendo de entre las peñas y la húmeda maleza/ plateadas figuras del mundo pretérito/ aliviando el duro placer de la contemplación./ ¡Ay, que al hombre nada perfecto le es dado/ siento yo ahora! Me diste para esta delicia/ que a los dioses más y más cerca me lleva/ un compañero del que ya nunca podré/ prescindir, aunque frío y sin vergüenza/ me humilla ante mí mismo y a la nada/ con solo exhalar una palabra tus dones reduce./ Él atiza sin parar en mi pecho un fuego salvaje/ que me impulsa hacia esa hermosa imagen./ Y así voy dando tumbos del deseo al goce/ y durante el goce muero de ansia por el deseo. 3.217-50.

 

En efecto, la tierra está atravesada y vivificada por el espíritu, que ya se le había aparecido al principio de la obra y al que cree responsable de haberle enviado a Mefistófeles. Es en este inicio de la escena donde la íntima conjunción del microcosmos y el macrocosmos queda expresada muy gráficamente.

La primera escena de la obra, “Noche”, presenta al personaje sumido en un soliloquio en el que lamenta su ignorancia y su incapacidad para mejorar a los hombres, “no creo saber nada correcto/ ni me hago ilusiones de poder enseñar algo/ o de mejorar a los hombres o de poder cambiarlos.” 3.71-73, pero, al abrir un libro y encontrar el signo del macrocosmos, experimenta un gran deleite al contemplar el espectáculo de la naturaleza. Por eso, antes de abordar el último aspecto de la obra, el protagonista, ameritan una mención final las reflexiones que Fausto se hace sobre la naturaleza.

¡Cómo todo en el Todo se entreteje,/ lo uno en lo otro actúa y vive!/ ¡Cómo suben y bajan las fuerzas celestiales/ y se alcanzan mutuamente los dorados cangilones!/ Despidiendo aromas de bendición/ bajan cimbreando del cielo a la tierra/ y colman el universo todo de armonía./ Qué espectáculo! ¡Mas, ay! ¡Solo un espectáculo!/ ¿Dónde podré asirte, naturaleza infinita?/ ¿Y a vosotros, pechos, dónde? Vosotros, manantial de toda vida/ de los que pende el cielo y la tierra/ y a los que acude el marchito pecho:/ vosotros manáis, dais de beber, ¿y yo me consumo así en vano? 447-459.

Tras este himno, invoca al Espíritu de la Tierra y, cuando se le aparece, no puede soportar su visión, por lo que aquel le increpa

¡Aquí estoy! ¿Qué lamentable horror/ te sobrecoge, superhombre? ¿Dónde está la llamada de tu alma?/ ¿Dónde está el pecho que en su interior creó un mundo,/ lo llevó y albergó y temblando de alegría/ se hinchó queriéndose elevar hasta nosotros, los espíritus?/ ¿Dónde estás tu, Fausto, cuya voz resonaba hasta mí,/ que tratabas de alcanzarme con todas tus fuerzas?/ ¿Eres tu el que rodeado por el soplo de mi aliento/ tiembla en sus honduras vitales/ como un gusano que huye retorcido y medroso? 489-498.

 

Fausto se rebela, ¿huir él?, que es su semejante, pero el Espíritu le recuerda su eternidad y “afanado en el telar susurrante del tiempo/ voy urdiendo el viviente vestido de la divinidad” 508-509, y aunque diga que se siente cercano a él, el Espíritu insiste “Te pareces al espíritu que dentro de ti concibes,/ ¡no a mí!” 512-513, y desaparece. Para desesperación de Fausto, Wagner llama a la puerta; como “un comediante a un predicador podría aleccionar,” quiere introducirse en la retórica, a lo que Fausto le responde “Si no lo sentís, no lo lograréis,/ si no brota de dentro del alma/ y con encanto profundo y poderoso/ subyuga los corazones de todos los oyentes. […] Mas nunca conseguiréis actuar sobre otros corazones/ si es que no sale de vuestro corazón.” 534-545. Y le indica que evite las palabras altisonantes, el brillo en el discurso, a lo que Wagner responde con el clásico, “el arte es largo/ y nuestra vida corta.” Fausto insiste, su discurso tiene que manar de su propia alma. Se despiden y Fausto regresa a sus pensamientos que le llevan a no considerarse nada frente al Espíritu, a no saber quién lo podrá orientar, a caer en la desesperanza respecto al saber sobre los secretos de la naturaleza y a punto está de beber una pócima de veneno cuando estalla el coro de los ángeles, el de mujeres y el de discípulos proclamando la Resurrección de Cristo, suenan, entre tanto, las campanas; Fausto ya no tiene fe, pero ante el recuerdo de su alegría infantil y juvenil en esta fiesta no da el último paso fatal y de nuevo lo recobra la tierra.

Vienen, después del paseo con Wagner por los alrededores de la ciudad, las dos escenas seguidas, “Cuarto de estudio” y “Estudio de Fausto,” de sendas visitas de Mefistófeles a Fausto. A lo largo de esos casi mil versos, es la parte de la obra que más espacio dedica a presentar juntos a los dos personajes, se presenta más nítida que en cualquier otra escena la personalidad de Fausto, la de Mefistófeles y tiene lugar la firma del pacto. El doctor le había declarado a su fámulo que en él vivían dos almas que tendían a separarse, “aférrase la una con brutal deleite amoroso/ al mundo, abrazándolo con todos sus órganos,/ álzase del polvo con violencia la otra/ hacia las regiones de los nobles antepasados.” 1.114-17, y suspira para que lo lleven esos espíritus que reinan entra la tierra y el cielo, después por tener un manto mágico que lo traslade a países lejanos. Pero, cuando está frente a Mefistófeles, una vez que habiendo tenido al Espíritu de la tierra, sin embargo, no lo pudo retener, admite amargamente el fracaso de todos sus proyectos, por eso no romperá el pacto con él: “El gran Espíritu me ha despreciado/ la naturaleza se cierra ante mí,/ el hilo del pensar se ha partido,/ hace tiempo que cualquier saber me repugna;/ deja pues que en el abismo de la sensualidad/ apaguemos las ardientes pasiones.” 1.746-51. Y su deseo es experimentarlo todo “Mi pecho, que está curado del ansia del saber,/ no se cerrará en lo sucesivo a sufrimiento alguno,/ y lo que le ha sido asignado a la humanidad entera/ quiero gustarlo yo en lo más íntimo de mi ser:/ quiero asir con mi espíritu lo más alto y lo más bajo,/ cuanto tiene de bueno y de malo almacenado en mi pecho/ y de este modo que mi propio yo a su yo se extienda/ y acabar hundiéndome yo también como ella misma.” 1.768-75. Y todo lo maldice, “maldigo sobre todo la alta opinión con que se encarcela el espíritu a sí mismo./ Maldigo la ceguera de la apariencia/ que acosa a nuestros sentidos./ Maldigo lo que en nuestros sueños nos engaña/ con ilusiones de renombre y de fama./ Maldigo lo que nos halaga como a dueños/ de mujer e hijo, de siervo y de arado./ Maldito sea Mammón cuando con tesoros/ nos empuja a realizar actos audaces,/ y cuando para el deleite ocioso/ nos coloca almohadones suaves.” 1.591-1.602.

 

Y, tras el pacto, por medio del que Mefistófeles será su esclavo en esta vida y su dueño en la otra, acaba cediendo al llamado de su alma que se aferra al mundo, “El más allá poco puede inquietarme;/ si empiezas por convertir este mundo en escombros,/ poco importa que después surja ese otro./ Es de esta tierra de donde manan mis dichas,/ y es este sol el que alumbra mis penas;/ si llego algún día a separarme de ellos,/ después suceda lo que quiera y pueda. No quiero oír nada más sobre ese tema,/ sobre si después se ama y se detesta/ y sobre si también en esas esferas/ un arriba y un abajo nos espera.” 1.660-70. Aunque también admite que está cansado de vivir, que le supone una carga la vida y que desea la muerte; es el espíritu de la contradicción “demasiado viejo para andar sólo en juegos/ demasiado joven para no tener deseos.” 1.546-47, además, se le exige que renuncie, “¡Tienes que renunciar! ¡Renunciar debes!/ Ése es el eterno canto/ que en todo oído resuena,/ y que a lo largo de nuestra vida toda/ ronco nos canta hora tras hora…” 1.549-53.

Fausto está sujeto a fuerzas de distinto signo que no le dejan sosiego ni tranquilidad; la única vía que le queda, después de entrever la figura de Helena en el espejo será el deseo de encontrarla, es la actividad incesante. Cuando estuvo a punto de beber el veneno, ya se sentía dispuesto “a atravesar el éter por una órbita nueva,/ hacia nuevas esferas de pura actividad.” 704-705, cuando empieza a traducir el evangelio de san Juan, busca qué palabra elegir por “verbo”, ¿sentido?, ¿fuerza?, no, “¡Me ayuda el espíritu! De pronto ya veo el consejo/ y escribo confiado: ‘¡En el principio era la acción!’” 1.236-37 y, como quedaba claro, quiere lanzarse a una irrefrenable carrera para experimentarlo todo. Pero donde se refleja con más nitidez esa voluntad de acción es cuando Fausto le dice a Mefistófeles, tras firmar el pacto, “Si alguna vez, apaciguado, sobre un lecho de ocio me tiendo,/ ¡ya no importa lo que ocurra conmigo!/ Si alguna vez llegas a halagarme al punto/ de que pueda gustarme a mí mismo,/ si consigues jamás engañarme con deleites:/ ¡sea llegado al fin mi último día!/ ¡Eso es lo que te apuesto!” 1.692-98. Y chocan las manos, “palma contra palma”, y, por si hubiera alguna duda, Fausto añade, “Si alguna vez yo le digo al instante:/ ¡detente, eres tan bello!/ (Verweile doch! Du bist so schön!)/ podrás atarme al punto con cadenas/ y de buen grado aceptaré acabar./ Podrán tocar a muerto las campanas,/ y de mi servicio te podrás librar,/ podrá pararse el reloj, caer sus agujas./ ¡Pues para mí el tiempo habrá quedado atrás!” 1.699-1.706.

 

Mefistófeles, por su parte, se presenta como “Una parte de aquella fuerza/ que siempre quiere el mal y el bien siempre crea,” eso qué significa, pregunta Fausto, “yo soy el espíritu que siempre niega,/ y con razón, pues todo lo que nace/ digno es de ser aniquilado;/ por eso, mejor sería que nada naciera/ y, así, todo cuanto vosotros llamáis pecado,/ destrucción, en una palabra, el mal,/ es mi auténtico elemento” 1.335-44, es decir, Mefistófeles es una parte de las tinieblas que la luz engendró, que persigue la aniquilación de todo, pero que , ante la incesante circulación de sangre nueva y fresca no puede acabar totalmente con ello, “del aire, del agua, así como de la tierra/ se desprenden miles de semillas,/ en lo seco, lo húmedo, lo caliente y lo frío./ De no haberme reservado la llama/ ni siquiera tendría un sitio especial para mí.” 1.374-78. Después, en la segunda visita, firma el pacto Fausto con una gota de su sangre y añade las palabras antes citadas.

En el Fausto I tiene lugar, también, la “Noche de Walpurgis”. Escena de gran complejidad y cromatismo narrativos, donde ambientados en la cordillera del Hartz los cuadros eróticos, los vuelos de las procaces brujas o la aparición de personajes como Lilith, la primera mujer de Adán, la vieja bruja Baubo, montada en una cerda, la Medusa, que simula ser Margarita y de la que le previene Mefistófeles a Fausto de que tenga cuidado con su mirada porque hiela la sangre, entre otros, preludian la exuberancia y fantasía de Fausto II. Una de las claves interpretativas es la crítica literaria, pues menudean las referencias a autores y a corrientes estéticas de la época en la que Goethe escribía la obra. La escena siguiente, “Sueño de la noche de Walpurgis”, abunda en la crítica literaria y filosófica con un guiño a Shakespeare, allí aparecen, por citar a alguno, los Stolberg, Lavater como una grulla, el idealista Fichte o el realista Jacobi.

 

Son escasos los ecos que evocan en este primer Fausto el mundo o la mentalidad clásicos. Con todo, la presencia de la naturaleza constituye un punto de encuentro entre la modernidad y el clasicismo. En efecto, su poder emana de sí misma, es una fuerza inextricablemente unida al Espíritu de la Tierra que anima a la naturaleza toda y la hace tender hacia una existencia creadora de la vida, siendo ella misma vida. Por eso hablo de ecos, porque en este aspecto se aproxima el autor a la filosofía de la antigüedad, de manera más especial a la epicúrea y a la estoica. Esta idea clásica de la naturaleza vivificante, que en la segunda parte estará asociada a la belleza, que no depende de nada fuera de ella misma, por otra parte, aún teniendo presentes las inclinaciones teosóficas de cuño panteísta de Goethe, enlaza, asimismo, con la filosofía de Spinoza, uno de los autores más apreciados por él y al que le dedicó un breve tratado escrito en sus primeros años en Weimar.

Pero, no hay que esperar que Goethe siga sin más los pasos del filósofo, no, cuando llega a un determinado punto, le dice amablemente adiós. Es así como se entiende que tras sus alabanzas a la filosofía spinozista, considere que si bien de acuerdo con ella “el concepto de existencia y el de perfección son idénticos; cuando seguimos este concepto tan lejos como nos es posible decimos que pensamos lo infinito”, es decir, la existencia es Dios, sin embargo, se separa de él al considerar que ese infinito nos está vedado al conocimiento, que “si quieres andar en lo infinito marcha por lo finito en todas direcciones,” de manera que nuestra intuición va de “conexión en conexión, pero no alcanza nunca el todo;” hay un límite de insondable misterio que nuestra mente no puede traspasar. Otra desviación respecto al sistema de Spinoza es el de la relación entre lo universal y lo particular, pues, si bien es cierto que Goethe en esa línea afirma que “todas las existencias limitadas son en lo infinito,” a continuación ya inicia un giro, “las existencias limitadas más bien participan en lo infinito,” frente al dicho spinozista de que esas existencias están en Dios, y en el tercer momento se separa totalmente del holandés,

No podemos pensar que algo limitado exista por sí mismo y, sin embargo, todo existe realmente por sí mismo, si bien los estados de hallan eslabonados de suerte que uno tiene que desenvolverse de otro, y así parece que una cosa tiene que desarrollarse de otra, lo que no ocurre en realidad; sino que un ser vivo presta a otro ocasión para que sea y le fuerza a existir en un determinado estado. Toda cosa existente tiene, por lo tanto, su existencia en sí y también la concordancia según la cual existe. La medición de una cosa es una acción burda, que sólo como extremadamente imperfecta se puede aplicar a los cuerpos vivos.

Es decir, queda bien reflejada la idea de que si bien cada individualidad forma parte y pertenece a un todo, conserva en sí misma una existencia irreductible que la hace ser un punto de tensión entre la esencia de la totalidad que todo lo engloba y su esencia particular que conserva su propia mismidad. Esto hace que la concepción de Goethe de la naturaleza sea muy dinámica, que la naturaleza esté siempre sujeta a un movimiento evolutivo de carácter neptuniano, frente a aquellos que en el siglo XVIII defendían las tesis rupturistas y violentas de acuerdo con las cuales la superficie de la Tierra es como es por la acción de grandes explosiones volcánicas. Y, por último, hay soterrada, más explícita lo es su teoría de los colores, una crítica a la concepción mecánica de la naturaleza de inspiración newtoniana contra la que toda la vida estuvo confrontado.

En otro orden de cosas se pueden comprobar los rasgos modernos en este primer Fausto en varias escenas, situaciones o caracteres; así, la misma forma de abordar, en la calle, a Margarita, la intimidad de su habitación, donde se plasma la separación de lo público y lo privado, los mismos cambios que ella experimenta en su personalidad; otro tanto se puede decir de las escenas del comienzo, en la fiesta de Resurrección, a propósito de los comentarios de los burgueses, o en la taberna de Auerbach, en la que los ociosos parroquianos se frotan las manos al creer que tienen un par de presas fáciles para burlarse de ellas.

Pero, lo que sobresale, por encima de todo, es la personalidad de Fausto. Anhelante de saber, cae en un estado de tedio y descontento por no alcanzarlo, sus años de estudio son un fracaso. Rota su esperanza de conocimiento, el pacto con Mefistófeles le lleva a la acción. Antes de firmarlo, ya había mostrado esa inclinación cuando se disponía a traducir el Nuevo Testamento, “en el principio era la acción,” pero ahora, con el concurso de Mefistófeles esa guía será la que siga, siempre ya entregado a una frenética actividad voraginosa que no encuentra sosiego. Porque no se trata de acción solamente, sino de una acción incesantemente acelerada. Fausto lo quiere todo ya, al momento, sin perder tiempo, quisiera poder volar para seguir el sol, lo logra en el manto de Mefistófeles en su primer “viaje”, se burla de la ritualidad de la bruja en su conjuro del brebaje para hacerlo rejuvenecer, quiere inmediatamente conquistar a Margarita, pues, como se veía, no tiene ni siete horas de paz para seducirla.

E íntimamente relacionado con este ímpetu de aceleración, está su actitud hacia el tiempo. El tiempo se vuelve un bien escaso y apreciado, hay muy poco para todo lo que es necesario hacer. Ahí sí estamos en plena modernidad. Es de por sí elocuente la cláusula del contrato que introduce Fausto, si le dice al instante que se detenga, que ese sea su final. La contraparte: “lancémonos a la embriaguez del tiempo/ y al rodar del suceso./ Y que allí dolor y deleite/ éxito y adversidad/ alternen como quieran entre ellos;/ pues el hombre sólo se afirma sin descanso.” 1.754-59. Y quiere experimentarlo todo. Por su parte, Mefistófeles le dice a una bruja buhonera vendedora de mercancías de todas clases, “¡Señora mía! Mal me parece que entendéis los tiempos./ ¡A lo hecho, pecho! Y lo pasado, pasado está./ Dedicaos más bien a las novedades./ Sólo las novedades nos atraen.” 4.110-13.

Y, por último, toda esa actividad tiene como su único referente este mundo, nada, ninguna mira ni cuidado para otro mundo. Fausto celebra el reino de la Tierra, el suyo es de este mundo. De este manan sus dichas y este es el sol que alumbra sus penas. No hay ninguna preocupación que se salga de este marco. Lo que le es dado tiene su asiento aquí abajo.

Estas serían algunas de las señas entrelazadas del clasicismo, de la modernidad y del tiempo que podemos rastrear en el Fausto I.

 

Fausto II supone un sorprendente giro con respecto al Primero. Goethe, siempre inclinado a evitar los caminos trillados o las continuaciones previsibles, si ya había publicado un Fausto que, perteneciente a la tradición, tanto se alejaba de ella, tanto más se distanciará en el Segundo de lo conocido [8]. Una ojeada al “Argumento” es suficiente para vislumbrar a qué cimas literarias invita a ascender el autor. En el comentario, el interés se centrará en la naturaleza y el amor, y, de nuevo, en los tres mismos aspectos señalados: el clasicismo, la modernidad y el tiempo.


En lo que se refiere a la naturaleza, su fuerza, a la que se suma la ayuda de los elfos, contribuye al restablecimiento del maltrecho Fausto tras su postración a consecuencia de la tragedia de Margarita; al despertar, entona un himno más a la fecunda tierra renaciente en el rocío del amanecer, “todo cuanto me circunda se convierte en paraíso./ ¡Mira arriba! Las gigantescas cumbres montañosas/ anuncian ya la hora más solemne;/ podrán gozar temprano de la luz eterna/ que más tarde acá abajo desciende.” 4.694-98; cegado por el sol, vuelve su mirada a la cascada que rompe de roca en roca. Asimismo, la naturaleza se convierte en un elemento fundamental en la Noche de Walpurgis clásica [12], lo mismo que el bosquecillo al que se retiran Helena y Fausto donde nacerá Euforión. A la muerte del hijo y la marcha en pos de él de Helena, le sigue la llegada de Fausto a la “Alta montaña” donde exclama, “Contemplando bajo mis pies las soledades más profundas,/ piso con suma prudencia el borde de estas cimas/ abandonando el soporte de mi nube [el vestido de Helena], que suavemente/ en días claros sobre tierra y mar me ha conducido./ Se desprende de mí lentamente, sin romperse en pedazos.” 10.039-43.

Al poco llega Mefistófeles, le explica que estas altas montañas fueron provocadas por las toses de los diablos que convirtieron en cordilleras lo que era una tierra lisa, a lo que Fausto le responde, “La masa montañosa es para mí noble y callada/ y yo no pregunto de dónde viene ni por qué./ Cuando la naturaleza se fundó en sí misma,/ supo redondear el globo terrestre con hermosura,/ hallando su dicha en los picos y simas,/ alineando roca tras roca y cima tras cima,/ modelando en cómodo descenso las colinas,/ dulcificando su trazo, que en el valle se suaviza.” 10.095-102. A lo que insiste Mefistófeles en la acción de los demonios, “yo estaba allí cuando todavía allá abajo, en plena ebullición,/ el abismo se hinchó despidiendo torrentes de llamas;/ cuando el martillo de Moloch, forjando roca tras roca,/ cascotes de montañas a lo lejos lanzaba.” 10.107-10. En la escena final, “Barrancos de montaña,” antes de la parte final que tiene lugar en el mundo intermedio de santos y niños inocentes, queda un resquicio para un apunte más sobre la naturaleza compañera de los anacoretas, “Selvas que se aproximan,/ rocas que caen encima,/ raíz que al suelo agarra,/ tronco que a tronco abraza./ De olas y olas que saltan/ la gruta honda resguarda./ Leones mudos se arrastran/ mansos a nuestras plantas:/ honran lugar sagrado,/ asilo de amor santo.” 11.844-53.

 

El carnaval que tiene lugar en la corte del Emperador reúne personajes de la cultura clásica, alegorías y otros de la invención de Goethe, a todos los va presentando el Heraldo. Entre los primeros, las Gracias que aportan alegría a la vida; las Parcas, Atropos hila con el hilo más fino, Cloto interrumpe su función de cortar el hilo de la vida, Laquesis ordena los hilos en madejas; las Furias, Alecto provoca los celos, Mégera, arruina los matrimonios, Tisífone, vengadora de quien muda amores. Presentadas por el Heraldo, a Angustia y Esperanza, dos grandes enemigas, las tiene retenidas la Sabiduría. A continuación, el Muchacho Auriga increpa al Heraldo para que interprete la alegoría que va en su carro; es Plutón, a quien desea el Emperador, mientras que el Muchacho es la prodigalidad y la poesía, tan rico como Plutón, pues adorna sus galas, lo que no tiene el de las riquezas lo da él sin tasa, y se separan, Plutón “Sólo donde dulce claridad veas,/ do de ti fíes, a ti pertenezcas,/ do sólo gusta lo bello y justo,/ en la soledad: crea allí tu mundo”, y el Muchacho se despide, “Como digno embajador yo me veo,/ pues como a fiel pariente yo te quiero./ Donde tu moras, reina la abundancia,/ donde yo, siente cada cual ganancia./ ¿Quién no duda en esta vida dispar?/ ¿Se deben a ti, o a mi, entregar? Si los tuyos pueden holgar ociosos,/ los míos siempre andarán afanosos.” 5.693-5.704. Entran los faunos, un sátiro, los gnomos, los gigantes y las ninfas. Al comienzo del carnaval, el Heraldo presentaba la fiesta, que dio comienzo con una procesión de plantas a las que las jardineras invitan a cantar sus primores, el olivo no envidia a nadie y es el alma de la tierra, corona de espigas, útil y deseada, ahora es bella estampa y los capullos de rosas, que se abren cuando llega el verano, “¿Quién se priva de tal dicha?/ Las promesas concedidas/ donde reina Flora son/ vista, mente y corazón.” 5.154-57.


Relacionado con la recreación particular de Goethe del mundo clásico está la ida de Fausto, Mefistófeles no puede, hasta el submundo para sacarlos de allí y presentar ante el Emperador a Paris y Helena. Este infierno pagano está custodiado por las Madres, allá no hay espacio ni tiempo, no hay camino ni cerrojos que descorrer, es el vacío y la soledad absolutos, “nada verás en esa eterna y vacía lejanía,/ no oirás los pasos que des,/ nada firme hallarás donde poder reposar.” 6.246-48, Fausto le responde “En tu Nada yo espero hallar el Todo.” 6.256. Para alcanzar aquel reino lleva la llave, de poderes mágicos, y Mefistófeles le insta a que nada le perturbe, a lo que responde Fausto “¡Pero si yo no busco mi salvación en quedarme parado!/ El estremecimiento es de la humanidad el mejor lote;/ por caro que el mundo le haga pagar el sentimiento,/ sólo conmovido siente hondamente el hombre lo grandioso.” 6.271-74. Mefistófeles le indica que baje al fondo o que suba, tanto da, que vaya al reino de la imágenes puras, las Madres, allá verá el trípode en llamas, lo profundo de todo lo profundo, “gracias a su resplandor verás a las madres,/ sentadas algunas, otras de pie o caminando,/ según les parece. Formación, transformación,/ eterno pasatiempo de la mente eterna./ Rodeadas de imágenes de todas las criaturas/ ellas no te verán, ya que sólo ven sombras./ ¡Ármate de valor, pues el peligro es grande,/ lánzate derecho al trípode,/ y tócalo con la llave!” 6.285-93. [20]

 

Recuperado, una vez más, Fausto de su desvanecimiento al querer separar a Helena de Paris, se lanza en su búsqueda; “En el curso inferior del Peneo,” Quirón [21] lo lleva hasta Manto que, subyugada por el empeño de Fausto, le dice, “Me gustan los que anhelan lo imposible./ ¡Entra, temerario, que te vas a alegrar!/ Este sombrío corredor lleva a la morada de Perséfone./ En la hueca base del Olimpo/ espía en secreto la prohibida visita./ Ya en otro tiempo conseguí colar aquí a Orfeo;/ ¡aprovecha mejor la ocasión! ¡Venga! ¡Ten valor!” 7.488-94. Este ambiente clásico [22-23-25] constituye una recreación muy libre de Goethe de la mitología griega; la galería de personajes que forman parte de estas escenas es un fondo o marco que siguen el hilo de la empresa de Fausto. Junto con la alabanza a los cuatro elementos, “¡Gloria a las clementes brisas/ y a las misteriosas simas!/ Todos aquí os alabamos/ cuatro elementos sagrados.” 8.484-87, tiene lugar la unión de los contrarios, en este caso la del fuego y el agua, tal como se da cuando el Homúnculo se encuentra con Tales, que defiende el principio del agua, y con Anaxágoras, el del fuego, y se va con el primero, buscando la síntesis de los contrarios. Igual con Galatea.


Transcurren en una Edad Media indefinida las escenas correspondientes a la estancia de Mefistófeles y Fausto en la corte; así lo indican la figura del Emperador y las que lo rodean –nobles caballeros, canciller, comandante del ejército, tesorero, senescal y bufón, puesto que ocupará Mefistófeles-. El consejo de Estado está reunido y se pone de manifiesto la ruinosa y caótica situación del reino, de hecho, está en bancarrota. Es entonces cuando el bufón-Mefistófeles, insta al Emperador a desenterrar los tesoros escondidos en épocas terribles y “todo eso se encuentra en secreto sepultado en la tierra,/ es del emperador el suelo, así que para él será aquello.” 4.937-38. Pero, en tanto aparezcan esos tesoros, tiene lugar un invento mucho más efectivo, “Se hace saber a quien lo desee:/ el presente papel vale mil coronas./ Como garantía cierta, le sirven de seguro/ innumerables bienes enterrados en el imperio./ Se ha dispuesto que, una vez extraído,/ el rico tesoro sirva de reintegro.” 6.057-62. Así se entera el Emperador por el senescal de que todas las cuentas están pagadas y por el general de que el ejército está tranquilo, a pesar de esas noticias cree ver en el papel moneda un fraude hasta que el tesorero le recuerda que fue él mismo, disfrazado de Pan en el Carnaval, el que firmó los pagarés y añade “Mirad vuestra ciudad: antes estaba medio podrida en muerte;/ ahora todo vive y bulle disfrutando el placer./ Aunque tu nombre ha tiempo que hace la dicha del mundo,/ nunca se le consideró de modo tan amistoso.” 6.077-82. Queda maravillado el Emperador por el efecto causado por el dinero y todos celebran las grandes virtudes sociales que depara, declarando cada uno qué hará con lo que recibe. Es el signo de la moderna economía dineraria.

 

Uno más que tiene que ver con la modernidad es la tarea en la que Wagner está inmerso: la creación de un hombre, pero no a la antigua manera torpe y bestial, es decir, biológica, sino en el laboratorio, así se lo comunica a Mefistófeles,

¡Ya brilla! ¡Mirad! Ahora sí que se puede esperar/ que si partimos de muchos cientos de ingredientes/ y mediante mezcla, pues todo consiste en la mezcla,/ componemos fácilmente la materia humana,/ si además la aglomeramos en un alambique/ y la destilamos convenientemente,/ al final se habrá consumado calladamente./ [Mirando el hornillo.]/ ¡Está saliendo! La masa bulle más clara/ mi convicción es cada vez más grande:/ lo que ponderábamos misterio de la naturaleza/ osamos experimentarlo de modo racional/ y lo que ella hasta ahora organizaba/ nosotros lo hacemos cristalizar.” 6.848-60.

Así, en el futuro, se hará burla del azar, además un pensador fabricará un cerebro excelente [18-19]. El homúnculo u hombrecillo comienza a hablar, reclama que lo estreche con cuidado contra su pecho, todavía está dentro de una urna de cristal, y saluda a Mefistófeles, “un buen hado te ha conducido a nosotros,/ y, pues existo, también debo estar activo./ Quiero ponerme en el acto al trabajo,/ tú sabrás cómo abreviarme los caminos.” 6.887-90. Lee el sueño de Fausto, que recrea la concepción de Helena, Leda bañándose desnuda y Zeus en forma de cisne, y propone ir a la noche de Walpurgis clásica, del noroeste de Mefistófeles al sudeste donde tuvo lugar la batalla de Farsalia.

 

El tercer acto constituye un punto máximo de tensión e intensidad en la obra. Entrevista Helena primero en la cocina de la bruja, dejando una profunda huella en Fausto, emprende su búsqueda a los infiernos para que el Emperador pueda contemplarlos a ella y a Paris, lo que provocó sus celos y la consiguiente postración del personaje, es ahora, cuando la recibe en su palacio como si de un señor feudal se tratara. Se alcanza el hito culminante del amor, pero no solo eso, pues también encierra una clave simbólica de gran alcance: el encuentro del mundo moderno, disfrazado de medieval, con la antigüedad clásica [24-27].

 

En lo que se refiere al amor, la escena en la que Helena ocupa el trono que le brinda Fausto viene dada como si se tratara de una danza. Helena invita a Fausto a que se siente a su lado, él le rinde homenaje, de rodillas, y le pide que le nombre corregente, pues el reino ya es de ella, así ganará un “adorador, sirviente y guardián, todo en uno.” 9.364. Helena está asombrada, las extrañas palabras que escucha le suenan gratas, y “es como si un sonido se armonizara con otro/ y cuando ya una palabra se ha acoplado al oído/ viniera otra a acariciar a la primera.” 9.369-71; Fausto le responde que si le deleita el hablar de su pueblo, más lo hará su canto, “pero será mejor que lo practiquemos ahora mismo;/ la réplica dialogada lo estimula y a ello invita.” 9.375-76. Y viene el diálogo que danza, 9.377-84,

Helena. Dime, pues, ¿qué haré para hablar tan bellamente? / So sage denn: wie sprech ich auch so schön?

Fausto. Es muy fácil, tiene que salir del corazón / Das ist gar leicht: es muss von Herzen gehn!

y cuando el pecho de nostalgia rebosa /Und wenn die Brust von Sehnsucht überfliesst,

mira en torno y busca…/ Man sieht sich um und fragt -

Helena. a quien con él goza. / Wer mitgeniesst.

Fausto. Mas el alma nunca mira adelante ni atrás / Nun schaut der Geist nicht vorwärts, nicht zurück

pues sólo el presente… / Die Gegenwart allein -

Helena. de dicha nos colmará. / Ist unser Glück.

Fausto. El es tesoro, ganancia, el bien más preciado, /Schatz ist sie, Hochgewinn, Besitz und Pfand;

¿mas quién da garantía de ello?... / Bestätigung, wer gibt sie?

Helena. mi mano.” / Meine Hand!

 

El entrelazarse del diálogo como una danza no es otra cosa que el rimar. Helena, en pasajes anteriores, se había expresado en trímetros yámbicos, ahora, se maravilla del sonido de las palabras y Fausto la inicia en la versificación y se pasa al dístico rimado; viene, entonces, de la mano, el sentimiento inmediato e íntimo del amor, en consonancia con él la armonía en la expresión del mismo, Helena termina los versos de Fausto, él emplea la métrica griega, y todo conduce a trascender el momento presente; más allá del tiempo y del espacio de cada uno de ellos, es posible encontrarse en un punto en el que los amantes se compenetran, gracias al amor, tomando cosas del otro. El coro describe la escena, “Cada vez más cerca están ya sentados,/ el uno sobre el otro inclinado./ Hombro contra hombro, rodilla con rodilla,/ mano en mano se mecen/ sobre la majestuosidad/ almohadillada del trono./ La majestad no se prohíbe/ la presuntuosa exhibición/ de secretas dichas/ ante los ojos del pueblo.” 9.401-10. Los arrullos continúan, Helena “Me siento tan lejos y al tiempo tan cerca/ y me encanta repetir: aquí estoy, aquí toda entera.” Fausto “Apenas respiro, la voz me tiembla y se me corta:/ esto es un sueño, se desvanecieron el lugar y la hora.” Helena “Creo ya haber vivido todo y empero estoy nueva,/ a ti ligada, fiel al desconocido sin reserva.” Fausto “¡no escarbes en la sin par fortuna!/ La existencia es un deber, aun si poco dura.” 9.411-18.


Pero el sentido de la escena no se queda ahí, en el diálogo amoroso en que se borra cualquier otra cosa que no sea el gozar mismo de la presencia del otro se esconden otras claves. Una sería la que ve en Fausto al hombre moderno, lleno de energía y acción, siempre impulsado a ir más allá, a hacer lo que sea para conseguir lo que se propone, y en Helena el símbolo de la belleza clásica, a la que Fausto le pide que no piense en su destino, que viva esta existencia, que olvide su pasado. En este juego de tiempos, Helena se moderniza, la rima remite a la interioridad moderna, mientras Fausto se expresa como un griego clásico al poner énfasis en el momento presente y evitar el peso del pasado y la incertidumbre del futuro. A esto último se refería Goethe como “la salud del momento,” signo propio del mundo clásico. Y habría otra clave, la belleza, simbolizada en Helena, remite en la concepción del mundo en la Antigüedad a la propia naturaleza y esta a la sabiduría antigua y, por ello, al antiguo arte de vivir. Fausto, el incontinente Fausto, el imperioso personaje, el siempre perseguidor de lo más lejos, se entrega al instante y roza la ruptura del pacto con Mefistófeles cuando le confió que se rompía cuando dijese, “detente instante, eres tan hermoso.”

 

Euforión encarna el espíritu “fáustico.” En efecto, al poco de nacer, tal como lo describe Fórcida-Mefistófeles al coro, “desnudo, un genio sin alas, como un fauno no animal,/ salta sobre el firme suelo; mas al hacerle rebotar el suelo,/ presto lo lanza a las alturas y en un segundo y un tercer salto/ ya toca la alta bóveda./ Temerosa la madre grita: salta cuanto quieras y a tu gusto,/ mas guárdate de volar, volar libre te está vedado.” 9.603-08. Euforión no muestra ninguna prudencia, sus brincos lo impulsan, en contra del consejo de sus padres, a volar; frenando su ímpetu, en juegos con las muchachas, quiere ser cazador, pues “los logros fáciles/ a mí me asquean,/ sólo lo forzado/ me causa agrado,” es decir, le vuelve a acometer su particular hybris. Los padres lamentan su falta de medida, por su parte, él arrastra a una muchacha “para un deleite forzado./ Para mi placer y mi goce/ oprimo ese pecho que se resiste,/ beso esa boca que me rechaza/ y muestro mi voluntad y mi fuerza.” 9.795-99. Pero, la joven se eleva, Euforión la sigue, sus padres vuelven a temer lo peor, él no entona el himno de la paz sino el de la guerra, y en pos de ella grita “nada de vallas ni de muros,/ cada cual confiando sólo en sí mismo;/ es fuerte castillo y resistente/ el broncíneo pecho del hombre./ Si queréis vivir no conquistados/ armaos ligeros y corred al campo;/ las mujeres se tornan amazonas/ y cada niño se vuelve un héroe.” 9.855-62. Sigue a la gloria, sumándose a los fuertes, libres y audaces, sus padres le reprochan que no signifiquen nada para él, que no le de importancia a la vida, y su respuesta les llena de espanto, “¿es que no oís tronar sobre el mar?/ Óyese allí retumbar de valle en valle/ entre polvo y olas hueste contra hueste,/ ímpetu tras ímpetu hacia el dolor y el tormento./ Y es la muerte/ el mandato:/ eso bien se entiende.” 9.884-90. En efecto, es el espíritu fáustico de la modernidad.


Que se enlaza con el cuarto acto [28-29-30]. Después de la conversación entre Fausto y Mefistófeles sobre el origen de las montañas, vista párrafos atrás, de nuevo se encuentra un reclamo, una urgencia de acción. Mefistófeles le pregunta por sus planes, Fausto le responde que los adivine, a lo que aquel presenta una bulliciosa ciudad, con sus callejuelas y mercado, con tráfico y avenidas, gozando el ir y venir de los carruajes; no es eso para Fausto. El otro continúa, construiría un palacio de recreo, lleno de praderas y surtidores de agua, y bellas mujeres tendrían cómodas casitas, “allí pasaría el tiempo sin contarlo/ en la soledad más deliciosamente acompañado.” 10.174-75. Un cómodo retiro. Fausto lo tacha de vil y moderno. Entonces qué busca, ¿la fama?, no se hace esperar su respuesta “la acción lo es todo, nada es la fama.” 10.188. Mefistófeles cree que siempre habrá un poeta loco que proclame su locura, Fausto replica que no entiende ni sabe lo que el hombre precisa y, a la pregunta de cuáles son sus planes, responde

Sintiéronse mis ojos atraídos por el mar;/ lo vi cómo se hinchaba y sobre sí mismo se alzaba,/ para luego ceder y extender sus olas/ anegando toda la amplitud de la lisa orilla./ Y eso me disgustó; lo mismo que la prepotencia,/ a un libre espíritu que valora todos los derechos,/ una sangre que se inflama apasionada/ un sentimiento de desagrado le traslada./ Pensé que sería algo casual y agucé mi vista:/ detúvose el oleaje y luego reculó hacia atrás/ alejándose de la meta orgullosamente alcanzada./ Mas repite su juego en cuanto la hora llega./ Así avanza la ola y en más de mil rincones,/ infértil ella misma, la infertilidad extiende./ Ahora se hincha y crece y rueda recubriendo/ los desoladores espacios de las costas desiertas./ Domina allí ola tras ola, animada de fuerza,/ que luego se retira sin haber logrado nada,/ cosa capaz de angustiarme hasta la desesperación./ ¡Oh, fuerza sin objeto de los indómitos elementos!/ En ese punto mi espíritu osa volar por encima de sí mismo:/ en esto querría yo luchar, esto es lo que querría vencer.” 10.198-221.

 

 

La orilla del mar no da nada, no produce nada, ningún beneficio de esa incesante, e inútil, actividad. Qué desperdicio, qué disgusto. Hay varios faustos en el Fausto de Goethe. Marshall Berman habla de sus tres metamorfosis, el soñador, aquel que se muestra desde el principio de la obra hasta el pacto con Mefistófeles buscador apesadumbrado de los secretos de la naturaleza, el amante, prendido de su amor por la humilde y sencilla Margarita que, por cierto, se va acomodando a la situación de enamorada y regalada encontrándose confrontada con aquel su pequeño mundo y con su propia conciencia, y el desarrollista, este que ahora empieza a manifestarse. El primero es el intelectual, diríamos nosotros, el hombre de pensamiento que cavila en soledad y que se desentiende del mundo. El segundo, vía el amor, se abre al entorno y en su autodesarrollo como persona, también procura el de su enamorada, aunque eso la lleve a la tragedia, expulsada de su pequeño mundo por la justicia, pero, sobre todo, por su propia conciencia que la hace asumir su papel hasta la muerte. El tercero es este planificador moderno en el que se reúnen el saber y la coordinación de acciones, este es el que se vuelca al mundo no para contemplarlo, sino para transformarlo.

Y se pone manos a la obra, “presto he trazado en mi mente plan tras plan:/ consigue para ti el exquisito deleite/ de expulsar al poderoso mar de la orilla,/ de estrecharle los límites a la húmeda extensión/ y obligarla a retroceder muy adentro de sí misma./ He sabido estudiar el asunto punto por punto;/ éste es mi deseo, ¡atrévete tu a darle tu impulso!” 10.227-33.

Mefistófeles sabe que el Emperador está en apuros, pues ignoraba que no se podía reinar y divertirse al mismo tiempo; Fausto lo expresa claramente, “¡Un gran error! El que deba mandar/ tiene que hallar su dicha en el mando./ Su pecho estará lleno de una voluntad muy alta,/ mas ningún hombre debe sondear qué quiere.” 10.252-55. Desatendiendo sus deberes, el reino cayó en la anarquía y el desorden; condiciones que dieron lugar al descontento, primero, y a buscar un nuevo Emperador que pusiera orden, después. Fausto se pone a su servicio en esa contienda civil, ayudado por los chicos de Mefistófeles, Matasiete, Manoslargas y Puñoprieto. Gracias a las artes de Mefistófeles, el Emperador gana la guerra, concede diversas prebendas a sus ministros y el Arzobispo, que ve en la victoria la mano de Satanás, le pide que levante un templo en el lugar profanado y que “A ese hombre tan malfamado/ se le ha cedido el litoral del reino; mas sobre él caerá el anatema/ si no le das también, arrepentido, a la alta autoridad de la Iglesia,/ los diezmos, tributos, donaciones y derechos de ese lugar. El Emperador. Esa tierra aún no existe, está toda bajo el mar. Arzobispo. Quien tiene el derecho y la paciencia, también ve llegado su tiempo./ ¡Quiera seguir en vigor Vuestra palabra para nosotros!” 11.035-41.

 

Pero, algo se interpone entre el furor constructor de Fausto. La cabaña [33]. A ella llega un joven Viajero al que Filemón le aclara el misterio del cambio del paisaje, “Ágiles peones de unos sabios señores/ excavaron fosos, alzaron diques,/ reduciendo los derechos del mar/ para ser ellos señores en su lugar.” 11.091-94, lo que ocupaba el mar y la playa son ahora jardines y “un espacio densamente poblado.” El viajero calla, Baucis sospecha de la bondad de los métodos empleados en la obra, “Durante el día, en vano hacían ruido los peones/ con el pico y la pala, golpe tras golpe,/ pues en donde de noche unas llamitas flotaban/ ya un dique al siguiente día se alzaba./ Hubo de correr la sangre de víctimas humanas,/ pues de noche gritos de suplicios resonaban;/ corrían ríos de fuego hacia el mar/ y por la mañana ya había allí un canal.” 11.123-30. Tachan de impío a Fausto, su vecino, que quiere apoderarse de su pequeña posesión, a cambio de una buena finca en los nuevos campos, pero Baucis previene a Filemón, “No te fíes de un suelo que antes fue del agua,/ y mantente firme en nuestra colina.” 11.137-8.


La contraparte es el malestar del insaciable, tan antiguo y tan moderno, Fausto, “¡Maldito toque de campana! Mucho me agravia/ cada vez que me hiere como un golpe a traición./ Ante mi vista mi reino es infinito,/ pero a mis espaldas me come la desazón/ recordándome con este envidioso sonido/ que no está completa mi gran posesión,/ que la zona de los tilos, la oscura cabaña,/ y la capilla ruinosa no son mías.” 11.151-58. Esa es su espina. Entre tanto, atraca en el puerto un navío, al mando del que va Mefistófeles, acompañado de aquellos tres personajes que habían ayudado a Fausto en la guerra del Emperador, lleno de mercancías y de barcos apresados en el mar donde, según uno de los secuaces “pues quien tiene la fuerza, tiene la ley./ Lo que importa es el Qué y no el Cómo./ No me haría falta saber navegación:/ guerra, comercio y piratería/ son una trinidad sin división.” 11.184-88. La tripulación muestra su malestar por el desdén con que Fausto observa las riquezas que traen.

Mefistófeles, entonces, le inquiere qué tiene, que ya lo consiguió todo con la conquista del mar, a lo que Fausto ya no puede reprimir su disgusto, “Y eso que al decírtelo me siento avergonzar:/ los viejos de allá arriba deberían esfumarse,/ me gustaría instalarme donde están los tilos;/ esos pocos árboles que no son míos/ me arruinan la completa posesión del mundo.” 11.238-42. Quiere gozar con la vista todo el conjunto que levantó, “por eso me atormenta del modo más duro/ sentir lo que nos falta en medio de tanta riqueza./ El sonido de la campana y de los tilos el aroma,/ me envuelven como en la iglesia o en la fosa./ La voluntad y arbitrio del que es todopoderoso/ se estrellan aquí, contra esta arena./ ¿Cómo puedo quitármelo de la cabeza?/ Suena la campanita y la cólera me llena.” 11.251-58. Qué distinta de aquella otra, que sonaba el día de Pascua, cuyo sonido evocó infantiles recuerdos que le hicieron apartar los labios del veneno que estaba a punto de tomar. Y Fausto, tan moderno, da la orden a Mefistófeles de que arregle el asunto, “¡Pues ve allí de una vez y aléjalos de mi lado!/ Tu ya conoces la hermosa finquita/ que elegí para los viejos.” 11.275-77. Antes de salir a cumplirla, Mefistófeles se dirige a los espectadores “Aquí también vuelve a ocurrir lo que pasó hace tiempo,/ pues ya hubo una vez una viña de Nabot (Reyes I, 21).” 11.286-87 [34].

 

El vigía Linceo describe el fuego que está acabando con la cabaña, al cabo, Mefistófeles llega con sus secuaces y le cuenta que llamaban a la puerta y no había respuesta, tumbaron la puerta, del susto se murieron los dos viejos, al Viajero lo ultimaron y una chispa desencadenó un incendio que fue pira para los tres. Fausto protesta, él quería un trueque, no un latrocinio; el Coro apunta fino “Se aplica aquí un dicho de antaño:/ obedece al poder de grado;/ y si resistir te empeñas,/ arriesga tu vida y tu hacienda.” 11.374-77.


A “Medianoche” llegan hasta el palacio cuatro figuras flotantes, Escasez, Deuda, Pobreza e Inquietud, las tres primeras no pueden entrar, solo la última lo hace por el ojo de la cerradura. Diálogo entre ella y Fausto. Lamenta sus maldiciones a sí mismo y al mundo, no se libra de fantasmas, grazna la mala suerte un pájaro. Ella le pregunta si nunca lo asaltó la inquietud, y Fausto pinta su autorretrato: se dedicó a correr el mundo, a cumplir sus deseos en una marcha trepidante, a mirar a la Tierra porque no se perdió en la eternidad, pues lo que él conoce se puede agarrar. La Inquietud le recuerda su poder, Fausto la despide, ella le muestra sus debilidades, él no acepta su poder, ella lo maldice “los hombres son ciegos a lo largo de toda su vida;/ ahora, Fausto, sé también tú ciego al final de la misma.” 11.497-98. Fausto, rodeado por la oscuridad, siente en sí una luz interior y llama a sus sirviente, a trabajar, a realizar lo trazado, “para dar fin a la más grande empresa,/ basta para mil manos una sola cabeza.” 11.509-10.

 

Pero el deleite que Fausto siente al oír el ruido de las palas, ahora ciego, es equivocado, pues no responde al objetivo por él planeado, desecar una ciénaga donde puedan vivir millones de gentes, “verdes los campos fértiles; hombres y rebaños/ de inmediato a gusto en la tierra más reciente,/ en seguida instalados en lo más recio de una colina/ alzada con rodillos por un pueblo laborioso y audaz./ Aquí, en la parte de dentro, una comarca paradisíaca,/ allá fuera que se alcen furiosas las olas hasta el borde,/ y si, a fuerza de bocados, tratan de entrar con violencia,/ de común acuerdo corren todos a cerrar la brecha.” 11.565-72. Abocado a la ejecución de este plan, Fausto concluye “solo merece la libertad, lo mismo que la vida,/ el que tiene que conquistarlas cada día./ Y, de esta suerte, rodeados de peligros, aquí/ pasan sus esforzados años hombres, niños y ancianos./ Esta afanosa actividad es lo que me gustaría ver:/ sobre un suelo libre hallarme junto a un pueblo libre./ Entonces podría decirle al instante:/ ¡detente pues, eres tan bello.” 11.575-82. Estos apretados ocho versos son la despedida del nuevo Fausto, del Fausto plenamente moderno, pues añadido a su afán desmesurado de planificación y dominio totales y absolutos no importando el precio que haya que pagar, como el de Baucis y Filemón, enarbola la bandera del individualismo, cada uno es hijo de sus obras, por tanto, la condición de cada cual es puesta en cuestión cada día, la bandera de conjurar los peligros que acechan a la humanidad con el esfuerzo de todos y la bandera de extender la libertad a todo el pueblo. El último verso, por otra parte, no significa la ruptura del pacto, pues está condicionado al “podría” del anterior.


Pero, como decía, la fruición de Fausto al oír el entrechocar de las palas parte de un error, no sabe que lo que los lémures están cavando es su propia tumba. Así y todo, aún le queda un resquicio de afirmación de la Tierra y de rendirle un tributo a la utopía consumada: “La huella de mis días terrenales/ no puede sin más sumirse en las eternidades./ Sintiendo ya un anticipo de esa dicha tan grande/ gozo ahora mismo del supremo instante.” 11.583-86 [Fausto cae de espaldas, los lémures lo recogen y lo tienden sobre el suelo].

El combate contra la naturaleza inútil, el necesario movimiento y organización de miles de trabajadores, no hay señales de inventos o instrumentos de técnicas más sofisticadas, solo la pala y el pico, la capacidad de plan y de mando para que todo ese ejército industrial cumpla el cometido asignado, la aniquilación de todo lo que suponga un obstáculo, el entusiasmo y la pasión por la acción misma y, sobre todo, por encima de todo, un fin, un objetivo, una meta que justifique y al que se pliegue ese esfuerzo, ese dolor, esa destrucción. El desarrollo y la libertad. Qué moderna suena esta melodía de Goethe en su segundo Fausto. Es moderno, sí, pero como lo recuerda Mefistófeles, también hay un fondo antiguo, el poder violento e ilimitado, como el ejercido contra Baucis y Filemón, es una vieja tentación del hombre. En nada entorpecía la cabaña los planes de Fausto, pero una vez desencadenado el ciclón desarrollista no se puede hacer ninguna excepción, triunfo absoluto de una absoluta homogeneidad que no consiente el más mínimo resto de particularidad. Una razón del todo, totalizante, da en una razón totalitaria. Y habiendo hecho tabla rasa de todo, ya solo le queda morir.

Este había abandonado hacía tiempo a aquel otro Fausto, continuador del enamorado de Margarita, que trajinaba endechas con su amada Helena, el Fausto trasuntado de clásico. Aquel en el que el amor, además de ser un impulso a ir más allá de uno mismo, le acercaba a la divinidad en la medida en que el amor entre dos da lugar a un tercero tal como lo expresaba Helena “Amor que da humana dicha/ debe reunir a dos seres,/ mas para dicha divina/ en tres funde ese deleite. Fausto Entonces, ya está logrado: yo soy tuyo, tu eres mía,/ y así estamos vinculados/ y sólo así ser podía.” 9.699-706. Pero, el fáustico Euforión dio al traste con este Fausto que dio, después, en cambiar el mundo.

 

A motivos distintos, tiempos diferentes. El propio de la modernidad es un tiempo de la velocidad y de la prisa. Goethe acuñó una palabra para ese nuevo signo de los tiempos, veluciferino, veloziferisch; en una carta dirigida a Zelter, en junio de 1825, dejaba muy clara su visión de los nuevos tiempos modernos, “hoy todo es ultra, todo se trasciende irresistiblemente, en el pensamiento y en la acción… Riqueza y rapidez son eso que maravilla y mueve el mundo; ferrocarriles, telégrafos, barcos de vapor y todas las facilidades de la comunicación son eso a lo que aspira el mundo, con el objetivo de superarse, de ir más allá de toda medida alcanzada”. Hay que acelerar el tiempo para que las cosas sigan ese curso destinado.


Por contra, en la recreación que hace Goethe del clasicismo, de manera más ajustada en el pasaje del encuentro de Fausto y Helena, concede el más alto lugar al instante o, por mejor decir, a la suspensión del instante, es decir, “vivir en la salud del momento.” Fausto había estado a punto de romper su pacto, el que decía que nunca debía detener el momento, como cuando le decía a Margarita “sentir una dicha que debe ser eterna”, pues ¿qué diferencia hay entre la eternidad y la suspensión del momento?, o como cuando dice de sus planes de desarrollo, “podría decirle al instante: ¡detente pues, eres tan bello,” atenuado, como se decía, por el “podría”, pero con Helena es otra cosa. En su retiro con ella, se entrega a la vivencia del momento. Recordemos: Helena “Me siento tan lejos y al tiempo tan cerca/ y me encanta repetir: aquí estoy, aquí toda entera.” Fausto “Apenas respiro, la voz me tiembla y se me corta:/ esto es un sueño, se desvanecieron el lugar y la hora.” Helena “Creo ya haber vivido todo y empero estoy nueva,/ a ti ligada, fiel al desconocido sin reserva.” Fausto “¡no escarbes en la sin par fortuna!/ La existencia es un deber, aun si poco dura.” 9.411-18. El arrullo enamorado desvanece el tiempo.

 

¿Qué nos queda, entonces? ¿O vivencia desenfrenada, pendiente siempre de lo porvenir al que todo, incluido el momento presente, se doblega por mor de las exigencias de lo que vendrá, sea ese venir personal o colectivo, biográfico o histórico, o por el contrario el éx-tasis recíproco del arrobamiento amoroso donde no hay ni lugar ni tiempo porque, precisamente, nada importa sino ese fundido y desligado vivir? Qué raro sería que Goethe, maestro de avenencias y mediaciones, más neptuniano que volcánico, no esbozara una mediación más para el dilema temporal planteado. No lo encuentro en el Fausto, o lo no supe encontrar, pero en una de sus tempranas conversaciones con Eckermann, la mantenida el 18 de septiembre de 1823, a propósito de la diferencia, en lo que se refiere a la creación literaria, de generaciones entre la suya, que se encontraba ante caminos inexplorados, y la de los jóvenes como él, como Eckermann, que ya encontraron una brecha abierta y, por tanto, ya no tienen que recaer en los errores de la anterior, sino que deben aprovechar sus consejos, en esa conversación concluye, y quizá esta sería una senda de mediación entre las dos concepciones irreconciliables sobre el tiempo, “No basta dar pasos que algún día pueden llevar a la meta, sino que cada paso debe ser meta, sin dejar de ser paso.”


Quisiera añadir un comentario más, relativo a la religión. Se puede afirmar que Goethe es verdaderamente religioso. Teniendo presente que la propia Iglesia Católica no lo sería, si entendemos por religiosa aquella actitud que conlleva entre otras señas de identidad la de la  universalidad. Pues, la católica, traicionando su propio nombre, nada tiene de religión universal mientras mantenga como uno de sus principios el de la condenación eterna. No puede ser universal una religión cuando divide, y nada menos que para toda la eternidad, en dos a la humanidad, la que se salva de la que se condena. En Goethe la réplica del “Ist gerettet!” (“está salvada”) que exclama una “voz desde arriba” del penúltimo verso de Fausto I en referencia a la salvación de la infanticida Margarita, son los versos de los ángeles que están volando en la zona más elevada de la atmósfera y llevan la parte inmortal de Fausto, que rescataron de Mefistófeles y sus ayudantes mediante una lluvia de pétalos de rosas, versos que dicen “Del Malo salvó noble presa/ de los espíritus miembro./ A quien siempre aspira y se esfuerza,/ a ese salvar bien podemos./ Y si por él se ha interesado/ el amor desde lo alto,/ coros de bienaventurados/ le acogerán en sus brazos.” 11.934-41.


Una religiosidad que fía más de la magnanimidad, del esfuerzo y del amor que de la más estricta y formal justicia.

 

 

Argumento


Fausto. Una tragedia (1-353) viene precedida por una “Dedicatoria”, en la que el autor entona un canto a los amores y a sus amigos ya idos, un “Prólogo en el teatro”, en el que el director, el bufón y el dramaturgo, desgranando cada uno de ellos sus argumentos, confrontan sus puntos de vista sobre el teatro, y el “Prólogo en el cielo”, evocación de la parte inicial del Libro de Job, donde tras el canto de Rafael al sol, de Gabriel a la tierra y al mar y de Miguel al entrelazamiento del mar y la tierra, Dios le pregunta a Mefistófeles si conoce a su siervo, Fausto, a lo que el diablo le responde que sí, que es muy inquieto y que, si le permite tentarlo, caerá en sus manos.

Fausto I (354-4.612) consta de 25 escenas en un solo acto. Las primeras dan cuenta de las inquietudes nocturnas del personaje en busca del conocimiento y la invocación al Espíritu de la Tierra, de la contemplación en todo su esplendor del espectáculo de la naturaleza, así como de la discusión con su fámulo, Wagner. El domingo de Pascua salen los dos al aire libre, se encuentran con gentes del pueblo que reconocen a Fausto y le muestran su respeto, a la vuelta a la casa les sigue un perro negro, que resultará ser Mefistófeles, con el que Fausto firmará el pacto; también, Mefistófeles, vestido con la ropa de Fausto, platicará con un estudiante con ansias de saber al que le recomienda el estudio de la medicina. Primera experiencia de las artes mefistofélicas en la taberna de Auerbach y visita a la bruja para recobrar la juventud de Fausto. Su encuentro con Margarita en la calle, entran, después, él y Mefistófeles, en su cuarto y le dejan una cajita con joyas. Se acaban conociendo, Fausto y Margarita, en casa de Marta con la que se había entrevistado Mefistófeles para darle cuenta de su marido desaparecido. Tras este encuentro Fausto se retira al bosque. Después, muere la madre como consecuencia del somnífero que le había dado Fausto a Margarita para poder estar juntos, muere, también, el hermano a manos de Fausto, se desespera Margarita en la iglesia. Entretanto, Mefistófeles y Fausto acuden al aquelarre de la noche de Walpurgis. Por último, Margarita es encerrada y condenada por haber acabado con la vida de su bebé. Pero se salva.

 

Fausto II tiene una estructura muy diferente; su unidad viene trenzada en cinco actos. El acto Primero (4.613-6.565) consta de varias escenas: “Lugar ameno”, Fausto repone sus fuerzas debilitadas por la situación vivida con Margarita, “Palacio imperial. Sala del trono”, ambiente de una corte medieval nórdica donde se pone en evidencia la penosa situación económica del reino, “Vasta sala con aposentos contiguos”, en la que el autor, recreando un carnaval, hace gala de una poderosa fantasía en la que se reúnen personajes clásicos con otros creados por él, “Jardín de recreo”, la penuria económica paliada por el invento del papel moneda, “Galería oscura”, Mefistófeles se niega a ir a buscar a Helena, es un diablo medieval sin poder en el mundo pagano, por lo que es Fausto el que tiene que ir a buscarla gracias a la llave y al trípode, instrumentos propios del ocultismo medieval, “Salas resplandecientes por la iluminación”, Mefistófeles prodiga remedios, mientras regresa Fausto, y “Sala de los caballeros”, Fausto presenta a Paris y a Helena, alabado uno por las mujeres, la otra por los hombres, cuando los amantes clásicos se entregan a un juego erótico, Fausto no puede reprimir sus celos, intenta separarlos, se desmaya y se desvanece el encanto.

 

Las escenas del Segundo acto (6.566-8.487) son, “Estrecha habitación gótica de alta bóveda”, el cuarto de Fausto, de nuevo el doctor está exhausto, ahora por haber intervenido entre Paris y Helena, Wagner ya es doctor, “Laboratorio”, donde crea al Homúnculo, un hombre artificial, que recomienda como remedio para que Fausto recobre la salud un viaje a la Grecia clásica; Mefistófeles se resiste, no es su mundo, pero el Homúnculo le recuerda las brujas de Tesalia, lo que le convence para emprender el viaje a través del tiempo, “Noche de Walpurgis clásica”, Fausto recobra el sentido, Mefistófeles, el Homúnculo y el doctor se separan para encontrar a Helena, “En el curso superior del Peneo” presenta el espectáculo de diferentes seres mitológicos, unos, de creación de Goethe, otros, donde Mefistófeles se desenvuelve como puede, aparece Fausto y pregunta cómo llegar hasta Helena, las esfinges le dicen que le orientará Quirón, “En el curso inferior del Peneo” Fausto se encuentra con el Centauro que intenta disuadirlo de su empeño, el tiempo también afecta a los personajes literarios, lo lleva con Manto, hija de Esculapio, para que lo cure de su locura, pero ante la pretensión de Fausto de buscar lo imposible, le acerca a la cueva de Perséfone, “En el curso superior del Peneo”, Mefistófeles y el Homúnculo se encuentran con Tales, que defiende el principio del agua, y Anaxágoras, el del fuego, el Homúnculo, buscando la síntesis de los contrarios, al provenir del fuego se va con Tales; por su parte, Mefistófeles, convence a las gorgonas para que le presten su espantosa figura, es la Fórcide o Gorgona, “Bahías rocosas del mar Egeo”, celebración marina a la que llega la hija de Nereo, Galatea, que une al Homúnculo, fuego, con el agua, naciendo de esa unión la vida.

 

El tercer acto (8.488-10.038) se abre con “Ante el palacio de Menelao en Esparta” Helena va delante de Menelao para hacer los preparativos del sacrificio propiciatorio tras regresar de la guerra de Troya, pero, Mefistófeles, en la figura de Gorgona la convence de que la víctima será ella misma y le ofrece la posibilidad de huir al Norte, “Patio interior del castillo”, Fausto es el señor de este castillo, y en él recibe a Helena, “Bosquecillo umbrío” donde retoza el hijo de Helena y Fausto, Euforión, cuya insensata tendencia a ir hacia lo alto trunca su vida, lo que hace que Helena lo siga al Hades; siguiendo el consejo de Fórcida-Mefistófeles, Fausto, agarrado al vestido de su amada, es lo que quedó de ella, se eleva a las más altas cimas.

 

Cuarto acto (10.039-11.042), “Alta montaña”, una vez más Fausto se repone de sus desdichas y se pone como meta la acción, desoyendo la alternativa que le propone Mefistófeles de retirarse a un epicúreo buen vivir, el emperador está en problemas, se une a sus fuerzas, “En las estribaciones montañosas” con la ayuda de personajes proporcionados por Mefistófeles logran la victoria sobre el antiemperador. Por último, “La tienda del emperador usurpador”, el victorioso emperador reparte honores y prebendas a su séquito; a Fausto le concede la franja costera donde emprenderá sus últimos trabajos.

 

Quinto acto (11.043-12.111), “Región abierta”, Fausto abocado a un frenético furor constructivo quiere acabar con el obstáculo que suponen para sus planes Baucis y Filemón, escena íntima del matrimonio que cuenta sus desdichas a un joven viajero al que habían socorrido tiempo atrás, “Palacio”, Mefistófeles regresa de una expedición pirata cargado de tesoros, “Noche profunda” Mefistófeles acaba con la casa y con el matrimonio, “Medianoche”, se acercan cuatro figuras al palacio de Fausto, una de ellas, Preocupación, puede entrar, le echa el aliento y lo deja ciego, “Gran patio delante del palacio”, Fausto todavía piensa en sus industriales planes, pero su fin es inminente, “Sepultura”, Mefistófeles no consigue quedarse con el alma de Fausto porque la rescatan los ángeles, y la última escena, “Barranco de montaña,” santos de diverso signo y la propia Margarita logran el perdón de Fausto gracias a la intercesión de la Virgen y cantando el Coro Místico los versos finales, “Todo lo perecedero/ no es más que una imagen;/ cuanto allá es inalcanzable/ ya es aquí suceso./ Lo que jamás se ha descrito/ vuélvese aquí un hecho;/ es lo Eterno-Femenino/ lo que empuja al cielo.” 12.104-11.

 

Antología de algunas citas de Poesía y verdad y de Conversaciones con Goethe en las que se menciona el Fausto.

Poesía y verdad

[1] En la otra parte de la ciudad había un terreno comunal análogo, sólo que más extenso, adornado también con otra fuente y con tilos todavía más hermosos. Allá dirigíanse en Pascua de Pentecostés los rebaños de ovejas, y a la vez y junto a los muros los pobres y pálidos huérfanos al aire libre, pues hasta mucho después no se cayó en la cuenta de que a aquellos chicos desvalidos, que andando el tiempo habrían de verse obligados a bandearse solos por el mundo, debía ponérseles desde muy pronto en contacto con él, en vez de hostigarlos de una manera triste, y acostumbrarlos mejor, desde luego, a servir y aguantar, abogando todas las razones por que desde pequeños se les fortaleciera, tanto física como moralmente. Las nodrizas y ayas, que de buen grado están siempre dispuestas a salir de paseo, no dejaban nunca, desde los primeros tiempos, de llevarnos y conducirnos también a aquel sitio a nosotros, de suerte que aquellas rústicas fiestas figuran en el número de las primeras impresiones que recordar podemos. Lib. I, p. 16.

[2] Con el mayor cuidado ocultábale [a Herder, en torno a 1770] yo el interés que sentía por ciertos temas que llevaba arraigados dentro de mi alma, y, poco a poco, pugnaban por cobrar figura poética. Tratábase de Goetz von Berlichingen y el Fausto. La biografía del primero habíame llegado a lo más vivo. Despertaba mi más profunda simpatía aquella figura de un hombre rudo, asaz bienintencionado, que campea por sus respetos en tiempos de salvaje anarquía. La sugestiva fábula del teatro de muñecos referente al otro repercutiera y cobrara múltiples resonancias dentro de mí. También hundiérame en toda suerte de erudición y harto pronto tuviera aviso de la vanidad del personaje. Asimismo, en la vida buscárale por todos los caminos y siempre tornara cada vez más insatisfecho y atormentado. Ahora bien, llevaba yo esas cosas, como otras muchas, a todas partes conmigo y con ellas recreábame en mis horas de soledad, sin, no obstante, llegar a escribir una sola línea. Pero lo que con mayor tesón ocultábale a Herder era aquella mi química misticocabalística y todo lo a ella atañadero, aunque todavía seguía ocupándome de muy buen grado en ella en secreto, esforzándome por elaborarla más consecuentemente de como me fuera transmitida. Lib. X, p. 261.

 

[3] No podía decir hasta qué punto me animaba y hacía adelantar a mí aquel círculo [Darmstadt, 1771-72]. Escuchaban allí, de buen grado, la lectura de los trabajos míos, así terminados como por terminar; dábanme alientos cuando exponía con toda franqueza y detalle los proyectos que tenía en el telar, y me regañaban cuando, invocando siempre alguna nueva razón, abandonaba los trabajos que ya comenzara. Llevaba ya bastante adelantado el Fausto; el Goetz von Berlichingen íbase poco a poco plasmando en mi imaginación, ocupábame el estudio de los siglos XV y XVI, y aquella catedral habíame dejado una impresión muy grave, que podía muy bien servir de fondo a tales romances. Lib. XII, p. 322.

[4] Mencionaré de pasada [c. 1773], al solo fin de mantener la ilación, a un buen compañero que, con no estar dotado de ninguna cualidad extraordinaria, incluíase en ese número. Llamábase Wagner, y fue primero miembro de la peña de Estrasburgo y luego de la de Frankfort; no carecía de ingenio, talento e instrucción. Mostrábase como aspirante y en tal concepto era bien acogido. Apegose también lealmente a mi persona, y como no hacía con él ningún secreto de cuanto planeaba, hube de contarle, lo mismo que a otros, el proyecto que traía entre manos del Fausto, sobre todo lo referente a la catástrofe de Gretchen. Apropiose el argumento y lo utilizó para una tragedia: La infanticida. Fue aquella la primera vez que alguien me hurtaba algo de mis planes literarios; tuve con ello un disgusto, pero no le pedí cuentas. Lib. XIV, p. 382.

[5] Algunas conversaciones particulares tenidas con Klopstock, habida cuenta de la afectuosidad que me mostrara, animáronme a la franqueza y confianza. Dile a conocer las últimas escenas del Fausto, que pareció acoger muy bien, habiendo luego, según supe, hablado de ellas con otras personas en términos de resuelto aplauso, cosa que, atendido su carácter, no era corriente en él, y manifestado deseos de ver terminada enteramente la obra. Lib. XVIII, p. 460.

 

Conversaciones con Goethe

[6] Por la noche, a solas con Goethe. Hablamos de literatura, de Lord Byron y de su Sardanápalo y del Werther. Luego tratamos del Fausto, del que Goethe habla con gusto y a menudo. Desea que lo traduzcan al francés, al estilo de Marot. Le considera como la fuente de donde Byron ha sacado el ambiente del Manfredo. 13-IV-1823.

[7] “Tampoco el mismo Byron –añadí- muestra mucho tino cuando desmenuza el Fausto y afirma que unas cosas están tomadas de un sitio y otras de otro”. “La mayor parte de estas magnificencias ajenas que Byron acota –contestó Goethe- ni siquiera las había leído, y mucho menos pensaba en ellas al escribir el Fausto. Pero Lord Byron sólo es grande cuando poetiza; tan pronto se pone a reflexionar, es un niño. […] El diablo transformado, de Byron, es una continuación de Mefistófeles, y está bien. Si por un prurito de originalidad hubiese querido apartarse de él, le hubiera salido peor. Mi Mefistófeles canta una canción de Shakespeare; y ¿Por qué no? ¿Por qué había de tomarme la molestia de inventar una, si la de Shakespeare estaba bien y decía justamente lo que había que decir? Por eso, si la exposición de mi Fausto guarda alguna semejanza con la de Job, bien está, y es más de alabar que de censurar.” 18-I-1825.

[8] Esta noche me ha enseñado Goethe una carta de un joven que le preguntaba por el plan de la segunda parte del Fausto, porque él tenía por su parte la intención de continuar la obra. Expone el muchacho sus deseos, secamente, con abierta ingenuidad y sinceridad, agregando muy tranquilo luego que el resto de las nuevas tendencias literarias no valían nada, y que él haría florecer una nueva literatura. Si me tropezase en la vida con un muchacho dispuesto a continuar las conquistas de Napoleón, o con un dilettante de la arquitectura que prometiese terminar la catedral de Colonia, no me asombraría más, ni me parecería más loco ni más ridículo que este aficionado novel que se cree con bastantes fuerzas para escribir, sin más la segunda parte del Fausto. Hasta me parece más fácil terminar la catedral de Colonia que continuar el Fausto en el espíritu de Goethe. Pues la catedral puede entenderse matemáticamente, está ante nuestros ojos, cabe asirla con las manos. Pero ¿qué instrumentos y qué medidas iban a emplearse en una obra que pertenece a un mundo espiritual invisible, que descansa por entero en el sujeto, que se reduce toda a la visión propia, cuyo material es una vida grande, vivida por el propio autor y cuya ejecución demanda una destreza durante largos años cultivada y llevada hasta la maestría suma? Quien tenga por fácil, o siquiera posible, una empresa tal, carece sin duda de facultades, pues no tiene idea de lo elevado y difícil; tanto, que podría afirmarse que si Goethe terminase Fausto, sin dejar más laguna que unos cuantos versos, ese muchacho sería incapaz de componer esos versos de manera ordenada. 20-IV-1825.

 

[9] “En cambio, para el Werther y el Fausto tuve que escarbar de nuevo en mi propia conciencia, pues no disponía de nada tradicional. En el Fausto liquido con brujas y demonios, y satisfecho de haber consumido mi herencia nórdica, me senté a la mesa de los griegos. Pero si entonces me hubiese dado cuenta, como ahora, de las muchas obras excelentes que existen desde hace siglos y milenios no hubiera escrito una línea; hubiera hecho otras cosas.” 16-II-1826.

[10] “He vuelto a leer –dijo- su Deformed transformed y su talento [el de Byron] me parece cada vez mayor. Su diablo ha salido de mi Mefistófeles, pero no es una imitación, sino que todo es original y nuevo, todo sobrio, exacto e ingenioso.” 8-IX-1826.

[11] “Sí –replicó Goethe-, es tan grande y tan libre [Deformed Transformed de Byron] como cualquier cosa de las que ha dicho mi Mefistófeles. Y ya que de Mefistófeles hablamos, voy a mostrarle a usted una cosa que Coudray ha traído de París. ¿Qué le parece a usted?” Me enseñó una litografía donde se representa la escena en que Fausto y Mefistófeles pasan, galopando en la noche, por delante del patíbulo, para libertar a Margarita de la prisión. Fausto cabalga en un caballo negro, que se tiende en un galope veloz, y parece atemorizado, como su jinete, por los espectros que rondan alrededor del cadalso. Cabalgan tan rápidos que a Fausto le cuesta trabajo sostenerse; el fuerte viento, que sopla contra él, le ha arrebatado la gorra, que, sujeta al cuello por una correa, flota detrás de él. Su rostro, que refleja duda y terror, está vuelo hacia Mefistófeles, y escucha ansioso sus palabras. Mefistófeles está tranquilo e inalterable, como un ser superior. No monta un caballo vivo, pues no ama las cosas vivas. No lo necesita tampoco, porque su voluntad le lleva con la celeridad deseada. Tiene un caballo, tan solo porque hay que figurárselo montado, y para ello basta una especie de esqueleto, cubierto de piel, recogido en cualquier pradera. Es de color claro y parece fosforescer en la obscuridad de la noche. No lleva tampoco riendas ni silla; no las necesita. El jinete supraterrenal va montado con abandono y se vuelve para conversar con Fausto; para él no existe el elemento contrario del viento; ni él ni su caballo sienten nada, y no se mueve ni uno de sus cabellos. Esta admirable composición nos agradó mucho. “Hay que reconocer –dijo Goethe- que yo mismo no lo he pensado tan completo. Aquí tiene otra hoja. ¿Qué me dice usted de ella?” Representaba la escena salvaje de la embriaguez en la bodega de Auerbach; como quintaesencia y momento supremo escogía aquel en que el vino derramado se enciende y la bestialidad de los bebedores se manifiesta de las maneras más diversas. Todo es movimiento y pasión, y sólo Mefistófeles se mantiene en su ordinaria serenidad irónica. Nada son para él los gritos y maldiciones, ni la navaja que empuña el que está a su lado. Ocupa una esquina de la mesa, tranquilamente; el dedo levantado le basta para dominar la llama y la pasión. Cuanto más se consideraba este cuadro, más se veía el talento del gran artista, que no hizo dos figuras iguales, y que en cada cual expresaba una fase distinta de la acción. “El señor Delacroix –dijo Goethe- es un gran talento, que ha encontrado precisamente en el Fausto su elemento adecuado. Los franceses lo censuran por su exceso de pasión, pero en estos asuntos es lo que precisamente se necesita. Espero que ilustrará todo el Fausto y tengo curiosidad por ver cómo interpreta la cocina de las brujas y las escenas del Brocken. Se ve que es un hombre que ha vivido una vida intensa, para lo que una ciudad como París le suministra la mejor oportunidad.” Hice observar que estos cuadros contribuían a la mejor inteligencia del poema. “No cabe duda –dijo Goethe-, pues la gran fantasía de semejante artista nos obliga a pensar las situaciones como él las ha pensado. Y si tengo que confesar que el señor Delacroix, en algunas escenas, me ha sobrepujado a mí mismo, en la representación de escenas ¿cuánto más vivas no se le harán al lector, y qué efecto no producirán en su imaginación?” 29-XI-1826.

 

[12] Llevé la conversación sobre la segunda parte del Fausto, en particular sobre la Noche clásica de Walpurgis, de la que sólo había hecho Goethe un esquema; Goethe me había dicho hace algún tiempo que iba a publicarla así, en esquema, y yo me había propuesto aconsejarle que no lo hiciera, temiendo que, una vez publicada, no la desarrollara nunca. Pero, sin duda, Goethe había pensado entre tanto lo mismo que yo, pues me dijo en seguida que había resuelto no publicar aquel boceto. “Me alegro mucho –le dije-, porque así tengo la esperanza de que llegue usted a redactarla.” “En un trimestre podría estar hecha –me respondió-. Pero de dónde saco la tranquilidad para ello. Durante el día estoy harto ocupado; me resulta muy difícil aislarme. Esta mañana estuvo a verme el gran duque; la gran duquesa me ha anunciado su vista para mañana al mediodía. Estas visitas he de estimarlas como una alta merced; embellecen mi vida; pero ponen a contribución mi intimidad, porque tengo que pensar en decir algo nuevo a tan elevadas personas y en entretenerlas dignamente.” “Sin embargo –dije-, el pasado invierno escribió usted la Helena, y no estaba menos ocupado que éste.” “Claro está –dijo Goethe-, se hace algo y hay que hacerlo, sólo que es difícil.” “Le favorece a usted –dije- el tener un esquema tan detallado.” “Tengo el esquema –dijo-, pero aún queda por hacer lo más difícil. Y la ejecución depende mucho de la suerte. La Noche clásica de Walpurgis tiene que escribirse en versos rimados, y, sin embargo, ha de tener un carácter antiguo. No es fácil encontrar un metro apropiado. Y luego, el diálogo.” “Pero, ¿no está ya en el esquema?”, pregunté. “Está lo que hay que decir –respondió Goethe-, pero no el cómo. Y luego, piense usted en las cosas de que se hablará en una noche semejante de locura: el discurso de Fausto a Proserpina para convencerla de que le entregue a Helena. ¡Cómo tendrá que ser el discurso para que vierta lágrimas la propia Proserpina! Todo esto es difícil y depende mucho de la suerte; casi todo depende del ánimo y el temple del momento.” 15-II-1827.

[13] Pasé con Goethe parte en Berka, parte en Tonndorf, un día admirable. Estuvo inagotable en ocurrencias ingeniosas; habló bastante de la segunda parte del Fausto, en la que entonces comenzaba a trabajar seriamente, y lamento profundamente que en mi diario sólo se encuentre anotada esta introducción. 24-IX-1827.

[14] “El Fausto surgió con mi Werther. En el año 1775 lo traje conmigo a Weimar. Lo había escrito en papel de cartas, y no contenía tachadura alguna, pues me cuidé muy bien de no escribir una línea que no estuviese bien y no fuese definitiva.” 10-II-1829.

[15] “Sin embargo –dije-, yo no pierdo la esperanza de que aparezca una música adecuada al Fausto.” “Es de todo punto imposible –dijo Goethe-. Lo antipático, repugnante, terrible que contienen algunos pasajes del Fausto es contrario a la corriente del tiempo. La música habría de ser en el tipo del Don Juan. ¡Mozart hubiera debido poner música al Fausto! Meyerbeer quizá fuera capaz, pero no se le ocurrirá tal cosa; está demasiado mezclado al teatro italiano.” 12-II-1829.

[16] Hablamos de las cartas de Schiller y de la vida que llevaron en comunidad, estimulándose y alentándose a diario para un trabajo mutuo. “También parece que tuvo Schiller gran interés por el Fausto –dije-. Es muy simpática la manera como le excita a continuarlo y cómo sus ideas le llevan a trabajar él mismo en el Fausto. He notado que había en su naturaleza algo de apresuramiento.” “Tiene usted razón –dijo Goethe-. Era como todos aquellos que parten de la idea. Además, no tenía sosiego ni podía concluir nada, como puede usted ver en sus cartas sobre el Wilhelm Meister, que tan pronto quiere que sea de una manera, tan pronto de otra. Yo no tenía que hacer sino mantenerme firme y preservar y proteger contra tales veleidades tanto mis obras como las suyas.” 23-III-1829.

[17] Un joven inglés que le presenta Eckermann le dice a Goethe que está leyendo el Fausto, el Primero, y le confiesa que le cuesta hacerlo; el autor ríe y le dice, “indudablemente yo no le hubiera aconsejado todavía la lectura de Fausto. Hay en él muchas cosas dislocadas, y sobrepasa los sentimientos ordinarios. Pero ya que usted ha emprendido la lectura sin preguntarme a mi, usted verá cómo se las entiende con él. Fausto es un sujeto tan extraño, que pocos hombres pueden comprender sus sentimientos íntimos. A su vez, el carácter de Mefistófeles es también muy difícil, por su ironía y porque es resultado viviente de toda una visión del mundo. Pero trate usted de proyectar luz sobre ello.” 1-I-1825.

 

[18] Hoy, después de comer, me leyó Goethe la primera escena del segundo acto del Fausto. La impresión que me produjo fue muy grande y difundió en mi interior las mayores delicias. Volvemos a encontrarnos en el estudio de Fausto, y Mefistófeles lo halla todo en su sitio, tal como lo dejara. Descuelga la vieja pelliza de Fausto; miles de insectos y polillas vuelan de ella, y al decir Mefistófeles dónde se van posando, se nos aparece claramente el local ante los ojos. Se pone luego la pelliza para volver a hacer el señor, mientras Fausto, detrás de una cortina, yace completamente paralizado. Toca la campanilla; en los viejos claustros solitarios del convento produce la campana un sonido tan formidable, que las puertas saltan y se conmueven los muros. Entra el fámulo a toda prisa, y se halla sentado en la silla de Fausto a Mefistófeles, a quien no conoce, pero por quien siente un gran respeto. A sus preguntas, da noticia de Wagner, que entre tanto se ha hecho un sabio célebre y que aguarda siempre el regreso de su señor. En este momento –se nos hace saber- está en el laboratorio, muy ocupado en producir un homúnculo. El fámulo es despedido. Aparece el bachiller, el mismo a quien vimos hace algunos años como tímido estudiante, cuando Mefistófeles, vestido de Fausto, se burló de él. En el intervalo se ha hecho hombre, pero tan lleno de suficiencia, que ni el mismo Mefistófeles puede entenderse con él; tanto, que va apartando cada vez más la silla, hasta que al cabo se vuelve hacia el patio. Goethe leyó la escena hasta el final. Vi con detalle la juvenil fuerza productiva que alentaba en ella y la sobriedad robusta con que todo estaba construido. “Como la concepción es tan antigua –dijo Goethe- y llevo cincuenta años pensando en ella, he acumulado en mi interior tal cantidad de material, que la operación más difícil ahora es la de expurgo y selección. La idea de esta segunda parte es, en efecto, tan vieja como digo. Pero el que sea ahora cuando me decido a escribirla, después de haber ido viendo claro en las cosas del mundo, favorecerá a la obra. Me ocurre como uno que en su juventud poseyese una gran cantidad de dinero, en monedas de plata y cobre, y que durante toda su vida ha seguido aumentándolo y cambiándolo, de modo que, al cabo, tiene en monedas de oro puro su caudal juvenil.” Hablamos sobre la figura del bachiller. “¿No se alude en él a una cierta clase de filósofos idealistas?” dije yo. “No –dijo Goethe-. En él está personificada la osadía, tan propia, sobre todo, de la juventud, y de la que, entre nosotros, los primeros años que siguieron a la guerra de la Independencia, se han ofrecido ejemplos tan notorios. En la juventud cree cada cual que el mundo ha comenzado con él, y que, en realidad, cuanto existe, existe por su causa.” 6-XII-1829.

 

[19] Hoy, después de comer, me leyó Goethe la segunda escena del segundo acto del Fausto, donde Mefistófeles se presenta ante Wagner, quien se ocupa en producir un hombre con artes químicas. El propósito se logra: El homúnculo aparece en la botella, como un ser luciente, y en seguida entra en actividad. Las preguntas de Wagner sobre cosas incomprensibles las rechaza; razonar no le corresponde; quiere obrar y el objetivo de acción más inmediato que se le presenta es nuestro héroe Fausto, que necesita de un auxilio superior en su estado de paralización. Como un ser par el cual el presente es perfectamente claro y transparente, el homúnculo ve el interior del durmiente Fausto, a quien hace feliz un hermoso sueño, donde Leda se baña en un ameno paraje, y es visitada por los cisnes. Al explicar el sueño, el homúnculo va poniendo ante nuestra vista el cuadro más encantador. Mefistófeles no ve nada y el homúnculo se burla de él por su naturaleza nórdica. “En general, notará usted –dijo Goethe- que Mefistófeles parece estar en desventaja ante el homúnculo, que le iguala por la claridad de su espíritu y le supera en mucho por su tendencia a lo bello y a la actividad productora. Por lo demás, le llama señor primo, pues estos seres espirituales, como el homúnculo, que todavía no están ensombrecidos y limitados por una humanización completa, pertenecen al número de los demonios, por lo cual existe entre ellos una especie de parentesco.” “Es cierto –dije- que Mefistófeles aparece aquí como en una posición subordinada; sólo que no puedo desprenderme del pensamiento de que en secreto ha colaborado en la producción del homúnculo, según cuanto de él hemos sabido hasta aquí, y teniendo en cuenta que en Elena aparece también como un ser que labora en secreto. Y así, su figura, tomada en conjunto, torna a elevarse y puede dejarse sacar alguna ventaja parcial, sin perjuicio de su calma superior.” “Percibe usted la situación con mucho acierto –dijo Goethe-. Así es; y hasta he pensado si no sería conveniente que cuando se presenta ante Wagner, mientras el homúnculo se está produciendo, Mefistófeles pronuncie algunos versos donde declare su colaboración, de modo que el lector la advierta de manera clara.” “Eso no podría perjudicar –dije-. Sin embargo, ya está indicado, cuando Mefistófeles termina la escena con estas palabras: ‘Y al final dependemos de criaturas que nosotros hicimos.’” “Tiene usted razón –respondió Goethe-. Esto debiera ser suficiente para un lector atento; sin embargo, quiero pensar algunos versos.” […] El sueño de Fausto, acerca de Leda, volvió a presentarse ante mi ánimo, y consideré entre mí cuán acertado ere este rasgo de la composición. “Es admirable –dije- cómo en una obra tal las partes se refieren unas a otras y actúan y se complementan recíprocamente. Este sueño de Leda en el segundo acto es el que presta a la Elena, que ha de seguir, su verdadero fundamento. Allí se habla siempre de cisnes y del engendrado por cisnes; pero aquí aparece la acción misma; y cuando se llegue a Elena, con la preparación sensible de tal situación, se encontrará todo más claro y más completo.” Goethe me dio la razón y pareció agradarle que yo lo hubiese notado. “Hallará usted también –dijo- que ya en estos primeros actos suenan conjuntamente y se mencionan lo clásico y lo romántico, para ascender luego al terreno más elevado de Elena, en que ambas tendencias poéticas se manifiestan de modo resuelto, hallando un cierto equilibrio.” 16-XII-1829.

 

[20] Hoy, de sobremesa, me proporcionó Goethe un intenso goce, leyéndome la escena en que Fausto va hacia las “Madres”. Lo nuevo, insospechado, del asunto y la manera en que Goethe recitaba la escena me conmovieron poderosamente; de modo que me sentí de lleno en la situación de Fausto, a quien igualmente le sobrecoge un temblor escuchando lo que Mefistófeles le dice. Había oído y sentido lo allí expuesto; pero tantas cosas me resultaban enigmáticas, que hube de pedirle a Goethe alguna aclaración. Mas él se envolvió, como solía, en el secreto, mirándome con los ojos muy abiertos, y repitiéndome las palabras: “¡Las Madres! ¡Madres! ¡Suena tan misteriosamente! No puedo decirle más –continuó- sino que he hallado en Plutarco que en la antigüedad griega se hablaba de las madres como divinidades. Esto es todo lo que debo a la tradición; el resto es invención mía. Le doy a usted el manuscrito para que se lo lleve a casa; estudie bien todo, y vea qué saca de él.” Me consideré dichoso de poder estudiar con calma esta admirable escena y me formé la siguiente idea sobre la esencia y actividad de las “Madres”, sobre el lugar que habitaban y su ambiente. Si el seno inmenso de nuestro mundo pudiera pensarse como un espacio vacío, de manera que pudieran recorrerse cientos de millas en una misma dirección, sin tropezar con nada corpóreo, esta sería la morada de aquellas diosas desconocidas, en busca de las cuales desciende Fausto. Viven, por decirlo así, fuera de todo lugar, pues nada hay firme en cuanto las rodea en su vecindad, y también fuera del tiempo, pues no las alumbra ningún astro cuya salida y puesta pudiera señalar la alternancia del día y de la noche. Hundidas así en eterna penumbra y soledad, las “Madres” son seres creadores, son el principio creador y conservador, del que proviene cuanto en la superficie de la Tierra tiene figura y vida. Todo aquello que cesa de alentar, vuelve a ellas en forma espiritual, y permanece allí, hasta que encuentra ocasión de reaparecer en una nueva existencia. Todas las almas y formas de lo que ha sido y de lo que será flotan, como nubes, en el infinito espacio donde las “Madres” residen, y las envuelven; por tanto, el mago debe acudir a su reino si quiere adquirir poder, con el imperio de su arte, sobre la forma de un ser, y si desea conjurar a vida aparente alguna criatura que ha vivido en una existencia anterior. La metamorfosis eterna de la existencia terrenal, el nacimiento y desarrollo, la destrucción y la reproducción, son las ocupaciones incesantes de las “Madres”. Y dado que, en todo cuanto recibe nueva vida sobre la tierra mediante la reproducción, lo femenino es lo principalmente activo, pueden considerarse con razón como femeninas aquellas deidades y puede atribuírseles con razón el nombre sagrado de “Madres”. Desde luego que todo esto no es sino una creación poética; pero el hombre no puede ir más lejos en su limitación, y se da por satisfecho cuando encuentra algo que pueda tranquilizarle. Sobre la Tierra vemos manifestaciones y experimentamos actividades que no sabemos de dónde vienen ni adónde van. Y suponemos entonces la existencia de una fuente espiritual originaria, una divinidad, de la cual no podemos formarnos idea ni disponemos de nombre para designarla; y tenemos que humillarla hasta nosotros, humanizándola, para encarnar y hacer comprensibles en alguna manera nuestros obscuros atisbos. Así han nacido los mitos que se transmiten en los pueblos de siglo en siglo, y este nuevo de Goethe, que cuando menos presenta la apariencia de una verdad conforme a naturaleza, y que, sin duda, es uno de los más afortunados que se han imaginado. 10-I-1830.

 

[21] Hablamos después de la Noche clásica de Walpurgis, de la que Goethe me había leído el comienzo hacía poco. “Ahí se me reúnen en la mente innumerables figuras mitológicas –dijo Goethe-. Pero yo procuro evitar la aglomeración, y escojo tan sólo aquellas que pueden producir el efecto plástico adecuado. Fausto está ahora con Quirón, y espero que la escena me salga bien. Si trabajo en ella con pertinacia, en un par de meses puedo tener la Noche clásica de Walpurgis. Pero después nada me distraerá del Fausto; pues sería increíble que no llegase a terminarlo, y posible lo es; el quinto acto pude darse por acabado, y el cuarto se hará casi solo.” 24-I-1830.

[22] Luego hablamos de la Noche clásica de Walpurgis y de que hay en ella cosas que a él mismo le sorprenden. Y luego, el asunto se extiende más de lo que había pensado. “Tengo escrito algo más de la mitad –dijo-; pero quiero trabajar con aplicación y espero tenerla terminada para Pascua. Hasta entonces ya no le enseñaré nada más, pero tan pronto como la haya terminado, se la daré a usted para que se la lleve a casa y la estudie en calma. Sería bueno que usted preparase los tomos treinta y ocho y treinta y nueve, de manera que pudiésemos enviar para Pascua la última entrega; entonces nos quedaría libre el verano para algo grande. Yo seguiría con el Fausto y trataría de vencer el cuarto acto.” 10-II-1830.

[23] Me habló de su Noche clásica de Walpurgis, en la que avanzaba cada día, y en la que obtenía cosas cuya existencia sobrepujaba sus esperanzas. 14-II-1830.

[24] A continuación me dijo Goethe que había añadido un rasgo a la figura de Helena para realzar su hermosura, un rasgo que le había sido sugerido por una observación mía y que honraba la finura de mis sentimientos. 24-II-1830.

 

[25] Después de comer, luego que Voigt se hubo ido, me enseñó Goethe el manuscrito de su Noche clásica de Walpurgis, y quedé asombrado de ver lo mucho que había aumentado. 1-III-1830.

[26] “No es bueno –dijo Goethe- que el hombre esté solo, y especialmente que trabaje solo; para que las cosas salgan bien, necesita quien le excite y se interese. A Schiller debo la Aquileida y muchas de mis baladas, que él me impulsó a componer, y usted puede atribuirse el que llegue a escribir la segunda parte del Fausto. Ya se lo había dicho a usted muchas veces, pero quiero repetírselo para que lo sepa.” Me alegré de estas palabras, sintiendo que había en ellas mucho de verdad. 7-III-1830.

[27] “Ginebra, 14 de septiembre de 1830

Con mucha alegría he visto por una de sus últimas cartas de Génova que los huecos de la Noche clásica de Walpurgis están llenos, y el final, dichosamente alcanzado. Por tanto, los tres primeros actos están terminados por completo; a ellos se une la Helena, y así queda hecho lo más difícil. Ya veo la obra terminada como usted decía; el cuarto acto se le rendirá, espero, pronto, y se habrá producido una obra eminente que deleitará y ocupará a los siglos venideros. Me alegro en grado sumo, y recibiré con júbilo toda noticia que me anuncia el avance de la obra poética.”

[28] Después de su restablecimiento completo, que sobrevino rápidamente, Goethe aplicó todo su interés al cuarto acto del Fausto, así como a la conclusión del cuarto tomo de Poesía y verdad. 30-XI-1830.

[29] Hoy a la mesa, me contó Goethe que había empezado a escribir el cuarto acto del Fausto, y que pensaba continuar, cosa que me alegró mucho. 11-II-1831.

[30] A comer en casa de Goethe. Me contó que adelantaba en el cuarto acto del Fausto, y que el comienzo le había salido como deseaba. “Lo que había de pasar –dijo-, lo tenía pensado, como usted sabe, desde hacía mucho tiempo; pero no estaba aún satisfecho del cómo, y ahora se me han ocurrido muy buenas ideas. Me propongo desarrollar el hueco que va desde la Helena hasta el quinto acto, ya terminado, y redactar un boceto detallado, para ejecutarlo con toda calma y seguridad, trabajando en aquellos pasajes que de momento me atraigan. Este acto tendrá un carácter muy peculiar, siendo como un pequeño mundo autónomo, sólo ligado al conjunto por una leve referencia a lo que antecede y a lo que sigue.” “Así pues –dije yo-, conservará la característica de las demás partes; pues, en sustancia, la taberna de Auerbach, la cocina de las brujas, el Blockberg, el Consejo imperial, la mascarada, el papel moneda, el laboratorio, la noche clásica de Walpurgis, la Helena, son pequeños mundos cerrados en sí mismos, que actúan, es cierto, unos sobre otros, pero que guardan pocas conexiones entre sí. Se advierte que el poeta deseaba expresar un mundo plural y utilizó la fábula de un héroe famoso como nuevo hilo al que pudiera ir anudando cuanto se le ocurriese. Con la Odisea y con el Gil Blas no ocurre cosa distinta.” “Tiene usted completa razón –dijo Goethe-. Además, en una composición semejante lo que importa es tan sólo que las distintas partes sean relevantes y claras; considerada en conjunto, será siempre inconmensurable, y por lo mismo estimulará de continuo a los hombres a estudiarla repetidamente, como un problema sin resolver.” 13-II-1831.

 

[31] “Estos días cayó en mis manos –siguió diciendo Goethe- una hoja de papel, que leí. ¡Hum! –dije para mí- lo que está ahí escrito no es malo; tu piensas lo mismo y no lo dirías de manera muy distinta. Pero al fijarme bien en la hoja, me encuentro con que era un pasaje de mis obras; pues como yo marcho siempre hacia delante, olvido lo que he escrito, de modo que pronto me veo en el caso de considerar mis propias cosas como algo ajeno por completo.” Pregunté por la marcha del Fausto. “Ya no lo dejo de la mano –dijo Goethe-; sigo pensando e imaginando diariamente en él. Hoy he hecho encuadernar todo el manuscrito de la segunda parte, para tenerlo ante mis ojos como una masa sensible. Los huecos del cuarto acto los he llenado con papel blanco, y no hay duda de que lo acabado invita a terminar lo que no está aún hecho. Estas cosas sensibles tienen más importancia de lo que parece, y hay que auxiliar a lo espiritual con toda suerte de habilidades.” Goethe hizo traer el nuevo Fausto encuadernado, y me asombré de cuánto había escrito; el manuscrito se veía como un tomo en folio. “Todo lo ha hecho usted en los seis años que llevo aquí –dije-, y con las muchas cosas que han ocurrido desde entonces, poco tiempo habrá usted podido dedicarle. Pero se ve cómo crece una obra cuando se le va añadiendo algo de tiempo en tiempo.” “De eso se convence uno sobre todo conforme se hace viejo –dijo Goethe-, mientras que la juventud cree que todo ha de hacerse en un día. Pero si la suerte me es propicia y sigo sintiéndome bien, espero que en los meses próximos de la primavera adelantaré mucho en el cuarto acto. Como usted sabe, el argumento de este acto estaba ya pensado desde hace mucho tiempo; pero en la ejecución ha aumentado tanto, que de lo pensado antes sólo puedo utilizar lo más general, y además debo aumentar este acto con nuevas invenciones para igualarlo a los otros.” “En esta segunda parte aparece un mundo más rico –dije yo- que en la primera.” “Tal vez parece –respondió Goethe-. La primera parte es por completo subjetiva; es la obra de un individuo preocupado, lleno de pasión; esta semiobscuridad puede agradar también a las gentes. Pero en la segunda parte no hay apenas nada subjetivo; aparece en ella un mundo más alto, más amplio, más claro, menos apasionado, y quien no haya vivido algo y no posea alguna experiencia no sabrá qué hacer con él.” “A veces –dije- hay ahí ejercicios mentales, y en ocasiones exige alguna erudición. Me alegro de haber leído el librito de Schelling sobre las cabirias; gracias a él sé a quién se refiere usted en aquel famoso pasaje de la Noche de Walpurgis.” “Siempre he hallado –respondió Goethe riéndose- que es bueno saber algo.” 17-II-1831.

 

[32] “La antigua noche de Walpurgis -dijo Goethe- es monárquica porque en ella el demonio es acatado por todos como jefe reconocido; en cambio la clásica es republicana, pues cuantos en ella figuran están allí con independencia, de manera que son todos iguales y nadie se subordina a otro ni se preocupa de los demás.” “También –dije- en la clásica todo se singulariza en individualidades fuertemente acusadas, mientras que en el Blcokenberg alemán todo lo individual se funde en una masa general de brujas.” “Por eso –dijo Goethe- Mefistófeles sabe perfectamente de qué se trata cuando el homúnculo le habla de brujas tesálicas. A un buen conocedor de la antigüedad, la frase brujas tesálicas le sugerirá una porción de ideas, mientras que para el profano no pasará de ser un mero nombre.” “Debe usted haber sentido la antigüedad –dije yo- muy vivamente para hacer aparecer con tanto frescor todas aquellas figuras y tratarlas y utilizarlas con tanta libertad como lo ha hecho.” “Si no me hubiese ocupado –dijo Goethe- durante toda mi vida de las arte plásticas, no hubiera podido hacerlo. Pero lo más difícil era conseguir moderarse frente a la gran riqueza de material que se me ofrecía, y prescindir de todas las figuras que no se acomodaran con exactitud a mis propósitos. Así, verbigracia, no he hecho uso alguno del Minotauro, de las Harpías, ni de otros varios monstruos.” “Pero lo que hace usted aparecer en aquella noche –dije yo- está todo tan ligado y agrupado con tanta maestría, que se evoca fácilmente y con placer en la imaginación y se adecúa bien para un cuadro. Seguro que los pintores no dejarán escapar tan buenos motivos; en particular, quisiera ver pintada la escena en que Mefistófeles aparece entre los forkiadas para probarse de perfil la famosa máscara.” “Hay en esa escena –dijo Goethe- algunos motivos excelentes que el mundo utilizará de varios modos más tarde o más temprano. ¡Verá usted el día en que los franceses conozcan la Helena y se den cuenta de lo que puede hacerse de ella para el teatro! Echarán a perder la obra tal como es; pero sabrán utilizarla con habilidad para sus fines, que es cuanto puede esperarse y desearse. A Forkias le agregarán, de seguro, un coro de monstruos, como se indica ya en uno de los pasajes.” “Para ello sería necesario –dije yo- que un buen poeta de la escuela romántica tratara la obra como ópera y Rossini aprestara su gran talento para ponerle música. Pues en la Helena hay ocasiones para decorados espléndidos, transformaciones sorprendentes, trajes brillantes y encantadores bailes que no será fácil hallar en otras obras, sin contar con que esta riqueza de elementos sensuales se mueve a compás de una fábula de lo más ingenioso que cabe imaginar.” “Esperemos a que los dioses nos traigan lo que ha de seguir –dijo Goethe-. Estas cosas no pueden apresurarse. Es necesario que las gentes se den cuenta de ello y que directores teatrales, poetas y compositores comprendan el partido que pueden sacar de la obra.” 21-II- 1831.

[34] Hoy me enseñó Goethe el comienzo del quinto acto del Fausto, que todavía faltaba. Leí hasta el pasaje en que se incendia la cabaña de Filemón y Baucis, y Fausto, que está asomado en la noche al balcón de su palacio, huele el humo que un leve viento trae hasta él. “Los nombres de Filemón y Baucis –dije yo- me trasladan a la costa de Frigia y me hacen pensar en aquella famosa pareja de la antigüedad; pero nuestra escena se desarrolla en los tiempos modernos y en un paisaje cristiano.” “Mis Filemón y Baucis –dijo Goethe- no tienen nada que ver con aquella famosa pareja de la antigüedad ni con la leyenda que se le anuda. Le he dado a mi pareja esos nombres para acentuar sencillamente sus caracteres. Como las personas son semejantes y las circunstancias también, la igualdad de los nombres produce un efecto muy agradable.” Luego hablamos de Fausto que no ha perdido tampoco en la ancianidad lo peculiar de su carácter, el descontento. “Gozando de todos los tesoros del mundo, y con un reino creado por él mismo, le molestan, sin embargo, unos tilos, una cabaña y una esquila que no son suyos. En eso se asemeja al rey israelita Acab, que creía no poseer nada si no se adueñaba de la viña de Nabot.” “Fausto, tal como aparece en el quinto acto –dijo Goethe-, debe tener en mi intención, cien años justos, y no sé si convendría decirlo expresamente en cualquier parte.” Luego hablamos del final, y Goethe llamó mi atención sobre el pasaje donde se dice: Salvado está del mal/ el noble miembro del mundo de los espíritus./ Al que siempre se esfuerza en la obra/ podemos redimirle/ y si el amor de arriba lo protege/ el coro bienaventurado/ le recibirá cordialmente. “En estos versos –dijo- está contenida la clave de la salvación de Fausto: un Fausto mismo, una actividad cada vez más alta y más pura, hasta el fin, y desde arriba el amor eterno que viene en su auxilio. Esto está en armonía con nuestras representaciones religiosas, según las cuales la bienaventuranza no puede alcanzarse por nuestro solo esfuerzo, sino con el complemento de la gracia divina. Por lo demás, me concederá usted que este final, en que el alma salvada asciende hacia arriba, era muy difícil de hacer, y que tratándose de cosas tan suprasensibles, que apenas pueden percibirse, hubiera podido perderme con facilidad en vaguedades, si no hubiese dado a mis inspiraciones poéticas una forma concreta y bien delimitada en las figuras y representaciones muy caracterizadas de la Iglesia Cristiana.” 6-VI-1831.

 

Nota bibliográfica

Fausto, desde el primero impreso por Spiess, en 1587, hasta al llevado al cine por Alexander Sokurov, en 2011, es un personaje que, disfrazado de cómico, melodramático o trágico, recorre muchos países, a lo largo de cientos de años y en diversos géneros artísticos; los libros de André Dabezies y Jas Reuter, así como los artículos de Feliciano Pérez Varas, “La configuración de un mito: el Fausto” y Margit Raders, “La recepción del tema faustiano: del Fausto histórico y legendario al personaje ficcional y a la marca registrada”, en Luis A. Acosta, María Luisa Esteve y Margit Raders, citados en la bibliografía, orientan sobre los avatares del personaje. Los de Julio Caro Baroja y Robert Muchembled lo hacen sobre aspectos de la brujería, el aquelarre y el diablo.

La biografía de Herman Grimm, hijo de Guillermo uno de los Grimm, tiene la ventaja de haber sido escrita por quien conoció a muchas personas que se relacionaron con Goethe. Por otra parte, Rafael Cansinos Asséns le dedica más de trescientas páginas en el tomo I de las Obras Completas a trazar la singladura vital del autor; más brevemente lo hace Alfonso Reyes en las dos obras citadas, más recomendable por completa es el tomo XXVI de sus obras. El autor mexicano discute la interpretación de Ortega, para quien Goethe traicionó su destino vital al refugiarse en Weimar. Por su parte, la obra de Simmel abre horizontes, de ardilla diría Ortega, a distintas facetas de Goethe, desde el amor o el individualismo hasta la creación o la consideración sobre el mundo. En esta valoración del propio Goethe resulta aleccionador confrontar la de Benjamin, desde su ángulo de visión marxista, frente a la de Mann, de corte liberal; qué duda cabe, son dos burgueses distintos esos dos Goethes. Trías rompe una lanza, dentro del ambiente español hostil, en favor del autor del Fausto.

Desde el punto de vista literario las obras de Dilthey, Vida y poesía, Auerbach, Santayana, Bloom o Watt forman una poliédrica visión de la creación poética de Goethe, desde las cimas intelectuales donde lo coloca el primero, hasta el reconocimiento por parte del último de lo difícil, a veces pesado, que es leer el Fausto.

Berman me fue de mucha utilidad a la hora de señalar con más énfasis el lado industrial y desarrollista del Fausto –en ese mismo libro le dedica unas memorables páginas al análisis literario del Manifiesto Comunista-, Beriain para el término “veluciferino, Hadot me dio pistas para los pasajes dedicados al encuentro de Fausto y Helena y en Damm me enteré de que Goethe firmó la sentencia de muerte de una joven de la que se sospechaba, fue muy confuso el juicio, que había acabado con la vida de su bebé.

No fue Goethe un temperamento muy inclinado a la filosofía, sin embargo no cabe duda del interés que le despertaron algunos filósofos, siempre más para encajarlos dentro de su comprensión del mundo y del hombre que para seguirlos en sus doctrinas. Dilthey, De Leibniz a Goethe, brinda la oportunidad de acercarse a la relación de Goethe con Spinoza, de ahí vienen las menciones a la relación Goethe-Spinoza, Cassirer con Kant, especialmente con el de la Crítica del juicio, Hadot con el Goethe conocedor del estoicismo y del epicureísmo, así como la relación de Nietzsche con aquel. González García sigue el rastro a los filósofos e historiadores alemanes de finales del siglo XIX y principios del XX que le dedicaron su atención a Goethe, de manera especial, se centra en Max Weber.

Al interés de nuestro autor por la ciencia, desde sus estudios sobre la planta primaria, hasta la evolución de las nubes, pasando por sus consideraciones sobre el granito, sin olvidar su obra estrella sobre los colores, le dedica su libro, próximo a la teosofía del siglo XX, Steiner.

Otros aspectos de la obra de Goethe están explícitos en los títulos de las obras que se citan más abajo. Es ocioso decir que esta es una ínfima esquina del océano bibliográfico existente sobre la vida y la obra de Johann Wolfgang von Goethe.

Bibliografía


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