Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Política

Golpes de estado para dar y tomar

Una de las memeces más repetidas de este difícil otoño es la de catalogar como “golpe de estado” cualquier propuesta, medida o posicionamiento que no coincida con una visión nacionalista y por lo general derechista de la vida pública. Que el ministro de Exteriores español, José Manuel García Margallo, haya dicho que el referéndum catalán sería “jurídicamente” un golpe de estado rechina tanto como la respuesta de Artur Mas, el inquilino del Palau de la Generalitat, tildando de golpe de estado “democrático” la previsible prohibición de la consulta. A nadie que conozca el percal le extraña que un ultraperiodista como Federico Jiménez Losantos califique la huelga general del 14 de noviembre de golpe de estado, pero el cruce de declaraciones entre esas dos personalidades con responsabilidad de gobierno indica el nivel del debate, y el desdén por consensuar la manera de llevarlo a cabo, en torno a una disputa más peliaguda cada día que pasa.

 

La habitual trivialización del discurso político se agudiza cuando está en juego el trile de la identidad. Y si solo se extrema la palabrería, aún…Por lo general constituye sólo la fase que allana el camino a otra abocada a la acción, por muy inoportuna o disparatada que ésta sea. En la historia de España ha habido varios golpes de estado, pero no parece que ahora corramos peligro de sufrir uno, al menos en el sentido clásico, el analizado por Curzio Malaparte en su famoso libro sobre las técnicas para llevarlo a cabo. Ese escritor, periodista y fotógrafo italiano, oportunamente fascista y comunista según los vaivenes de la política en su país, ha vuelto a las páginas de los periódicos por una biografía editada por Tusquets, y, curiosamente, la recuperación del interés por su extravagante figura ha coincidido con una entrevista en El País Semanal a Enrique Meneses ilustrada con una fotografía en la que aparece sosteniendo la que le hizo a Fidel Castro en Sierra Maestra mientras, tumbado y con un pistolón al cinto, leía Kaputt. La imagen, publicada por Paris-Match, la tomó ese reportero, el primero que retrató a los barbudos revolucionarios, en diciembre de 1957, un año antes de su entrada triunfal en La Habana.

 

Ver de nuevo esa famosa fotografía me impulsó a indagar si como era previsible Castro, igual que Hitler y el Che Guevara, había leído Técnicas de golpe de estado, y di con un curioso documento: el discurso del entonces primer ministro del Gobierno Revolucionario de Cuba ante el Parlamento de Venezuela solo 24 días después de su toma del poder. Reproduzco únicamente la parte relacionada con la obra de Curzio Malaparte, en la que denuncia la colusión de los derechos de los presos políticos en las cárceles de Batista. Respecto a este último asunto, como en otros muchos, el autócrata Castro traicionó al revolucionario Castro, pero no cabe duda de que sabía distinguir qué era y qué no era un golpe de estado. A ver si aprenden los políticos españoles y catalanes de ahora…  

“(…) Un tanque en una esquina, un hombre con cara de perdonavidas armado de un fusil, en la calle, dispuesto a disparar a la menor protesta, ¿quién no ha vivido eso? ¿Quién no ha derramado lágrimas del corazón ante ese espectáculo? ¿Quién no ha sentido la tristeza de ver cómo las ideas son pisoteadas y cómo de nada vale que la causa sea justa, que la causa sea noble, que la causa sea honrada, si quien tiene la fuerza se impone sobre ella, y los que defienden esas ideas tienen que marcharse de su tierra, o ir a parar en un calabozo? No importa que fuese un hombre educado, un hombre con aquella sensibilidad que da la cultura y da la educación, lo enviaban a la cárcel como un delincuente vulgar, como un asesino cualquiera y lo trataban peor. Por supuesto que los asesinos y los delincuentes vulgares tenían privilegios bajo la dictadura que no los tenía ningún preso político: visitas y otra serie de cosas. Hasta los libros se lo quitaban, porque en el ensañamiento, a aquel hombre perseguido, aquel hombre sufrido, aquel hombre privado de su libertad, de su familia, de sus medios, de todo, no le dejaban ni libros, ni los libros, para hacerlo sufrir. En algunos casos en que los dejaban, no era por bondad, era por desprecio hacia las ideas y hacia la cultura (APLAUSOS).


Recuerdo que estando una vez en prisión me dejaban pasar algunos libros, pero un día me mandan El golpe de Estado, de Curzio Malaparte —no sé a quién se le ocurrió; yo, sinceramente, no practico esas teorías—, y me prohíben el libro; entonces había una biografía de Stalin, por Trotsky, y me prohíben el libro. Bueno.. Sin embargo, me chocaba aquello de que no me dejaran pasar aquellos libros, y el preso siempre necesita algún pretexto para, de alguna manera, pelear aunque sea en la cárcel; enseguida escribí protestando y les tuve que decir: "Miren, señores, ese libro de El golpe de Estad’, de Curzio Malaparte, no sirve para nada. Cómo ustedes van a temer enviarme un libro, en la cárcel, que habla de la técnica del golpe de Estado, técnica que yo no he aplicado, ni pienso aplicar aquí ni mucho menos, y, además, estoy preso aquí, impotente por completo. ¡Qué absurdo es que ustedes lo prohíban!"


Entonces, como suponía que el libro de Stalin, por Trotsky, no lo enviaron por el nombre de Stalin, dije: "Señores, si no es un libro a favor de Stalin, es un libro contra Stalin." En la ignorancia absoluta de estas cuestiones, caían en esas ridiculeces.


Sé que, por ejemplo, a mí me dejaban pasar los libros, porque el jefe de aquella prisión —que hoy está preso, era un hombre muy despótico, un abusador, por supuesto; no pienso vengarme ni mucho menos, porque no cabe en los revolucionarios el sentimiento de venganza, pero sí casi como una enseñanza vale la pena decir las veces que nos insultó, que nos ofendió, que nos amenazó; sin embargo, ahí está. Lo dije un día, que algún día los presos seríamos los carceleros de los dictadores y de los servidores de la tiranía, y se ha cumplido: hoy están allí presos los más malos de aquella prisión— los dejaba pasar por desprecio a los libros; sentía un desprecio absoluto por todo lo que fuera ideas, cultura, y hacía gala de eso. Otros esbirros, más sutiles, más crueles, se daban cuenta de que a pesar de que despreciaban aquello, el preso sentía una satisfacción en leer, en tener libros, y los privaban de ellos. Yo sé que en Venezuela ocurría eso, que a muchos presos les prohibían las visitas, les prohibían la lectura, y creo que es el acto de más crueldad que se pueda cometer con un preso (…).

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